viernes, 23 de noviembre de 2018

"Pen Names", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com)

Imagen tomada del sitio www.incidentalcomics.com

"Grandes esperanzas", por Charles Dickens.

 Si tuviese que elegir el escritor que más me ha llenado, el que me ha hecho buscar minutos de donde sea para seguir leyendo, el que mejor concita la creatividad argumental con la calidad literaria, aquél que sea atemporal, aquél que no se deje llevar por las modas o las tonterías de cada época... ése sería, sin duda, Charles Dickens. De los demás, muchos me han gustado puntualmente, aunque también me han decepcionado; no he encontrado un solo autor presente o pasado que no tenga obras menores, peor pergeñadas, con personajes menos redondos o argumentos más simplones... todos menos Dickens. En él no he encontrado hasta la fecha nada parecido a flojear, literariamente hablando. Ahora continúo este placer con Grandes esperanzas.
 Una vez más, Dickens toma partido por la clase proletaria. Ahora el protagonista es Pip, apódo de Philip Pirrip, un huérfano maltratado, en general por la vida, y en particular por su hermana y otros habitantes de Kent. Dickens, profundo moralista, vestirá al chico con todas las virtudes y escaso aditamento material, pero, por supuesto, llegará a convertirse en un caballero, es decir, alcanzará el "cielo social", a pesar de todas las patadas, coces y mordiscos que le dará la vida. 
 Lo genial de Dickens es la naturalidad con la que narra todo, sin buscar altisonancias presentes en otros autores de la llamada "Literatura victoriana". La delineación de los personajes tiene una calidad difícil de alcanzar, uno acaba conociendo como si fuera de carne y hueso a los personajes que sólo son "negro sobre blanco". Esa es una de las mejores características de las novelas dickensianas, que los personajes son tan redondos que acaban por convertirse en verdaderos arquetipos, sobrepasando el ámbito literario para consagrarse en el real.
 Mejor que explicarlo yo, copio un pequeño fragmento en el que el propio Pip analiza su carácter sensible y tímido en el mundo despiadado en el que le ha tocado vivir con tanta madurez y concreción que resulta todo un análisis psicológico aplicable a miles de seres humanos, algunos de los cuales, desgraciadamente, me lo encuentro en el espejo a diario:
 La manera como me había criado mi hermana me había hecho muy sensible. En la reducida esfera en que viven los niños, sea quien fuere su educador, no hay nada que los afecte tanto y les cause mayor dolor que la injusticia. La injusticia de que se hace objeto a un niño puede ser muy pequeña, pero él también es pequeño, al igual que su mundo; en cambio, su caballo de cartón es tan alto, en proporción, como un caballo irlandés. En mi fuero interno me mantuve, desde los primeros años de mi infancia, en constante conflicto con la iniquidad. Desde que comencé a hablar me había dado cuenta de que mi hermana era injusta conmigo al comportarse de modo tan caprichoso como violento. Estaba convencido de que su método de crianza no le daba derecho a tratarme a empujones; y atribuyo mi carácter tímido y en extremo sensible a la circunstancia de haber sufrido infinidad de castigos y haber tenido que meditar en soledad y sin protección de nadie.

sábado, 17 de noviembre de 2018

"Amok", de Stefan Zweig.

 Recopilación de relatos (hoy, tal vez, clasificados como novelas breves) del gran autor de Austria-Hungría junto con Joseph Roth. Autor de prosa lenta, adjetivada, con multitud de oraciones subordinadas, léxico muy rico... literatura de calidad, vamos. El relato que da nombre a el volumen de Acantilado, Amok, es la narración de una obsesión de un hombre cultivado e inteligente que es subyugado por una mujer dominante, con tintes freudianos muy evidentes. Como característica común el fin de la mayor parte de los protagonistas: el suicidio. Nada banal si sabemos cómo acabó sus días el propio Zweig.
 Según parece, Stefan Zweig escribió (o, al menos, publicó) en 1922 este relato, veinte años de suicidarse. ¿Tal vez la muerte autoinfligida pasó por la mente del vienés desde su juventud? Sus biógrafos más reputados apuntan a la desesperación que sufrió al ver el entonces imparable avance de las huestes nacionalsocialistas por toda Europa, la destrucción, por tanto, del mundo del que disfrutó con gran éxito en su juventud. Por tanto, se infiere que Zweig se suicidó ante la incapacidad de ver cómo la intolerancia, la intransigencia, el autoritarismo militarizado, el racismo y el ultranacionalismo se imponían a la tolerancia, la democracia civil, la mezcla de culturas y razas y el internacionalismo; probablemente, aunque por supuesto no de forma perfecta, lo que de facto suponía el Imperio Austro-húngaro.
 Sin embargo, la presencia del suicidio del protagonista cerrando estos relatos escritos veinte años antes de que el autor mismo lo cometiera desmiente esa presunta razón de la desesperación ante la situación política. Por tanto, no es descabellado afirmar que el suicidio siempre formó parte del planteamiento vital (valga la contradicción) del propio Zweig. 
 En todo caso, la calidad literaria del autor vienés supera ampliamente este aspecto menor (al menos en el ámbito narrativo). Stefan Zweig es, sin lugar a dudas, uno de los mejores escritores de la primera mitad del siglo XX, y estos relatos son una pequeña muestra para comprobarlo.

