jueves, 4 de noviembre de 2021

"Los intereses creados", por Jacinto Benavente.

  Finalmente, después de leer a Mihura, Muñoz Seca y Jardiel Poncela, llego a la cumbre del teatro español de principios del siglo XX (con el permiso de Valle-Inclán y Lorca, claro está). En cualquier caso, sí me atrevo a afirmar que el teatro de Benavente es lo mejor del "teatro español comercial" de principios del XX. ¿Cómo? Me explico con un pequeño rodeo: la familia de un servidor es madrileña de varias generaciones, cosa extraña en esa ciudad de inmigración, de modo que en ese principio de siglo XX los egregios antepasados de este humilde bloguero disfrutaban del teatro como un entretenimiento social de primer orden. Recuerdo especialmente a mi abuela Manolita hablar de veladas en el Teatro de la Comedia de Madrid, sito en la calle del Príncipe, muy cerca del domicilio familiar. Aquellos familiares míos, como casi todo el público, no tenía especial interés en vanguardias literarias o movimientos culturales, "ir al teatro" era una actividad social, un entretenimiento en el que "ver y ser visto". Esto, dicho así, puede parecer una degradación del arte de Aristófanes, pero, a qué engañarnos, mientras se llenen las salas... Así, todos estos señores y señoras (algún malintencionado diría "señorones y señoronas") querían, pues, algo ligero, divertido y sin complicaciones para cumplir con esa obligación social. Y así surgieron las comedias de la época. En esa tesitura encajan perfectamente las obras de Muñoz Seca, Mihura o Jardiel Poncela, pero, ¿el teatro esperpéntico de Valle-Inclán, la denuncia social de García Lorca?
 Dejo esas preguntas en el aire, porque la respuesta es obvia. Pero lo cierto es que no todo el teatro español de principios del siglo XX eran vanguardias o comedietas ligeras, también hay términos intermedios, autores que, con una calidad literaria elevada conseguían llenar teatros, vamos, que eran rentables pero hacían pensar al espectador. 
 Jacinto Benavente entra en este grupo intermedio en esta clasificación tan simplona salida a trompicones de mi magín, y una de sus obras señeras, Los intereses creados, es paradigma de tales obras.
 Los intereses creados entra dentro de eso que se llamó "Comedia del Arte", género dramático nacido en Italia nada menos que en siglo XVI y del que Benavente se hace deudor. Pero se hace deudor de forma honesta, porque bien podría haber disimulado un poco las formas hasta presentarla como una comedia moderna, pero no, él toma los nombres de personajes típicos de ese subgénero teatral para algunos de sus personajes, tales como Polichinela, el Capitán o Arlequín. Y es que, en realidad, esa Comedia del Arte es parte de la vida humana, es atemporal, y se da en el siglo XVI tan bien como en el XX o el XXI. Recordemos sucintamente el argumento general: una pareja de enamorados sufren la incomprensión y rechazo de sus progenitores, pero son ayudados por personajes cómicos y por alcahuetas que consiguen que triunfe su amor. La mejor parte está en los criados y alcahuetas que, grandes conocedores del alma humana, son, con bromas y veras, capaces de enredar a las familias hasta que los jóvenes se salen con la suya.
Jacinto Benavente. Foto tomada del sitio muyinteresante.es
 El argumento de la obra de Benavente es ligeramente diferente: dos pícaros, Crispín y Leandro, llegan sin blanca a una ciudad. Para poder vivir, el primero idea un plan: hacerse pasar por criado del segundo, y hacer ver a toda la ciudad (sobre todo hospederos y gente rica) que su señor es persona principal, de alta nobleza y grandes riquezas. El plan llega a su culmen cuando descubren que el ricachón de la ciudad, Polichinela, tiene una única hija, y, por tanto, heredera de toda su fortuna. La acción se complica cuando Leandro e Isabel (la hija de Polichinela) se enamoran de veras, queriendo Leandro parar la farsa. Crispín, no obstante, sigue adelante hasta que todo se descubre, juntándose a Polichinela toda una caterva de acreedores agraviados que reclaman lo suyo. En el último cuadro, en una pirueta argumental de Crispín, éste consigue hacer ver que para que todos puedan cobrar, primero han de conseguir ellos dos sus objetivos, lo resume todo en esto:

Crispín:
... "¿Qué os dije, señor? Que entre todos habíamos de salvarnos... Creedlo. Para salir adelante con todo, mejor que afectos es crear intereses."

