viernes, 23 de diciembre de 2016

Ahora leyendo: "Trilogía de la ocupación", por Patrick Modiano.

 Craso error es considerar que todo lo que escribe un Nobel de literatura es destacable e incluso superior al resto de la producción literaria contemporánea. Un Nobel, como cualquier escritor, tiene altibajos en la calidad de su producción, pero claro, las editoriales están dispuestas a publicar absolutamente todo con tal de ganar dinerito... y me temo que muchos lectores se tragan todo también... espero no ser uno de ellos.
 En El lugar de la estrella, novela escrita al parecer en 1968, contiene algunos elementos comunes a todo Modiano (ambientado en París, aparente desafección por los personajes y sus vidas, vidas erráticas...), pero también hay un cinismo y una ironía que no había notado en otras novelas del francés. Aquí, narra en primera persona a un judío colaboracionista en apariencia, pero que trata de hacer negocios con los arios pervirtiendo a los mismos, principalmente con la trata de blancas de chicas francesas. Hay un elemento provocador en un doble sentido: el colaboracionismo de buena parte de la población francesa que no solamente no opuso resistencia a la ocupación nazi, sino que hizo negocio con ella; y por otro lado la de los judíos masacrados y víctimas del odio de los asesinos y la indiferencia del resto de los europeos que, sin embargo, una exigua minoría de ellos también sacan pingües beneficios con sus supuestos asesinos. Supongo que cuando vio la luz en aquel año levantaría muchas ampollas, aunque, también hay que recordar el cambio social y político que supuso el Mayo del 68 al cual, en modesta proporción, ayudaría esta novela, a romper creencias biempensantes y discursos oficiales de supuestas heroicidades militares.

 Con todo, a veces se hace un tanto incómodo leer pasajes tan irreverentes y provocadores. Eso es lo malo de muchas novelas, que si se piensa cuando fueron escritas y en qué contexto sociopolítico se entiende que fueran necesarias, aunque hoy hayan quedado obsoletas.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Ahora leyendo: "El jardín de humo y otros cuentos de intriga", de G. K. Chesterton.

 Chesterton es un tipo muy interesante, e injustamente olvidado como literatura de segundo nivel, lo que yo llamo "lecturas de té y pastas". Gilbert Keith Chesterton tuvo la inmensa suerte de nacer cuando moría Dickens (en 1870 moría el autor de Oliver Twist y el del Padre Brown nacía en 1874) y muchos de los grandes autores de literatura victoriana: George Eliot, las hermanas Bronte; aunque fue coetáneo de Henry James o Thomas Hardy. El hecho de que los grandes de verdad hubieran muerto cuando el gigantón de Chesterton publicaba le facilitaba llegar a su lector tipo: señoras de la alta sociedad británica, con un nivel cultural alto y mucho tiempo libre. Por eso, yo (sé que soy injusto) lo llamo "lectura de té y pastas".
  Sí, soy injusto. Chesterton fue un escritor de un talento literario fuera de lo corriente, su capacidad de descripción minuciosa, los personajes bien desarrollados y las tramas enredadas así lo proclaman, ¿y entonces? Entonces pasa que decidió tirar por el lado fácil (otra injusticia por mi parte) y escribir historias perfectamente banales sobre detectives aficionados (el cura Brown, principalmente) y gente con pocas exigencias vitales, nada más lejos de la feroz crítica social en la obra de Dickens. Con todo, a Chesterton lo aguanto y soy capaz de recrearme en esas excelentes características de su prosa a las que hacía mención antes, cosa que no soy capaz de hacer con la "pedorra" de George Eliot, una señora rica y aburrida que escribió la más soporífera novela sobre la insustancial vida de la nobleza británica de aquella época, Middlemarch.
  Ya dejo definitivamente de ser injusto para decir que el pequeño tomo editado por Valdemar recoge cuatro cuentos de carácter detectivesco encuadrado en aquella época y clase social. La calidad del autor permite que puedan ser considerados como frescos descriptivos además de como mero entretenimiento... aun así, prepararé té y pastas...

domingo, 4 de diciembre de 2016

Leído: "Ubú rey", por Alfred Jarry.

 Una de las mejores cosas que tiene la lectura es que cada lector tiene una interpretación única y particular que, en mi opinión al menos, es tan válida como la del propio autor. Esto hace que cada obra literaria se convierta en millones, tantos como lectores tenga. 
 Ubú rey es una obra teatral burlesca como pocas. Se burla, precisamente, de lo más caro al género humano: la ambición. Una pequeña obra que desnuda todas las vergüenzas del género humano, todos los fallos de un animal bípedo que cree haber sido creado "a imagen y semejanza" de un dios todopoderoso. 
  Ubú somos todos. Bonito eslogan que hoy en día oímos tanto (cuando queremos acompañar anímicamente a alguien atacado o vilipendiado decimos que "ese somos todos" o "yo soy ese"). Pero aquí no es un gesto altruista, aquí es un reconocimiento de nuestras más mezquinas realidades. El ansia del poder por el poder, teniendo como arma principal la más poderosa que todo humano tiene: la estupidez.
 En este país se representó la obra de Jarry, actualizándola a la coyuntura política y temporal con el archiconocido grupo teatral "Els Joglars", que la rebautizaron como Ubú president. Esa es una de las mayores ventajas que tiene la buena literatura, que es atemporal, por ello cambiando un poco lo superficial podremos, tal vez, entenderlo mejor. El miope nacionalismo español vio con agrado lo que ellos creían ser una burla del nacionalismo catalán, cuando en realidad era burla del ansia de poder.
  Alfred Jarry ambienta la obra en Polonia, pero con una acotación queda todo explicado: "La acción transcurre en Polonia, es decir, en ninguna parte". Todos somos pues en mayor o menor medida unos locos arrogantes, borrachos de poder, estúpidos e ignorantes... todos somos Ubú. Como nuestro gran rey, repitamos al unísono su famosa interjección: ¡Mierdra"

sábado, 3 de diciembre de 2016

Trampantojo, por Max (Babelia de 3 de diciembre de 2016).

Imagen tomada del suplemento cultural de El País, Babelia, de 3 de diciembre de 2016.
 Oportuno (como siempre) Max, a cuenta, esta vez, de la inmoralidad de unos y otros con la obra de Roberto Bolaño.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Ahora leyendo: "Calle de las tiendas oscuras", por Patrick Modiano.

