martes, 5 de marzo de 2013

Inciso cinematográfico: "El cielo sobre Berlín" de Wim Wenders

  Frecuentemente nos hacemos mil preguntas, mil indagaciones sobre qué es lo que nos gusta, lo que nos atrae magnéticamente hacia una película; qué es lo que nos hace verla una y otra vez... podremos dar unos cuantos motivos, pero no son suficiente para justificar esa atracción... A mí eso me pasa con El cielo sobre Berlín. Por cierto, en España se tradujo, de una forma un tanto cutre como Las alas del deseo... traducción literal del título en inglés, supongo que sería mera cuestión de marketing.
   Me acerqué al cine de Wenders a través de Peter Handke, de quien ya hablé y que colaboró en varias ocasiones con el cineasta. De entre todas las películas de Wenders, para mí, esta es la mejor; combina una sabia utilización en la alternancia del Blanco y negro con color, así como de grúas y "steadycam" para dar una sensación subjetiva de la ciudad en los ojos de los ángeles. Bruno Ganz está, como suele ser habitual en él, inconmensurable, y Otto Sander no se queda a la zaga. El resultado es una película hipnótica, diferente, en la que el argumento se supedita a las condiciones técnicas (entre las que yo remarcaría el uso de la "steadycam" para dar continuidad a las escenas) y que deja tan buen sabor de boca que apetece verla con frecuencia.
   El éxito de crítica y público fue enorme, tanto que Wenders rodó una continuación, la conocida ¡Tan lejos, tan cerca! que, a pesar de tener un presupuesto mucho mayor y colaboraciones y cameos importantes, no tuvo la acogida que tuvo aquella. Por cierto, tiempo después, en Hollywood rodaron un "remake" que titularon City of Angels, un pastelote romanticón con Meg Ryan y Nicolas Cage que no sirve más que para perder el tiempo.

lunes, 4 de marzo de 2013

Más de Grant Snider

  Otra genialidad más que muestra la vida de aquellos que quedamos atrapados por la lectura:
   Sin palabras, para más información: www.incidentalcomics.com

Edward Gorey

  Reconozco haberlo conocido recientemente, lo cual, lejos de ser motivo de disgusto o turbación es razón de satisfacción, pues indica que todavía sigo buscando lo que me interesa, característica inherente en mí. No es de extrañar en cualquier caso, que sea la novela gráfica la que más gratos descubrimientos me esté dando... es posible que, en mi juventud, influenciado por un cierto "purismo literario" despreciara los cómics como "algo de chicos", felizmente he descubierto la inmensa calidad que proviene de juntar una buena historia con un mejor diseño.
  Ya hablé de grandes historietistas como Jacques Tardi, Vittorio Giardino, Allan Moore, Art Spiegelman y otros, ahora lo haré de Edward Gorey.
   Gorey es autor de ilustraciones y novelas gráficas con un estilo inconfundible: siempre en blanco y negro,  la mayor parte de los personajes vestidos según la costumbre victoriana, con un sentido del humor muy peculiar, pero sobre todo reconocible por el tono macabro... para muestra un botón:
   Un "tipo raro" para esta biempensante sociedad: misántropo, solitario, con "extraño sentido del humor", excéntrico... un genio diferente.

sábado, 2 de marzo de 2013

Parques para leer: "La Fuente del Berro"

  El nombre oficial de este parque es "La Quinta de la Fuente del Berro", aunque nadie lo llame así. Está situado entre la M-30, la prolongación de la calle O'Donnell y el final del barrio de la Guindalera; no es la mejor ubicación, la M-30 impone sus ruidos y humos, que unas pantallas acústicas colocadas en los años 80 no logran mitigar, pero el parque tiene sus rincones apacibles, como este:
   Se llega a la entrada principal por la antiguamente llamada "colonia de hotelitos Fuente del Berro", o colonia Iturbe, lo de "hotelitos" era el nombre que se puso en los años 20 a los pequeños chalés que se construían en el entonces extrarradio de la ciudad. Hoy se ha convertido en un oasis de tranquilidad, sin apenas tráfico en su interior, de hecho hay alguna calle privada, y con mucho arbolado.
  Al parque de la Fuente del Berro fui, como a tantos otros sitios en mi adolescencia y primera juventud, con mi abuelo Alfonso, en aquellas caminatas previas a la comida dominical... esos recuerdos perdurarán en mí hasta mi aniquilación como ser humano. En tiempos muy posteriores, ya muertos mis abuelos, he regresado, con un libro como compañía, para mitigar la dureza de mi ciudad natal y mi áspero carácter.

