viernes, 21 de diciembre de 2018

Ramones, "I Don't Wanna Grow Up".

When I'm lyin' in my bed at night
I don't wanna grow up
Nothing ever seems to turn out right
I don't wanna grow up
How do you move in a world of fog that's
always changing things
Makes wish that I could be a dog
When I see the price that you pay
I don't wanna grow up
I don't ever want to be that way
I don't wanna grow up
Seems that folks turn into things
that they never want
The only thing to live for is today...
I'm gonna put a hole in my T.V. set
I don't wanna grow up
Open up the medicine chest
I don't wanna grow up
I don't wanna have to shout it out
I don't want my hair to fall out
I don't wanna be filled with doubt
I don't wanna be a good boy scout
I don't wanna have to learn to count
I don't wanna have the biggest amount
I don't wanna grow up
Well when I see my parents fight
I don't wanna grow up
They all go out and drinkin all night
I don't wanna grow up
I'd rather stay here in my room
Nothin' out there but sad and gloom
I don't wanna live in a big old tomb on grand street
When I see the 5 oclock news
I don't wanna grow up
Comb their hair and shine their shoes
I don't wanna grow up
Stay around in my old hometown
I don't wanna put no money down
I don't wanna get a big old loan
Work them fingers to the bone
I don't wanna float on a broom
Fall in love, get married then boom
How the hell did it get here so soon
I don't wanna grow up

jueves, 20 de diciembre de 2018

Inciso cinematográfico: "El capitán", dirigida por Robert Schwentke.

 Una de las películas más ásperas que he visto en los últimos tiempos... y una de las mejores. Desde luego no es una película para alguien que busque finales optimistas que ayuden a creer en la humanidad... no, es exactamente lo contrario: lo deja a uno con la misantropía por las nubes. Así que los que ya lo somos de modo natural...
 La película narra los últimos años de vida de Willi Herold, un soldado alemán que, al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando ya el Tercer Reich estaba a punto de caer, encuentra en un vehículo abandonado un uniforme de capitán de la Luftwaffe y decide (o más bien se ve impelido a ello) ponérselo y fingir la identidad del oficial. Con este inicio, el argumento podía haber ido hacia la búsqueda de la supervivencia en sí misma, sin caer en la animalidad que rodea al ser humano cuando perpetra la mayor barbarie que inventó: la guerra. Porque, esto es lo terrible, el argumento de esta película está basado, según parece de forma muy fiel, en una historia real.
Imagen tomada del sitio www.filmgalerie451.de
 No, Willi Herold no trata de huir y salvar la vida con su uniforme falso de capitán. Con bastante ingenio y firmeza afirma ser un enviado personal del mismísimo Hitler para comprobar cuál es el estado de moral de las tropas en el frente y, sobre todo, para castigar a los desertores. Como consecuencia, Herold se convierte en el mayor asesino de entre los asesinos de una guerra (valga la redundancia). Llega a campos de internamiento para desertores (muy semejantes a los campos de concentración en los que asesinaron a seis millones de judíos, a gitanos, homosexuales y demás víctimas del concepto de superioridad de la raza aria), allí torturará y matará de las formas más atroces posible a todos los que se encuentra, con un grado de sadismo que es difícil de aguantar. Al final de la guerra, Willi Herold será juzgado y encontrado culpable de asesinar a ciento veinticinco personas, al menos que se pudiera demostrar. Sentenciado a muerte, fue ahorcado en 1946. Edad de la criatura al "entregar el alma": veintiún años. En poco más de dos décadas de vida, el tal Herold se convirtió en uno de los seres humanos más animalescos que la guerra ha creado.
Imagen tomada del sitio cinestatic.de
 Ya digo que, según parece, la película es extremadamente fiel a la vida de esta joya. Es áspera como pocas, muy probablemente haya habido espectadores que no hayan soportado las casi dos horas de metraje. Y, sin embargo, es excelente como vacuna frente a la estupidez humana, frente a las guerras (las grandes y declaradas, y para las pequeñas guerras cotidianas a las que parece que todos estamos llamados). Está rodada en blanco y negro, no podría ser de otro modo, los colores parecen impropios en el salvajismo de la guerra. No hay banda sonora alguna que pueda aportar el más mínimo rasgo de lirismo. Los actores, aunque ninguno tiene un papel para lucirse, cumplen con total verosimilitud a sus roles. 
 Algo, a mi modo de ver, muy interesante es que en ningún momento aparecen soldados de otra nacionalidad que sea la alemana. Así se pone de manifiesto que la brutalidad del hombre no distingue entre nacionalidades, culturas, religiones, política... No hay buenos y malos, aquí todos son del mismo bando y todos son malos. Es seguro que existieron Willis Herold rusos, franceses, británicos...El ser humano sigue siendo el mejor depredador del ser humano, no hace falta más que una pequeña chispa para que brote un incendio que sólo se puede apagar con la eliminación sádica de millones de vidas.
 En fin, como decía al principio, una buenísima película antibelicista de estas que deja un amargo sabor de boca para todos los que tenemos la inteligencia emocional suficiente como para ver que en la sociedad actual no estamos tan lejos de una guerra.

martes, 18 de diciembre de 2018

"El jugador", de Dostoyevski.

 Una novela breve (una novelette) para el grosor de las obras del buen Dosto; apenas 230 páginas de análisis psicológico de jugadores empedernidos que emponzoñan sus almas en la ficticia ciudad balneario y de ocio de "Roulettenburg" (el propio nombre ya es una burla a esas pequeñas ciudades que aparecieron como setas en la Europa Central de la segunda mitad del XIX), entre ellos Aleksei Ivanovich, evidente álter ego de Fiódor Mihajlovič. Igual que éste, aquél se debate entre un amor apasionado (y, en general, la persecución de todo aquello joven con faldas) y una ludopatía rampante.
 Hay elementos comunes a otras obras de Dosto: la prosa enrevesada que, a veces, da la impresión de perder el hilo al empezar un argumento demasiado profusamente; la alucinante capacidad de descripción psicológica de los personajes (¡nadie como Dosto!);  o la muestra de la degeneración moral más evidente pero sin hacer burla de ella, mostrándola como disecciona el cadáver un forense. Cuenta la leyenda que escribió esta novela breve en menos de un mes, más bien, dictó la novela a su secretaria, la cual se convertiría en su segunda esposa, bajo la amenaza de su editor de quedarse en propiedad con todo lo que escribiera posteriormente (¡ah, la figura del editor, siempre tan malinterpretada!). 
 Al margen del carácter autobiográfico de El jugador, también está presente la sempiterna crítica de Dostoyevski a la sociedad rusa, siempre tan prepotente, tan arrogante y a la vez arruinada y sumisa si puede conseguir un simple kopek que jugarse en la ruleta. Aquí la figura que sirve de arquetipo de esa Rusia del quiero y no puedo es el General Zagorianski, gran derrochador en tiempos de abundancia para luego vivir de la caridad, todo ello sin perder la soberbia de su rango y raza.
 Pero como antes decía, lo mejor es la descripción psicológica de los personajes, capaz de hacer un fresco del alma del ruso emigrado que no encuentra su lugar en una Europa demasiado diferente; el retrato es a veces bravo, a veces ridículo, pero siempre atormentado,  probablemente como fue la vida del autor.

"Perdido entre libros y monstruos"

 "Perdido entre libros y monstruos", así me siento. Los libros me acompañan voluntariamente, pues yo los elegí y los elijo; pero los monstruos, algunos en mi cabeza, otros reales, me acompañan a mi pesar. Me crie entre monstruos... me criaron monstruos... lucho cada día por no convertirme en uno de ellos...

lunes, 10 de diciembre de 2018

Conclusiones tras leer "Grandes esperanzas", de Dickens.

 Al leer Oliver Twist o La tienda de antigüedades era muy evidente que originalmente habían sido escritas para ser publicadas por entregas; es decir, que todos los capítulos acaban con un pequeño giro argumental que deja en ascuas esperando la siguiente lectura... pura técnica de mercadotecnia... Con Grandes esperanzas no he encontrado esto de forma tan notoria, aunque, según parece, también se publicara de esta forma. Con todo, (espero que lo que voy a decir no suene soberbio) hay momentos bajos en esta última novela; capítulos enteros que podían ser suprimidos sin que el resultado final se resintiera lo más mínimo. Tal vez (al margen de los temas meramente economicistas para el escritor y su editor) la forma de leer de 1860 no tenga nada que ver con la de 2018. Sin duda hace ciento cincuenta años aquellos que tenían posibilidades de leer lo hacían de forma más sosegada que nosotros, con lo cual lo que ahora despreciamos como "paja" era el desarrollo a velocidad normal para que la trama fuera cuajando en el recuerdo del lector. Quizás se leía menos pero se leía mejor...
Imagen tomada de Commons Wikimedia
 Por eso, cuando digo que la mal llamada Literatura victoriana es, en buena medida, literatura "de té y pastas" no pretendo ser tan despectivo como parece, en realidad yo añoro una vida de té y pastas, no me cabe la más mínima duda de que las vidas apresuradas que llevamos en el siglo XXI nos idiotizan de una forma que no llegamos siquiera a entender.
 En fin, Dickens es, como siempre, el gran maestro del retrato psicológico de sus protagonistas. No solo los describe con una precisión que hace que el lector llegue a creer conocerlos mejor que a sus propios amigos y familiares, es que además lleva la narración en la evolución psicológica de los mismos de un modo tan verosímil que parecen más personajes de carne y hueso que literarios. Bien, querido Charles, espero volver en breve a disfrutar de tu inestimable compañía.

viernes, 23 de noviembre de 2018

"Pen Names", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com)

Imagen tomada del sitio www.incidentalcomics.com

"Grandes esperanzas", por Charles Dickens.