viernes, 16 de noviembre de 2018

"Mamá"


 Sólo tengo esta foto. Me apena, me avergüenza, me duele, pero al mismo tiempo me ilusiona. Es una foto en blanco y negro de una chica joven, no más de veinte años; su gesto serio, excesivamente formal da una solemnidad un tanto patética a la imagen. Es una foto de carné, con lo cual sólo se percibe el cuello de la tosca blusa blanca que lleva. No sé si su cara muestra más seriedad o más miedo, pero es la cara de alguien a quien el mundo le vino muy grande. Y no sé más. No sé su nombre, aunque lo necesito saber, por lo cual le doy el poco ocurrente nombre de Eva, la primera mujer. Sólo sé que esa chica tan seria, tan joven, aparentemente tan pobre tenía veinte años hace casi cincuenta… y que esa chica es mi verdadera madre.
 Esa chica, mi verdadera madre, dista mucho de aquélla a la que he llamado mamá desde la infancia. Lo supe recientemente: soy hijo adoptivo. La revelación, a mi edad, tan avanzada, supuso, como es entendible, un shock del que apenas me he repuesto. Sucedió de forma casi fortuita, contra la voluntad de mis padres… quiero decir, de mis padres adoptivos. Fue una gestión administrativa (un empadronamiento) lo que me llevó a conocer que los señores que me educaron, alimentaron y vistieron no son mis padres biológicos. Tras la revelación no pude menos que hacerles mil preguntas, preguntas que les extrañaron, les dolieron y esquivaron… desde entonces la relación quedó ya rota.
 Seguí indagando en registros civiles para ver si podía encontrar a mis verdaderos padres biológicos, y, aunque pueda parecer inverosímil, conseguí encontrar una persona, antigua amiga de mi familia (ahora familia adoptiva), que me habló de mi madre. Hay historias que por cercanas duelen más que otras, aunque no se llegara a conocer a las personas que las protagonizaron. Tirando del hilo, mejor, de la lengua de esta persona, pude conocer la historia. Lamentablemente no pudo recordar su nombre, pero con ayuda de una vecina suya de avanzada edad me contó que mi madre biológica era “la hija de Rosario”, una chica cándida con poca cabeza y muy crédula que “fue engañada por un vivales” que la abandonó sin haber cumplido los veinte años, sin oficio ni beneficio, embarazada de tres meses. Al parecer, sus padres, estrictos católicos (intuyo que no debían saber lo que esto significaba) la pusieron inmediatamente en la calle. Fue recogida por unas “caritativas” monjas que la mantuvieron hasta que dio a luz, dejando el niño, yo, en adopción. Según parece, mis padres entraron en contacto con esas monjas y se llevaron la criatura como quien se lleva una lechuga. De mi madre biológica poco más se supo: no quiso seguir con las monjas y su autoritarismo paternalista lleno de reproches y de sentimiento de culpabilidad y se echó a la calle. A partir de ahí todo fue cuesta abajo: prostitución para poder vivir, alcoholismo para sobrellevarlo… un día la encontraron muerta a los pies de un precipicio… probable suicidio.
 La amiga de aquella vecina tenía un contacto, o eso dijo, con alguna exmonja que había servido en aquel convento para “chicas descarriadas” en torno al año 70. Por su mediación se consiguió esta foto de carné en blanco y negro que ahora tengo en mis manos, no consiguió saber su nombre. No es más que una chica joven y asustada… pero ahora sé que es mi madre… la llamaré Eva.

martes, 13 de noviembre de 2018

"Pero ¿qué será de este muchacho?", por Heinrich Böll.


 Casi todo lo escrito por Böll está a medio camino entre la narrativa y el ensayo. Lo que leí con anterioridad es más narrativa, pero este breve texto es más ensayo. Como la contracubierta de la edición de Galaxia Gutenberg informa, es una reflexión sobre la llegada al poder del Partido Nacionalsocialista en Alemania, cuando el autor cuenta quince años. Recupera todos los pensamientos, sentimientos y observaciones de alguien joven pero ya plenamente consciente de la barbarie y sinrazón que había conquistado su país. No escatima adjetivos ni razonamientos.

