Para mí, leer y escribir son actos solitarios. Sin embargo, con frecuencia se encuentra a alguien que comparte hábitos y costumbres y, para qué negarlo, uno quiere intercambiar impresiones. No es raro que los caracteres coincidan: introversión, retraimiento, incluso inseguridad social (por no hablar de fobia) suelen darse también en el otro; pero, desgraciadamente, entre los "letraheridos" también hay imbéciles al uso de nuestra insigne sociedad, gentes engreídas y pedantes que tratan de demostrar su erudición en cada palabra que vomitan. Entre estos últimos los hay tan doctos que presumen de no leer nada que no sea en su lengua original, para "ya sabes, evitar los vicios de los traductores". Lo peor de todo es que no tienen empacho en hablar de todo tipo de autores y de todo tipo de lenguas, romances, germánicas o eslavas, es decir, que esos bobos presumidos, tan pagados de sí mismos, hablan centenares de lenguas... La estupidez humana es verdaderamente agotadora. Obviamente un par de preguntas "malintencionadas" sirven para desmontar todo el tenderete de mentiras que ellos mismos se han construido para tapar su ínfima pequeñez, y comprobar que a duras penas entienden algo que no sea castellano. Cuento todo esto para defender la labor imprescindible de los traductores, justo ahora que empiezo a leer el volumen que publica Valdemar de este tan Grabinski y que al parecer seguía acantonado en su lengua materna, el polaco.
Porque, claro, todos hemos leído a Poe en inglés, o a Pessoa en portugués, algunos habrán leído a Baudelaire en francés, a Levi en italiano, a Günter Grass en alemán, a Tolstoi en ruso... y así sucesivamente, pero lo cierto es que, siendo sinceros, a falta de traductores nos ibamos a tener que contentar con la extraordinaria literatura en español. Lo que puede ser discutible es la formación y el buen hacer de los traductores. Algunos sin titulación alguna han traducido de forma fiel y apropiada, véase la traducción que hizo Cortázar de la de Poe, y otros, sin embargo, con toda esa vanitas vanitatis que supone las titulaciones actuales, han destrozado obras completas, no digamos ya si es poesía. Por ello, desde este humilde e ignorado blog vaya un sentido agradecimiento de lector a todos aquellos traductores comprometidos, puntillosos y respetuosos con las obras en que trabajan, y que tantos buenos momentos nos han deparado. De paso, informo de que la traductora de este volumen editado por Valdemar es Katarzyna Olszewska Sonnenberg.
Este tal Grabinski, por cierto, ha sido llamado "el Poe polaco", un hito en la literatura fantástica y de terror que, perteneciente a aquella prolífica época de finales del XIX y principios del XX, no participa de la lengua más utilizada en este subgénero narrativo y que, claro está, es el inglés. Uno de los hechos más peculiares de esta literatura fantástica es que todos los temas están permitidos, se goza de una libertad que no es frecuente en otros subgéneros narrativos. Así, por ejemplo, Grabinski se"especializó" en relatos en los que el tren es el hilo conductor de la trama... todo una novedad que aporta originalidad al autor.