 Si tuviese que elegir el escritor que más me ha llenado, el que me ha hecho buscar minutos de donde sea para seguir leyendo, el que mejor concita la creatividad argumental con la calidad literaria, aquél que sea atemporal, aquél que no se deje llevar por las modas o las tonterías de cada época... ése sería, sin duda, Charles Dickens. De los demás, muchos me han gustado puntualmente, aunque también me han decepcionado; no he encontrado un solo autor presente o pasado que no tenga obras menores, peor pergeñadas, con personajes menos redondos o argumentos más simplones... todos menos Dickens. En él no he encontrado hasta la fecha nada parecido a flojear, literariamente hablando. Ahora continúo este placer con Grandes esperanzas.
 Una vez más, Dickens toma partido por la clase proletaria. Ahora el protagonista es Pip, apódo de Philip Pirrip, un huérfano maltratado, en general por la vida, y en particular por su hermana y otros habitantes de Kent. Dickens, profundo moralista, vestirá al chico con todas las virtudes y escaso aditamento material, pero, por supuesto, llegará a convertirse en un caballero, es decir, alcanzará el "cielo social", a pesar de todas las patadas, coces y mordiscos que le dará la vida. 
 Lo genial de Dickens es la naturalidad con la que narra todo, sin buscar altisonancias presentes en otros autores de la llamada "Literatura victoriana". La delineación de los personajes tiene una calidad difícil de alcanzar, uno acaba conociendo como si fuera de carne y hueso a los personajes que sólo son "negro sobre blanco". Esa es una de las mejores características de las novelas dickensianas, que los personajes son tan redondos que acaban por convertirse en verdaderos arquetipos, sobrepasando el ámbito literario para consagrarse en el real.
 Mejor que explicarlo yo, copio un pequeño fragmento en el que el propio Pip analiza su carácter sensible y tímido en el mundo despiadado en el que le ha tocado vivir con tanta madurez y concreción que resulta todo un análisis psicológico aplicable a miles de seres humanos, algunos de los cuales, desgraciadamente, me lo encuentro en el espejo a diario:
 La manera como me había criado mi hermana me había hecho muy sensible. En la reducida esfera en que viven los niños, sea quien fuere su educador, no hay nada que los afecte tanto y les cause mayor dolor que la injusticia. La injusticia de que se hace objeto a un niño puede ser muy pequeña, pero él también es pequeño, al igual que su mundo; en cambio, su caballo de cartón es tan alto, en proporción, como un caballo irlandés. En mi fuero interno me mantuve, desde los primeros años de mi infancia, en constante conflicto con la iniquidad. Desde que comencé a hablar me había dado cuenta de que mi hermana era injusta conmigo al comportarse de modo tan caprichoso como violento. Estaba convencido de que su método de crianza no le daba derecho a tratarme a empujones; y atribuyo mi carácter tímido y en extremo sensible a la circunstancia de haber sufrido infinidad de castigos y haber tenido que meditar en soledad y sin protección de nadie.

sábado, 17 de noviembre de 2018

"Amok", de Stefan Zweig.

 Recopilación de relatos (hoy, tal vez, clasificados como novelas breves) del gran autor de Austria-Hungría junto con Joseph Roth. Autor de prosa lenta, adjetivada, con multitud de oraciones subordinadas, léxico muy rico... literatura de calidad, vamos. El relato que da nombre a el volumen de Acantilado, Amok, es la narración de una obsesión de un hombre cultivado e inteligente que es subyugado por una mujer dominante, con tintes freudianos muy evidentes. Como característica común el fin de la mayor parte de los protagonistas: el suicidio. Nada banal si sabemos cómo acabó sus días el propio Zweig.
 Según parece, Stefan Zweig escribió (o, al menos, publicó) en 1922 este relato, veinte años de suicidarse. ¿Tal vez la muerte autoinfligida pasó por la mente del vienés desde su juventud? Sus biógrafos más reputados apuntan a la desesperación que sufrió al ver el entonces imparable avance de las huestes nacionalsocialistas por toda Europa, la destrucción, por tanto, del mundo del que disfrutó con gran éxito en su juventud. Por tanto, se infiere que Zweig se suicidó ante la incapacidad de ver cómo la intolerancia, la intransigencia, el autoritarismo militarizado, el racismo y el ultranacionalismo se imponían a la tolerancia, la democracia civil, la mezcla de culturas y razas y el internacionalismo; probablemente, aunque por supuesto no de forma perfecta, lo que de facto suponía el Imperio Austro-húngaro.
 Sin embargo, la presencia del suicidio del protagonista cerrando estos relatos escritos veinte años antes de que el autor mismo lo cometiera desmiente esa presunta razón de la desesperación ante la situación política. Por tanto, no es descabellado afirmar que el suicidio siempre formó parte del planteamiento vital (valga la contradicción) del propio Zweig. 
 En todo caso, la calidad literaria del autor vienés supera ampliamente este aspecto menor (al menos en el ámbito narrativo). Stefan Zweig es, sin lugar a dudas, uno de los mejores escritores de la primera mitad del siglo XX, y estos relatos son una pequeña muestra para comprobarlo.

viernes, 16 de noviembre de 2018

"Mamá"


 Sólo tengo esta foto. Me apena, me avergüenza, me duele, pero al mismo tiempo me ilusiona. Es una foto en blanco y negro de una chica joven, no más de veinte años; su gesto serio, excesivamente formal da una solemnidad un tanto patética a la imagen. Es una foto de carné, con lo cual sólo se percibe el cuello de la tosca blusa blanca que lleva. No sé si su cara muestra más seriedad o más miedo, pero es la cara de alguien a quien el mundo le vino muy grande. Y no sé más. No sé su nombre, aunque lo necesito saber, por lo cual le doy el poco ocurrente nombre de Eva, la primera mujer. Sólo sé que esa chica tan seria, tan joven, aparentemente tan pobre tenía veinte años hace casi cincuenta… y que esa chica es mi verdadera madre.
 Esa chica, mi verdadera madre, dista mucho de aquélla a la que he llamado mamá desde la infancia. Lo supe recientemente: soy hijo adoptivo. La revelación, a mi edad, tan avanzada, supuso, como es entendible, un shock del que apenas me he repuesto. Sucedió de forma casi fortuita, contra la voluntad de mis padres… quiero decir, de mis padres adoptivos. Fue una gestión administrativa (un empadronamiento) lo que me llevó a conocer que los señores que me educaron, alimentaron y vistieron no son mis padres biológicos. Tras la revelación no pude menos que hacerles mil preguntas, preguntas que les extrañaron, les dolieron y esquivaron… desde entonces la relación quedó ya rota.
 Seguí indagando en registros civiles para ver si podía encontrar a mis verdaderos padres biológicos, y, aunque pueda parecer inverosímil, conseguí encontrar una persona, antigua amiga de mi familia (ahora familia adoptiva), que me habló de mi madre. Hay historias que por cercanas duelen más que otras, aunque no se llegara a conocer a las personas que las protagonizaron. Tirando del hilo, mejor, de la lengua de esta persona, pude conocer la historia. Lamentablemente no pudo recordar su nombre, pero con ayuda de una vecina suya de avanzada edad me contó que mi madre biológica era “la hija de Rosario”, una chica cándida con poca cabeza y muy crédula que “fue engañada por un vivales” que la abandonó sin haber cumplido los veinte años, sin oficio ni beneficio, embarazada de tres meses. Al parecer, sus padres, estrictos católicos (intuyo que no debían saber lo que esto significaba) la pusieron inmediatamente en la calle. Fue recogida por unas “caritativas” monjas que la mantuvieron hasta que dio a luz, dejando el niño, yo, en adopción. Según parece, mis padres entraron en contacto con esas monjas y se llevaron la criatura como quien se lleva una lechuga. De mi madre biológica poco más se supo: no quiso seguir con las monjas y su autoritarismo paternalista lleno de reproches y de sentimiento de culpabilidad y se echó a la calle. A partir de ahí todo fue cuesta abajo: prostitución para poder vivir, alcoholismo para sobrellevarlo… un día la encontraron muerta a los pies de un precipicio… probable suicidio.
 La amiga de aquella vecina tenía un contacto, o eso dijo, con alguna exmonja que había servido en aquel convento para “chicas descarriadas” en torno al año 70. Por su mediación se consiguió esta foto de carné en blanco y negro que ahora tengo en mis manos, no consiguió saber su nombre. No es más que una chica joven y asustada… pero ahora sé que es mi madre… la llamaré Eva.

martes, 13 de noviembre de 2018

"Pero ¿qué será de este muchacho?", por Heinrich Böll.