Böll pertenece a la llamada “literatura de escombros”, por haber sido escrita en el país centroeuropeo tras la Segunda Guerra Mundial, en una situación de demolición física pero también moral de su sociedad. Con él hay otro premio Nobel, Günter Grass y Siegfried Lenz. Los tres (y algún autor menor más) destacan por su agria crítica a la entrega medio consciente medio inconsciente que sus compatriotas hicieron hacia los nazis y su salvajismo. Creo haberlo escrito en otra entrada que de los tres el más honesto me parece Böll. Grass negó hasta que le mostraron la evidencia que había llegado a militar en las juventudes hitlerianas. Hubiera sido un milagro que hubiera podido escapar a ello, salvo que hubiese emigrado, y tampoco era nada tan terrible, solo había que asumir la culpa de haber sido envenado y obligado por su sociedad a no salirse del rebaño luciendo una esvástica en su uniforme. Queda fuera de toda duda la denuncia y repulsión del nazismo por parte del autor de El tambor de hojalata, así que negar la evidencia fue un error absoluto. Por contraposición, Heinrich Böll siempre admitió haber formado parte de las dichosas juventudes hitlerianas, justificándose como antes dije por la falta total de libertad en su país en aquella época. Su sinceridad, a mi modo de ver, le honra.
  Al margen de posiciones personales o de formas de ser, la prosa de Böll, ya digo, más ensayo que narrativa, es una excelente vacuna contra toda forma de totalitarismo que lleve a la cosificación del ser humano, a creer en la superioridad, ya sea por razones racistas, economicistas o egocéntricas, de un hombre sobre otro. Desgraciadamente, esta vacuna sigue siendo de obligada administración cada poco tiempo, “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. Böll escribe con naturalidad, sin ampulosidad, se lee con rapidez y normalidad, pero cala profundamente (para aquellos dotados de inteligencia emocional, claro). Una vez más queda la duda del valor del Premio Nobel, ya se sabe, o éste no lo merece o lo merecen miles más… En todo caso, el valor de Böll no está en su imaginación, en su creación de mundos y personajes ficticios, sino en su aspecto moral. Muchos creerán que al haber situado sus novelas tan definidas en el espacio y el tiempo es coyuntural, en absoluto, Böll no pone en solfa solo el nazismo, critica la recurrida tendencia humana a comportarse de forma animalesca al querer escalar socialmente, al considerar que una vida humana pueda ser más importante que otra.

domingo, 4 de noviembre de 2018

"Pirómides", una novela del Mundodisco, por Terry Pratchett.

 Séptima entrega de la genial creación de Terry Pratchett. La gran tortuga A'Tuin sigue surcando el Universo, con sus cuatro elefantes que soportan a su vez al mundo plano con forma de disco. Los habitantes de este mundo hipotético, verdaderas parodias de la humanidad, siguen sus aventuras sin sentido. Ahora le toca a Pirómides, alter ego evidente de los faraones de Egipto. En su tratamiento paródico, aquella civilización es tratada por Pratchett con toda la ironía de nuestra época: el padre de Pirómides, anterior faraón, es un tipo vulgar, cansado de todo, pero que sigue jugando su papel a ser un dios en la Tierra, más o menos como lo haría un mal prestidigitador cansado de su oficio y de tener que engañar un día sí y otro también al público... o, mejor aún, mostrar la dignidad de un dios cuando realiza malos trucos y sus fieles fingen creerlo y adorarlo...
 Para liarlo más, su hijo, conocido como Teppic, aunque llamado realmente Pteppic (pronúnciese como "patetic") ha buscado como oficio uno de los gremios profesionales más respetados en el Mundodisco: el de asesino. Sí, en el Mundodisco, los asesinos son controlados con dignos gremios que regulan la profesión, dan el certificado de aptitud a los mismos y se encargan de que un asesino, por ejemplo, mate como Dios manda y no de cualquier forma. Así es Pratchett, un tipo que da la vuelta a la realidad humana, con una sorna y una ironía que, francamente, no he encontrado con frecuencia. Todo es un afán por ridiculizar la estupidez humana, su soberbia, su vanidad, sus comportamientos animalescos revestidos de la dignidad de quienes se creen "hechos a la imagen y semejanza de un Dios". 
 Desde luego, si nuestros gobernantes y el grueso de la población humana leyeran a Terry Pratchett y se vieran reflejados en su estupidez para poder así conducirse en la vida con menos soberbia y con más normalidad, nos iría mucho mejor. ¡En fin, una pena que muchos crean que este tipo escribía para niños y jóvenes!