 Otro más de Modiano, ya van siete. Las líneas maestras permanecen: ambientación en París; personajes desarraigados y perdidos que actúan lánguidamente ante todo lo que les ocurre, bueno o malo; prosa rápida, de tipo periodístico... Pero ahora el personaje es un detective (ex-detective en realidad) que trata de averiguar quién es y cuál es su origen.
  Es (me temo que se nota) una de las novelas de juventud de Modiano. La trama está muy "cogida por los pelos" hasta parecer inverosímil en algunos momentos, pues los trucos para ir consiguiendo datos que acaben por desenmascarar al propio investigador son harto complejos. Con todo, tiene ese atractivo que el francés consigue con personajes mortecinos y sin sangre, tal vez como Kafka y sus protagonistas neuróticos o Hesse con los suyos místicos. Los personajes de Modiano son como hojas que lleva el viento y que recorren un París gris y anodino,desde luego no son aventuras de grandes personalidades voluntariosos en paisajes glamurosos e inolvidables.
  Si tomamos esta novela como policiaca o detectivesca, es un verdadero mirlo blanco, porque es precisamente en ese subgénero en el que abundan más los personajes de carácter fuerte. 
 En conclusión, sigo pensando lo mismo: o Modiano no merece el Nobel, o, si lo merece él, lo merecen miles más. Sin embargo, he de admitir que su prosa tiene algo de hipnótico, que atrae a leerlo de principio a fin en el menor tiempo posible.

martes, 22 de noviembre de 2016

Ahora leyendo: "Las aventuras de Tom Sawyer", por Mark Twain

 Supuesta lectura juvenil que el americano trató por todos los medios de orientar hacia "aquellos adultos que hayan sido niños alguna vez". Pero, ya se sabe, los caminos de los señores editores son inescrutables... (o, por el contrario, son demasiado fáciles de conocer... contantes... y sonantes). Lo cierto es que contra los deseos expresos del autor, tanto Las aventuras de Tom Sawyer como Las aventuras de Huckelberry Finn han sido catalogados como literatura infantil y juvenil.
  Pero si lo de los editores tiene nombre, no lo tengo tan claro con algunos críticos. Aquí, un afamadísimo R. Kent Rassmussen (doctor en Historia -ignoro por qué universidad- y profundo erudito en Mark Twain) no tiene mejor ocurrencia para introducir al autor y su obra que compararlo con Harry Potter, el conocido personaje de novelas infantiles creado por J. K. Rowling. Toda la introducción sirve para establecer un paralelismo entre Sawyer y Potter, hasta el punto que ignoro si quería acusar de plagio a la autora inglesa. Rassmussen no aporta apenas datos de Twain, de su formación, ni de su época, ni de sus influencias, ni de nada que no tenga que ver con el famoso aprendiz de mago creado antes de ayer... ¡Así cualquiera escribe una introducción!
  Ya del verdadero Tom Sawyer, hay que decir que es una de esas novelas demasiado coyunturales aun cuando no pretendían serlo. Me explico: Mark Twain trató de hacer un fresco de la infancia y la primera juventud, de sus ilusiones, sus travesuras, sus decepciones, sus alegrías y sus tristezas; algo que es atemporal y común a todos los seres humanos. Sin embargo, no lo logra plenamente. Hoy, su lectura, aun siendo entrañable y amena, huele a moho, a algo añejo y mal conservado. Los comportamientos pizpiretos del chico son demasiado ñoños e inocentes. Se entiende que en el siglo XIX la novela fuera divertida y trajera al recuerdo las experiencias propias del lector, pero hoy ya no lo consiguen. Siendo Twain y Dickens contemporáneos, se echa en falta en el primero los retratos sociales de su sociedad que sí aparecen en el inglés, eso, en mi opinión, provocan la enorme diferencia de calidad que uno encuentra entre Las aventuras de Tom Sawyer y Oliver Twist, por ejemplo.

domingo, 20 de noviembre de 2016

La marginalidad del Nobel.

 Esto de los grandes premios tiene como gran desventaja que nos cargan de prejuicios (aún más) con respecto a sus ganadores. Es una lástima, me da mucha pena, pero no puedo quitarme de la cabeza todos los estúpidos prejuicios que tengo cuando leo a alguien que ha sido galardonado con el Premio Nobel... automáticamente me lo imagino con sobria gravedad y sabiduría, tocado con un insigne bicornio de académico y recibiendo todo tipo de parabienes y halagos. Pero no, no es así, no. Como ejemplo: Patrick Modiano.
  Se vislumbra al leer a Modiano, que su vida no fue un constante pisar moquetas rojas de altas instancias palaciegas. Sus protagonistas son gente desnortada, que camina como zombis por un París sin glamur alguno, sobrellevando vidas grises y sin comprender nada de lo que le acontece. Se vislumbra como digo que todos estos personajes tienen que ver con el propio autor, alguno tiene un tufo a alter ego que apesta... Pues bien, como decía en la entrada anterior, Un pedigrí ya no trata de insinuar nada, es la vida de Modiano (su infancia y primera juventud) sin una pizca de romanticismo. ¿Y qué vida retrata? Exáctamente  las mismas que sus otras novelas. Ahora, eso sí, narra en primera persona y no oculta los nombres de sus padres u otros a los que conoció en aquel periodo de su vida. Vida, en definitiva, tremendamente arrastrada: hijo único "de facto" (su único hermano muere a sus diez años) de un matrimonio roto, con una madre artista de tercera división y un padre siempre al borde de la bancarrota y la prisión, eso por no contar las penurias económicas que le llevaron a cometer pequeños hurtos. Esa fue la vida juvenil del Premio Nobel de Literatura de 2015. No he podido recordar a Jean Genet, ese admirado autor, también francés, que narraba su dura juventud (en este caso un poco mayor que Modiano) que le llevó a ser vagabundo, ladrón y chapero por media Europa. Siempre se dijo que Genet exageraba sus desventuras para hacerlas más apetecibles para un público ávido de desgracias ajenas... ¿será esto aplicable a Modiano?

sábado, 19 de noviembre de 2016

Ahora leyendo: "Un pedigrí", por Patrick Modiano.

 Si todas las novelas de Modiano tienen mucho de autobiográfico, en esta ya lo es todo. El autor narra en primera persona la vida de sus padres y la suya propia sin cambiar nombres, más de forma apresurada, a vuelapluma, que de forma reposada. Ahora, por tanto, no son personajes desarraigados sin un futuro claro que merodean por París de forma errática. Ahora son el propio escritor y su familia los desarraigados.
  Es, tal vez, la tentación de todo escritor: poner negro sobre blanco la propia vida o la de sus familiares, sin molestarse en crear un alter ego con pequeñas modificaciones de uno mismo. En el caso del escritor francés esto era muy obvio, sus personajes se parecían de forma demasiado sospechosa a él mismo... bueno, pues ya se ha producido la metamorfosis...
  De momento me parece lo más flojo que he leído de Modiano... Me preocupa, porque, como creo haber dicho antes, las obligaciones editoriales de aquellos autores de gran éxito (especialmente los galardonados con los premios más prestigiosos) lleva a la publicación de obras muy, pero que muy, menores, muchas de ellas que tal vez no debieran haberse publicado nunca... Veremos...

Inciso cinematográfico: "Indignation", dirigida por James Schamus.

