sábado, 25 de marzo de 2017

"Berlín, ciudad de piedras", por Jason Lutes

 Creo que pocos  episodios históricos son más rentables desde un punto de vista literario y artístico en general que la llegada del Tercer Reich y las convulsiones sociales y políticas que se produjeron en la Alemania de los años 20 y 30 del pasado siglo. El cómic de Jason Lutes (encuadernado de forma "aparentemente" lujosa para darle el prestigio adquirido con la nueva denominación, novela gráfica) se inspira en aquellas coordenadas espacio-temporales.
  Este es el primer tomo de una pretendida trilogía, pero lo cierto es que los dos primeros volúmenes llevan varios años en el mercado y el tercero no ha aparecido y no se le espera en breve; tal vez es una obra demasiado ambiciosa o no ha cosechado el éxito que se anhelaba, vaya usted a saber. 
 En el primer tomo se presenta a Martha Müller, estudiante de arte proveniente de Colonia y a Kurt Severing, periodista. Ambos tienen una visión certera de la situación del país (casi parecieran omniscientes) y sufren en sus carnes ser disidentes del nacionalsocialismo que día tras día se va imponiendo, ya sea la disidencia por cuestión racial o de pensamiento. El dibujo, en blanco y negro, es del clásico estilo de "línea clara", con algunas viñetas dedicadas a calles y plazas de Berlín de una calidad francamente alta.
  La trama tal vez sea un poco previsible, pero tiene suficiente mordiente para un cómic que, una vez más, demuestra que este subgénero literario es válido para temas serios e importantes.

Ahora leyendo: "El barco faro" de Siegfried Lenz.

 Lo primero que leo de Lenz. Según parece a este tipo se le incluye en la llamada "Literatura de escombros" alemana en la que destacan Günter Grass y Heinrich Böll, de estos sí he leído bastante. Lo de "literatura de escombros" hace referencia a que estos escritores estuvieron activos en la posguerra de mitad del siglo XX. Todos nacieron en torno a los años veinte, con lo que fueron movilizados por el Tercer Reich aunque fuera con extrema juventud. El proceso mental de asimilar la guerra, la derrota y práctica destrucción nacional, así como los horrores de los que sus compatriotas (y vaya usted a saber si ellos mismos) fueron autores, les lleva a un proceso intelectual que, puesto negro sobre blanco, generó una de las páginas más interesantes de la literatura europea del siglo XX.
  Y esa es, en mi opinión, una de las funciones más interesantes de la literatura: la de exorcizar los demonios que, con regularidad periódica, convierten a los seres humanos en una de las especies animales más abyectas. Si no fuera por la labor terapéutica de la lectura y la escritura, la humanidad no llegaría a comprender en su totalidad los horrores que comete con una frecuencia tan alta. En el caso que nos ocupa, Alemania no sería hoy una sociedad moderna y sana si no hubiese conseguido liberarse de la barbarie del nacionalsocialismo gracias a la catarsis social por vía literaria.
 Sea como fuere, Siegfried Lenz conforma un triunvirato destacado con Böll y Grass, ambos Premio Nobel de literatura. Lenz no fue premiado con tan alta distinción, pero sí fue un escritor ampliamente leído y admirado en Alemania.
  Por lo poco que he leído de momento, se observa una descripción psicológica de los personajes muy notable, algo que es característico de la literatura generada tras grandes derrotas militares (piénsese, por ejemplo, en la Generación del 98). En El barco faro, el personaje principal, Freytag, es un tipo pacifista que trata de sobrellevar una situación sobrevenida de gran peligrosidad de una forma tan moderada que es considerado un cobarde por el resto de la tripulación, incluido su propio hijo; tal vez esto sea una metáfora de todos los intelectuales alemanes de posguerra que fueron capaces de hablar sin medias tintas del profundo error que supuso el Tercer Reich, comenzando por los errores propios.

sábado, 18 de marzo de 2017

"El secreto del estrangulador", por Tardi y Siniac.

