Finalmente, después de leer a Mihura, Muñoz Seca y Jardiel Poncela, llego a la cumbre del teatro español de principios del siglo XX (con el permiso de Valle-Inclán y Lorca, claro está). En cualquier caso, sí me atrevo a afirmar que el teatro de Benavente es lo mejor del "teatro español comercial" de principios del XX. ¿Cómo? Me explico con un pequeño rodeo: la familia de un servidor es madrileña de varias generaciones, cosa extraña en esa ciudad de inmigración, de modo que en ese principio de siglo XX los egregios antepasados de este humilde bloguero disfrutaban del teatro como un entretenimiento social de primer orden. Recuerdo especialmente a mi abuela Manolita hablar de veladas en el Teatro de la Comedia de Madrid, sito en la calle del Príncipe, muy cerca del domicilio familiar. Aquellos familiares míos, como casi todo el público, no tenía especial interés en vanguardias literarias o movimientos culturales, "ir al teatro" era una actividad social, un entretenimiento en el que "ver y ser visto". Esto, dicho así, puede parecer una degradación del arte de Aristófanes, pero, a qué engañarnos, mientras se llenen las salas... Así, todos estos señores y señoras (algún malintencionado diría "señorones y señoronas") querían, pues, algo ligero, divertido y sin complicaciones para cumplir con esa obligación social. Y así surgieron las comedias de la época. En esa tesitura encajan perfectamente las obras de Muñoz Seca, Mihura o Jardiel Poncela, pero, ¿el teatro esperpéntico de Valle-Inclán, la denuncia social de García Lorca?
Dejo esas preguntas en el aire, porque la respuesta es obvia. Pero lo cierto es que no todo el teatro español de principios del siglo XX eran vanguardias o comedietas ligeras, también hay términos intermedios, autores que, con una calidad literaria elevada conseguían llenar teatros, vamos, que eran rentables pero hacían pensar al espectador.
Jacinto Benavente entra en este grupo intermedio en esta clasificación tan simplona salida a trompicones de mi magín, y una de sus obras señeras, Los intereses creados, es paradigma de tales obras.
Los intereses creados entra dentro de eso que se llamó "Comedia del Arte", género dramático nacido en Italia nada menos que en siglo XVI y del que Benavente se hace deudor. Pero se hace deudor de forma honesta, porque bien podría haber disimulado un poco las formas hasta presentarla como una comedia moderna, pero no, él toma los nombres de personajes típicos de ese subgénero teatral para algunos de sus personajes, tales como Polichinela, el Capitán o Arlequín. Y es que, en realidad, esa Comedia del Arte es parte de la vida humana, es atemporal, y se da en el siglo XVI tan bien como en el XX o el XXI. Recordemos sucintamente el argumento general: una pareja de enamorados sufren la incomprensión y rechazo de sus progenitores, pero son ayudados por personajes cómicos y por alcahuetas que consiguen que triunfe su amor. La mejor parte está en los criados y alcahuetas que, grandes conocedores del alma humana, son, con bromas y veras, capaces de enredar a las familias hasta que los jóvenes se salen con la suya.
Jacinto Benavente. Foto tomada del sitio muyinteresante.es
El argumento de la obra de Benavente es ligeramente diferente: dos pícaros, Crispín y Leandro, llegan sin blanca a una ciudad. Para poder vivir, el primero idea un plan: hacerse pasar por criado del segundo, y hacer ver a toda la ciudad (sobre todo hospederos y gente rica) que su señor es persona principal, de alta nobleza y grandes riquezas. El plan llega a su culmen cuando descubren que el ricachón de la ciudad, Polichinela, tiene una única hija, y, por tanto, heredera de toda su fortuna. La acción se complica cuando Leandro e Isabel (la hija de Polichinela) se enamoran de veras, queriendo Leandro parar la farsa. Crispín, no obstante, sigue adelante hasta que todo se descubre, juntándose a Polichinela toda una caterva de acreedores agraviados que reclaman lo suyo. En el último cuadro, en una pirueta argumental de Crispín, éste consigue hacer ver que para que todos puedan cobrar, primero han de conseguir ellos dos sus objetivos, lo resume todo en esto:
Crispín:
... "¿Qué os dije, señor? Que entre todos habíamos de salvarnos... Creedlo. Para salir adelante con todo, mejor que afectos es crear intereses."
La obra es una comedia, claro está, pero inteligente, con algunos personajes que hacen sonreír más que reír, principalmente por la inteligencia de sus discursos y el conocimiento del alma humana. En Los intereses creados son Crispín y, en menor medida, doña Sirena; el primero el artífice fundamental de la farsa, y la segunda la "facilitadora", la alcahueta que media entre los enamorados. Hay, además de los aspectos cómicos, una crítica social muy fuerte y evidente: la que se hace a una sociedad que juzga en función de la apariencia y lo superficial, además de que otorga importancia a aquél que, aunque sea de forma delictiva, ha conseguido grandes riquezas.