viernes, 30 de octubre de 2015

Ahora leyendo: "Tarabas", por Joseph Roth.

 Esta es la decimocuarta novela que leo de Joseph Roth... y no deja de sorprenderme. La de ahora, Tarabas, tiene características comunes con el resto, tanto en el tema como en la forma: en la forma, con una prosa rápida, de frases cortas y poco adjetivadas, casi periodística; y en los temas, la búsqueda del individuo que está perdido en un mundo cambiante que se desmorona ante sí, tal cual fue su propia vida. Pero también hay grandes diferencias, Tarabas, tiene una estructura mucho más trabajada, es una verdadera novela (la mayoría de las otras narraciones son meros relatos) no solo por la extensión sino también por la complejidad de la trama. Es curioso y lamentable constatar que, para muchos lectores, Roth es conocido por La leyenda del santo bebedor, un pequeño relato bastante mal pergeñado que únicamente destaca por la originalidad de su trama; en cierta medida como muchos admiran Bartleby el escribiente despreciando obras muchísimo más elaboradas de Melville como, claro está, Moby Dick, ¡ojo! También yo me enamoré del desdén vital de Bartleby que es, en última instancia, el anarquista perfecto, pero ha de reconocerse que es un relato con poco fuste para el estándar del autor americano.
  Tarabas es la historia vital del homónimo ciudadano ruso que, huyendo de una juventud pendenciera, recala en Nueva York en 1914. Allí no logra escapar a su destino y continúa sus peleas, pero, en lugar de enfrentar su desapacible carácter, huye de nuevo hacia delante volviendo a su patria cuando estalla la Gran Guerra. En la Primera Guerra Mundial se convertirá en aquello para lo que estaba predestinado: un auténtico asesino, brutal y despiadado, temperamento que le granjeará toda suerte de éxitos en la carrera militar. El tema no es muy novedoso para Roth, de hecho se repiten lugares comunes a su narrativa: periódico histórico en el que transcurre la acción, personaje alienado que se busca sin encontrarse, sociedad violenta en fase de degradación, pérdida de la patria del personaje principal... pero ahora todo está mucho más detallado, no es tan previsible como en otros relatos, y es que, en Roth, la calidad fluctúa notablemente, encontrándose la más baja, según mi opinión, en la antes citada La leyenda del santo bebedor.
  Tras leer a Roth nunca se acaba con un buen sabor de boca. Las sociedades humanas que describe son demasiado crueles, demasiado perversas o estúpidas... y, más preocupante aún, demasiado verosímiles. Es fácil empatizar con los personajes de Roth, incluso con Nikolaus Tarabas, un bárbaro despiadado con una pulsión de muerte que diría Freud que raya en el más absoluto nihilismo; al margen de su carácter tendente a la violencia, Tarabas es producto de esa sociedad alienante que destruye a sus individuos antes de que la muerte se encargue de hacerlo definitivamente.

domingo, 25 de octubre de 2015

Demoledor artículo de Antonio Muñoz Molina (Suplemento cultural "Babelia" de "El País" de 24 de octubre de 2015).

 Tierra quemada (A. Muñoz Molina).

