Decimoctava entrega de la saga del Mundodisco, genial sátira ideada por Terry Pratchett para burlarse de la estupidez humana, tan universalmente distribuida entre el mono con pantalones. Esta vez es una de las pocas novelas de la saga que no comienza con aquella hermosa letanía que ya se hacía entrañable: el Mundodisco, plano como el encafalograma de un político, descansa sobre cuatro gigantescos elefantes que reposan en estación sobre la concha de la inmensa tortuga cósmica, la Gran A'Tuin, que navega por el Multiverso, (lo del encefalograma de los políticos es de mi cosecha pero, a juzgar por sus acciones actuales y pasadas, es indiscutible).
Ahora, Pratchett parodia un tema popular conocido por todos: el fantasma de la ópera, esa historia sobre un tipo desfigurado que, desde la admiración pero también desde el rencor, idolatra a la prima donna del espectáculo, espiándola desde un palco que exige quede vacío, y amenazando a todos con represalias si no cumplen sus deseos. Este argumento lo puso "negro sobre blanco" Gastón Leroux allá por 1910 a partir de un original de George du Maurier que lo había tomado a su vez de una leyenda popular; en cualquier caso, la popularidad masiva, sobre todo en el ámbito anglosajón, llega de la mano de Andrew Lloyd Weber en un musical tremendamente exitoso que fue representado durante décadas (en el West End londinense se estaría representando todavía si no fuera por la dichosa pandemia), incluido nuestro país.
Claro, para un tipo de la burlesca imaginación de Terry Pratchett, la versión musical de Lloyd Weber es perfecta para parodiar la vanidad humana representada en los fatuos tenores y las divas que, en mayor o menor medida, alcanzan al común del ser humano. Pero la sátira de Pratchett, a pesar de ser inglés, no es sangrante ni nociva, es una burla sana y sin mala baba que saca una sonrisa al comprobar que todos caemos en esos vicios.
Por otra parte, los estudiosos de la obra de Pratchett clasifican las novelas por distintos ciclos o "arcos argumentales", en las que determinados personajes y, por ende, argumentos concretos son retomados para dar otra vuelta de tuerca a la parodia. En Mascarada el arco argumental es el de las brujas, con personajes recurrentes como Yaya Ceravieja o Tata Ogg, a las que se incorpora ahora Agnes Nitt. Las brujas son, en general, personajes habituales de los cuentos populares europeos, tanto que se pueden considerar arquetipos de una feminidad digamos "ligeramente diferente" de la habitual, una feminidad en la que caben hechizos que conviertan en sapos a aquellos que no entiendan plenamente su forma de entender la vida, o en la que no se necesita medio de transporte alguno teniendo una buena escoba a mano. Hay quien, por cierto, asegura que en toda mujer (al menos, a partir de cierta edad) hay una de ellas pugnando por salir a la superficie, especialmente si se ha alcanzado la notable categoría profesional de "suegra". Este concepto, en manos de un tipo tan agudo y guasón como Pratchett deviene en un texto hilarante, con dobles sentidos por todas partes y situaciones cómicas pero totalmente conocidas por cualquiera que haya estado tropezando por el planeta Tierra unas cuantas décadas.
En fin, que es un placer leer a Pratchett, hacerlo sin prejuicios (prejuicios sobre la literatura fantástica o los temas populares), para poder superar tantas tonterías, siempre presentes, que han plagado desde Adán y Eva a esta curiosa especie que algunos llaman "insecto humano".