 La obra es una comedia, claro está, pero inteligente, con algunos personajes que hacen sonreír más que reír, principalmente por la inteligencia de sus discursos y el conocimiento del alma humana. En Los intereses creados son Crispín y, en menor medida, doña Sirena; el primero el artífice fundamental de la farsa, y la segunda la "facilitadora", la alcahueta que media entre los enamorados. Hay, además de los aspectos cómicos, una crítica social muy fuerte y evidente: la que se hace a una sociedad que juzga en función de la apariencia y lo superficial, además de que otorga importancia a aquél que, aunque sea de forma delictiva, ha conseguido grandes riquezas.

martes, 2 de noviembre de 2021

"Eloísa está debajo de un almendro", de Enrique Jardiel Poncela.

  No recordaba cuándo fue, sí que yo era muy jovencito y que Pilar Bardem tenía un papel principal. Gracias a internet y sus millones y millones de datos, pude constatar que la adaptación teatral que vi de Eloísa está debajo de un almendro, fue nada más y nada menos que en 1991, en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, ¡hace ya treinta años! No había leído, sin embargo, el texto, así que... aquí está...
 Jardiel Poncela fue otro de los incontestables protagonistas de la dramaturgia de la primera mitad del siglo XX, como tantos se fue a la comedia (aunque parece que su vida fue más bien trágica) quizá porque la sociedad de la época ya tenía suficientes problemas en la vida real como para ver más en un escenario, o tal vez su producción cómica fue una defensa frente a la rudeza de la existencia, no sé. Lo cierto es que casi todo lo que se escribía y representaba en aquella época eran comedias, ya fuera teatro puro o zarzuela. Los estudiosos del tema han incluido a Jardiel en el llamada "teatro del absurdo", aunque, habiendo leído anteriormente a Mihura, el sentido cómico en Jardiel Poncela está más en los equívocos y malentendidos (motor clásico de la comedia tanto en cine como en teatro, por otra parte) que en los chistes incongruentes o sin sentido.
 Grosso modo, el argumento es el siguiente: unos jóvenes, Mariana y Fernando, están enamorados; Mariana encuentra irresistible el aura misteriosa del chico, su ocupación sospechosa; a la vez, la tía de la joven, Clotilde, está enamorada del tío de Fernando, Ezequiel. Son, por tanto dos familias: los Briones, a la que pertenecen las féminas, y los Ojeda, de la que forman parte los varones, cuyos amoríos se entrecruzan. La atracción fatal que sienten ellas hacia ellos se refuerza ante la sospecha de que asesinan mujeres y las entierran en su jardín. En el último acto se revelará que todo es un malentendido, que lo que mata Ezequiel no son sino gatos a los que pone nombre de mujer, el "gaticidio" se debe a que está investigando las causas y curación de la pelagra (avitaminosis de la vitamina B3 que causaba estragos en la época en algunas zonas montañosas de Asturias entre otras regiones). 
 Los personajes más cómicos, por torpes y atolondrados, son la propia Clotilde y los criados de los Briones, Fermín y Leoncio, que no curan de espanto ante lo que imaginan de los Ojeda. Hay algún chiste surrealista o sin sentido, pero son minoría, ya digo, lo jocoso entra por los malentendidos entre personajes.
 Un aspecto interesante del texto es el tratamiento que el autor da a las acotaciones. A diferencia de otros dramaturgos (concretamente, de Mihura y Muñoz Seca, que acabo de leer), en Jardiel, las acotaciones tienen un tratamiento narrativo muy cuidado, no son simples instrucciones de atrezo o utilería para la puesta en escena, sino que describe con una minuciosidad y, sobre todo, un afán de corrección y de creatividad que supera lo meramente práctico.

 Una obra entretenida y divertida que ha sido escenificada hasta la saciedad, pero, en mi humilde opinión, de inferior calidad a Tres sombreros de copa de Mihura o La venganza de don Mendo de Muñoz Seca. Creo que falta embrollo, complicaciones... de esas tres clásicas etapas de toda obra de teatro (presentación, desarrollo, desenlace), le falta algún personaje más y más situaciones complicadas que acaben por desembarazarse en el último acto. La comedia de Muñoz Seca que citaba arriba es ejemplo de cómo en ese acto central, el del enredo, éste aumenta notablemente por la incorporación de personajes y tramas secundarios que enriquecen notablemente la acción.

lunes, 1 de noviembre de 2021

"La casa de la cruz y otras historias góticas", de Emilio Carrere.

