Me siento obligado a escribir alguna conclusión sobre El mago de Lublin de Singer, pues tras leer mi anterior entrada, creo haber sido algo injusto. El mago de Lublin es mucho más que una novela costumbrista sobre la cultura askenazí en la Polonia de principios del siglo XX, en realidad es una excelente narración sobre las tribulaciones de un individuo (en este caso un judío, pero podría pertenecer a cualquier confesión) por los sentimientos de culpa que surgen al vivir, al alejarse de principios morales (independientemente de los dogmas o liturgias de una u otra religión) y que le llevan a vivir de forma libertina, dañando irremediablemente un puñado de vidas, pequeñas como la suya propia, pero que merecen tanto respeto como la de cualquiera.
La prosa de Isaac Bashevis Singer es limpia, cristalina diría, pero a la vez no carente de complejidad. La evolución psicológica del protagonista no desmerece en absoluto aquella que se tiene como canónica, estoy pensando en el Raskólnikov del Crimen y castigo de Dostoyevski. Del libertino indiferente al dolor ajeno que solo se aprovecha de los demás (especialmente de las mujeres) al titubeo entre la moralidad judía que despreciaba y su vida anterior, y, por último, al rechazo al mundo y el aislamiento en busca de la pureza espiritual.
Es una gran novela, no hay duda, y su autor se muestra como un perfecto conocedor del alma humana, de sus tribulaciones y alegrías.
En la entrada anterior dije que Singer no era merecedor del Premio Nobel, ahora, francamente, tengo mis serias dudas. Sigo pensando que otros muchos autores lo merecieron también, pero es posible que este en concreto lo merezca suficientemente como para que lo recibiera con justicia en 1978.