  En las evaluaciones sobre estos últimos años nadie parece caer en la cuenta de la devastación que ha sufrido nuestro país en todo lo relacionado con la educación, la cultura y el conocimiento. En los programas electorales que van adelantándose en los simulacros de debates políticos de la televisión tampoco parece que haya sitio para reflexionar sobre esos problemas, y ni siquiera para mencionarlos. La política consiste sobre todo en hablar a gritos de política. El declive de la enseñanza pública ya no es ni siquiera noticia, a no ser que un profesor resulte gravemente agredido por un papá o una mamá que no hacen nada por educar a su hijo, pero no toleran que la criatura se lleve el más tenue sinsabor en el aula. Un ministro de Educación frívolo y chulesco se fue a París con un cargo opulento dejando a otros la tarea de poner en marcha la nueva ley inútil, confusa y no debatida ni pactada con nadie. Que la ley borrara la Filosofía de la enseñanza no quiere decir que fuera favorable al conocimiento científico. El analfabetismo unánime sigue siendo la gran ambición de la clase dirigente y de la clase política en España.
Un profesor universitario de letras que acaba de jubilarse por abatimiento me cuenta que se cansó de corregir las faltas de ortografía de muchos estudiantes con la misma dedicación que si diera clases en Primaria; profesores de ciencias me dicen que hay cada vez menos alumnos en las carreras de Física o Química. En cualquier capital extranjera donde he estado en el último año me encuentro con los mejores entre los que sí han aprendido: descubren la sorpresa de trabajar en atmósferas favorables a la investigación y al estudio, sin el castigo agotador de ir contracorriente; en la mayor parte de los casos aceptan con melancolía la evidencia de que si quieren progresar en lo que hacen, el precio será no poder regresar. Grave es que los nativos tengan vedado el regreso, pero igual de grave es que no haya posibilidad de atraer al talento forastero. Nada es más fácil que un gran matemático de Nueva Delhi encuentre un puesto en una universidad de California, pero es muy probable que ni al más brillante profesor de la Universidad de Jaén se le abra nunca la posibilidad de conseguir una plaza en la de Murcia.
Que el legado de Ramón y Cajal permanezca arrumbado en un almacén es un síntoma de todo lo bajo que hemos caído
Del presidente del Gobierno se sabe que es lector del diario Marca y de La catedral del mar. El ministro de Justicia declara que la tortura pública del toro de Tordesillas es una noble tradición cultural. Las únicas tradiciones culturales que se preservan son las que contienen residuos de barbarie o de oscurantismo religioso. El ministro de Economía y el ministro de Hacienda se aseguran de arruinar el teatro con un IVA del 21%. Las televisiones públicas dedican sus mejores horarios al fútbol, a los chismes del corazón y al adoctrinamiento identitario. Se dan ayudas públicas a los bancos y a los fabricantes de coches, pero no a la industria del libro ni a las librerías. Lo que han hecho por los libros estos Gobiernos recientes es cancelar las compras para las bibliotecas. En las de los Institutos Cervantes no hay novedades de los últimos años, y hace tiempo que se cancelaron las suscripciones a las revistas culturales. El desguace de la capacidad de acción cultural de los Cervantes y su sometimiento cada vez mayor a presiones de políticos y diplomáticos es uno de tantos desastres ocultos de estos últimos años.
Hace unos días, en este mismo periódico, Diego Fonseca contaba la historia vergonzosa del legado de Santiago Ramón y Cajal. Treinta mil objetos que atestiguan la vida, los logros científicos y los intereses variados de uno de los grandes héroes intelectuales de nuestro país están arrumbados en una sala de reuniones en la sede del Consejo Superior de Investigaciones Científicas: sus papeles, sus fotografías, sus diplomas, sus dibujos prodigiosos, sus microscopios, los objetos que tocaron sus manos y formaron parte de su vida. Entre 1984 y 1997 esos tesoros habían estado amontonados en un sótano. El deterioro de materiales tan frágiles como manuscritos y placas fotográficas es irreversible. Quién imagina que pudiera suceder algo parecido en Francia con el legado de Pasteur, con el de Darwin en Inglaterra. El año pasado Javier Sampedro informó de la desaparición escandalosa de la mayor parte de la correspondencia de Cajal: 12.000 cartas que atestiguarían su vida privada y sus intercambios incesantes con los mejores neurólogos de su época. El profesor Juan Antonio Fernández Santarén, editor de esa correspondencia, ha denunciado la cadena de irresponsabilidades, de negligencia, de pura desvergüenza, que hizo posible tal despojo: alguien robó en 1976 unas 15.000 cartas depositadas en el CSIC. Unas 3.000 cayeron en manos de un librero de viejo, que al menos tuvo el gesto de vendérselas a la Biblioteca Nacional. De las demás no hay ni rastro.
El analfabetismo unánime sigue siendo la gran ambición de la clase dirigente y de la clase política en España
He estado leyendo estos días los Recuerdos de mi vida de Cajal, en una excelente edición del profesor Fernández Santarén. En ese libro están algunas de las mejores páginas memoriales que se han escrito en España. Es el relato de un largo aprendizaje, heroico en su amplitud y en su dificultad, el de un chico travieso y rebelde de pueblo, en un país atrasado y deshecho por convulsiones políticas, que descubre primero su amor por los animales, por la botánica y el dibujo, y luego su vocación científica, en la que es decisiva su curiosidad congénita y su talento de artista. Llegado a la investigación justo después de los hallazgos formidables de Darwin y Pasteur, Cajal estableció algunos de los cimientos sobre los que todavía se sostienen la biología y la neurociencia. Si nuestra cultura científica no mereciera más desprecio todavía que la literaria o la artística, seríamos conscientes de que Cajal es una de las pocas figuras de verdad universales que ha dado nuestro país: como Cervantes, o García Lorca, o Picasso, o Manuel de Falla, o Velázquez.
A Cajal su educación como dibujante y su sentido estético le ayudaron a dilucidar la anatomía fantástica de las neuronas. Y su mirada de científico le permitió juzgar con más lucidez que cualquiera de los santones del 98 los motivos del atraso español e imaginar políticas sensatas para empezar a remediarlo. Cajal vivió como oficial médico la primera guerra de Cuba y no olvidó nunca los efectos terribles de la frivolidad política, la incompetencia militar, la corrupción que enriquecía a oficiales e intermediarios con el dinero robado a la alimentación y a la salud de los soldados, que morían de malaria y disentería en hospitales inmundos. En su adolescencia asistió a la hermosa revolución liberal de 1868, tan rápidamente malograda; tuvo una vida tan larga que vio también en su vejez la otra ilusión renovadora de la II República. Hasta sus últimos días vindicó los mismos ideales prácticos que lo habían sostenido en su aprendizaje de científico y de ciudadano: curiosidad, educación, esfuerzo disciplinado, ambición lúcida, patriotismo crítico. Que la mayor parte de sus cartas se haya perdido y que su legado permanezca arrumbado en un almacén es una calamidad y una desgracia, pero también es un síntoma de todo lo bajo que hemos caído, de todo lo más bajo que todavía podemos caer.