 Casi todo lo escrito por Böll está a medio camino entre la narrativa y el ensayo. Lo que leí con anterioridad es más narrativa, pero este breve texto es más ensayo. Como la contracubierta de la edición de Galaxia Gutenberg informa, es una reflexión sobre la llegada al poder del Partido Nacionalsocialista en Alemania, cuando el autor cuenta quince años. Recupera todos los pensamientos, sentimientos y observaciones de alguien joven pero ya plenamente consciente de la barbarie y sinrazón que había conquistado su país. No escatima adjetivos ni razonamientos.

Böll pertenece a la llamada “literatura de escombros”, por haber sido escrita en el país centroeuropeo tras la Segunda Guerra Mundial, en una situación de demolición física pero también moral de su sociedad. Con él hay otro premio Nobel, Günter Grass y Siegfried Lenz. Los tres (y algún autor menor más) destacan por su agria crítica a la entrega medio consciente medio inconsciente que sus compatriotas hicieron hacia los nazis y su salvajismo. Creo haberlo escrito en otra entrada que de los tres el más honesto me parece Böll. Grass negó hasta que le mostraron la evidencia que había llegado a militar en las juventudes hitlerianas. Hubiera sido un milagro que hubiera podido escapar a ello, salvo que hubiese emigrado, y tampoco era nada tan terrible, solo había que asumir la culpa de haber sido envenado y obligado por su sociedad a no salirse del rebaño luciendo una esvástica en su uniforme. Queda fuera de toda duda la denuncia y repulsión del nazismo por parte del autor de El tambor de hojalata, así que negar la evidencia fue un error absoluto. Por contraposición, Heinrich Böll siempre admitió haber formado parte de las dichosas juventudes hitlerianas, justificándose como antes dije por la falta total de libertad en su país en aquella época. Su sinceridad, a mi modo de ver, le honra.
  Al margen de posiciones personales o de formas de ser, la prosa de Böll, ya digo, más ensayo que narrativa, es una excelente vacuna contra toda forma de totalitarismo que lleve a la cosificación del ser humano, a creer en la superioridad, ya sea por razones racistas, economicistas o egocéntricas, de un hombre sobre otro. Desgraciadamente, esta vacuna sigue siendo de obligada administración cada poco tiempo, “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. Böll escribe con naturalidad, sin ampulosidad, se lee con rapidez y normalidad, pero cala profundamente (para aquellos dotados de inteligencia emocional, claro). Una vez más queda la duda del valor del Premio Nobel, ya se sabe, o éste no lo merece o lo merecen miles más… En todo caso, el valor de Böll no está en su imaginación, en su creación de mundos y personajes ficticios, sino en su aspecto moral. Muchos creerán que al haber situado sus novelas tan definidas en el espacio y el tiempo es coyuntural, en absoluto, Böll no pone en solfa solo el nazismo, critica la recurrida tendencia humana a comportarse de forma animalesca al querer escalar socialmente, al considerar que una vida humana pueda ser más importante que otra.

domingo, 4 de noviembre de 2018

"Pirómides", una novela del Mundodisco, por Terry Pratchett.

 Séptima entrega de la genial creación de Terry Pratchett. La gran tortuga A'Tuin sigue surcando el Universo, con sus cuatro elefantes que soportan a su vez al mundo plano con forma de disco. Los habitantes de este mundo hipotético, verdaderas parodias de la humanidad, siguen sus aventuras sin sentido. Ahora le toca a Pirómides, alter ego evidente de los faraones de Egipto. En su tratamiento paródico, aquella civilización es tratada por Pratchett con toda la ironía de nuestra época: el padre de Pirómides, anterior faraón, es un tipo vulgar, cansado de todo, pero que sigue jugando su papel a ser un dios en la Tierra, más o menos como lo haría un mal prestidigitador cansado de su oficio y de tener que engañar un día sí y otro también al público... o, mejor aún, mostrar la dignidad de un dios cuando realiza malos trucos y sus fieles fingen creerlo y adorarlo...
 Para liarlo más, su hijo, conocido como Teppic, aunque llamado realmente Pteppic (pronúnciese como "patetic") ha buscado como oficio uno de los gremios profesionales más respetados en el Mundodisco: el de asesino. Sí, en el Mundodisco, los asesinos son controlados con dignos gremios que regulan la profesión, dan el certificado de aptitud a los mismos y se encargan de que un asesino, por ejemplo, mate como Dios manda y no de cualquier forma. Así es Pratchett, un tipo que da la vuelta a la realidad humana, con una sorna y una ironía que, francamente, no he encontrado con frecuencia. Todo es un afán por ridiculizar la estupidez humana, su soberbia, su vanidad, sus comportamientos animalescos revestidos de la dignidad de quienes se creen "hechos a la imagen y semejanza de un Dios". 
 Desde luego, si nuestros gobernantes y el grueso de la población humana leyeran a Terry Pratchett y se vieran reflejados en su estupidez para poder así conducirse en la vida con menos soberbia y con más normalidad, nos iría mucho mejor. ¡En fin, una pena que muchos crean que este tipo escribía para niños y jóvenes!

lunes, 29 de octubre de 2018

"Casa de muñecas", por Henrik Ibsen.

 Casa de muñecas es una de las obras teatrales por excelencia, representada infinidad de veces y de lectura obligatoria a partir de bachillerato. Es obra atemporal (más o menos) pero coyuntural en cuanto a la sociedad occidental que describe. Un español de hoy lo entiende perfectamente igual que un sueco de hace cien años o un italiano de hace cincuenta, pero dudo mucho que lo comprenda plenamente un tibetano, por ejemplo de cualquier época; así que podríamos relacionarla con la civilización occidental, signifique esto lo que signifique. Casa de muñecas es, evidentemente, una obra feminista, puesto que coloca a la mujer en un plano de total igualdad con el hombre cuando esto no era habitual (la obra se publicó en 1879). Esto último, su fecha de publicación, es lo más sorprendente, pues hoy, casi ciento cuarenta años después, el tema sigue estando de plena actualidad.
 La protagonista principal, Nora, es, aparentemente, una mujer adornada con todos los vicios que supuestamente tenían las señoras de su época: superficial, débil, insegura, caprichosa... una verdadera "muñeca" que poco más podía hacer que adornar el hogar de su señor. Su inicial falta de experiencia social la lleva a comportarse de forma ligera e infantil en asuntos económicos ante los cuales confía en la bonhomía del otro, cuando se ha dejado claro que el otro (el abogado Krogstad) es precisamente un timador sin escrúpulos. En los dos primeros actos, Nora se comporta como una perfecta estúpida, incapaz de comprender la realidad que la rodea, como un jarrón chino, cultivando imágenes periclitadas de mujer exclusivamente como madre y esposa. El otro personaje principal, su marido, Torvaldo Helmer, la trata como un objeto... pero eso sí, como un objeto precioso y querido. En su frenesí de proteccionismo paternalista la trata como a una disminuida psíquica, con nombres como "alondra", "ardillita", "testarudita" y más epítetos acabados en diminutivo. Y eso es, en mi opinión, lo más interesante: el tipo de machismo que describe, un machismo muy alejado (aparentemente) de la violencia física, del insulto o del menosprecio; antes al contrario, el machismo presente en Casa de muñecas es un machismo dulce, protector (en el mal sentido), que a fuerza de sobreproteger a la mujer la acaba haciendo una perfecta inútil incapaz de valerse por sí misma. No es casualidad que Nora incluya en el mismo grupo a su marido y a su padre, pues ambos han acabado tratándola igual. Este tipo de machismo paternalista no sale en las portadas de los diarios ni en los noticiarios puesto que no causa víctimas mortales, pero está muy ampliamente distribuido incluso hoy. 
 La actitud vital de Nora cambia de forma radical en el tercer y último acto. Aquí la protagonista despierta, descubre que ha sido tratada como una incapaz, que más que un marido ha tenido un poseedor, un propietario, se rebela contra su situación y comprende que sólo abandonando a su marido conseguirá encontrarse a sí misma y realizarse como persona adulta e independiente. La obra es, por tanto, si no atemporal, al menos de muy largo recorrido en el tiempo, pues hoy en día sigue funcionando (afortunadamente, cada vez menos) este machismo dulce y paternalista que acaba dejando en algo decorativo a la mujer. 
 Algo que no me ha gustado es lo brusco del cambio que experimenta la protagonista. Desde un punto de vista meramente formal da la impresión de que faltara un acto intermedio para que se desarrollara una evolución de Nora de forma gradual. Tal como está es demasiado explosivo, un poco apresurado. En todo caso, Casa de muñecas es una obra teatral ya totalmente clásica, imprescindible para todo aquel que quiera comprender la relación entre sexos, las convenciones subyugantes que han sufrido las mujeres y hombres a lo largo de los siglos y que han convertido a las primeras en meros objetos y a los segundos en meros coleccionistas. De nuevo, la literatura salva vidas... o, al menos, las hace mucho más inteligentes y válidas.

domingo, 28 de octubre de 2018

"Recuerdos durmientes", de Patrick Modiano.