viernes, 1 de marzo de 2013

Ahora leyendo: "El salón rojo", de August Strindberg

  Primer libro que leo del tal Strindberg. Al parecer fue más conocido como dramaturgo, influyendo en uno de los más reputados cineastas suecos: Ingmar Bergman (el de El séptimo sello, Fresas salvajes, La hora del lobo o El huevo de la serpiente, entre otras).
  La novela ya había sido traducida con antelación, pero la Editorial Acantilado la ha vuelto a traducir y editado recientemente. Una vez más hemos de congratularnos del ímprobo esfuerzo de estas "pequeñas" editoriales que luchan contra el terrible oligopolio de las grandes multinacionales.
   Según parece, Strindberg llevó una vida cuando menos tempestuosa; asediado por la esquizofrenia, los vaivenes económicos, la inestabilidad emocional y afectiva... En definitiva, cumple todos los requisitos para ser un notable creador, según el estereotipo que considera que un escritor ha de ser un tipo atormentado y difícil.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Ahora leyendo: "Nada del otro mundo", de Muñoz Molina

  Ya hablé de Antonio Muñoz Molina en una entrada anterior, uno de los escritores contemporáneos más capacitados; aunque desde La noche de los tiempos, publicada en 2009, parece no sacar narrativa, sí algo de ensayo, tanto en "formato tradicional" como en distintos diarios y revistas. Ahora empiezo con Nada del otro mundo, un conjunto de relatos recopilados por su editorial, Seix Barral.
   Tal vez sea que Muñoz Molina no es un escritor rápido, en casi 30 años de carrera "solo" ha publicado trece novelas, eso sí, entre ellas alguna de las mejores en lengua castellana. Puede que el ser académico de la lengua le ocupe más tiempo del deseado... En fin, supongo que cada uno tiene su ritmo. No recuerdo haber leído relatos suyos, aunque algunas novelas como El invierno en Lisboa y alguna otra podía haber sido considerado relato hace algunas décadas, aunque ahora, con el cambio de las teorías literarias, se tiende a llamar novela o como mucho novela breve.
   De este tipo me gusta su sencillez, su naturalidad, harto de ver tanto adefesio que por haber publicado un par de noveluchas creen pertenecer a una estirpe superios... Como ejemplo de sencillez cito: "Gimferrer, editor de Seix Barral, fue a Granada, un amigo le dio mi libro, Gimferrer lo leyó y llamó para decir que le había gustado. Fue un impacto tremendo, porque yo estaba habituado a que nadie me hiciera caso. Cuando le envié la novela que estaba escribiendo y me dijo que la quería editar, fue la alegría de mi vida. Y le doy muchas vueltas a qué hubiera pasado si yo no publicaba aquel primer libro, si Gimferrer no iba a Granada. Es una lección de humildad, porque hay mucha gente con mucho talento que no llega a nada, o llega a mucho menos." No es fácil encontrar tal honestidad, al menos en autores tan exitosos y reconocidos.

martes, 26 de febrero de 2013

Peter Handke

  Uno de los mejores escritores contemporáneos en lengua alemana, junto con Heinrich Böll y Günther Grass, de los que ya hablé en otra entrada.
     Conocí a Handke a través del cine, por firmar guiones conjuntamente con un gran cineasta alemán, del cual hablaré otro día, Wim Wertens, de esa etapa destacaré una gran película: El cielo sobre Berlín.
  Es autor de novelas y relatos en los que prima la introspección y la acción reposada, algunos de ellos, los más famosos son: La mujer zurda, La ausencia, El miedo del portero ante el penalty, La tarde de un escritor o Los avispones.
  Handke es de origen esloveno por parte de madre -lo cual no es muy extraño en su región austriaca de origen, Carintia- y se opuso públicamente al bombardeo de zonas de Serbia por parte de la OTAN, lo cual le colocó como defensor de genocidas serbios como Milosevic, él, por supuesto, lo desmintió y se postuló como defensor de la Yugoslavia multiétnica. 