  No tengo claro si Emilio Carrere nació antes de tiempo o en un país que no le correspondía, porque desde luego otro gallo le hubiera cantado si hubiese nacido en tierras anglosajonas a uno u otro lado del charco, o lo hubiese hecho en España pero un siglo más tarde. Pero lo cierto es que Carrere nació en Madrid en 1881 y fue narrador talentoso, especialmente interesado en tema fantasmagórico, de terror, fantástico o como se quiera llamar. La literatura patria iba por otros derroteros, con un realismo aplastante, con enormes autores como Pérez Galdós, Blasco Ibáñez, Pardo Bazán, luego reforzado por la Generación del 98... vamos, que el gusto por la temática llamada gótica que tanto y tan bien arraigó en la literatura anglosajona a finales del XIX y principios del XX, no caló con intensidad en la piel de toro. Pero, además, leyendo a Carrere se da uno cuenta de que algunas novelas y relatos suyos son impublicables por la situación social y política de nuestro país; de hecho, varios de los relatos incluidos en este pequeño tomo de la editorial Valdemar entrarían en esa categoría, luego explicaré por qué.
 Por cierto, es de agradecer que la editorial que está haciendo más por editar de nuevo estos textos que habían caído en el olvido, haya tenido a bien acordarse de don Emilio. El relato que han elegido para dar título a su volumen, La casa de la cruz, no es, ni con mucho, el mejor de los contenidos; en mi opinión, el mejor es Un crimen inverosímil, que luego el propio autor ampliaría hasta formar la novela breve La torre de los siete jorobados, que adaptaría al cine Edgar Neville, lo que ocurre es que la propia editorial Valdemar ya había editado esta novela en otro volumen.
 He dicho antes que algunos de los relatos aquí contenidos serían impublicables en la España de casi todo el siglo XX, y lo argumento: se hacen críticas mordaces y claras (la mayoría, absolutamente irrefutables) sobre la oscuridad mafiosa de la Iglesia católica, sus métodos gansteriles para aborregar a la población, así como denuncia de presbíteros que preñaban doncellas y obispos presos de la gula que amasaban fortunas baboseando a los nobles y ricos locales; además, algunos pasajes están "subidos de tono", entrando en un erotismo sin ambages, que en la puritana España de finales del XIX y principios del XX hubieran sido clasificados como pornográficos. Vamos, que los poderes fácticos sociales y políticos (léase, la Santa Madre Iglesia y sus acólitos) no hubieran permitido jamás que novelas de este cariz hubieran visto la luz.
 Al margen de ese erotismo que hoy parece ingenuo e inocuo, y esas críticas acerbas a la religión que hoy se aceptarían con naturalidad desde ese mismo estamento social, la narrativa de Emilio Carrere tiene una calidad más que suficiente para convertirse en una rara avis de su época, un escritor sui géneris, que no siguió norma alguna sino la que su gusto le marcaba. No me cabe duda, ya digo, del diferente trato que hubiera recibido si hubiese nacido en la tierra de Dickens, por ejemplo, allí, seguramente, hubiera sido considerado escritor ejemplar e imitado por multitud de diletantes y aficionados a la literatura fantástica.

viernes, 29 de octubre de 2021

"La venganza de don Mendo", de Pedro Muñoz Seca.