 Otro más de Patrick Modiano... la misma sensación de deja vu... ¿esto lo he leído ya o era algo muy parecido? Con este tipo nunca se sabe... Todos sus novelas ambientadas en un París fantasmal, pobladas por gentes lánguidas que aparecen y desaparecen  y que, décadas después, se reencuentran como quien no quiere la cosa, apenas reconociéndose y callando oscuros secretos compartidos. Alguno diría que Modiano ha escrito la misma novela decenas de veces...
 Y, sin embargo, tiene algo de hechizante. Patrick Modiano no es un gran escritor, por mucho que la augusta organización que reparte los premios Nobel tenga otra opinión. Es demasiado repetitivo y vulgar para ser distinguido con un premio tan prestigioso... o lo contrario, que ya he repetido hasta la saciedad: si lo merece él, lo merecen cientos de escritores más... Yo, la verdad, no sabría decir que es lo que me atrae de él, quizás su actitud no moralista. En todas sus novelas los personajes son siempre gentes al límite de la marginalidad, algunos cayendo directamente en ella; sus vidas azarosas y de negro futuro son narradas con la asepsia de un forense, sin juicio moral alguno. Esto da una sensación de libertad que pocas veces se alcanza cuando el autor, omnisciente o no, deja claro su actitud ante su criatura, es un poco como jugar a ser Dios con tus propios personajes. Modiano está por encima de esa posición, como alguien que juega con un terrario de hormigas viendo cómo éstas se afanan en llevar vidas pequeñas y trágicas que pueden acabar en cualquier momento.
 El resultado, ya digo, es muy atractivo, pero no tanto como para concitar tanto halago.

martes, 23 de octubre de 2018

Fragmento de "Culto secreto", de Algernon Blackwood.

 Se había dado cuenta de que había escapado del vulgar y codicioso mundo del trabajo y los mercados y las ganancias, de que había entrado en un ambiente puro donde prevalecían los ideales espirituales y la vida era sencilla y devota.

                      Culto secreto. Algernon Blackwood.

martes, 16 de octubre de 2018

"John Silence. Investigador de lo oculto", por Algernon Blackwood.

 No había leído nada de Algernon Blackwood hasta la última recopilación de relatos de terror, me gustaron los dos que incluía el volumen y me compré este otro de Valdemar:
 En realidad es muy diferente de lo que leí en aquel tomo, pues aquí más que terror, el tema principal es el espiritismo. El tal John Silence es una suerte de médium que va deshaciendo todo tipo de entuertos que los espíritus mal acomodados a su nueva existencia van creando. No es un tema que me guste mucho, la verdad; sé que fue recurrente en los escritores anglosajones de finales del XIX y principios del XX, como es el caso. De cualquier modo, la cuidada prosa entronca con la llamada "literatura victoriana" que es, con mucho, lo que más he leído en los últimos años.
 La semejanza de Blackwood con Lord Dunsanny y Arthur Machen es evidente; son historias bien pergeñadas en cuanto a su calidad técnica que no pretenden (o al menos no lo consiguen) aterrorizar al lector, sino crear un estado de asombro e interés morboso.

jueves, 11 de octubre de 2018

"Books are...", by Grant Snider (incidentalcomics.com)

Imagen tomada del sitio www.incidentalcomics.com

"Proverbios morales", de Sem Tob.

 La literatura del siglo XX y lo que llevamos de XXI está preñada de historias sobre las vidas, costumbres y culturas de una parte de Europa que fue cercenada de forma brutal en la Segunda Guerra Mundial (aunque ya empezó a ser hostigada muchas décadas antes). Me refiero, claro está, a la población judía asquenazí, estimada en varios millones de almas y que fue eliminada a golpe de Zyklon B cuando no de balas, tortura o emaciación extrema. Así, escritores extraordinarios como Joseph Roth, Isaac Bashevis Singer, Primo Levi, Stefan Zweig, Imre Kertesz Elie Wiesel y tantísimos otros quedaron marcados de por vida por la barbarie que vivieron en sus juventudes. Hoy somos (yo al menos así me considero) sus deudores, y hemos de aprender de aquel terrible periodo no por afán de morbo sino para vacunarnos contra la violencia del hombre contra el hombre. Esto ocurrió, bien lo sabemos, en Europa central y del Este, principalmente en lo que hoy es Polonia, Alemania, Ucrania, Bielorrusia, Lituania o Rusia, pero también en mayor o menor medida en el resto de Europa central. Puede parecernos lejano en lo geográfico (comprobándolo en un mapa no lo es tanto, menos en nuestro mundo globalizado) o en lo cultural; tal vez por ello esos autores que he nombrado no han dejado tanta huella en nuestro país. Porque, aparentemente, en todos los pueblos hay una tendencia a la amnesia preocupante. Hace cinco o seis siglos, el holocausto se daba en nuestro país, en nuestras ciudades, en nuestra lengua. Estoy hablando, claro, de la expulsión (previos pogromos) de los judíos sefarditas. Para no olvidar la historia valga este tipo, apodado "de Carrión", a unas pocas decenas de quilómetros de donde estoy escribiendo.
 Desgraciadamente, los españoles nunca supimos lo que de verdad importa y qué hace grande a un pueblo (algunos siguen pensando que es que la selección de fútbol gane títulos), por ello autores que son estudiados con veneración en otros países, Maimónides, Ibn Gabirol o Judah Haleví entre otros, son absolutamente ignorados en el nuestro. Uno de estos es Sem Tob de Carrión (1290-1360), cuya obra más conocida son los Proverbios morales.
 Los Proverbios morales son, en realidad, un elegante recordatorio al rey para que pague su deuda. El bueno de Sem Tob (valga la redundancia) pasaba por ser un erudito tanto en su comunidad como en el país en general (en aquella época, Castilla), de modo que la forma de hacerse de valer no era otra que escribir un conjunto de consejos de vida al rey y a aquéllos que supieran leer recordando un conjunto de principios morales de origen judeocristiano y natural. Así, este texto es encantador por su simpleza, por su naturalidad y franqueza; pero, eso sí, empieza y acaba recordándole al rey que tiene una deuda contraída con el poeta y que debe pagarla lo antes posible.
 Los lingüistas incluyen esta obra en el conocido Mester de clerecía, aquella literatura medieval desarrollada, no tanto por clérigos, como por hombres cultos, para diferenciarlo del Mester de juglaría que, supuestamente, fue creado por gentes con menor instrucción (aquí ya parece que empezaba la famosa "titulitis" de los españoles).
  Es un texto entrañable por lo humano que resulta. El castellano medieval es fácilmente entendible salvo alguna expresión perfectamente traducida y razonada por Paloma Díaz-Mas y Carlos Mota en la edición de Cátedra. Pongo algunos ejemplos:

Si omre dulce fuere,  com agua lo bebrán,
e si agro sopiere todos lo escopirán.

oy bravo e cras manso; oy simple, cras loçano
oy largo, cras escaso;  oy otero, cras llano;

Con todos non convién  usar por un igual,
mas a unos con bien  e a otros con mal.

El que quisier folgar  ha de lazrar primero;
si quier a paz legar,  sea antes guerrero.

miércoles, 10 de octubre de 2018

"Suicidios en los totalitarismos", por Álvaro Corazón Rural, publicado en el sitio jotdown.es