 Extraído del suplemento cultural "Babelia" de "El País" de 24 de octubre de 2015.

sábado, 24 de octubre de 2015

Ahora leyendo: "Menajem Mendel", por Sholem Aleijem.

 Lo que aquí reune la editorial Nortesur no es, según prologa el autor, literatura de ficción, sino un conjunto de cartas de un tal Menajem Mendel al que Aleijem conoció en la rusa ciudad de Odesa (hoy, cosas de la política, vuelve a ser rusa tras un largo tiempo de ser ucraniana); correspondencia, principalmente mantenida con su mujer. Si el prólogo es pura ficción como el resto de las cartas es algo que el lector ha de averiguar, tarea nada fácil, pues la narrativa de Sholem Aleijem fluctúa de un lado a otro de la delgada línea que separa lo real de lo inventado, eso sí siempre con enormes cantidades de humor.
  Sholem Aleijem pasa por ser el más importante escritor en lengua yidis de todos los tiempos, pero, además, fue un verdadero testigo de una sociedad típicamente europea, marginal tal vez, pero plenamente europea, que fue borrada con barbarie en el pasado siglo XX. Me refiero, claro está, a la población judía askenazí del centro y este de Europa, formada por millones de individuos, que fue eliminada de la forma más brutal (muestra indudable de la "inhumanidad del ser humano") por los pogromos zaristas, los comunistas y, finalmente, por los maestros del sadismo industrializado, los nazis. Aquella sociedad askenazí tenía unos rasgos culturales muy marcados, con tradiciones milenarias que formaban parte del acervo cultural del continente; desgraciadamente, desde 1945, todo es más monocromático, más plano... ¡Qué diferente sería este país si no se hubiera expulsado a los judíos sefarditas o a los moriscos!
  Al margen de barbaridades históricas, leer a Sholem Aleijem supone recibir un soplo de aire fresco, con ese humor irónico siempre a la vuelta de la esquina, riéndose de sí mismo y de esas inveteradas costumbres a las que antes aludía. De Aleijem nos ha quedado en el subconsciente colectivo el impagable personaje de Tevie "el lechero", protagonista de El violinista sobre el tejado, aquel judío con cinco hijas y una mandona mujer que ponía al mal tiempo buena cara y siempre sacaba una sentencia bíblica, de su propia invención, para todas las situaciones. Aquí, en Menajem Mendel encontramos una vez más a esos personajes entrañables, duros como piedras pero a la vez tiernos como niños que ponen un punto de humor absurdo a la difícil cotidianeidad que les tocó vivir.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Inciso cinematográfico: "Mr. Moto".

  Ya hablé de Peter Lorre (Lazlo Lowenstein), uno de mis actores favoritos (si no el principal) de todos los tiempos, un perfecto secundario que redondeó espléndidas películas y otras mediocres desde los años 20 (en Europa) hasta su muerte en 1964; Peter Lorre es el fantástico asesino de niñas en M, el vampiro de Düsseldorf (1931),  el doctor loco en Mad Love (1935), el mafioso Joel Cairo en El halcón maltés (1941), el atribulado Ugarte en Casablanca (1942), el cirujano plástico borracho de Arsénico por compasión (1944) o el ayudante del profesor Aronnax en 20.000 leguas de viaje submarino (1954). Uno de los grandes, ¡vaya!
   La serie de películas de Mr. Moto es parte menor del gran actor, por supuesto, con todo, para los que somos admiradores incondicionales son como pequeñas joyas. Se trata de la adaptación de las novelas detectivescas del novelista americano John P. Marquand, basado en las audacias de un excéntrico agente secreto japonés, Kentaro Moto. Los cursos de la historia del pasado siglo XX dieron con el personaje en cuestión  en el olvido, principalmente por el sentimiento antijaponés que surgió en Estados Unidos a raíz de la Segunda Guerra Mundial.
  Las películas (nueve en total) destilan ese aire glorioso del Hollywood de los años 30, antes de que el "buenismo" oficial de los años 60 llenara la pantalla con previsibles historias insulsas repletas de buenos buenísimos y malos malísimos. Peter Lorre llena, obviamente, toda las cintas, con su pequeño cuerpecillo envuelto en pulcros trajes o en kimono, con ese ambiente de genialidad al que nos tiene acostumbrado. Son pequeñas joyas que uno disfruta encerrado en casa con una buena taza de té mientras, fuera, el mundo se mata por alguna estúpida razón.

