miércoles, 30 de enero de 2019

En la muerte de I.M.

 La muerte llega, siempre está agazapada sin que nos demos cuenta, como una fiera oscura y vieja conocida nuestra. Llega, da el zarpazo y deja el cadáver de nuestro familiar, de nuestro amigo, y a nosotros nos queda recomponer la cara de imbécil que se nos ha quedado, recoger el cadáver y darlo a la tierra y seguir con nuestras vidas anodinas, sabiendo que la vieja bestia negra está acechando otra vez...

martes, 29 de enero de 2019

"Nueva York es una ventana sin cortinas", por Paolo Cognetti.

 Contraviniendo una vez más mis propias normas (para que están las normas si no es para contravenirlas) vuelvo a leer narrativa contemporánea, de un tipo, incluso, considerablemente más joven que yo: Paolo Cognetti, vencedor del prestigioso Premio Strega en su país y del Médicis en Francia. Su principal novela, Las ocho montañas, me sorprendió gratamente por su sencillez no carente de calidad y el tema principal escondido bajo el superficial, éste la relación de un chico con la montaña y aquél la búsqueda de la identidad personal y las relaciones personales más íntimas. Después leí El muchacho silvestre, una variación menor de los temas de la anterior novela. Ahora comienzo con esto que, aunque las editoriales lo ocultan, tiene pinta de ser un ensayo novelado... o una novela ensayística, como se quiera ver.
 Porque los géneros literarios se mezclan, no digamos ya los subgéneros. Y este texto es más bien un cuaderno de anotaciones, sentimientos, pensamientos y lecturas que el autor tuvo en Nueva York, ciudad en la que vivió, según parece, varios años. Cognetti es un buen escritor, es indudable, es capaz de darle interés a pensamientos y sentimientos vulgares (en el sentido de muy frecuentes y usuales) y concitar sentimientos y pensamientos del lector, provocando una empatía que es, en mi opinión, una de las razones por las que leemos tantas horas cada día los llamados "letraheridos". Por otro lado, Nueva York es una ventana sin cortinas es un cuaderno de notas muy literario: en todo momento relaciona escritores (Melville, Whitman, Doctorow, Potok o Ginsberg) con la ciudad americana y los barrios por los que vagabundea el autor. Así, todos los que hemos leído a los anteriores, con muy diferente  resultado (apabullado por la calidad humana y literaria de Melville, no tan atraído como pensaba por Whitman, interesado por Potok y su judaísmo ortodoxo o aburrido por el insufrible Ginsberg) sentimos, de nuevo, este libro como algo dirigido a nosotros.
 Me gusta Cognetti. Es un escritor sin (aparentemente) grandes ambiciones literarias, los temas que toca son, como antes decía, vulgares, pero su extrema sencillez lo lleva a un grado más elevado sin desmerecer una calidad de redacción que hoy en día, desgraciadamente, no alcanzan la mayoría de los escritores que ganan los principales premios comerciales.

miércoles, 16 de enero de 2019

"Bookshelves" (estanterías), by Grant Snider (www.incidentalcomics.com)



Todas las imágenes tomadas del sitio www.incidentalcomics.com

"Doktor Faustus", por Thomas Mann.

