jueves, 30 de junio de 2016

Conclusiones tras leer "La noche", por Elie Wiesel.

 En mi opinión, la mayor parte de las pequeñas recensiones que las editoriales colocan en sus contraportadas son pésimas, frecuentemente el esforzado trabajador de dicha "empresa cultural" se ha leído un par de decenas de hojas y cree que ya conoce el argumento principal; como consecuencia uno suele sorprenderse al leer completamente la novela (se sorprende de que se haya leído tan poco y de forma tan superficial ese libro y de que haya gente así que pueda tener un empleo remunerado). Sin embargo, otras veces la reseña de la contraportada es incluso mejor que la propia novela, o, al menos, promete delicias intelectuales que el texto defrauda. Este último es el caso de la edición de Austral de la novela de Wiesel.
Imagen tomada de Commons Wikimedia.
  Los de Austral ponen en la contraportada: "La noche es un relato goyesco situado en Auschwitz que trata la muerte de Dios en el alma de un niño". Francamente, me sedujo la frase. Ya dije que he leído todo lo que de calidad se ha escrito sobre el Holocausto en un plano autobiográfico, pero este nuevo enfoque lo superaba: la venganza de la víctima no en el verdugo físico, los nazis, sino en el gran verdugo espiritual, Dios. Tras leer esa reseña empecé a elucubrar una evolución psicológica en Wiesel que le llevara de ser un adolescente profundamente religioso a un joven (adulto ya por la barbarie) decididamente ateo, esperaba un verdadero juicio sumarísimo al sumo hacedor... pues no, no hay más que un par de airadas "impertinencias" ateas. En fin, estos de Planeta saben cómo atraer a quien quiere ser atraído.

miércoles, 29 de junio de 2016

sábado, 25 de junio de 2016

Ahora leyendo: "Trilogía de la noche", por Elie Wiesel.

 Después de Cortázar y sus imaginativos y sorprendentes cuentos (algunos un poco más flojos que otros, para ser totalmente honesto) vuelvo a unos terribles eventos narrados por multitud de escritores de los cuales, gracias a ellos, tengo un conocimiento francamente exhaustivo: el Holocausto. Había leído sobre Wiesel pero, no sé por qué, no lo conocía directamente; tal vez porque habiendo leído a Primo Levi, Imre Kertész, Ana Frank, Art Spiegelman o Jiri Weil parecía un tema ampliamente conocido, pero ahora pienso que nunca está suficientemente conocida la barbarie humana para que sirva como vacuna frente a su repetición... sea como fuere comienzo con otro de los clásicos sobre la Shoah, en la recopilación de sus tres novelas, claramente autobiográficas, en el título Trilogía de la noche, que incluye La noche, El alba y El día
   Apenas llevo leídas treinta páginas, pero me ha llamado poderosamente la atención la rapidísima (diría incluso apresurada) prosa de Wiesel: son todo frases cortas, sin apenas descripción ni florituras, como certeros disparos de fusil. Entiendo que es una estratagema estilística para conferir seriedad y sensación de brutalidad a hechos que en absoluto son  triviales, hechos que marcaron el siglo XX y, por ende, la existencia en sí misma de la humanidad, ya sin siglo concreto. Wiesel narra en primera persona, no oculta los nombres de sus familiares directos (varios de los cuales fueron asesinados a su llegada a los campos de exterminio), esto solo aporta crudeza a la narración, pues hay que ser muy estúpido o muy insensible para no conmoverse con un relato tan personal de un salvajismo que aniquiló a más de seis millones de seres humanos.
  Los de Austral (grupo Planeta) explican en su contraportada que la primera novela de la trilogía, La noche, es "un relato goyesco que trata la muerte de Dios en el alma de un niño". Esa es la gran virtud de repensar y replantear asesinatos masivos como el Holocausto, que, además de inmunizarnos, nos permite teorizar sobre la naturaleza del mal humano, la tendencia que todo hombre tiene hacia ese abismo y, por extensión, la posibilidad de escapatoria de allí para llevar una vida razonablemente honorable en los años que nos sea dado existir.

miércoles, 22 de junio de 2016

Ahora leyendo: "Final del juego", por Julio Cortázar.