martes, 20 de octubre de 2015

lunes, 12 de octubre de 2015

Ahora leyenda: "La maldición de la momia. Relatos de horror sobre el antiguo Egipto"

 En los últimos años he leído todo lo que la editorial Valdemar ha sacado en estas compilaciones de su Club Diógenes. Me gusta mucho porque en un formato pequeño (por tanto cómodo de llevar a cualquier parte, pero también barato) se recopila lo "mejorcito de cada casa" en el subgénero de terror. Este volumen concretamente se ceba en esa pobre gente que fue preservada entre complejos rituales principalmente en el antiguo Egipto, pero también en otras culturas del pasado. Y es que son miles los relatos, algunos espléndidos, otros pasables y la mayoría infumables que se han escrito sobre estos temas, y ahí, precisamente, está la valía de Valdemar, en seleccionar lo más escaso, lo sobresaliente.
   Aquí están  escritores de la talla de Conan Doyle, Ruyard Kipling, Clark Ashton Smith o contemporáneos como José María Latorre o Pilar Pedraza. Para mí, estos pequeños volúmenes son joyas de por vida que pasarán a formar parte de la biblioteca familiar que se usarán de generación en generación, espero, mejorando, como el vino con el paso del tiempo. Así, Valdemar lucha contra esos prejuicios de los que consideran que ese subgénero narrativo es algo menor, más como mero divertimento que otra cosa.
  Como ya se sabe, estos temas "góticos" fueron especialmente cultivados por los escritores anglosajones de finales del XIX y principios del XX, los grandes maestros, que dieron a la literatura universal un inmenso tesoro de novelas y relatos de este subgénero de terror.

"Corto Maltés. Bajo el sol de medianoche", por ¿Hugo Pratt?

  Obviamente ya no es Hugo Pratt el autor de esta última aventura del antihéroe de los cómics por excelencia, toda vez que Pratt murió en 1995. Ahora son Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero los encargados de resucitar a Corto Maltés y a otros viejos conocidos como Rasputín.
  Hay que reconocer que la elección de Díaz Canales y Pellejero para esta "magna labor" de devolver a la vida a Corto ha sido acertada. Díaz Canales es el premiado guionista de Blacksad, admirado allende nuestras fronteras hasta que, al fin, en nuestra cainita tierra nos hemos dignado a valorar su trabajo; Pellejero es el dibujante de Dieter Lumpen hijo moderno de Corto Maltés, al menos coincide en su imagen de antihéroe descreído que acaba siendo enrolado casi a la fuerza en aventuras en exóticos países. Pero juzgando ya el tomo en cuestión, al menos de lo que llevo leído, parece que la obra de Pratt ha sido escrupulosamente respetada y que el Corto Maltés de Díaz Canales y Pellero no rompe en absoluto la continuidad, tanto en el espíritu como en la letra con el original.
   En Norma Editorial juran y perjuran que Hugo Pratt quería que su obra fuera continuada... lo ignoro, aunque nunca pensaría mal de una editorial (¿¿¡¡!!??)... Lo cierto es que, en mi opinión, mientras no se desvirtúe el sentido original del creador, no se provoca daño alguno. Corto Maltés es y será siempre la genial creación de Hugo Pratt, y  mientras escritores y dibujantes tan talentosos como Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero se encarguen de prolongar sus vidas, no tendré nada de qué quejarme.

domingo, 4 de octubre de 2015

Ahora leyendo: "Carta de una desconocida", por Stefan Zweig.