lunes, 25 de febrero de 2013

Inciso cinematográfico: "Smoke", de Wayne Wang

  Una de las mejores películas recientes que recuerdo (ya no tan reciente, de 1995), tal vez me gustó por el guión, que firmaron a medias Wayne Wang y Paul Auster; quizás por la sensibilidad mostrada, que tan infrecuente es en las películas de Hollywood, pero más habitual en el cine hecho en las costa Este (más europeo); o puede que me gustara por la excelente actuación de dos de mis actores contemporáneos preferidos, William Hurt y Harvey Keitel.
   Smoke cuenta la historia de varios personajes corrientes y molientes cuyo nexo de unión es la tienda de tabacos (no es exactamente un estanco que llamaríamos en España, ya que no se venden timbres o papeles oficiales), el hecho de que dicha tienda, y el hábito de fumar sean constantes en todos los personajes en la biempensante sociedad estadounidense ya supone una declaración de intenciones en sí mismo. Entre esos personajes está Auggie Wren -Harvey Keitel- como tendero que tiene una curiosa costumbre: fotografiar su tienda desde la esquina contraria, todos los días a la misma hora; Paul Benjamin, interpretado por Hurt, un escritor acuciado por la falta de ideas y por la muerte de su pareja, en realidad el álter ego de Paul Auster; así como otros secundarios que redondean la trama.
   El resultado es una película fresca, original, que no se pliega a las exigencias comerciales  habituales en el cine americano; una pequeña gran joya que se beneficia de la interacción de buenos escritores -en este caso Paul Auster- con directores de cine independiente como Wayne Wang.
 

domingo, 24 de febrero de 2013

Ahora leyendo: "Walden", de Henry David Thoreau

  Ya hablé de Thoreau en una entrada anterior, es uno de los autores filosóficos -sí, filosóficos, aunque nunca estudiara en prestigiosa universidad, fue filósofo pues trató de averiguar la esencia misma de la vida y las razones para afrontarla- que más ha marcado mi vida en los últimos tiempos. Había leído Desobediencia civil, con algunos párrafos que me quitaron la respiración y que tuve que anotar rápidamente para asimilar su sencillo pero a la vez profundo sentido. Ahora comienzo con Walden, en una cuidada y muy bien prologada versión de Cátedra, esta:
  El ensayo es epónimo del lago Walden, un lago de origen glaciar en el estado de Massachusetts, al que Thoreau se retiró para vivir una vida sencilla. Vivió allí más de dos años en una pequeña cabaña de madera sin ninguna comodidad en la que estuvo buscándose su propia comida y manteniéndose cual ermitaño. El resultado es una apología de la vida natural y sencilla, muy alejado del capitalismo que ya se imponía por aquella época -1854- y que ha conquistado a toda la humanidad con su consabido "tanto tienes, tanto eres".
   Thoreau demostró la necesidad de una simplificación en nuestra vida para poder encontrar lo que es verdaderamente esencial, y no desperdiciarla con aspectos secundarios e irrelevantes. En mi opinión, los postulados de Thoreau son siempre válidos, pero en épocas como la actual en la que nos atenaza el miedo a la crisis, a la pobreza, a la pérdida de un cierto estándar de vida, la vuelta a la esencia de las cosas nos permitirá liberarnos de toda esa morralla capitalista que solo consigue hacernos más infelices cuanto más cosas poseemos.

Parques para leer: "El Campo Grande"

  Este es, claramente, el parque de mi madurez. A menos de cinco minutos de mi casa y teniendo niños pequeños, el Campo Grande se ha convertido en mi segundo hogar y, espero, sea el segundo hogar de L y D. 
   El Campo Grande comparte muchas similitudes con El Retiro: ambos son los parques históricos de sus respectivas ciudades, verdaderos pulmones de Madrid y Valladolid; al lado de ambos parques he vivido y vivo yo, afortunado de mí... ¿afortunado? Relativamente, al menos en este último lo elegí conscientemente, quería vivir cerca del Campo Grande; y, por último, ambos son un tanto melancólicos, al menos esa es mi apreciación, quizás porque su forma actual es de tiempos del Romanticismo -aunque, por supuesto, existieran con mucha antelación-.
   En el Campo Grande he leído decenas de novelas e incontables poemas, generalmente mientras mis hijos jugaban en sus columpios -por cierto, de los mejores columpios que he conocido, tanto en mi infancia como en la actualidad-. La única pega que le pongo, y que en buena medida es debido no a un fallo del parque si no a la edad que uno va cumpliendo, es que es demasiado umbrío, demasiado húmedo; más de una vez, tras estar leyendo varias horas, he tratado de levantarme del banco y he notado que mi espalda decía que no. Por lo demás, es la mejor joya que tiene la ciudad de Valladolid.