 ¡Qué diferencia! Pasar de Walser a Cortázar es como pasar de un árido desierto a un florido y entrañable jardín. No está mal traída esa imagen de "árido desierto" para calificar la narrativa de Robert Walser, al menos para aquellos que somos capaces de adivinar la gran valía literaria del suizo y su afinadísima percepción de la realidad social humana. El argentino es, por el contrario, el chorro de agua fresca que te reconcilia con la vida, con su suave ironía, riéndose de las estupideces humanas... 
  Final del juego es una recopilación de relatos (verdadera esencia de Cortázar, que es mucho mejor cuentista que novelista, en realidad Rayuela es una excepción) en los que destripa hechos absolutamente cotidianos dotándoles de una trascendencia inusitada. En los dos primeros relatos, Continuidad de los parques y No se culpe a nadie retuerce la trama de una forma tan original, que hace que el resto de los escritores parezcan meros funcionarios cuadriculados. En Continuidad de los parques, Cortázar entrelaza la realidad con la ficción lectora, haciendo que los personajes cobren vida y actúen con el lector, algo que todos los que somos lectores empedernidos hemos sentido más de una vez: cuando la lectura se hace tan real que cuesta distinguir entre lo vivido y lo leído; pero Cortázar lo hace en apenas dos hojas, con una sencillez y de una manera tan directa que uno no puede releer el relato un par de veces más para gustar de nuevo la maestría del escritor. Esta forma de acabar de forma tan abrupta que deja al lector gratamente sobresaltado es muy frecuente en Poe, del cual el propio Cortázar se declaraba deudor.
  En No se culpe a nadie, un relato dramático de lucha contra la adversidad no es sino la dificultad que encuentra un hombre normal y corriente para ponerse un jersey (pulóver en la acepción rioplatense); así de sencillo... y así de complicado. Obviamente para leer y entender a Julio Cortázar (como a todos lo grandes escritores) hay que tener sensibilidad y leer entre líneas, pero cuando se consigue entender al argentino, uno no puede menos que reírse de la solemne bobería humana, de su pretenciosa aparatosidad que por desgracia nos contamina a todos. 
 Julio Cortázar ha estado presente en muy distintas épocas de mi vida. Ya escribí con anterioridad que no me gustó Rayuela, leyéndola como fuera, linealmente o como proponía el autor, pero los relatos, especialmente aquellos contenidos en Historias de cronopios y de famas me han salvado con frecuencia de la depresión recurrente que, de no haber sido por Cortázar y otros, habría acortado notablemente mi vida.

martes, 21 de junio de 2016

Conclusiones tras leer "Jakob von Gunten".

 Me temo que las conclusiones que voy a dar ahora son semejantes a las que di tras leer El paseo. Siento emociones contrapuestas: Walser fue un hombre de una sensibilidad (esa forma de inteligencia tan poco frecuente y tan denostada) extraordinaria, capaz de entender la realidad que nos rodea de un modo que casi toda la sociedad (compuesta en un 99,99 % por mastuerzos con retraso mental) ni en diez vidas seguidas sería capaz de conseguir; pero también Walser es, al menos cuando escribía Jakob von Gunten alguien que roza la enfermedad mental con ribetes obsesivos y seguro que más de un trastorno obsesivo compulsivo.
  Por otro lado, Jakob von Gunten es una novela hija de su tiempo. En ella se perciben los cambios propios del fin de ciclo social en que vivió Robert Walser: de la sociedad ultratradicionalista basada en jerarquías inamovibles y en protocolos obsoletos a otra más abierta, más igualitaria y menos rígida. Tal vez fue la Primera Guerra Mundial el hito que marcara definitivamente ese cambio en Europa.
 En conclusión, he disfrutado y sufrido a partes iguales con esta novela. He disfrutado con la ingenuidad con que describe la belleza más sencilla, aquella que no se compra con dinero, con títulos u otras vanidades humanas; pero también he sufrido ante la forma en que se muestra la corrupción humana, de una forma amoral, sin juzgar, aceptándola como algo natural y propio del hombre. En fin... dejo a Walser de lado y me sumerjo en la antítesis de su cosmovisión: Julio Cortázar.