 Una película de este mismo año, con protagonistas juveniles (Logan Lerman y Sarah Gadon, ambos en sus primeros veinte) que se salva, una vez más, por el guion, que es adaptación de la novela homónima de Philip Roth.
 Como en todas las novelas de Roth, en esta también hay elementos biográficos: un chico de origen judío que se despega de la tradición de sus mayores para integrarse en la laica sociedad americana, la situación política y sobre todo social de aquel país en el momento, o las relaciones complicadas con el sexo contrario. En este caso se ambienta en la Guerra de Corea (1950-1953), y el protagonista (Markus Messner, evidente alter ego de Roth) sale de su agobiante realidad familiar como hijo único y gran promesa de su familia de clase obrera para estudiar en un "College" con normas igualmente draconianas. El choque del afán de libertad del chico y las absurdas reglas restrictivas supone el tema principal de la novela y de la película, amén de una tormentosa relación más carnal que otra cosa con una compañera de estudios. El trasfondo de la guerra es importante porque todos los chicos de clase obrera de la época tenían que demostrar que valían para estudiar y que aprovechaban sus becas si no querían ser enviados al frente de inmediato.
  Como en las novelas de Philip Roth, todo, la vida y la muerte, pasa sin grandes alharacas. La reacción del joven ante todo lo que le pasa es más de estupor e incomprensión que otra cosa. En fin, una película pasable, importante para muchos, supongo (especialmente aquellos con situaciones religiosas y sociales semejantes), pero que si es salvable es por la profundidad literaria que tiene el guion. Dicen que en el cine de Hollywood hay una profunda crisis de guionistas. Tal vez debieran seguir este ejemplo y recurrir a la literatura, contemporánea o no, para mejorar algo sus producciones.

viernes, 18 de noviembre de 2016

"Por tierras de España", Antonio Machado.

El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.


Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.


Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.


Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.


Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.


Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y libra la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.


El numen de estos campos es sanguinario y fiero;
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.


Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fue por estos campos el bíblico jardín—;
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.

domingo, 13 de noviembre de 2016

¿Qué decía Kafka?

 Siempre me sentí diferente... sí, como Gregorio Samsa... de hecho, hoy me siento como un escarabajo de metro setenta y ochenta kilos... y sin embargo sé que los deformes son los demás...

miércoles, 9 de noviembre de 2016

"A Reader's Blessing", by Grant Snider (incidentalcomics.com)


"Un loco a cargo del manicomio", por John Carlin, publicado el 9 de noviembre de 2016 en El País.

 No suelo incluir artículos de política en este blog, pero ante el sorprendente resultado de las elecciones presidenciales de Estados Unidos y como "loa" a nuestro nuevo "emperador", publico este excelente artículo de John Carlin que salió en el diario El País del 9 de noviembre de 2016.

 Ocurrió lo impensable. Visto desde el resto de planeta tierra, los estadounidense han sucumbido al suicidio político colectivo.
 Estaban ahí en lo alto de Trump Tower mirando para abajo, contemplando tirarse. Oyeron a los que les rogaban que no lo hicieran pero no les hicieron caso. La locura se impuso a la razón. Se dio el salto al vacío. El delirio se ha hecho realidad.
 Trump en el ala oeste de la Casa Blanca será, en el mejor de los casos, un Cantinflas interpretando el papel de Calígula en una versión moderna del declive y caída del imperio. En el peor, representa una amenaza para la estabilidad mundial.
 Antes incluso del resultado electoral, ante la mera posibilidad de que el bufonesco magnate neoyorquino pudiese ganar las elecciones, el resto del mundo miraba Estados Unidos con una mezcla de risa y pavor. Una historia en The New York Times del lunes contaba que el régimen iraní había roto con su tradición de censura y permitido transmitir en directo en la televisión estatal los debates entre Trump y Hillary Clinton durante la campaña electoral. El Gran Satanás, calculaba, se ridiculizaba solo.
 A la misma conclusión habrán llegado hoy los políticos y demás habitantes de la mayoría de los países del mundo. Pero pocos ahora se van a reír. En Estados Unidos buena parte de la nación llorará: entre ellos muchos de los que tienen un nivel educativo más alto de la media, de los que saben distinguir entre los hechos y las mentiras, de los que se interesan por lo que ocurre fuera de sus fronteras, sin excluir a varios altos mandos del partido republicano que Trump en teoría representa. El desconsuelo será tremendo; la división dentro del país, abismal; la herida social que se ha abierto, imposible de cicatrizar a corto plazo.
 La victoria de Trump es, entre otros horrores, una victoria para la supremacía blanca. Se sentirán incómodos o vulnerables en su país los negros, los hispanos y los musulmanes.
 Los analfabetos políticos que votaron a Trump han caído en lo que la historia juzgará como un acto de criminal irresponsabilidad hacia su propio país y, aunque pocos de ellos lo entenderán, hacia el mundo entero. Que una nación tan próspera con una democracia tan antigua haya cometido semejante disparate pone en cuestión como nunca la noción sagrada en Occidente de que la democracia representativa es el modelo de gobierno a seguir para la humanidad.
 Con la victoria de Trump nos encontramos de repente sin brújula en tierra desconocida. El electorado estadounidense ha preferido un narcisista ignorante, vulgar, racista y descontrolado como presidente a una mujer seria, inteligente y capaz como Clinton. Ha puesto a un loco a cargo del manicomio: lo cual daría risa si uno no se parara a pensar que el manicomio en cuestión es la potencia nuclear número uno del mundo.

sábado, 5 de noviembre de 2016

"Providence 2. El abismo del tiempo", por Alan Moore y Jacen Burrows.

 El "mago del caos" de Northampton continúa su interpretación sui generis de la obra de Lovecraft, con el mismo personaje principal, Robert Black, un periodista homosexual de la Nueva Inglaterra de principios del siglo XX que trata de escribir una novela sobre los extraños acontecimientos que ocurrieron en aquella fecha . Recalco su identidad sexual, porque el autor la destaca de forma insistente y normalmente sin necesidad, tal vez por puro afán provocador.
 Quien conozca a Alan Moore sabrá que es un tipo que se muere por provocar una buena polémica, que adora ser el centro de atención mediático aunque sea inmerecidamente. Esto le lleva a comportarse como un adolescente histriónico deseoso de atraer las miradas embelesadas de sus papás... lo malo es que el tío tiene más de sesenta tacos... En todo caso no se puede negar un cierto talento narrativo al inglés, aunque hay que reconocer que parece haberse especializado en tomar historias y personajes de otros para reinterpretarlos (los personajes de la Liga de los hombres extraordinarios, Jack el destripador, estos de Lovecraft...), parece que aquellos de V de vendetta (su mejor obra sin lugar a dudas) ya han pasado a mejor vida. Aquí, Moore junta varias historias del de Providence, algo que el propio Lovecraft alentó desde que comenzó a escribir. Por tanto no podemos quejarnos en realidad de si Moore está cerca o no del plagio creativo.
 Los dibujos de Burrows son, por otro lado, espectaculares, de lo mejorcito que hay en los cómics hoy en día. Un estilo muy clásico pero de una calidad enorme, algo que eleva la categoría del cómic que, si no fuera por ello, quedaría un poco coja.
  La editorial Panini Comics (sí, la de los cromos) es la que se encarga de publicarlo en nuestro país. Como se supone que es para adultos, con papel bastante cuidado y tapas en cartoné; sin embargo, en Estados Unidos y Reino Unido lo publica Avatar Press, con la típica publicación para jóvenes, en tomitos de poco más de veinte o treinta páginas y sin tapas propiamente dichas, algo así como las revistas pulp de antaño.

domingo, 23 de octubre de 2016

Ahora leyendo: "Bosque Mitago", por Robert Holdstock.

