Tercera novela que leo de Turguénev tras Padres e hijos y Diario de un hombre superfluo, y, de momento, la que más me está gustando. De la primera que cito saqué una cierta decepción, tal vez por lo mucho que esperaba, sobre todo en relación con el nihilismo al que todas las recensiones que leía hacían referencia; del Diario de un hombre superfluo saqué más jugo al leerla más libremente. Tal vez esto sea lo que me está ocurriendo con Nido de nobles.
Lo cierto es que me parece, como muy bien dice su traductor (Joaquín Fernández-Valdés Roig-Gironella) "una hermosa y melancólica novela sobre la persistencia del deseo, testimonio de una generación perdida en la Rusia del momento, una generación que solo podía lenvantarse en medio de la oscuridad". Es una pequeña novela con reminiscencias tolstoyanas y dostoievskanas, que delinea una sociedad rusa en decadencia, con nobles rurales que no se adaptan a la sociedad moderna (que son verdaderamente hombres superfluos). Aquí, el protagonista es Fiódor Lavretski, alguien criado por un vividor que quiso hacer de su hijo lo contrario, un espartano insensible al dolor, centrado en el estudio de un modo estoico. Años después, cercana la treintena, Lavretski se enamora de una joven peterburguesa que, tras la boda, lo engaña con petimetres franceses. Así, desengañado de todo, vuelve a su hacienda rural donde planea aislarse del mundanal ruido; sin embargo, allí conocerá (según parece, mi lectura todavía no ha llegado allí) a otra joven de la que se enamorará perdidamente.
Es una lectura amable, reposada, ciertamente melancólica (por los caracteres dados a la introversión y por la tendencia al abatimiento anímico) que deja un poso agridulce. Los tumultuosos avatares amorosos, narrados, eso sí, de forma pausada, retrotraen al gran Tolstoi de Ana Karénina, con la descripción de la psicología de los personajes llevada a cabo de forma magistral. Otra novela atemporal que engorda la abultadísima nómina de la literatura rusa.