martes, 14 de junio de 2016

Ahora leyendo: "Jakob von Gunten", por Robert Walser.

 Francamente, tengo serias dudas de que termine de leer Jakob von Gunten. Cuando leí El paseo tuve sentimientos encontrados: el texto era casi una prosa poética delicada y sentimental que busca la belleza en lo más nimio de las cosas, a la vez que, por comparación, "deja en bragas" a las altisonancias y vanidades de los seres humanos; pero también destila una humildad extrema que roza en la indignidad y el "autoaniquilamiento" personal. Este último rasgo de El paseo se hace desagradable, antinatural y rechazable; es un gusto morboso y enfermizo por la autoflagelación que lleva a un ser humano no a la humildad compatible con el respeto por uno mismo y los demás, sino a la enfermedad psiquiátrica y el suicidio. Bien, pues en Jakob von Gunten el desprecio propio parece ser la nota dominante. Para muestra, un botón: "Pero de algo estoy seguro: el día de mañana seré un encantador cero a la izquierda, redondo como una bola. De viejo me veré obligado a servir a jóvenes palurdos jactanciosos y maleducados, o bien pediré limosna, o sucumbiré".
  Ese es el tono general de Jakob von Gunten, francamente infumable. Sigo adelante (de momento) por tratar de encontrarme con ese sentimiento de admiración arrobada por la belleza más sencilla y que era palpable en cada párrafo de El paseo
 También me ha desagradado en extremo la pequeña reseña que los de Debolsillo ponen de Enrique Vila-Matas al respecto del libro (ya sabemos que el metaliterario Vila-Matas tomó a Walser como personaje de su Doctor Pasavento).Vila-Matas, que indaga en el alma humana (principalmente de escritores y personajes de ficción), busca la razón última para que un tipo como Walser quiera pasar totalmente desapercibido, humillarse a sí mismo y aniquilarse hasta que llegue la muerte. La pequeña cita de Vila-Matas es: "Todos somos Jakob von Gunten" sería la frase eslogan, que me niego a decir. Digamos que me contento con decir que yo soy Jakob Von Gunten al servicio de ustedes, como siempre. En fin, el catalán es un tío de humor fino y, además, alguien que gusta de los ejercicios intelectuales como a otros les gusta ver fútbol o beber cerveza, englobaré, pues, como mera finta intelectual esa frase.
  Porque en la despreciable sociedad humana, los Walser no son tan raros, yo tuve alguno en mi misma familia. Cierto es que, tal vez de manera especialmente abundante en estos países tan autoritarios del sur de Europa, son preponderantes los individuos engreídos y con afán de notoriedad (también los hay, claro, en mi familia), hay generales jactanciosos y petulantes que envíen a una muerte segura a abyectos soldados que entregarán sin pestañear sus vidas para que el ya condecorado pecho del general se cargue más de medallas. Pero es evidente que no puede existir general si no hay soldados, ese principio fundamental se escapa en estos casos. Quiero decir con esto que la existencia de tipos abyectos como Robert Walser son necesarios para que otros puedan pisar sus cuellos. Entiendo que Vila-Matas nos lleva a un juego intelectual y que todos aquellos que le leen son suficientemente inteligentes y tienen espíritu crítico como para entender esto y que todo queda en puro entretenimiento; pero la autocompasión (autodestrucción incluso) en la que se regodea de forma morbosa y enfermiza Robert Walser me produce náuseas.

domingo, 12 de junio de 2016

Cuadragésimo novena Feria del Libro de Valladolid.