No hay forma de probar si hubo una alta o baja tasa de suicidios en los campos de concentración nazis; se estima que el índice era mil veces mayor que fuera de ellos en tiempos de paz. Pero en Alemania las cifras de suicidios estuvieron disparadas desde el final de la Gran Guerra. Con la crisis de la República de Weimar, el suicidio era la salida de las clases medias y la pequeña burguesía que se vieron sumidas en la miseria. Una deshonra social. No era extraño que se suicidaran familias enteras, contó el historiador alemán Joachim Fest. En 1932, las cifras cuadruplicaban las de Gran Bretaña y doblaban las de Estados Unidos. En 1939, todavía había el doble de suicidios en Alemania que en Gran Bretaña. Oficialmente las autoridades alemanas registraron 214.409 suicidios entre 1918 y 1933.
En los campos de concentración, el gran trauma era la llegada. Un shock. Se humillaba a los prisioneros con un discurso de bienvenida en el que se les explicaba que valían menos que un perro. Llevaban días viajando hacinados, sin higiene. Al ingresar, se les requisaban sus pertenencias, se les tatuaba y se les rapaba la cabeza. Era una anulación, una despersonalización instantánea. Este impacto inicial, la pérdida de toda esperanza en pocas horas, llevó a suicidios masivos.
La adaptación a la nueva situación solo era posible si el prisionero alcanzaba el único estado de autodefensa posible: la apatía. Si reparaba en lo que estaba obligado a presenciar o en las actividades en las que tenía que participar, estaba perdido. Solo sobrevivía quien se concentraba en una sola cosa, sobrevivir cada día.
Según Victor E. Frankl, psicólogo austriaco que fue encerrado en campos de concentración por su origen judío, la desnutrición y la falta de sueño ayudaban a alcanzar ese estado de apatía. En algunos casos iba tan lejos que se perdía todo tipo de contacto con la realidad sin posibilidad de vuelta atrás. Quienes caían en ese estado eran los llamados «musulmanes», que se dejaban morir lentamente.
Además, otros sentimientos necesarios para sobrevivir en el campo, según Frankl, eran el resentimiento y la envidia hacia, por ejemplo, los internos que se encontraban en mejor situación o tenían privilegios. Eso ayudaba a seguir adelante, el rencor. Un psiquiatra estadounidense, Paul Chodoff, encontró que, incluso, asumir los valores de los guardias del campo era un mecanismo de adaptación que ayudaba a sobrevivir. Los que no se acoplaban a estas nuevas realidades y sus exigencias fueron los que se quitaron la vida.
Algunos se suicidaron y se lanzaban a la muerte cogidos  de las manos; el 14 de octubre de 1941, por ejemplo, la SS informó de que dieciséis judíos habían muerto «saltando a la cantera». Los hubieran empujado o no, los hombres de la SS eran culpables, una responsabilidad que se tomaban a la ligera. Cuando llegaron más convoyes de judíos a Mauthausen, los agentes de la SS bromearon, dando la bienvenida a su nuevo batallón de «paracaidistas». (Historia de los campos de concentración nazis, Nikolaus Wachsmann)
El grupo al que se pertenecía y la solidaridad que se establecía entre sus miembros también era fundamental. Los comunistas o los testigos de Jehová fueron grupos muy homogéneos. Además, según la teoría del suicidio, si la culpa de la frustración se puede dirigir a algo externo, es menos probable que se produzca el trágico desenlace. Primo Levi, que puede que se suicidase años después —aún no están confirmadas las causas de su muerte—, dijo que la lucha por la supervivencia diaria disminuía la probabilidad de quitarse la vida. Sumar un día vivo más a la hora de irse a dormir.
La información podía marcar la línea entre el suicidio o la supervivencia. Entre los que trabajaron en fábricas de armas y escuchaban noticias sobre la evolución de los frentes hubo menos suicidios. Y al revés, en los primeros compases de la contienda, las noticias de las conquistas nazis los aumentaron. El psiquiatra alemán Thomas Bronisch señala que cuando más suicidios hubo en Dachau fue con ocasión de los Juegos Olímpicos de Berlín, la anexión de Austria y Checoslovaquia y el pacto germanosoviético. La historiadora Kathryn Atwood apunta que los judíos que huyeron a los Países Bajos se suicidaron inmediatamente cuando estos territorios cayeron poco después en manos de Hitler.
También hubo suicidios provocados. El ejemplo que cita Bronisch es el de cuando los miembros de las SS asesinaban bebés, por ejemplo, estrellándolos contra un árbol. Las madres que lo presenciaban quedaban tan impactadas que podían suicidarse pocas horas después. Era un tipo de escena que se solía presentar cuando algún miembro de las SS estaba borracho y pretendía darle la bienvenida a Auschwitz a un convoy recién llegado.
La primavera de 1944, los de la Lager-SS asesinaron a varios miles de chiquillos de uno y otro sexo. En el campo principal de Kaunas, tal acción estuvo precedida por una fiesta infantil concebida a modo de tapadera por el comandante local. Las deportaciones subsiguientes fueron acompañadas de escenas terribles: los padres gritaban e imploraban a los de la SS mientras se llevaban a los menores. Hubo quien subió con sus hijos a los camiones para darles la mano mientras se dirigían al lugar en que iban a morir, y familias enteras que se suicidaron antes de que la SS pudiese dividirlas. (Historia de los campos de concentración nazis, Nikolaus Wachsmann)
Pero Frankl subraya que existió la figura del suicidio subversivo. El que se quitaba la vida porque quería morir sin autorización de las SS. Sin esperar a su sentencia de muerte. El tipo más conocido era lanzarse contra la alambrada electrificada. Según el testimonio de Morris Kesselman, un superviviente, contra las vallas se arrojaban «los más viejos, los más inteligentes». Para los más jóvenes y menos formados era más fácil resistir.
No obstante, la desesperación fue más común en situaciones menos escalofriantes. Sobre todo en los pogromos para detener a los judíos, es ahí donde más se suicidaron. Christian Goeschel piensa que para los judíos de la época, antes de la detención, llevar encima cianuro fue una cuestión de rutina, pese al tabú judío ante el suicidio. Matarse a uno mismo se convirtió en una salida aceptable dada la gravedad de la situación. En Austria, cuando se produjeron las deportaciones, se suicidaron cientos en pocos días, como explica Richard Evans en su trilogía sobre el Tercer Reich. Muchos lo hacían en el momento de recibir la carta con la orden de deportación. Cita el caso de la viuda del pintor Max Liebermann para dar las cifras globales:
La enterraron en el cementerio judío de Weissensee, donde el año anterior habían enterrado a ochocientos once suicidas frente a doscientos cincuenta y cuatro en 1941. Hasta cuatro mil judíos alemanes se suicidaron entre 1941 y 1943, solo en el último trimestre de 1941 el número ascendió a ochocientos cincuenta. Por entonces, los suicidios de judíos conformaban casi la mitad de todos los suicidios en Berlín, a pesar de que la comunidad judía superviviente era muy escasa. En su mayor parte, se trataba de ancianos, e ingerir veneno, el método más común, lo veían como una manera de hacer valer su derecho a poner fin a su propia vida cuando y como ellos querían, en lugar de morir asesinados a manos de los nazis. Algunos hombres se ponían las medallas por el servicio en la Primera Guerra Mundial antes de suicidarse.
Emil Fey, que se había destacado en la derrota del levantamiento nazi en Viena en 1934, se suicidó cuando se produjo la anexión de Austria, no sin antes matar a su mujer y a su hijo. Los austriacos no eran buenos nazis, dijo Alfred Pogar, pero sí eran excelentes antisemitas. Según Carl Zuckmayer, con los pogromos, las ciudades austriacas se convirtieron en «un cuadro del Bosco». Hasta Heydrich tuvo que llamar la atención a sus ciudadanos por sus desmanes. En el último cuatrimestre de 1941 se suicidaron ochenta y siete judíos en Viena, que se sepa, y doscientos cuarenta y tres en Berlín.
Entre los judíos de Viena abundaron los suicidios, porque muchos prefirieron morir a vivir gobernados por los nazis. William Shirer escribió que un amigo había visto como «un tipo de aspecto de judío» estaba en un bar y «poco después, se sacó del bolsillo una vieja navaja de afeitar y se cortó el cuello». Goebbels incluyó en su diario, el 23 de marzo de 1938, la siguiente nota cínica: «En el pasado, los alemanes se quitaban la vida. Ahora es al revés». (El Holocausto. Las voces de las víctimas y los verdugos, Laurence Rees).
Lo que llamó la atención de los nazis es que luego los judíos del gueto de Varsovia no se suicidasen en masa como los austriacos después del Anschluss. Primo Levi escribió en su trilogía sobre Auschwitz que era más fácil suicidarse después de sobrevivir al campo de concentración que durante la experiencia. Hubo muchos casos posteriores, algunos inmediatamente posteriores. Y señaló que tanto los historiadores soviéticos como los occidentales coincidieron al observar que hubo pocos durante la privación de libertad. Dio tres motivos. Uno, el suicidio es humano, no animal. Cuando vives como un animal, te puedes dejar morir, como un animal, pero no quitarte la vida. Segundo, la jornada estaba completa de principio a fin, no tenían tiempo de pensar. «Por la inminencia constante de la muerte faltaba tiempo para pensar en la muerte». Y tercero, no podían sentir culpa, algo que motiva el suicidio en algunos casos, porque ya estaban expiando con sufrimientos diarios.
La culpa llegaba después. Cuando se recordaba haber omitido socorro a otro interno más débil. Su petición de ayuda podía llegar a obsesionar toda una vida. «Recuerdo, también, y con desasosiego, que muchas más veces me alcé de hombros impacientemente a otras solicitudes, y precisamente cuando ya estaba en el campo hacía casi un año y había acumulado una buena dosis de experiencia: pero también había asimilado bien la regla principal de aquel lugar, que ordenaba ocuparse de uno mismo antes que de nadie», reconoció Levi.
En una entrevista a una médica que salvó muchas vidas, Ella Lingens-Reiner, publicada en Prisoners of Fear, de Victor Gollancz, dijo: «¿Cómo he podido sobrevivir en Auschwitz? Mi norma es que en primer lugar, en segundo y en tercero estoy yo. Y luego nadie más. Luego otra vez yo; y luego todos los demás». En este sentido, los testimonios de los judíos que tomaron parte en las tareas del campo, tales como colaborar en el gaseo y cremación de los otros prisioneros, dan prueba de ello.
Morris Venezia se siente aún más responsable por sus acciones y sostiene que «nosotros también nos convertimos en animales… cada día estábamos quemando cadáveres, cada día, cada día, cada día. Y llegas a acostumbrarte a ello». Cuando escuchaban los gritos que provenían de la cámara de gas «pensábamos que debíamos matarnos a nosotros mismos y dejar de trabajar para los alemanes. Pero incluso suicidarte no es tan sencillo». (Auschwitz. Laurence Ress).