 La lectura compulsiva desde la más tierna infancia deja restos en nuestra memoria que solo la muerte (además del Alzheimer, la demencia senil y otras hierbas) podrán destruir. No son recuerdos sólidos y concretos, sino evanescentes y difusos, pero un servidor los atesora como algo propio que nadie jamás me podrá quitar. Entre estos recuerdos, sin duda están los de lecturas lejanas que nos marcaron o, al menos, nos entretuvieron y protegieron del frío exterior en ciertas épocas; frecuentemente están asociados a lugares o momentos concretos que permiten ser más fácilmente recordados. En este contexto recuerdo Bosque Mitago del escritor inglés Robert Holdstock.
  Esta novela la compré en un aeropuerto mexicano (no recuerdo si el de Puerto Vallarta o el de Distrito Federal) a la vuelta de unas vacaciones con mis padres en 1992. Recuerdo que me gustó mucho (tenía yo entonces veintiún años) y que me pasé el largo viaje enfrascado en su lectura. No soy tan ingenuo como para no admitir que el hecho de que guste más o menos depende de las expectativas que previamente se tenga. Cuando uno compra una novela en un aeropuerto normalmente solo quiere que se le haga más corto el viaje; en aquel aeropuerto mexicano probablemente no encontré muchas alternativas y la posibilidad de comprar prensa del país me interesaría menos aún. El caso fue que, esperando poco de esta novela de ciencia ficción, me encontré con una trama bien urdida, unos personajes sólidos y una prosa más que respetable. Al menos consiguió que mi vuelo sobre el Atlántico fuera llevadero.
  Aquel libro, desgraciadamente, desapareció, como tantos otros, a lo largo de las mudanzas (de casa y de vida) que he experimentado en mis casi cinco décadas, pero el recuerdo, felizmente, sigue aquí. Tal vez fue un ejercicio de nostalgia o el envejecimiento intelectual que llama a las puertas de mi cerebro, pero lo cierto es que hace semanas me dio por volver a pensar en esta novela y, tras una breve búsqueda en Internet, conocí que la editorial Gigamesh la había reeditado recientemente.
 El argumento principal es sencillo pero atractivo: un joven regresa a su casa familiar en Inglaterra tras la Segunda Guerra Mundial, una casa sita en Herefordshire (oeste de aquella nación británica, limitando con Gales) junto a un ominoso bosque primordial, el Bosque de Ryhope. El bosque es un reducto moderno de las antiguas criaturas mitológicas celtas y anglosajonas, que en esa familia llaman "Mitagos". A medida que el protagonista se adentra en dicho bosque, los encuentros con esas criaturas se suceden.

viernes, 21 de octubre de 2016

"La conciencia del escritor", según Max (http://max-elblog.blogspot.com.es/)


Ahora leyendo: "En el café de la juventud perdida", por Patrick Modiano.

 De veras que trato de espaciar los autores para no repetirme leyendo siempre al mismo... pero parece que no lo consigo. Empiezo con En el café de la juventud perdida.
  Son tantos los elementos comunes en las novelas de Modiano, que uno cree estar leyendo la misma novela desde diferentes puntos de vista. Los personajes cambian, claro, pero siguen siendo gente joven perdida que trata de inventarse día a día sin pensar mucho sobre su pasado o su futuro. Otro elemento común: las calles y bares de París, un París sin glamur ni atractivo alguno, más como un paisaje por defecto, sin los elementos arquitectónicos universalmente conocidos de la "ciudad de la luz". Uno imagina al autor como un tipo introvertido, huraño, que apenas tiene relaciones con nadie salvo aquellas que accidentalmente sobrevienen.
  La novedad principal aquí es la narración de los mismos hechos, las mismas personas (especialmente de una persona, una chica apodada Louki), los mismos lugares desde cuatro puntos de vista diferentes, tantos como voces narrativas. Esta técnica narrativa no es nueva, se ha usado multitud de veces por muy diversos autores, pero sigue teniendo como grandes ventajas la subjetividad que aporta al hecho más trivial, y la posibilidad de que el lector vaya descubriendo poco a poco como la trama va encajando, algo así como un puzle literario.

jueves, 20 de octubre de 2016

Encontrado en un libro de Modiano: artículo de Marcos Ordoñez.

 De cuando en cuando leo libros que pertenecieron a otros, la mayoría comprados en librerías de lance, tomados de bibliotecas públicas o, como es el caso, que han sido regalos de personas cercanas. Es interesante encontrar restos de la actividad lectora de esos antiguos dueños que subrayaron algún pasaje que les conmovió especialmente o dejaron perdido entre sus páginas algo pequeño: un marcapáginas, una entrada usada, o algún recorte de periódico. Así, en un libro de Modiano que fue de un familiar cercano encontré este recorte del crítico teatral y columnista de El País, Marcos Ordoñez.
  El texto del artículo hace referencia al autor del libro en el que lo encontré. Es una crítica, en mi opinión, demasiado subjetiva sobre el Nobel francés, pero, en cualquier caso, el recorte seguirá perteneciendo al libro en cuestión, pues alguien conocido lo leyó, le gustó y lo recortó por encontrarlo meritorio o apropiado.  Estos detalles que quedan en los libros son como pequeñas huellas de nuestro paso por la literatura, algunos serán irrelevantes y otros importantísimos, pero nos indican vivencias intelectuales pasadas que, probablemente, no volverán.

jueves, 13 de octubre de 2016

Conclusiones tras leer "El camino del perro".

 Mala, francamente mala. En la entrada anterior clasifiqué este texto de "novelita", pero habría que ampliarlo a novelita mala, porque realmente es mediocre, tanto que, en mi opinión, no merecía haber sido publicada. Esto es, en realidad, algo muy común en el mundo editorial: un autor consigue un éxito de ventas notable (la calidad es, siempre y desgraciadamente, secundaria) y ya tiene asegurada la publicación de las obras que escriba a posteriori o que tenga ya escritas. En el caso de Sam Savage, la primera novela, Firmin, que tampoco es nada de otro mundo, supuso un gran éxito comercial en todo el mundo occidental, tanto que tanto la editorial Coffee House Press (una de las gigantes del otro lado del Atlántico) como Seix Barral (Grupo Planeta, otro monstruo en Europa) le aseguran la publicación de, por el momento, otras tres novelas: El lamento del perezoso, Cristal y El camino del perro.
Sam Savage. Imagen tomada de la página web de El País
  Con todo, esta novela tiene sus virtudes, algunas de las cuales eran apreciables en Firmin: análisis interesante de la vida en sus momentos finales, ausencia de concesiones a lo comercial, tema entrañable y empático... No llega, sin embargo, a alcanzar la calidad de su primera novela, da la impresión de que ya el tema está manido y, simplemente, lo está enfocando por otro lado... en definitiva: que es la misma novela pero ahora no se trata de una rata de librería de viejo sino de un anciano que fue crítico de arte, pero las reflexiones de ambos son prácticamente iguales.

jueves, 6 de octubre de 2016

Arenga del siglo XXI (por Bartleby el escribiente).

 Las masas enfervorecidas gritan con vehemencia: ¡A la ataraxia por la desesperanza! ¡A la ataraxia por la desesperanza! ¡A la ataraxia por la desesperanza! ¡A la ataraxia por la desesperanza! ¡A la ataraxia por la...

miércoles, 5 de octubre de 2016

Ahora leyendo: "El camino del perro", por Sam Savage.