 Este año, la Feria del Libro vuelve a la Plaza Mayor, sitio del que nunca hubo de salir y si lo hizo fue por las corruptelas políticas de siempre.
  Otros años estuvo en la Cúpula del Milenio, adefesio arquitectónico que nunca gustó a nadie salvo a los que lo encargaron y los que lo construyeron, muy amiguitos todos de poder repartirse dinero público. De hecho el Gremio de Libreros de Valladolid y todas sus librerías asociadas (las pequeñas, no las grandes nacionales, sino las propias de la ciudad) se habían negado a acudir a dicho edificio; ahora, con la vuelta a la Plaza Mayor, verdadero corazón de la ciudad, vuelven a estar presentes.

viernes, 10 de junio de 2016

Ahora leyendo: "La familia Moskat", por Isaac Bashevis Singer.

 Sigo leyendo a Singer por las mismas razones que ya expuse en otra entrada: me atrae la pulcra narración de una compleja cultura (la judía askenazi) que fue borrada de Europa en el siglo pasado a sangre y fuego, una cultura rica y atrayente como la que más que, por desgracia, solo podemos conocer hoy por las vías escritas y artísticas; también leo a Isaac Bashevis Singer porque tiene una prosa cuidada, tranquila y libre de modismos que hace que sea un placer leer y que deja a la mayor parte de los escritores modernos al nivel del betún.
  Pero, además, leer a Singer es entrar en un mundo en el que el reloj no existe, es alienarse por completo en el placer de la lectura, es formar parte de la historia narrada por muy lejana que inicialmente parezca. Esta forma de desaparecer de la existencia propia para entrar en otra que está impresa en una acumulación laminar de pasta de papel que vulgarmente conocemos como libros ha sido siempre una de las razones fundamentales por la cual un servidor es lector.
 La familia Moskat cuenta las peripecias vitales de una rica familia de la Varsovia de finales del XIX y principios del XX. Sin embargo, el autor describe tan minuciosamente a los personajes, que uno podría trasladar esos tipos al comienzo del siglo XXI y tal vez solo llamaría la atención por sus atuendos; quiero decir con esto que la narración es atemporal, los vicios y virtudes de los personajes son los de ahora y siempre.
  Ya he despotricado con anterioridad sobre los premios literarios que, en realidad, no son sino estrategias de mercadotecnia para vender más producto (en este caso son libros pero bien podrían ser bragas), bueno, pues toda regla tiene su excepción, quizás Isaac Bashevis Singer si fue un justo merecedor del Premio Nobel en 1978.

miércoles, 8 de junio de 2016

Emily Dickinson, a vueltas con el suicidio (soga), depresiones (precipicios y pozos) y adiciones (seda)...

 
Imagen tomada de Commons Wikimedia


La Seda no podría salvarte de un Abismo,
pero una Soga sí -
Sin embargo una Soga a modo de Recuerdo
no es hermosa -

Pero hay un Precipicio en cada paso -
y un Pozo en cada pausa -
Dicho esto, ¿qué eliges, Soga o Seda?
El precio es razonable -


Floss won't save you from an Abyss / But a Rope Will - / Notwithstanding a Rope for a Souvenir / Is not beautiful - // But I tell you every step is a Trough - / And every stop a Well - / Now will you have the Rope or the Floss? / Prices reasonable -  (Traducción de Rubén Martín).

martes, 7 de junio de 2016

Conclusiones tras leer "Mendelssohn en el tejado", por Jiri Weil.

