En mi opinión el mejor autor de cómics vivo: Jacques Tardi. En esta ocasión otra narración de guerra, desolación y muerte, esta vez encarnado en su padre, René Tardi.
Al margen de la novela negra (las aventuras de Nestor Burma o de Adèle Blanc-Sec), la obra de Tardi está marcada por las guerras mundiales. Obviamente no en un sentido de apología bélica o de chovinismo nacionalista, sino en una clara denuncia de la animalidad de todo lo bélico. La I Guerra Mundial fue reflejada en La guerra de trincheras y ¡Puta guerra!, en las que se obvia la supuesta victoria francesa, pírrica victoria, y se centra en las desgracias del combatiente de a pie, del chico de veinte años que, sacado a empellones de su hogar, es llevado a una trinchera fangosa donde le matará el enemigo, la enfermedad o la propia desesperación. Son novelas gráficas muy difíciles de leer, si se tiene la inteligencia emocional suficiente, claro.
En este volumen el autor narra en una suerte de extraña conversación con su padre (el dibujante se autoincluye en la viñeta en estado adolescente mientras el padre pasa todas las vicisitudes: lucha, miedo, cautiverio, torturas...), por tanto pasa a la II Guerra Mundial. De nuevo se denuncia la sinrazón de todo conflicto bélico, cómo la barbarie se adueña del corazón de los hombres hasta reducirlos a poco más que insectos...
En cuanto a los dibujos en sí, siguen la línea maestra de Tardi: figuras poco detalladas en comparación con los fondos. En este caso las viñetas están solo en tonos grises, lo que refuerza la deshumanizada carnicería en que convierte a la humanidad cualquier guerra.