 Siempre digo que no leo literatura contemporánea y siempre miento. Al menos miento parcialmente. Es verdad que me he llevado varias desilusiones graves con autores contemporáneos que son lanzados por las editoriales y sus premios comerciales como nuevos gurús de la literatura de nuestros días, y en realidad no eran más que mediocridades perfectamente olvidables y, sobre todo, indignos de malgastar unas cuantas decenas de horas en su lectura, lo cual me ha llevado a no estar al tanto de las novedades editoriales. No es este el caso de Sam Savage, un escritor estadounidense que ha comenzado a publicar pasados los sesenta años y que conocí por su primera novela: Firmin.
  En Firmin todos aquellos que nos hemos sentido presos de la lectura, todos los que hemos preferido muchas veces bucear en un libro antes de relacionarnos socialmente, todos los que hemos sentido que ese pequeño artículo formado por hojas de celulosa nos protegía de la rudeza de la vida... encontramos un amigo, casi un hermano, en alguien en el que nunca hubiéramos imaginado: una rata. Firmin, que nadie se engañe, no es una gran novela, es una "novelita" breve que, sin embargo, toca nuestra fibra sensible y nos hace sentir un poco menos solos en este mundo... nada más. El camino del perro continúa esa estela, con un personaje marginal, experimentando la soledad de considerarse "el último hombre cuerdo". Se trata de un anciano que pasa sus últimos años en soledad en una casa cuyo barrio sufre un proceso de "gentrificación" y que repasa su vida con no pequeña amargura y sobre todo con desprecio de todo aquello que hace que este mundo siga girando.
  Igual que Firmin no es tampoco una gran obra, es una pequeña novela con un tema universal y con el que muchos coincidimos hasta vernos reflejados en sus pensamientos. La prosa es sencilla y rápida, casi periodística, con lo que su lectura es amena y entrañable, una lectura para reconciliarse con uno mismo aunque esto ahonde la fractura social que sentimos por dentro.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Ahora leyendo: "Diario de un hombre superfluo", por Iván Turguénev.

 Del mismo autor que Padres e hijos, esa supuesta "novela nihilista". El personaje ahora es bastante parecido a aquellos, es un hombre rico, Chulkaturin, que, muriendo en plena juventud, decide escribir un diario del pasado, caracterizado por un pensamiento que le ocupa más que obsesionarle: ha sido un hombre superfluo, alguien que no ha hecho nada relevante en la vida, un cero a la izquierda.
  Somos muchos los lectores apasionados con la literatura rusa del XIX, una época dorada con autores tan  "tremendos" como Tolstoi, Dostoievsky, Pushkin, Oneguin, Goncharov, Gogol o el propio Turgueniev. La agudeza en la descripción psicológica de los personajes, su evolución mental o la verosimilitud y redondez de los mismos hacen de las novelas rusas del XIX verdaderas lecciones magistrales para cualquier "letraherido". De los personajes más arquetípicos del momento son los nobles ilustrados, inteligentes, sensibles, idealistas, pero ociosos cuando no perezosos e inactivos, con una visión nihilista de la vida que les lleva a no mover un solo dedo ante cualquier suceso. Tal vez el mejor ejemplo literario sea Oblómov de Goncharov, un rico hacendado que pasa sus días tumbado en la otomana viendo como poco a poco sus riquezas son robadas por múltiples manos y sus tierras quedan improductivas; todo, siendo el terrateniente un hombre culto y apercibido de lo que ocurre. 
 Ya en el siglo XXI, esa indolencia nos resulta atractiva a todos aquellos que pasamos un mínimo de cinco o seis horas diarias pegados a los libros... tal vez nos vemos reflejados en ellos... nuestra inactividad (física, no intelectual) nos delata...
  Obviamente, cuando Goncharov o Turgueniev crearon estos personajes lo hicieron con ánimo de denunciar la existencia de estos nobles ociosos y perezosos que no colaboraban en absoluto en el enriquecimiento social cuando gran parte de la Rusia zarista del momento se moría, literalmente, de hambre. Pero, en nuestra terrible limitación temporal, hoy, con una superpoblación humana de más de 7.000 millones de seres (según cálculos recientes de la ONU); con guerras sin fin en las que los hombres se enfangan como lo hicieron desde el principio de los tiempos y lo harán hasta que se finiquite esta malhadada especie animal; con comportamientos mezquinos sin límite y, sobre todo, con una repetición sin solución de todos los errores cometidos por nuestros predecesores, la inacción no parece tan reprobable.
 Tal vez, de la misma manera Cervantes creó al bueno de Don Quijote con el afán de burlarse de todos aquellos adoradores de las novelas de caballería de su época, simplemente como un divertimento para los que podían dedicar algo de sus vidas a leer, sin embargo, hoy vemos a Alonso Quijano como el ser más hermoso de la creación, un alma pura perdida en un mar de facinerosos, el idealismo en esencia. Cervantes nunca imaginó que pudiéramos enamorarnos de la honradez sin fin del Quijote o de la sencilla honestidad de Sancho Panza, su meta era deformar los caracteres hasta provocar la risa. En fin... cosas de la literatura... basta con dejar que pasen un par de siglos para que todo se vea bajo otra luz y se reinterprete al socaire de los nuevos vientos...

domingo, 25 de septiembre de 2016

Pequeña crítica a "Engreídas estatuas", de Javier Marías.

 Es habitual la maestría con la que Javier Marías toca casi todos los temas de la actualidad, son análisis certeros y simples pero a la vez cargados de hondura y buen hacer; noto, eso sí, que según pasan los años (Marías lleva décadas escribiendo para Babelia, el suplemento cultural de El País) una mayor dosis de amargura... los años, tal vez.
 En Engreídas estatuas, el autor afea la actitud dictatorial y soberbia de los políticos patrios, principalmente del Partido Popular, aunque tampoco se libran los del PSOE (Marías, sin comprometerse oficialmente, siempre ha dejado claro que escora ligeramente a babor), y los tilda de engreídos y estúpidos. Nada que objetar. Me temo que la mayor parte de los españoles sienten el desprecio supino que sus gobernantes les deparan, precisamente ellos que, ahora se puede percibir, son incapaces de negociar para llevar a buen término la formación de un gobierno medianamente viable que trate de ventilar los innumerables problemas que se ciernen sobre la ciudadanía. Sin embargo, leyendo el nudo del artículo siento que los gravísimos defectos que atribuye a la clase gobernantes están ampliamente distribuidos por la generalidad de la sociedad. Cuando afirma: "Llamémoslos “avasalladores”. Son desconsiderados y despectivos, no escuchan a quienes les señalan (pocos se atreven) sus abusos y defectos, no admiten consejos que los contraríen o amenacen con limitar su voluntad. Cualquier objeción los irrita, por razonable que sea, por mucho que vaya encaminada a ahorrarles un futuro disgusto o una catástrofe. De eso no suelen tener visión, de futuro. Creen, como los niños, que cada presente es inmutable. Así, no se privan de ofender, imponer, sojuzgar y humillar..." creo sentir que se refiere a todo aquellos que ejercen el más mínimo poder sobre cualquier otro ser humano.
 En mi modesta opinión, la propia organización social de la humanidad (no ya de España o Europa, ni siquiera de este siglo o del anterior, sino del ser humano desde que es tal) lleva a que esas actitudes dictatoriales, tiránicas y ofensivas se repitan del nacimiento a la tumba. Es la autoridad del jefe sobre el subordinado; la del padre sobre el hijo; la del rico sobre el pobre; la del sabio sobre el ignorante... la naturaleza del hombre es la de sojuzgar, someter y aplastar a su prójimo. Solo las grandes teorías filosóficas y religiosas (el anarquismo, el cristianismo, el marxismo... no sus pésimas aplicaciones prácticas, sino la teoría pura) nos libra de este comportamiento tan animalesco, pero la historia demuestra tozudamente que el ser humano no aprende, solo repite los errores de sus mayores que lo mantienen enfangado en la violencia contra su igual. Por todo ello creo que el análisis de Javier Marías es acertado pero no solo aplicable a los políticos, sino a todo hombre o toda mujer que quiera ejercer la más mínima autoridad sobre su congénere.