Durante la guerra, en el ejército alemán se registraron mil ciento noventa y seis suicidios entre el 1 de abril de 1939 y el 30 de septiembre de 1941, según los datos de la Inspección de Sanidad militar (Heeressanitatsinspektion). Solo en septiembre de 1943, la cifra llegó a seis mil ochocientos noventa y ocho. Lo atestigua un telegrama enviado por Martin Bormann a Himmler quejándose por la alta tasa de suicidios dentro de la Wehrmacht. No obstante, William Craig en La batalla de Stalingrado pone en boca de Hitler la siguiente reflexión: «En Alemania, en tiempo de paz, de dieciocho a veinte mil personas se suicidan cada año y, sin embargo, nadie se encuentra ante una situación así. Y aquí hay un hombre [Paulus] que ve a cincuenta o sesenta mil soldados suyos morir defendiéndose bravamente hasta el final. ¿Cómo ha podido él rendirse a los bolcheviques?… Esto es algo que uno no puede entender del todo».
Lo escalofriante es la gran cantidad de gente que se suicidó llevándose a sus familias por delante. Lo de Magda Goebbels no fue un caso aislado. En el libro Suicide in Nazi Germany de Christian Goeschel se citan casos como el de una mujer que, tras el suicidio de su marido, mató a sus dos hijos y luego se cortó las venas. En la familia Böhm-Bawerk, el marido había huido y su mujer, su hermana y su hija se quitaron la vida. O el farmacéutico de Feldberg que mató a sus hijos y se quitó la vida después.
En los pueblos de la comarca se repetía la misma escena: soldados borrachos, aristócratas muertos. Una mujer había matado ella sola a tiros a quince miembros de su familia y se había suicidado arrojándose al agua.
La propaganda nazi fue tan intensa a la hora de inocular el miedo al Ejército Rojo que hubo una oleada de suicidios ante su llegada. Hay un libro cuya lectura es escalofriante. Después del Reich, de Giles MacDonogh, que cuenta cómo se abrió la veda contra los alemanes tras su derrota. Entre los nazis con responsabilidades, la oleada de suicidios fue de gran envergadura.
La culpa también obraba de modo indirecto. Fritz Haber, inventor del Zyklon-B, tuvo que ver en 1915 cómo su primera mujer, Clara, que también era química, se había suicidado con la pistola de su marido, «al parecer, avergonzada y horrorizada por el cariz que habían tomado sus investigaciones», detalló Philip Ball en Al servicio del Reich. También se suicidó su hijo Hermann, en 1946, debido a la obra de su padre, que era judío, por cierto.
El periodista Konstantín Símonov fue de los primeros en llegar al Tiergarten, en Berlín. Se encontró a los animales escuálidos del zoo entre los cuerpos de los SS que se habían suicidado. «En un cubículo encontró a un general de las SS muerto con la guerrera desabrochada y una botella de champán entre las piernas. Se había suicidado junto con su amante». El actor Paul Bildt se suicidó junto a veinte personas, entre ellas su hija, aunque él no tuvo éxito y les sobrevivió a todos doce años más. Para Michael Burleigh, autor de El Tercer Reich, se había ligado de tal manera a los hombres con su militancia que los suicidios fueron el único final concebible de la historia.
Con el hundimiento, la desgracia les llegó a las comunidades de alemanes fuera de Alemania. En Checoslovaquia hubo disturbios y algaradas exigiendo la expulsión de los alemanes. En el verano del 45, les pusieron brazaletes blancos con la letra «N» de Nemec (‘alemán’ en checo), les pintaron esvásticas en la espalda y tenían prohibido sentarse en bancos públicos, caminar por la acera o entrar en restaurantes, escribió Anne Applebaum en El telón de acero.
Al final, veinte mil tuvieron que dejar el país a la fuerza. Está registrado que en 1946 se suicidaron cinco mil quinientos cincuenta y ocho alemanes residentes en Checoslovaquia. En la ciudad de habla alemana Iglau (Jihlava en checoslovaco) se suicidaron mil doscientos alemanes cuando se produjo su caída. Antes de Navidad, la cifra había ascendido a dos mil. En Brüx (Most) se suicidaron entre mayo, junio y julio dieciséis alemanes al día, a menudo familias enteras. En Polonia, en Breslau, morían entre trescientos y cuatrocientos alemanes al día. Según MacDonogh, la cifra hubiese sido mayor de haber tenido los alemanes gas en la cocina. En Grünberg, en la Baja Silesia, se estima que se suicidó una cuarta parte de la población.
Si hubo un candidato al suicidio tras la ocupación soviética, eran las mujeres. Tras las violaciones a las que fueron sometidas sistemáticamente por las tropas soviéticas, en las que podían quedar embarazadas o contraer enfermedades venéreas, se suicidaban en masa. En los diarios de Ruth Friedrich, una amiga le dice: «Necesitamos suicidarnos, es indudable que no podemos vivir así». Había sido violada por siete soldados. En su libro, Goeschel explica que el suicidio de alemanes tras el final de la guerra fue algo «rutinario». Primero, por las políticas de terror de los nazis contra los propios alemanes conforme la guerra se acercaba a su final. Luego, por miedo a los soviéticos y, después, a consecuencia de los ultrajes a los que les sometieron estos.
En la Unión Soviética, el suicidio era considerado un comportamiento cobarde. Impropio de comunistas. Al principio, con la creencia de que podía prevenirse, hubo estudios y estadísticas, pero en 1920 fueron prohibidos, explican Karolina Krysinska y David Lester en Suicide in the Soviet Gulag Camps. En 1925, Yemelián Yaroslavski, miembro del Comité Central, manifestó que los suicidios se caracterizaban por una voluntad y carácter débiles de personas sin fe en la fortaleza del partido. En definitiva, el suicidio, entendido como un acto de libre voluntad y una elección del destino de cada uno, no se adecuaba a la mentalidad colectivista del sistema soviético.
En los gulag, que eran fundamentalmente campos antiélite, había muchos prisioneros con educación, por eso el shock de ingreso debería haberles afectado más. Sin embargo, según esta investigación, las principales causas de la muerte fueron las epidemias, de tuberculosis, neumonía o disentería, también las congelaciones y enfermedades relacionadas con el hambre o el trabajo en condiciones inseguras, pero el suicidio nunca tuvo una relevancia especial. Según Solzhenitsyn, los suicidios eran «asombrosamente raros, quizá menos frecuentes entre los presos que entre la gente libre». De hecho, cita en su famoso libro el caso de suicidas que se ahorcaron el día de recobrar la libertad.
Ni siquiera a los fuertes les quedaba un medio para luchar contra el sistema penitenciario, como no fuera el suicidio. (…) Pero ¿es lucha el suicidio? ¿No es claudicación?¿Acaso no se debía a eso la asombrosa escasez de suicidios en el campo? En general eran muy pocos, aunque cada recluso recuerde probablemente algún caso de suicidio. Pero seguro que recuerda muchos más casos de evasión. ¡Evasiones sí había más que suicidios! (Los celosos defensores del realismo socialista pueden felicitarme: me inclino decididamente por la línea optimista (…) Incluso creo que, estadísticamente hablando, el porcentaje de suicidios en el campo era menor que en la vida normal. (Archipiélago Gulag)
Si había suicidios, solían ser entre extranjeros, especialmente los occidentales, gente «no acostumbrada como los rusos a hacer frente a los desafíos y dificultades de la vida», pensaba Solzhenitsyn. Ósip Mandelshtam, un poeta condenado por escribir un poema contra Stalin, observó que el suicidio era muy raro entre los delincuentes y más común entre los intelectuales. Echar a correr fuera de los límites del área de trabajo para ser disparado era una de las formas más comunes. Ahí Solzhenitsyn sí que escribió que los que echaban a correr hacia la estepa y eran abatidos a tiros, tenían «una orgullosa forma de suicidio». Y ese era el ejemplo de mayor resistencia a la autoridad que podía encontrarse en el campo.
En la documentación del NKVD aparecen casos como uno que tuvo lugar en el campo de Dritrovsky, en diciembre de 1935, donde unos prisioneros, tras un castigo de cuatro días sin comer, intentaron cortarse las venas. Figuraba un informe de la industria maderera que relacionaba la escasez de comida con el índice de suicidios. Si bien muchas veces este no era un castigo deliberado, sino consecuencia de problemas en toda la URSS. Elinor Lipper, que estuvo once años en Siberia, dio testimonio de que en los traslados hubo prisioneras que trataban de ahorcarse en el vagón, o en los barcos quien se lanzaba al agua para morir ahogado. En los hospitales, contó Lipper, los internos trataban de acelerar la muerte. También hubo casos de, sin más, dejarse morir, como los Musselmen de los campos nazis.
Según Anne Applebaum, en su estudio Gulag: A History, la dignidad humana salvaba vidas. En el sentido de que mantenerse limpios y conservar rutinas como afeitarse cuando les era posible, ayudaba a los prisioneros a que no cayeran en la desesperación y acabasen matándose. Según explicó en su obra, algo que impedía el suicidio era la falta de intimidad. Había decenas de personas en cada celda. Tenían que defecar a la vista de todos. Cita casos de personas que, en mitad de la noche, intentaban suicidarse cortándose las venas con los dientes, pero eran delatados en el acto por algún compañero de habitáculo que permaneciera insomne.
El búlgaro Tzvetan Todorov escribió que, para los internos del gulag, el suicidio era una oportunidad para ejercitar el libre albedrío. Al suicidarse, uno cambia el curso de los hechos, explicó, aunque sea por última vez en la vida. «Los suicidios de este tipo son actos de desafío, no de desesperación».
Shalámov, un exprisionero de los campos de Kolyma, escribió una paradoja. Pensar en suicidarse le mantenía con vida. La conciencia de que había reunido fuerzas para quitarse la vida en un momento dado le daba voluntad de vivir. Fue mucho más frecuente la automutilación o autolesión. Lipper contó que algunos se envolvían un pie en trapos húmedos para que se les congelase. Otros se cortaban un dedo, se reabrían heridas, se rociaban con algún producto químico para quemarse la piel. Este tipo de conductas estaba muy perseguido, se consideraba sabotaje a la producción, y podía costar una sentencia de muerte. Pero lo que se observa en ellas es voluntad de vivir, lo contrario del suicidio, era sacrificar una parte del cuerpo para salvar el resto, opinaba Solzhenitsyn. Los que sí lo pasaron realmente mal y contemplaban con frecuencia quitarse la vida, según el Nobel, fueron los comunistas convencidos que iban a parar al gulag:
Zosia Zalesskaia, una polaca de la nobleza, que había entregado toda su vida a la «causa del comunismo» trabajando en el Servicio Secreto soviético, trató de suicidarse tres veces seguidas durante la instrucción: se ahorcó, la descolgaron; iba a cortarse las venas, se lo impidieron; saltó a una ventana del séptimo piso, el adormilado juez de instrucción tuvo tiempo de sujetarla por el vestido. Tres veces la salvaron para fusilarla luego.
En El siglo soviético, de Moshe Lewin, se cita la obra The year 1937, de Oleg Jlevniuk, que puso de manifiesto que en la etapa del Gran Terror hubo múltiples formas de resistencia. Y una de ellas fue una oleada de suicidios. Para la propaganda, el suicidio de un sospechoso probaba su culpabilidad, pero no lograron reducir el índice de personas que se quitaban la vida. Todas las medidas fueron infructuosas: «Los suicidios se contaban por millares. En 1937, se produjeron solo en las filas del Ejército Rojo setecientos ochenta y dos casos. Un año más tarde, la cifra aumentó hasta ochocientos treinta y dos, sin contar los casos en la marina. Estos suicidios no siempre eran actos desesperados cometidos por personas que se sentían impotentes; también eran valientes manifestaciones de protesta».
No en vano, según Ian Grey, el suicidio llegó a preocupar a Stalin. No solo porque lo cometiera su mujer, Nadezhda, sino porque le parecía una forma de traición. De hecho, en 1945, Vasili Chernishev, director del Gulag, envió un memorándum a todos los campos quejándose del comportamiento de los guardias, entre los que había detectado, por supuesto, altas tasas de suicidio.

