Una de las novelas que más me ha gustado en los últimos años fue La montaña mágica, de Thomas Mann, un largo relato, muy largo, en el que apenas hay acción, hasta el final.
El argumento, en pocas líneas, es la vida de un joven, Hans Castorp que viaja a un sanatorio para tuberculosos en los Alpes suizos donde está internado su primo; allí se encuentra con un mundo paralelo en el que el discurrir del tiempo no tiene nada que ver con lo que está acostumbrado. Castorp se relaciona con otros internos además de con su primo, alguno de los cuales tiene un papel importante en su formación intelectual, y otros con los que mantiene un idilio, al menos platónico. El tiempo, su relatividad, es parte importante de ese argumento, allí en la montaña todo se ralentiza, los días se convierten en meses y los meses en años. Castorp cada vez está más aclimatado, tanto que acaba por contagiarse, de hecho se va anticipando que esto ocurrirá desde casi su llegada, pero, sin embargo, no es tomado como algo trágico, sino como algo propio del devenir de la vida. Durante la estancia, su primo, al que había venido a visitar, marcha del hospital para reincorporarse a su regimiento, tiempo después volverá, mucho más enfermo y ya no saldrá jamás; esto es, quizás, un anticipo del final. A la postre, la guerra, de la que se ha estado hablando durante meses, estalla; Castorp, que sigue enfermo y lleva ya siete años en el sanatorio, se alista en el ejército prusiano... las últimas escenas son de guerra, comienza una batalla que es presentada como suicida, Hans Castorp está allí... se presiente su muerte...
Es posible que el tamaño de la novela haya desanimado a muchos, sin embargo hay algo de hipnótico en ella, algo que tiene que ver con un fatalismo inevitablemente aceptado, el de la enfermedad, el de la muerte, el de la guerra... El joven y enérgico protagonista es contrastado con la aparente desidia de los internos del hospital; la propia tuberculosis, que va lentamente matando, es una metáfora de la vida y sus miserias. Todo es narrado con resignación, sin lucha, pero sin victimismos o llantos.
Una gran novela, otra forma de ver la vida, de abandonarse a sus exigencias, en una suerte de nihilismo que todo lo alcanza y aniquila.