"Engreídas estatuas", por Javier Marías, publicado en el diario El País del 25 de septiembre de 2016.

 Seguramente han conocido, padecido a alguien así en su vida. No es difícil, ya que en España un buen número de jefes o “superiores” responden a esas características. Se trata de personas que por el motivo que sea adquieren poder o ascendiente sobre otros. No han de ser más inteligentes ni perspicaces, ni poseer más talento, ni desde luego ser más sabios. Ni siquiera más prácticos. A menudo son una nulidad completa en todo, pero ay, la suerte los ha bendecido con desenvoltura o abierta desfachatez. Tanta, que desarma a los demás. Estos se quedan perplejos, no dan crédito, y el desconcierto los lleva a no reaccionar, a la paralización incluso. Si el individuo en cuestión es un jefe, no les queda más remedio que acatar y tragar los desafueros, sin rechistar con frecuencia. Pero, ya digo, no es necesario el poder real: hay gente que, sin tenerlo, se abre paso a codazos y con sus malos modales acaba acoquinando al resto. Ese resto, acomplejado, se hace a un lado para evitar choques frontales. La educación lo pierde.
"Hay personas que pretenden que sus vejaciones no se les tengan en cuenta"
 Llamémoslos “avasalladores”. Son desconsiderados y despectivos, no escuchan a quienes les señalan (pocos se atreven) sus abusos y defectos, no admiten consejos que los contraríen o amenacen con limitar su voluntad. Cualquier objeción los irrita, por razonable que sea, por mucho que vaya encaminada a ahorrarles un futuro disgusto o una catástrofe. De eso no suelen tener visión, de futuro. Creen, como los niños, que cada presente es inmutable. Así, no se privan de ofender, imponer, sojuzgar y humillar: no piensan jamás que quien está debajo de ellos pueda estar un día encima, o a su nivel por lo menos. Que puedan necesitarlo o hayan de solicitarle un favor. Su soberbia se lo impide. Ignoran lo que todo el mundo sabe instintivamente: que la vida da vueltas y que, por alto que se sienta uno en la cumbre, conviene establecer vínculos para el porvenir, o no agraviar demasiado, por si acaso. No se molestan en conservar algunos puentes porque otro de sus rasgos es la ufanía: pretenden que sus vejaciones no se les tengan en cuenta. Ni sus insultos, ni sus cacicadas, ni sus injusticias, ni sus putadas. Es raro, pero es así: hay muchos sujetos en España que se portan reiteradamente mal con uno, que le hacen incontables faenas, que lo tratan con despotismo y grosería. O que lo atacan sin piedad ni disimulo. Y después, inverosímilmente, si cambian un poco las tornas, aspiran a que nada de eso les pase factura: su frase favorita en estos casos es “Pero si aquí no ha pasado nada”. Es más, si quienes los sufrieron durante tiempo les niegan el saludo, o una prebenda, o les responden con justificado despecho, entonces se soliviantan y escandalizan, y acusan a sus antiguas víctimas de “intratables” y “rencorosas”, “frívolas” y “egoístas”. Bien, a todos nos pasa que olvidamos más fácilmente las ofensas en que incurrimos que aquellas de las que somos objeto. Pero no hasta ese punto. Los avasalladores no es que olviden exactamente las por ellos infligidas, es que les restan toda importancia porque en el fondo creen que tenían derecho; y aunque su poder ya no sea el de antes, están convencidos de que se debe a un equívoco y regresará naturalmente. Se siguen sintiendo acreedores a él, y por tanto esperan que los viejos siervos, si bien ahora emancipados o con la sartén por el mango, continúen plegándose a sus deseos. Niegan la realidad, no saben verla, están enfermos. Se cruzan de brazos y aguardan a que los demás les rindan pleitesía por sus inexistentes carisma y gracia. A menudo sólo despiertan cuando se ven echados a patadas, rebajados o destituidos. En 1789 algunos tuvieron despertares peores.
 Esta clase de delirio, de imprevisión absoluta, parecería difícil que se diera colectivamente. Y sin embargo asistimos a uno de estos extraños casos clínicos. Rajoy y su Gobierno han sido estos avasalladores durante cuatro años de mayoría absolutísima. Han despreciado a todo el mundo y no han atendido a las razones de nadie. Ni de los otros partidos ni de la ciudadanía. Ni de los médicos y enfermeros ni de profesores y estudiantes. Ni de los jueces y fiscales ni de los parados y pobres. Ni de los comerciantes ni de las clases medias. Han impuesto leyes injustas y recortado derechos y abusado fiscalmente, han desahuciado a mansalva mientras inyectaban dinero a los bancos. Su partido ha practicado la corrupción enfermizamente. No han dado explicaciones de nada y han menospreciado al Congreso. No digo que, contra toda cordura, no les toque seguir gobernando si no hay otro remedio. Lo que no pueden hacer es cruzarse de brazos, no pedir disculpas ni rectificar mil medidas, no hacer concesiones infinitas a cambio de unos votos o abstenciones. Y el PSOE, dicho sea de paso, tampoco puede cruzarse de brazos y no aplicarse con los cinco sentidos a exigírselas: me refiero a las disculpas, las rectificaciones y las concesiones. Así da la impresión de que estemos, los ciudadanos, en manos de engreídas, estúpidas estatuas.

viernes, 23 de septiembre de 2016

"Finding Your Voice", por Grant Snider (www.incidentalcomics.com).


Ahora leyendo: "Accidente nocturno", por Patrick Modiano.

 Aparentemente, todos los relatos de Modiano tienen un tono reconocible desde los primeros párrafos: es como una voz anodina, tediosa que narra hechos sin sorpresa alguna, casi "sin sangre". Accidente nocturno también tiene esa característica, es todo como muy casual, sin apenas darse importancia.
  Por otro lado, un personaje colectivo fundamental en sus narraciones es la ciudad de París, que es tratada más que como un fondo, como si fuera parte activa de la trama.Los distintos barrios y principales avenidas forman parte del relato imprimiendo un carácter propio que, en buena parte, explica la acción. En Accidente nocturno todo empieza de forma igualmente banal: un joven es atropellado sin graves consecuencias por una desconocida; tras recuperarse, éste trata de recordar todo lo acontecido y relaciona a la mujer con etapas pasadas de su vida. Sorprende la inexistente vehemencia con la que cualquier circunstancia es tratada, la pasividad extrema de una vida vulgar pero tratada, eso siempre en Patrick Modiano, desde la primera persona, otra característica del francés: narrar en primera persona.
  Con todo, cada texto es cada texto, y éste, en particular, me está pareciendo un tanto flojo, al menos no me está enganchando como otros que anteriormente leí.

martes, 13 de septiembre de 2016

Ahora leyendo: "Los cien días", por Joseph Roth.