 Los franceses son muy aficionados a la narrativa policiaca o novela negra, no hay más que recordar a Georges Simenon, Léo Malet o Didier Daeninckx, y con ellos también el autor de este cómic, Pierre Siniac. Pero ahora pienso en que, en realidad, novela negra hay en todas las lenguas europeas, piénsese en Conan Doyle y Agatha Christie, la caterva de escandinavos recientes o incluso nuestros Vázquez Montalbán o Lorenzo Silva. En cualquier caso, los que usan la lengua de Molière tienen la fortuna de haber sido "pasados" al cómic por uno de los grandes dibujantes del continente: Jacques Tardi.
 La colaboración entre escritores de notable reputación y dibujantes de la calidad de Tardi produce novelas gráficas de una calidad inigualable, algo que se echa en falta cuando los dibujantes son también los escritores (como es el caso de los grandes Hugo Pratt o Vittorio Giardino). Parece ser que el tal Pierre Siniac tiene publicadas en el país vecino varias decenas de novelas policiacas y algún que otro premio para tal literatura. Y de Tardi... ¡qué decir! Uno de los artífices que han conseguido que el cómic de toda la vida así llamado (en España, las más de las veces, tebeo) renaciese como "novela gráfica", no porque cambiara el tipo de viñeta sino porque la temática se volvía mucho más adulta. En este caso es novela negra, como los de la serie del detective Nestor Burma; pero en otros es novela autobiográfica, como los cómics que Tardi dedica a su padre cuando éste fue prisionero de guerra de los nazis; o incluso de la Revolución Francesa. Jacques Tardi toca temas que décadas antes hubiera sido impensable que se pudieran tratar en un género tan inicialmente infantil o juvenil como el tebeo.
 Tardi dibuja principalmente en blanco y negro, lo cual refuerza la sordidez del ambiente en la novela policiaca y en la bélica. Por otra parte, no se limita a ser dibujante, en toda su obra transmite un profundo antibelicismo y una consciencia de pertenencia a la clase obrera que desdeña el poder político y social. En fin, uno de los grandes del cómic franco-belga.

Ahora leyendo: "La muñeca de nieve y otros cuentos", de Nathaniel Hawthorne.

 De la mal llamada "literatura victoriana" (mal llamada porque tal literatura sería achacable solo a lo escrito en el Reino Unido durante el reinado de dicha reina, no en Estados Unidos como es el caso), Hawthorne es de lo que más me gusta últimamente. Concita la prosa del americano la descripción minuciosa, la adjetivación profusa, pero también el gusto por lo oscuro, lo sobrenatural o, al menos, lo extraño. Este pequeño volumen editado por Acantilado así lo demuestra.
  El relato que da título al tomo muestra ese gusto vicioso por lo antinatural e ilógico que da ese toque picante a vidas que, sin ello, serían demasiado aburridas, demasiado previsibles. Pero además, el bueno de Nathaniel cumple con otra característica muy frecuente entre algunos victorianos, en este caso del otro lado del Atlántico: su defensa cerrada de los ciudadanos más desfavorecidos de la sociedad, los proletarios, los pobres de solemnidad, los desahuciados de esta insigne humanidad que son adornados con todos las virtudes habidas y por haber, mientras que los ricos y poderosos son mostrados en su inmensa bajeza moral. Me viene a la cabeza Dickens, por supuesto, que no tiene novela o relato en los que los protagonistas no sean desheredados que tratan de salir adelante contra viento y marea, mientras son explotados por los pudientes. Excepciones hay, claro, como la "pedorra" de George Eliot, capaz de escribir un tomo tan largo como tedioso como es Middlemarch en la que se regodea de la anodina vida de los de alta cuna como ella misma.
  Los cuentos de este tipo son pequeñas joyas que aguantan perfectamente el paso del tiempo, otra razón para no leer literatura contemporánea, sometida al mercadeo editorial que impide distinguir el grano de la paja.

domingo, 12 de marzo de 2017

"El principito", cómic de Joann Sfar basado en la obra de Saint-Exupéry.

 Me gusta mucho Sfar como dibujante. Tiene un estilo muy personal, con dibujos un tanto desastrados y colores nítidos (una interpretación propia del "cómic de línea clara"), pero sus personajes y paisajes, de tan cambiantes en la forma, tienen algo de onírico. Sin duda, Joan Sfar supone una nueva punta de lanza del incombustible cómic franco-belga junto con otros autores jóvenes como Benjamin Lacombe (más un ilustrador que dibujante de cómic) que se une a la de los inagotables veteranos como Jacques Tardi.
 De Sfar tengo sus cinco tomos de El gato del rabino y Chagall en Rusia. Es, aparentemente, un tipo muy interesante, que no duda en poner en tela de juicio (sin críticas rencorosas sino a la luz de su inteligencia) su cultura y educación judía en el mundo de hoy; esto lo convierte en alguien muy atractivo no solo como dibujante sino también como escritor e intelectual.
 Su adaptación de El principito, en cualquier caso, es extremadamente fiel a la novela de Antoine de Saint-Exupéry, no se toma libertad creativa alguna. De la obra de Saint-Exupéry, ¿qué decir? Por supuesto que es uno de los textos más malinterpretados de la historia, empezando por su clasificación como "literatura infantil o juvenil" cuando es claramente para adultos con criterio propio, hasta la superficial interpretación de los personajes principales y secundarios que son una feroz crítica del mundo hipócrita de lo establecido y de la estupidez humana.
  Claro que, tal vez, el hecho de que Saint-Exupéry fuera un noble que desde niño tuvo de todo, que luego casó con una millonaria y llevó una vida regalada dificulte el hecho de conceptuarle como un crítico inmisericorde de la sociedad. Y sin embargo, doy fe que el "niño bien" de Saint-Exupéry realizó una de las burlas más mordaces y atinadas de la tristemente simiesca (con el permiso de los inocentes simios) sociedad humana en su obra más conocida.