 Hay lecturas que un servidor recuerda con especial cariño porque consiguieron absorberlo hasta hacerlo desaparecer entre sus líneas; eso es lo más preciado para mí. Nótese que digo desaparecer. Cuando un texto me gusta en gran manera llego a olvidarme de mí mismo y me anulo como individuo; puede que muchos no lo entiendan, pero para mí ese es el verdadero nivel último de la literatura. Porque luego están esas lecturas que también apasionan pero en la que uno se ve, hasta cierto punto, reflejado en un personaje, o en una determinada actitud, con lo cual uno acaba por sufrir el destino de tal o cual protagonista. Cuando consigo olvidarme de mí mismo es cuando llego al éxtasis intelectual... Sí, soy así de raro. De los autores que más han conseguido esta extraña alienación están, por supuesto, varios de la mal llamada "literatura victoriana": Dickens, Henry James, Thomas Hardy... y otros como el que ahora leo: Thomas Mann.
 De Mann he leído Muerte en Venecia (que no me gustó mucho) y La montaña mágica (que me entusiasmó). No sabría decir que me llenó de una novela de más de mil páginas en la que pasa muy poco (pasa que el protagonista, Hans Castorp, va a un hospital para tuberculosos en la montaña a visitar a un primo y tras establecer todo tipo de relaciones con enfermos, médicos y enfermeros, acaba por asumir lo que le habían dicho por primera vez: vienes para quedarte; efectivamente, Castorp acabará muriendo allí). El ritmo de La montaña mágica es exasperantemente lento, a mí me recordaba la lentitud apabullante de las novelas "proustianas" de En busca del tiempo perdido y, en realidad, no pasa nada y pasa todo, pues se filosofa sobre la existencia, sobre la muerte y sobre la estética de la vida, eso sí, todo a paso de caracol.
 En Doktor Faustus, Mann recrea el mito de Fausto, aquel tipo que vendía su alma al diablo para conseguir éxito mundano. Hasta ahí no parece un gran alarde intelectual para el que fue Premio Nobel en 1929, pero las discusiones sobre la vida de Adrian Leverkühn, compositor alemán, representante, en verdad, de la más alta cultura germánica son tan brutales, que acaba haciendo de la novela una obra ensayística general sobre cultura y arte europeos.
 Y es que Mann tiene tal dominio del lenguaje, tal erudición, tal amplitud de conocimientos que sus obras debieran ser de obligada lectura para aquel que no se contente con eructar, defecar y orinar, además, por supuesto, de tener un puesto de engorde (perdón, quise decir, un puesto de trabajo). Leer Doktor Faustus es una tarea ímproba por la necesidad que tiene uno de parar el reloj, de detener el tiempo para desaparecer en su trama, disfrutando de cada argumento, cada circunloquio como un gourmet disfruta de la mejor delicatesen. Es, obviamente, una lectura lenta, tal vez de meses, no por su longitud sino por su densidad, pero es, de verdad, leer, los que no lo aguanten siempre tendrán la novela contemporánea.

domingo, 6 de enero de 2019

"Teutoburgo", de Valerio Massimo Manfredi.

 Siempre me pasa lo mismo: cuando salgo de vacaciones lo hago con varias novelas bajo el brazo y, aún así, siempre me quedo corto. Esta vez traje El Jugador y Brujerías, de Dostoievsky y Pratchett, para diez días, y a cuatro días del retorno tuve que buscar "desesperadamente" algo más. Vacacionando en una pequeña ciudad turística no hay verdaderas librerías sino papelerías y tiendas de regalo que venden unos pocos libros. Es de figurar la literatura que se puede encontrar en estas tiendas: no más de veinte novelas comerciales en edición bolsillo; así que me tuve que decidir entre lo que había y elegí esto:
 La portada no deja ya lugar a dudas: se trata de una novela histórica ambientada en época romana, a poco que suenen ciertos nombres se sabe que en Teutoburgo tuvo lugar una de las más temibles derrotas de las legiones romanas a manos de las tribus germánicas.
 En fin, creo que este subgénero narrativo de la novela histórica es el menos interesante para mí aunque sea superventas a nivel general (otra muestra más de mi singular rareza). No acabo de entrar a la novela histórica porque me parece (no se vea esto como gesto de vanidad por mi parte) una literatura facilona. Creo que lo es porque escribir una novela (un servidor se ha roto los cuernos con dos finalizadas y unas pocas abandonadas) tiene como grave dificultad, obviamente, pergeñar un argumento sólido y razonablemente verosímil, y en la novela histórica esto es hurtado a los libros de texto. Concedo que hay novela histórica de altísimo nivel (estoy pensando en Pérez-Galdós) pero es de autores tan sublimes que todo lo que escribieron quedó para la posteridad.
 Bueno, en esta novela en concreto me parece que el argumento principal que da nombre al texto está robado de la realidad lejana y que, pido perdón al señor Manfredi, es todo un tanto predecible. Debo estar siendo profundamente injusto pues Valerio Massimo Manfredi pasa por ser uno de los grandes escritores del país trasalpino, además de ser un reputado profesor universitario de Arqueología. No sé, tal vez sea que tengo prejuicios contra este tipo de narrativa que creo apologética de la detestable historia de la humanidad y tiendo a ver el vaso medio vacío. En todo caso, compré esta novela para que el viaje en avión se me hiciera más ameno (para poderme perder en las páginas de un libro en lugar de estar desesperado mirando al reloj cada cinco minutos) y en este sentido, Teutoburgo ha cumplido su función. Una vez más, la literatura (aunque sea de un subgénero que no aprecio) viene en mi auxilio y me libra de una jornada tediosa y molesta. 