 Una novela de la que no tenía constancia, publicada esta vez no por Acantilado sino por la editorial Pasos Perdidos, pero con la impronta del genial Joseph Roth: Los cien días.
  Larga novela para ser de Roth, que acostumbraba a mostrar su inmensa capacidad de síntesis psicológica en relatos o novelas breves. Esta vez no es la caída del Imperio Austro-húngaro y sus terribles consecuencias para alguno de sus súbditos, sino la caída de Napoleón, pues narra los cien últimos días del emperador, desde su regreso de la isla de Elba hasta la batalla de Waterloo. Por tanto, Roth se vuelve a fijar en los perdedores, si en la mayoría de sus textos son perdedores anónimos, "del montón", ahora no es sino uno de los mayores personajes de la historia. 
  Los primeros capítulos que he leído, sin embargo, no me han satisfecho en gran manera. Se percibe la mano de Roth, pero todo parece mucho más pomposo y pierde la naturalidad apreciable en otros de sus relatos, parece como si el autor se hubiera esmerado "demasiado" en escribir una buena novela, dotándola de una grandilocuencia y afectación que la perjudican en exceso. Me recuerda a esa pésima novela América de Kafka, una novela en la que el inmortal praguense trató de convertirse en escritor y que es precisamente eso: mala, pomposa, grandilocuente y vanidosa... nada que ver con perlas de la literatura universal como La metamorfosis, El proceso o El castillo. Tal vez estos textos fueron escritos por el checo en un estado de semiinconsciencia debido a la fiebre o a una mente calenturienta, mientras que América fue un intento plenamente consciente de "dejar algo para la posteridad".

lunes, 12 de septiembre de 2016

Inciso cinematográfico: "Mary and Max" (2009), dirigida por Adam Elliot.

 En cine de animación no son frecuentes las películas para adultos (dicho esto para las películas que tienen una temática o una forma de explicar los temas que se les escapan a los niños y son propios para personas más maduras, no porque incluyan sexo explícito o violencia) no son habituales. Mary and Max, una cinta hecha con la técnica del "Stop motion" y con figuras de "Claymation" (un tipo especial de plastilina), es una excepción, y una verdaderamente buena.
  Se cuenta, con grandes dosis de ironía y, sin embargo, verosimilitud, la amistad aparentemente imposible entre una niña australiana con muy baja autoestima y una familia disfuncional (padre ausente casi todo el tiempo y madre alcohólica y cleptómana) con un neoyorquino judío de mediana edad con fobia social y vida aparentemente vacía. La relación de amistad se establece de forma epistolar cuando Mary toma por azar la dirección de Max en una guía de teléfonos y comienza a contarle con pelos y señales su terrible vida familiar y su extraña concepción del mundo; Max contesta en un tono casi igual de infantil con su absurda interpretación vital. Aunque les separe medio mundo, más de una generación y grandes diferencias culturales, la amistad epistolar arraiga en este par de desarraigados sociales.
  La técnica de animación está muy depurada, al nivel de grandes cintas a las que estamos ya más que acostumbrados, pero lo mejor, en mi opinión, es lo inusual del guión. Sea porque toda producción cinematográfica se debe a la taquilla para sobrevivir o que, directamente, se busca el lado más comercial, casi todas las cintas de animación son un tanto ñoñas, "pastelotes" bienintencionados pero hechos con muy poco talento; Mary and Max no es así, es terriblemente sarcástico con la sociedad biempensante, así, los personajes son verdaderos inadaptados, pero son auténticos héroes. En verdad, la película es una celebración de la diferencia, de la gran virtud que supone que cada ser humano sea un mundo aparte, de aquellos que no se rigen por convencionalismos o por correcciones políticas sino que se aceptan a sí mismos con naturalidad. Es, en definitiva, una reivindicación de la "normalidad de la anormalidad".

viernes, 9 de septiembre de 2016

Ahora leyendo: "Tres desconocidas", por Patrick Modiano.

 De nuevo esa prosa apática, cuidada pero sin emoción, en la que el personaje principal se siente extraño, desarraigado, incomprendido por sí mismo. En este caso son tres relatos sobre tres chicas que, en el momento de romper con su infancia e iniciar su adultez, tratan de abrirse un humilde camino en París contra viento y marea, por ello, tal vez, el título: Tres desconocidas.
  El título se adapta bien a las circunstancias de las chicas, que son tres desconocidas para la gran sociedad, pero puede que incluso para sí mismas. Eso es lo que más me atrae de Modiano, la ausencia de personajes heroicos, decididos, voluntariosos y tesoneros, no, son siempre gente perdida, pero no en el sentido que los "triunfadores sociales" les darían, sino como gente que no sigue un camino prefijado para su vida, que se ensimisman ante las circunstancias que les acontecen, como si fueran espectadores de sus propias vidas más que protagonistas.
 Es imposible no acordarse de Gregorio Samsa, el desarraigado literario por excelencia, aquel tipo que, llevando una vida organizada y rutinaria, amanece un buen día convertido en un gran escarabajo... Sí, Kafka y Modiano tienen mucho en común, y, por ello, son tan radicalmente modernos, pues tanto se alejan de los acartonados héroes de las novelas del siglo XIX que ahora solo dejan un tufillo a afectación, naftalina y moho.
  Tal vez esos sentimientos de alienación, desarraigo y ensimismamiento sean los que diferencian a los humanos decentes y medio inteligentes del resto de la masa (los triunfadores sociales) que se drogan con la seguridad y confianza que les dan sus principios, creencias o la adoración a sus dioses (principalmente el más importante, el polimorfo dios dinero, con sus presentaciones variadas: consumismo, fama, posición social, títulos académicos, etcétera).

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Ahora leyendo: "The Fellowship of the Ring", por J.R.R. Tolkien.

 Sigo con la lectura en su lengua original de las más conocidas obras de Tolkien, tras The Hobbit, comienzo The Fellowship of the Ring, primera parte de The Lord of the Rings.
  De lo poco que he leído hasta el momento (un par de capítulos, aparte del prólogo en el que Tolkien recuerda quiénes eran los hobbits) me ha sorprendido el salto cualitativo con respecto a The Hobbit. La primera novela de esta saga (fue publicada en 1937) me pareció, ya lo dije, un tanto infantil, con una trama poco elaborada y unos personajes planos que no evolucionaban psicológicamente, tanto que las películas de Peter Jackson mejoraban notablemente el original literario; The Fellowship of the Ring, sin embargo, muestra a un Tolkien mucho más maduro, con una prosa más elaborada, con una descripción de los personajes mucho más trabajada. Esta novela fue publicada en 1954, y, sin duda, la mejora literaria es espectacular.
  Con todo, me alegro de estar leyéndola en inglés, pues en castellano tal vez me hubiera parecido un poco "sencillota", aunque no tan ramplona como El hobbit. No hago referencia al argumento, porque es tan archiconocido que huelga hacerlo, quede dicho,eso sí que la capacidad que tiene Tolkien de hipnotizar al lector para meterlo en una historia absolutamente inverosímil (por fantástica, claro, no por mala) es una definición excelente de la función de evasión que tiene la literatura desde sus comienzos.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Ahora leyendo: "El gato", por Georges Simenon.