 Tras haber leído Mendelssohn en el tejado, no puedo dejar de calificar a Jiri Weil como uno de los más grandes escritores europeos sobre el Holocausto.
  Su prosa es rápida pero no en exceso, hay suficientes descripciones. Lo que más me ha llamado la atención es la sencillez con la que es narrado el horror, no hay dramatismo alguno, los asesinatos, torturas, degradaciones de todo tipo son contados con una normalidad que pasma, como si fueran hechos cotidianos sin maldad ni brutalidad. Pone en ese escribir plano, casi sin emociones la Operación Antropoide, en la que se eliminó al Protector del Reich de Bohemia y Moravia, uno de los máximos artífices de la Shoah, Reinhard Heydrich, así como los esfuerzos para sobrevivir de la población judía de Praga. 
  Es asombroso que alguien que sufrió la barbarie genocida de los nazis consiga enjugar los sentimientos para producir un texto tan aséptico, tan limpio. En realidad el producto final es el contrario en el lector: conmueve más cuando es narrado de forma tan sencilla (al menos, claro está, para los que tenemos sensibilidad suficiente).
 Un gran descubrimiento, en definitiva. Según los de Impedimenta, en breve sacarán la versión en español de Vida con estrella, una novela sobre las experiencias del propio Weil sobreviviendo en Praga bajo la dominación nazi; ansío poderla leer. 

sábado, 4 de junio de 2016

Ahora leyendo: "Mendelssohn en el tejado", por Jiri Weil.

 Inicio con este autor judío checo de la primera mitad del siglo XX, con una vida azarosa e interesante donde las haya. Weil nació en una pequeña ciudad cerca de Praga en 1900, estudiará letras en la universidad de aquella ciudad; a sus veinte años se convierte en un ferviente comunista y marcha a Moscú donde entrará en contacto con la élite intelectual rusa; sufrirá las purgas estalinistas por criticar el régimen soviético y probará la brutalidad del gulag en Kazajistán; en 1935 regresará a Praga ya bajo ocupación nazi, allí, debido a su alta preparación intelectual y cultural, será encargado de dirigir el Museo Judío, eso sí, con fecha de caducidad, cuando haya de ser deportado a un campo de exterminio; Weil no se amilana y finge un suicidio para evitar el "lager"; vivirá oculto en Praga durante toda la guerra, sobreviviendo, según parece, en un estado de salud lamentable; por último, en la Checoslovaquia comunista dirigirá de nuevo el Museo Judío de Praga y continuará escribiendo, todo hasta que muera de cáncer en 1959.
  Con una vida tan complicada pero llamativa, pudo haber sido un escritor mediocre, que duda cabe, pero al menos vivió experiencias que puestas negro sobre blanco pueden ser más que notables. Mendelssohn en el tejado narra las peripecias de un checo con aspiraciones a miembro de las SS, un tal Schlesinger, cuyo apellido podría ser judío aunque el es católico y poseedor del certificado ario que le exonera del campo de exterminio. Schlesinger es uno de los más bajos escalones de los ocupantes nazis en Praga, se encarga de tareas subalternas y engorrosas, pero tiene tal afán de convertirse en parte de los dominadores que cumple todas las órdenes con prontitud y miedo por fallar; dentro de estas órdenes está retirar la estatua de Mendelssohn (compositor, ya se sabe, de origen judío) del tejado del Rudolfinum (máxima sala de conciertos de música clásica) de Praga. La situación es tan hilarante que, no sabiendo quien es Mendelssohn, decide quitar la estatua que tenga la nariz más grande, siguiendo las instrucciones racistas que le dieron en su formación nazi sobre las razas superiores e inferiores. Cual será su pesar, cuando descubre que de todas las estatuas, la del apéndice nasal más grande no es sino la de Richard Wagner, gran referencia musical del Tercer Reich.
  Y, como decía un viejo concurso de la televisión pública, "hasta aquí puedo leer". De momento, el tipo de humor, un tanto absurdo pero muy sutil, es semejante al de Jaroslav Hasek y su soldado Svejk. En el prólogo firmado por Philip Roth, este se deshace en elogios hacia Weil, y lo compara con Isaac Bábel, tal vez porque ambos sufrieron las iras del sistema comunista en cuanto comenzaron a escribir de forma libre, saliéndose de la estrecha pauta que les habían marcado.

viernes, 3 de junio de 2016

Conclusiones tras leer "El desierto de los tártaros", de Dino Buzzati.