jueves, 4 de octubre de 2018

"Pelle el conquistador", por Martin Andersen Nexo.

 Hay veces que las adaptaciones cinematográficas mejoran las novelas, muy pocas veces, excepciones, pero temo que esta sea una de ellas.
 Según reza uno de los "oráculos de Delfos de nuestros días", la famosa Wikipedia, Martin Andersen Nexo fue un comprometido comunista, que viendo que su sueño político no se concretaba en su Dinamarca natal, no dudó en emigrar hacia la República Democrática Alemana en busca de la igualdad social. Este aspecto es muy evidente en Pelle el conquistador, un relato agrio de las inaceptables desigualdades entre los terratenientes daneses y los emigrantes suecos que llevaban a la creación de una sociedad cruel y violenta que no podría devenir en otra cosa que no fuera un conflicto armado.
 Yo, desde luego, conocía al tal Martin Andersen Nexo a través de la adaptación cinematográfica de Pelle el conquistador, una excelente película protagonizada por el gran Max von Sydow el año 87 y que mereció el Oscar a la mejor película extranjera. La película es excepcional y narra con sobriedad pero también verosimilitud la terrible vida de un chico de nueve años y su padre, ambos emigrantes suecos en la más próspera Dinamarca de finales del siglo XIX. El argumento es una oda a la vida, al amor paterno-filial y la amistad. Es entrañable sin caer en el sentimentalismo facilón, y, por supuesto, Max von Sydow está inconmensurable.
 Llevo leída la mitad de la novela y... francamente, esperaba más. No quiero ser injusto, es una gran novela, pero las formas me están sacando de su lectura. Tal vez sea la traducción (de un tal Dálor Per Hoegh Henrinksen, del cual no hay rastro alguno en internet) que a veces parece muy forzada, como si hubiera sido traducido muy bruscamente, sin adaptar por completo una lengua a la otra... así, por ejemplo, es muy frecuente el uso del hipérbaton, pero sin aparente función poética, lo cual da un aspecto demasiado arcaizante del texto, cuando éste, por lo demás, no está escrito de forma demasiado "a la antigua". El uso, además, de numerosos americanismos ("tomar" por beber, términos como "pegujalero" o "cachicán") me sacan de la concentración de una buena novela. O tal vez sea que la editorial ecc, que según su página web, se dedica principalmente a publica cómics haya editado una versión cuando menos "regular" de la traducción.
 Pero, aún así, he de reconocer que, al margen de la traducción, es una buena novela. Concita la descripción de una época y un lugar (Escandinavia, finales del XIX) con la de unos personajes (Pelle y su padre, Lasse); es decir, la narración de la intrahistoria dentro de la historia, algo que, en mi opinión, supera a aquella literatura que tan solo se enfanga en la narración de unos personajes y sus circunstancias personales.

viernes, 28 de septiembre de 2018

Peliculillas y peliculones.

 "De todo hay en la viña del Señor". Y en apenas dos años de diferencia se producen las mejores y las peores películas, incluso cuando tienen grandes semejanzas en el argumento o en el elenco actoral. Tomemos dos películas: Passage to Marseille y Casablanca: la primera de 1944 y la segunda de 1942; ambas dirigidas por Michael Curtiz; ambas protagonizadas por Humphrey Bogart y con actores de la talla de Peter Lorre, Claude Rains o Sydney Greenstreet; y, por supuesto, el argumento es harto parecido: la lucha vital de un grupo de desesperados que a la vez que tratan de sobrevivir, ayudan decisivamente a la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial.
Imagen tomada del sitio rato-movieposters.blogspot.com
  Y ahí acaban las semejanzas, porque si Casablanca es una de las mejores películas de todos los tiempos, con una fineza de actuación de Bogart y la Bergman, pero además con una ambientación extraordinaria, con una sutileza a la hora de narrar la historia y un argumento verosímil, Passage to Marseille es infumable, una de las peores películas que he visto recientemente.
Imagen tomada del sitio doctormacro.com
   Passage to Marseille es un bodrio típico del cine hecho en la guerra: un panfleto intragable en el que los buenos son buenísimos y los malos malísimos. Los propios Bogart, Rains, Lorre o Greenstreet están desdibujados, nada que ver con los personajes de Casablanca. Pero la mayor diferencia está en el guión que marca tal diferencia que difícilmente hace a ambas películas pertenecientes a la misma actividad artística... no sé si Casablanca  es cine, entonces Passage to Marseille debe ser un "pasarratos" o algo así... Para dejar buen sabor de boca copio y pego citas de diálogos del maravillosamente cínico Capitán Louis Renault (Rains) en Casablanca, cortesía del sitio IMDb, canela en rama, oiga...
 