 Lo primero que leo de Georges Simenon, reputado escritor, académico de la lengua francesa de Bélgica, leído por millones de europeos en el pasado siglo XX, ganador de decenas de premios literarios en lengua francesa... Y no había leído nada de él más que nada por prejuicios... Porque Simenon es conocido como uno de los maestros de la novela negra y policíaca, así como por su personaje detectivesco principal: el Comisario Maigret, y, a mí, la narrativa negra ni fu ni fa. Pero rebuscando en librerías encontré esta novela breve.
  De momento he de reconocer una maestría narrativa no muy frecuente en nuestros días; una capacidad de descripción notable, especialmente en el análisis psicológico de los personajes; así como la creación de una atmósfera realista que dota de gran verosimilitud a la trama. Es una historia vulgar pero atractiva precisamente por su normalidad: la convivencia infernal de un matrimonio de ancianos que dedican todas sus energías y saberes a hacerse daño mutuamente. De tan creíble como es, se hace desagradable de leer, tal vez porque lo hayamos vivido en parejas mayores de familia o conocidos.
 Todo, además, tiene un tono detectivesco, sobre todo en la forma de mostrar el maltrato que se deparan, casi como un investigador "diseccionaría" la escena de un crimen.

lunes, 29 de agosto de 2016

Ahora leyendo: "Ropero de la infancia", por Patrick Modiano.

 No suelo leer literatura contemporánea, más que nada porque nunca sabe uno cuando un autor tiene mérito suficiente o es todo puro artificio editorial; tampoco valoro especialmente a aquellos escritores que han sido distinguidos con el Premio Nobel, por la misma razón. No obstante, aquí estoy con Patrick Modiano, regalo y recomendación de uno de los pocos familiares que todavía cuentan con mi cariño y consideración.
  Y, de hecho, como no me preocupo por los premios literarios y demás vanidades, solo conocía a este autor de oídas, lo cual, visto por otro lado, me permite ser más objetivo al juzgarlo. De primeras me ha recordado enormemente a Albert Camus, tanto por la forma aparentemente indiferente a la hora de narrar como por la ambientación en una mestiza ciudad norteafricana (presumiblemente Tánger) tan cercana al Orán de El extranjero.
 De momento poco más. Es una lectura sencilla, sin aparente complicación, una trama lineal con alguna analepsis y poquito más. Destaca la aparente pasividad de los personajes ante sus vivencias.
  En todo caso, la extrema sencillez de la prosa no auguraría el premio Nobel, pero ya se sabe... la literatura es también un arma nacional y todos los países (en este caso Francia) quieren enorgullecerse de tener un nacional con tan alta distinción.

domingo, 21 de agosto de 2016

Ahora leyendo: "The Hobbit", por J.R.R. Tolkien.

 Tal vez ha sido leer a Roald Dahl en su lengua nativa, lo cierto es que algo ha despertado en mí las ganas por leer en inglés (la única lengua que, tristemente, puedo leer fluidamente además del español). No sé, tal vez el intenso cambio mental que supone leer en una lengua que no es la materna me estimula lo suficiente como para leer a autores que, lamento decirlo, están, literariamente hablando, muchos escalones por debajo de los que leo en castellano. Así, leer en inglés a Tolkien, a Dahl o a King tiene un aliciente que hacerlo en mi lengua probablemente no tendría. Comienzo, pues, con este.
  Lo más curioso es que este libro es una edición de 1988 recuperado de mi casa familiar, lo cual presupone que yo lo compré a la tierna edad de diecisiete o dieciocho años. Más que nada porque teniendo en cuenta la patética incapacidad lectora de mi familia (más aún si cabe en una lengua extranjera) no queda otra posibilidad más que un servidor lo introdujera en aquella casa, algo que no consigo recordar haber hecho y que seguro no he leído.
 Refiriéndome ya a la novela fantástica en concreto (y habiendo visto numerosas veces las adaptaciones cinematográficas dirigidas por Peter Jackson) encuentro que, a diferencia de lo que siempre se dice, la película supera al texto. Sí, puede ser una excepción, pero así es. En el texto de Tolkien las relaciones entre los personajes están mucho menos desarrolladas que en la película, los propios personajes son más planos y no hay evolución psicológica de los mismos; de hecho el texto me está pareciendo un poquito simplón (incluso leyéndolo en inglés).
  La personalidad de Thorin, por ejemplo, está mucho mejor diseñada en la película, que lo presenta como un tipo (un enano, vaya) con  sus problemas en el pasado, con resentimiento hacia muchos (hacia los elfos, hacia Bilbo...), con una personalidad complicada en definitiva; en el libro esto no está desarrollado, lo cual da una imagen más infantil, menos adulta. Las dudas de Bilbo ante la aventura que tienen por delante, su miedo a fracasar está muchísimo más desarrollado en el film que en la novela, esto, también mejora la trama, ya que la dota de verosimilitud y hondura.

viernes, 19 de agosto de 2016

"Needles and Haystacks",por Grant Snider, o la dificultad creativa, tanto como encontrar un aguja en un pajar.

Imagen tomada del sitio www.incidentalcomics.com

"Cuentos" de Borges, recopilados por la editorial Debolsillo (grupo Penguin Random House).

 No me gusta Borges. Y no comprendo a aquellos que le incluyen en el mismo grupo de Cortázar (aparte, claro está, de los intereses editoriales que llevaron, en esa época, a obligar a leer a los incautos a todos aquellos autores nacidos en algún país latinoamericano). Existen, aparte de la contemporaneidad y nacionalidad alguna escasa coincidencia como la de ser principalmente cuentistas... ahí, en mi opinión, acaba toda semejanza.
  Los cuentos de Cortázar son imaginativos, incluso absurdos, tratan (así lo interpreto) de desmontar la realidad dándole la vuelta como un calcetín. Eso me seduce muchísimo, consigue sacarme una sonrisa, algo que, por desgracia, siempre fue difícil en mí (y cada vez más). Borges también deforma la realidad, pero de una forma muy sutil, en realidad lo más notable en sus textos es la erudición. Borges tenía una verborrea propia de un profesor autista (perdón por la redundancia), de alguien que suelta de todo con un nivel cultural que, al menos a mí, embota. Y, tal vez, esa sea la cuestión: tanto Borges como su amigo Bioy Casares no pretendían contar nada, simplemente elaboran reseñas ingeniosas y un tanto absurdas, demostrando un dominio de la lengua verdaderamente extraordinario, amén de la erudición antes mencionada.
 Pero en este miserable mundo de seres finitos conscientes de su pequeñez, la pretensión es norma. Así, poca gente que quiera ser tomada por culta se atreverá a decir que no le gusta el escritor porteño.
  La unión entre los términos "Borges" y "obra maestra" es, por desgracia, demasiado frecuente.