 El título del relato lo dice todo: es una carta de una mujer enviada a un escritor joven y famoso (¿álter ego de Zweig?). Una carta en la que confiesa su amor incondicional, irracional y adolescente, epístola en la que admite que su amor fue tan fuerte que llegó a buscar el encuentro anónimo con el donjuanesco escritor hasta quedar embarazada de él... Un relato que se me antoja caprichoso y en extremo machista, si no fuera, claro está, porque fue escrito allá por los años 20 del pasado siglo, años en los que la mujer era poco más que un aditamento gracioso para un caballero.
   Porque desde la época actual, esta mujer (ni siquiera llega a dar su nombre) es una pobre criatura que se encapricha puerilmente de un canalla que se aprovecha de ella como de todas las que conoce, y ella, ni corta ni perezosa, provoca el embarazo, pero no para extorsionar al varón, sino para tener un recuerdo suyo... como el que se compra un canario, ¡vaya! Lamento mostrar tan poco romanticismo, pero es que, en este caso, soy hijo de mi época y estoy acostumbrado a tratar con mujeres fuertes que no cambian su rumbo de vida por enamoriscarse del primer fantoche que conocen en su adolescencia.
  El relato no carece de dramatismo pues la pobre confiesa que su hijo (ese que tuvo con el destinatario de la carta de forma secreta) acaba de morir y que ella misma está decidida a suicidarse al acabar de escribir la misiva. Todo un poco lacrimoso, rayando (al menos al interpretarlo a la luz del siglo XXI) en la estupidez.
 Por supuesto, desde el punto de vista estilístico, es Zweig en estado puro: descripción psicológica del individuo (en este caso "autodescripción") al mejor estilo de Dostoyevski, un verdadero lujo narrativo.

 Escribí esto hace ocho años. Hoy, en 2023, no firmaría nada así, nada tan drástico, tan fanático, tan ideologizado, desde luego. Soy, pues, distinto del tipo de 2015. ¡Tan sólo ocho años y soy otra persona! ¿Quién seré dentro de otros ocho años?

Trampantojo, por Max.

Publicado en el suplemento cultural "Babelia" de "El País" del 3 de octubre de 2015.

Inciso cinematográfico: "Train de vie", dirigida por Radu Mihaileanu.

 ¿Cuántas películas se han rodado en los últimos decenios sobre el Holocausto? Probablemente menos de las necesarias, habida cuenta de la bárbara estupidez humana que nos sigue llevando a exterminarnos los unos a los otros y provocar genocidios... Pues bien, esta no es igual que las otras... tiene un punto cómico que no se encuentra en las demás.
  El resto de películas sobre el Holocausto son dramas tremendos, ¡claro, no faltaba más! Los hechos narrados son tan brutales, tan inhumanos que parece imposible hacerlo en un ámbito cómico, y, sin embargo, Radu Mihaileanu ha conseguido realizar una película impecable, no es propiamente dicho una comedia, más bien una tragicomedia: las situaciones abiertamente hilarantes y absurdas predominan de principio a fin, lo cual no resta un ápice de crudeza e incluso verosimilitud. El guión es simple y a la vez realista: en un "shtetl" judío de Europa del este (un gueto, vamos) se enteran de que en el pueblo vecino ha comenzado la deportación de judíos a los campos de exterminio, ni cortos ni perezosos deciden "deportarse ellos mismos"... sí, algunos de ellos se disfrazarán de nazis mientras el resto ocupará los vagones para carga de un tren que ellos mismos fletarán pero que no acabará, obviamente, en los campos de exterminio sino en Israel.
   Como se puede ver el propio guión es absurdo, y ese es, precisamente, el tipo de humor que inunda la cinta, un humor absurdo que, sorprendentemente, humaniza la terrible situación. Todos se meten en sus respectivos papeles: los encargados de "convertirse temporalmente" en nazis se creen tanto el papel que acaban por ser verdaderos alemanes; los otros, víctimas, comienzan a organizarse para luchar contra los "nazis de pega"... todo aderezado con situaciones descacharrantes y sin sentido. El resultado es brillante pero no irreverente, no se quita una pizca de seriedad dentro de lo humorístico, valga la contradicción.
   En el viaje hacia la libertad se encuentran con otro grupo humano que huye del salvajismo nazi: unos gitanos que han tenido la misma idea; juntos, iguales en la adversidad pero distintos en el origen generarán una de las escenas más destacables de la película, cuando, en una celebración de lo único que el ser humano tiene por seguro, la vida, tocan sus instrumentos en un apasionante tête à tête entre las culturas musicales de ambas etnias.
 Todo en fin, queda, aparentemente, en nada cuando, en las últimas escenas del film, aparece el tonto del pueblo, hilo conductor de toda la trama, con el uniforme de prisionero tras las alambradas. Se da así a entender que la gloriosa y absurda aventura solo ha sucedido en la genial cabeza del fou du village. Así se cierra la tragicomedia.