Imagen tomada del sitio solidprinciples.com
  • Captain Renault : What in heaven's name brought you to Casablanca?
    Rick : My health. I came to Casablanca for the waters.
    Captain Renault : The waters? What waters? We're in the desert.
    Rick : I was misinformed.
  • Major Strasser : What is your nationality?
    Rick : I'm a drunkard.
    Captain Renault : That makes Rick a citizen of the world.
    [all laugh] 
  • Rick : And remember, this gun is pointed right at your heart.
    Captain Renault : That is my *least* vulnerable spot.
  • Rick : How can you close me up? On what grounds?
    Captain Renault : I'm shocked! Shocked to find that gambling is going on in here.
    [a croupier hands Renault a pile of money] 
    Croupier : Your winnings, sir.
    Captain Renault : [sotto voce]  Oh, thank you very much.
    [aloud] 
    Captain Renault : Everybody out at once.
  • Rick : Last night we said a great many things. You said I was to do the thinking for both of us. Well, I've done a lot of it since then, and it all adds up to one thing: you're getting on that plane with Victor where you belong.
    Ilsa : But, Richard, no, I... I...
    Rick : Now, you've got to listen to me! You have any idea what you'd have to look forward to if you stayed here? Nine chances out of ten, we'd both wind up in a concentration camp. Isn't that true, Louie?
    Captain Renault : I'm afraid Major Strasser would insist.
    Ilsa : You're saying this only to make me go.
    Rick : I'm saying it because it's true. Inside of us, we both know you belong with Victor. You're part of his work, the thing that keeps him going. If that plane leaves the ground and you're not with him, you'll regret it. Maybe not today. Maybe not tomorrow, but soon and for the rest of your life.
    Ilsa : But what about us?
    Rick : We'll always have Paris. We didn't have, we, we lost it until you came to Casablanca. We got it back last night.
    Ilsa : When I said I would never leave you.
    Rick : And you never will. But I've got a job to do, too. Where I'm going, you can't follow. What I've got to do, you can't be any part of. Ilsa, I'm no good at being noble, but it doesn't take much to see that the problems of three little people don't amount to a hill of beans in this crazy world. Someday you'll understand that.
    [Ilsa lowers her head and begins to cry] 
    Rick : Now, now...
    [Rick gently places his hand under her chin and raises it so their eyes meet] 
    Rick : Here's looking at you kid.
  • Major Strasser : Are you one of those people who cannot imagine the Germans in their beloved Paris?
    Rick : It's not particularly my beloved Paris.
    Heinz : Can you imagine us in London?
    Rick : When you get there, ask me!
    Captain Renault : Hmmh! Diplomatist!
    Major Strasser : How about New York?
    Rick : Well there are certain sections of New York, Major, that I wouldn't advise you to try to invade.
  • [about Rick] 
    Major Strasser : You give him credit for too much cleverness. My impression was that he's just another blundering American.
    Captain Renault : We musn't underestimate "American blundering". I was with them when they "blundered" into Berlin in 1918.
  • Major Strasser : [arriving too late to stop Victor Laszlo from escaping]  What was the meaning of that phone call?
    Captain Renault : [pointing to the plane]  Victor Laszlo is on that plane.
    Major Strasser : [after looking at the plane]  Why do you stand here? Why don't you stop him?
    Captain Renault : Ask Mr. Rick.
    Rick : [sees Strasser begin to move toward the telephone, and draws a gun]  Get away from that phone!
    Major Strasser : I would advise you not to interfere.
    Rick : I was willing to shoot Captain Renault and I'm willing to shoot you.
    Major Strasser : [picks up the telephone]  Hello?
    Rick : Put that phone down!
    Major Strasser : Get me the radio tower.
    Rick : PUT IT DOWN!
    [Strasser draws a gun, he and Rick both fire simultaneously, Strasser falls mortally wounded, shortly afterward, some police arrive on the scene] 
    Captain Renault : Major Strasser's been shot.
    [Renault looks at Rick, Rick gives him a look] 
    Captain Renault : Round up the usual suspects.
    [the police pick up Major Strasser's body and leave, Renault looks over at Rick, who is smiling] 
  • Captain Renault : Oh no, Emil, please. A bottle of your best champagne, and put it on my bill.
    Emil : Very well, sir.
    Victor Laszlo : Captain, please...
    Captain Renault : Oh, please, monsieur. It is a little game we play. They put it on the bill, I tear up the bill. It is very convenient.
  • Captain Renault : By the way, last night you evinced an interest in Señor Ugarte.
    Victor Laszlo : Yes.
    Captain Renault : I believe you have a message for him?
    Victor Laszlo : Nothing important, but may I speak to him now?
    Major Heinrich Strasser : You would find the conversation a trifle one-sided. Señor Ugarte is dead.
    Ilsa : Oh.
    Captain Renault : I am making out the report now. We haven't quite decided yet whether he committed suicide or died trying to escape.
  • Captain Renault : Major Strasser has been shot... round up the usual suspects.
  • Captain Renault : I've often speculated why you don't return to America. Did you abscond with the church funds? Run off with a senator's wife? I like to think you killed a man. It's the Romantic in me.
    Rick : It was a combination of all three.
  • [as he goes to hand Renault a bribe] 
    Jan Brandel : Captain Renault... may I?
    Captain Renault : Oh no! Not here please! Come to my office tomorrow morning. We'll do everything businesslike.
    Jan Brandel : We'll be there at six!
    Captain Renault : I'll be there at ten.
  • [Rick and Renault discussing Victor Laszlo's chances of escaping Casablanca] 
    Captain Renault : This is the end of the chase.
    Rick : Twenty thousand francs says it isn't.
    Captain Renault : Is that a serious offer?
    Rick : I just paid out twenty. I'd like to get it back.
    Captain Renault : Make it ten. I'm only a poor corrupt official.
  • Captain Renault : [after Rick pulls a gun on him]  Have you lost your mind?
    Rick : I have. Sit down!
    Captain Renault : Put that gun down!
    Rick : I don't want to shoot you, but I will if you take one more step!
    Captain Renault : [With amusement]  Under the circumstances I will sit down.
  • Captain Renault : Carl, see that Major Strasser gets a good table, one close to the ladies.
    Carl : I have already given him the best, knowing he is German and would take it anyway.
  • Captain Renault : Hello Rick.
    Rick : Hello Louis.
    Captain Renault : How extravagant you are, throwing away women like that. Someday they may be scarce. You know, now I think I shall pay a call on Yvonne. Maybe get her on the rebound. Hmm?
    Rick : When it comes to women, you're a true democrat.
  • Captain Renault : Ricky, I'm going to miss you. Apparently you're the only one in Casablanca with less scruples than I.
  • Rick : What makes you think I'd stick my neck out for Laszlo?
    Captain Renault : Because, one, you bet 10.000 francs he'd escape. Two, you've got the letters of transit. Don't bother to deny it. And you might want to do it simply because you don't like Strasser's looks. As a matter of fact, I don't like them either.
    Rick : [chuckles]  They're all excellent reasons.
  • Captain Renault : My dear Ricky, you overestimate the influence of the Gestapo. I don't interfere with them and they don't interfere with me. In Casablanca I am master of my fate! I am...
    Police Officer : Major Strasser is here, sir!
    Rick : You were saying?
    Captain Renault : Excuse me.
  • Ilsa : Who is Rick?
    Captain Renault : Mamoiselle, you are in Rick's! And Rick is...
    Ilsa : Who is he?
    Captain Renault : Well, Rick is the kind of man that... well, if I were a woman, and I were not around, I should be in love with Rick. But what a fool I am talking to a beautiful woman about another man.
  • Captain Renault : In 1935, you ran guns to Ethiopia. In 1936, you fought in Spain, on the Loyalist side.
    Rick : I got well paid for it on both occasions.
    Captain Renault : The *winning* side would have paid you *much better*.
  • Captain Renault : Rick, there are many exit visas sold in this café, but we know that *you've* never sold one. That is the reason we permit you to remain open.
    Rick : Oh? I thought it was because I let you win at roulette.
    Captain Renault : That is *another* reason.
  • [Of Victor Laszlo, who wants to escape from Casablanca] 
    Captain Renault : No matter how clever he is, he still needs an exit visa... or I should say two?
    Rick : Why two?
    Captain Renault : He is traveling with a lady.
    Rick : He'll take one.
    Captain Renault : I think not. I have seen the lady.
  • Captain Renault : We are very honored tonight, Rick. Major Strasser is one of the reasons the Third Reich enjoys the reputation it has today.
    Major Heinrich Strasser : You repeat *Third* Reich as though you expected there to be others!
    Captain Renault : Well, personally, Major, I will take what comes.
  • Captain Renault : Realizing the importance of the case, my men are rounding up twice the usual number of suspects.
  • Captain Renault : [seeing a uniformed French officer talking non-stop to an Italian officer]  If he ever gets a *word* in, it'll be a major Italian *victory*.
  • Captain Renault : [to Rick regarding Ilsa]  She was asking about you earlier in a way that made me very jealous...
  • [Rick has been on a long drinking binge] 
    Emil : [serving Rick another drink]  *You* are becoming your *own* best *customer*!
    Captain Renault : [surprized]  Why Ricky, I'm *pleased* with you- *Now* you're beginning to live like a *Frenchman*!
  • Captain Renault : [to Ilsa]  I was informed that you were the most beautiful woman ever to visit Casablanca. That was a *gross* understatement.
    Ilsa : [genuinely pleased]  You're very kind.
  • Captain Renault : Is everything ready?
    Rick : [points to his jacket pocket]  I have the letters right here.
    Captain Renault : Tell me, when we searched the place, where were they?
    Rick : Sam's piano.
    Captain Renault : [looks at the piano]  Serves me right for not being musical.
  • Captain Renault : [suspecting that Rick has the letters of transit]  Rick, have you got those letters of transit?
    Rick : Louis, are you pro-Vichy or Free French?
    Captain Renault : [laughs]  Serves me right for asking a direct question. The subject is closed.