No suelo incluir artículos de política en este blog, pero ante el sorprendente resultado de las elecciones presidenciales de Estados Unidos y como "loa" a nuestro nuevo "emperador", publico este excelente artículo de John Carlin que salió en el diario El País del 9 de noviembre de 2016.
Ocurrió lo impensable. Visto desde el resto de planeta tierra, los estadounidense han sucumbido al suicidio político colectivo.
Estaban ahí en lo alto de Trump Tower
mirando para abajo, contemplando tirarse. Oyeron a los que les rogaban
que no lo hicieran pero no les hicieron caso. La locura se impuso a la
razón. Se dio el salto al vacío. El delirio se ha hecho realidad.
Trump en el ala oeste de la Casa Blanca será, en el mejor de
los casos, un Cantinflas interpretando el papel de Calígula en una
versión moderna del declive y caída del imperio. En el peor, representa
una amenaza para la estabilidad mundial.
Antes incluso del resultado electoral, ante la mera posibilidad de que el bufonesco magnate neoyorquino pudiese ganar las elecciones, el resto del mundo miraba Estados Unidos con una mezcla de risa y pavor. Una historia en The New York Times del lunes contaba que el régimen iraní había roto con su tradición de censura
y permitido transmitir en directo en la televisión estatal los debates
entre Trump y Hillary Clinton durante la campaña electoral. El Gran
Satanás, calculaba, se ridiculizaba solo.
A la misma conclusión habrán llegado hoy los políticos y
demás habitantes de la mayoría de los países del mundo. Pero pocos ahora
se van a reír. En Estados Unidos buena parte de la nación llorará:
entre ellos muchos de los que tienen un nivel educativo más alto de la
media, de los que saben distinguir entre los hechos y las mentiras, de
los que se interesan por lo que ocurre fuera de sus fronteras, sin excluir a varios altos mandos del partido republicano que Trump en teoría representa. El desconsuelo será tremendo; la
división dentro del país, abismal; la herida social que se ha abierto,
imposible de cicatrizar a corto plazo.
La victoria de Trump es, entre otros horrores, una victoria para la supremacía blanca. Se sentirán incómodos o vulnerables en su país los negros, los hispanos y los musulmanes.
Los analfabetos políticos que votaron a Trump han caído en
lo que la historia juzgará como un acto de criminal irresponsabilidad
hacia su propio país y, aunque pocos de ellos lo entenderán, hacia el
mundo entero. Que una nación tan próspera con una democracia tan antigua
haya cometido semejante disparate pone en cuestión como nunca la noción
sagrada en Occidente de que la democracia representativa es el modelo
de gobierno a seguir para la humanidad.
Con la victoria de Trump nos encontramos de repente sin
brújula en tierra desconocida. El electorado estadounidense ha preferido
un narcisista ignorante, vulgar, racista y descontrolado como
presidente a una mujer seria, inteligente y capaz como Clinton. Ha
puesto a un loco a cargo del manicomio: lo cual daría risa si uno no se
parara a pensar que el manicomio en cuestión es la potencia nuclear
número uno del mundo.