"Brujerías. Una aventura del Mundodisco", por Terry Pratchett.

 Octava (o sexta, según se mire) entrega de la fantasiosa y a la vez extraordinariamente verosímil sociedad del Mundodisco. Ahora toca, como se sobreentiende por el título, al hilo argumental centrado en las brujas, con algún personaje conocido como Yaya Ceravieja y otros nuevos. En todo caso, persiste la mirada sarcástica e irónica de Pratchett que no deja títere con cabeza. Se burla de la soberbia humana, de nuestras ridículas vanidades; aquí no hay buenos o malos, todos son ridículos, cómicos, risibles y esperpénticos.
  Las tres brujas protagonistas principales (Yaya Ceravieja, Tata Ogg y Magrat) van a intervenir en la sucesión monárquica del Reino de Lancre. Como siempre, el más digno se mostrará como el más indigno, el más estirado como el más rastrero, el más noble como el más infame... tanto que no habrá finalmente mejor rey que un bufón ni mejor reina consorte que una bruja. En fin, alguno dirá que la sociedad del Mundodisco es demasiado irreal, a mí se me antoja que es exactamente nuestra sociedad sin la mentira, la hipocresía y el cinismo que se enseñorean de ella cada día.
 Y mientras tanto, la gigantesca tortuga cósmica Gran A'Tuin sigue volando por el Multiverso, con sus cuatro elefantes sobre su caparazón, quienes sostienen a su vez el Mundodisco.

Conclusiones tras haber leído "El jugador", de Dostoyevski.

 Al margen de la maestría en la descripción psicológica de los personajes, El jugador es un increíble fresco de la miseria de las ambiciones humanas. Para ser sincero, cuando leía esta novela breve pensaba en la semejanza entre el estereotipo ruso y el español: tipos presuntuosos, engreídos, con un afán desmedido por la riqueza súbita (recuérdese la famosa época del "pelotazo"); sin embargo, ampliando un poco las iras se ha de admitir que, en realidad, es un reflejo de la sociedad humana en general, independientemente de que hablemos de rusos, de españoles o de laosianos.
Imagen tomada de Wikimedia Commons
 En todo hombre, en toda mujer vive un pálpito ruin y mezquino que le impulsa a ser mejor que el otro. Esto en una sociedad capitalista no puede ser más que por el acúmulo del dinero y la ostentación del poder. En El jugador están representados desde la abuela aparentemente inmortal y a quien todos desean la muerte para poder heredar, que es incapaz de controlarse y dilapida su fortuna apostando kopek tras kopek aunque es consciente de que lo perderá todo; pasando por el ampuloso general, todo honor, todo altivez, todo arrogancia, ningún dinero, ningún escrúpulo; hasta los jóvenes arribistas (como el protagonista, evidente álter ego de Dosto) que juega a acompañar, seducir y de paso robar lo que pueden; por no hablar de las jóvenes que acompañan a la troupe, poco más que putas finas. Es, en realidad, un panorama desolador, sobre todo por su extraordinaria verosimilitud. Puede que no vivamos en estas ciudades centroeuropeas de finales del XIX que se disfrazaban como balnearios para ser poco menos que antros de perdición y prostitución, pero en nuestras modernas ciudades millones de sepulcros blanqueados viven y mueren en condiciones de inmoralidad extrema, tal cual Dosto nos pinta.