 Conclusión principal: menos mal que era una novela breve, si no no la termino. No quiero ser radical, esta novela está muy bien escrita desde el punto de vista estilístico, francamente correcto, pero... no me ha dicho nada de nada.
  Ya dije en la entrada anterior que este tipo era periodista de Il Corriere della Sera, y, desde luego, se nota. La novela muestra una maestría en la narración, la de alguien que domina a la perfección el arte descriptivo... pero a la novela le falta "alma". Da la impresión de que alguien le encargó una novela sin tema concreto, Buzzati tomó uno cualquiera y empezó a escribir... todo bien, salvo que El desierto de los tártaros aburre hasta a las ovejas. El mejor trasfondo que he conseguido encontrar de este texto es la analogía del destino en la Fortaleza Bastiani del protagonista, el teniente Drogo, con la vida en sí misma: la pérdida de la ilusión juvenil al devenir todo en tediosa rutina. Por lo demás, una novela totalmente olvidable.

miércoles, 1 de junio de 2016

Ahora leyendo: "El desierto de los tártaros", por Dino Buzzati.

 Según parece, Dino Buzzati (1906-1972) fue un autor de grandes ventas en Italia, siendo esta novela breve, El desierto de los tártaros, la más famosa. Se trata de una novela a medio camino entre el naturalismo y la ciencia ficción, o al menos así lo entiendo yo: se narra con objetividad los años de formación militar de un joven teniente, Giovanni Drogo, en una alejada fortaleza en el inicio de un desconocido desierto; por otro lado la incertidumbre de dicha fortaleza, en qué país está, en que período histórico, etcétera,  crea un suspense que podría llevar al texto a ser una novela de ciencia ficción.
  Aquí, la edita Alianza editorial, y mi ejemplar, modernamente adquirido, es de la tercera edición. 
 Tan solo llevo seis capítulos (de treinta) leídos, pero de momento no me está dando ni frío ni calor. Es una prosa ligera, de aspecto periodístico (el propio Buzzati fue periodista para Il Corriere della Sera durante la mayor parte de su vida profesional), con alguna descripción más lograda y detallada. Según los de Alianza editorial, la trama "se halla cargada de resonancia que la conectan con algunos de los más hondos problemas de la existencia, como la seguridad como valor contrapuesto a la liberad, la progresiva resignación ante el estrechamiento de las posibilidades, o la frustración de las expectativas de hechos excepcionales que cambien el sentido de la existencia". En fin, me parece un tanto pretencioso, pero esperemos a avanzar más en la historia.
  El miedo que me suscitan estos autores es que, a pesar del gran éxito que hayan conseguido a lo largo de las décadas, puede que no sean más que un mero éxito editorial, no verdaderamente literario. Me explico: he leído autores consagrados por público y crítica, con novelas que se citan en toda charla literaria que se precie de tener cierta altura, y que, en realidad, no son sino excelentes productos de marketing que no merecen tales flores. Un ejemplo claro es el de Salinger, que fue encumbrado por la industria editorial norteamericana con su El guardián entre el centeno, una obra perfectamente olvidable, pero que fue elevada a la más alta categoría por una industria ávida de vender productos. Con todo, Italia no es Estados Unidos, y mi experiencia como lector de textos de autores italianos es que es una situación bastante semejante a la española, con una industria potente capaz de vender bien verdaderos bodrios, pero no de forma tan exagerada como en el país americano. Veremos que tal avanza la novela.