  Sigo con el respiro de la narrativa anglosajona, por eso continúo con teatro español. Pero un teatro español que, si no de orden menor, si menos altanero que Lope, Tirso o Calderón. Me adentro en una de esas llamadas comedias de principios de siglo pasado que tanto gustaban en la época, probablemente porque liberaban (entonces como hoy) de la grisura de la cotidianeidad aplastante.
 Siendo una obra estrenada en 1918, fue conocida del gran público no sólo en teatros sino también en cine y televisión. De hecho, la mayor parte de la gente conoce La venganza de don Mendo de las cuatro adaptaciones que hizo TVE (en los años 64, 72, 79 y 88 del pasado siglo), así como una memorable película para cine dirigida y protagonizada por el gran Fernando Fernán Gómez.
  Recordemos el argumento: ambientada en el siglo XII, en España ("a las afueras de León" y en Andalucía), doña Magdalena es visitada secretamente en su castillo por el marqués don Mendo; por otro lado, el padre de aquella, don Nuño, la promete en casamiento al duque de Toro, don Pero. Cuando la joven es informada del casorio, lejos de entristecerse, ve las ventajas sociales que le reportará, en tanto sigue siendo visitada por don Mendo. Un día, don Pero sorprende a don Mendo en la alcoba de su prometida; para librarla de afrenta, don Mendo miente y se acusa falsamente de haber acudido a robar. Don Nuño lo hace apresar y así la dama queda salva. Es ahí, sin embargo, cuando don Mendo abre los ojos, pues descubre que Magdalena no valora el sacrificio de su amante y, antes al contrario, se hace la agraviada mientras disfruta de las mejoras sociales que supone casar con un duque. Don Mendo jura venganza, y, tras ser liberado de prisión por Moncada, su amigo, inicia una nueva vida como trovador acompañado de tres judías y dos moras como bailarinas. Por otro lado, la propia Magdalena es amante del rey Alfonso, y se establece un lío amoroso pues todas las damas se enamoran del trovador, tanto la reina Berenguela, como la mora Azofaifa y la propia Magdalena que no identifica a su antiguo amor. Todo acaba en una cueva serrana, donde don Mendo se descubre. Don Pero se ve burlado no de don Mendo sino del rey, suicidándose con su propia espada; el rey Alfonso mata a don Nuño; Azofaifa mata a Magdalena; Mendo mata a Azofaifa y, por último, se clava su propio puñal.  
 La genialidad de Muñoz Seca estriba en la cantidad de rimas facilonas, verdaderos ripios, que provocan la carcajada del lector o espectador. ¡Cuidado! Serán ripios, pero respetan totalmente la métrica de las distintas estrofas, muchos sonetos, por ejemplo el que sigue:

¿Moriré sin venganza? ¡Cielos! ¡Nunca!
Ha de morir la que mi vida trunca,
y morirá a mis manos... Mas, ¿qué exclamo?
¿Cómo podré matalla si aún la amo?
Acaso por salvarse aquella noche
aceptó del de Toro sin reproche
el amor y la fe y el galanteo...
Mas aquel "Pero mío", estuvo sobeo
delante de mi faz, estuvo feo;
porque él llegó a palpalla
y ella debió oponerse, ¡qué caray!,
al ver lo que yo hacía por salvalla.

 Este delirante soliloquio de don Mendo de la Jornada segunda en el que se hace consciente del engaño de Magdalena, además de la ingeniosidad del texto, tiene rima consonante, son versos endecasílabos que riman AABB CCDD EFE (dos cuartetos y un terceto), es decir, un soneto de toda la vida. Eso sí, más vale leerlo y reírse que contar sílabas...
 Y precisamente por eso, porque lo importante es divertirse y abandonar esa grisura rutinaria a la que antes hacía referencia, transcribo uno de los fragmentos más conocidos, aquel en el que don Mendo le describe a Magdalena el juego de las siete y media.

Magdalena
¿Un juego?

Mendo
Y un juego vil
que no hay que jugarlo a ciegas,
pues juegas cien veces, mil,
y de las mil, ves febril
que te pasas o no llegas.
Y el no llegar da dolor,
pues indica que mal tasas
y eres del otro deudor.
Mas ¡ay de ti si te pasas!
¡Si te pasas es peor!

Magdalena
¿Y tú... don Mendo?

Mendo
¡Serena
escúchame, Magdalena,
porque no fui yo... no fui!
Fue el maldito cariñena
que se apoderó de mí.
Entre un vaso y otro vaso
el barón las cartas dio;
yo vi un cinco, y dije "paso",
el marqués creyó otro el caso,
pidió carta... y se pasó.
El barón dijo "plantado";
el corazón me dio un brinco:
descubrió el naipe tapado
y era un seis, el mío era un cinco;
el barón había ganado.
Otra y otra vez jugué,
pero nada conseguí,
quince veces me pasé,
y una vez que me planté
volví el naipe... y perdí.
Ya mi peculio en un brete
al fin me da Vedia un siete;
le pido naipe al de Vedia,
y Vedia pone una media
sobre el mugriento tapete.
Mas otro siete él tenía
y también naipe pidió...
y negra suerte la mía,
que siete y media cantó
y me ganó la porfía...
Mil dineros se llevó,
¡por vida de Satanás!
Y más tarde... ¡qué se yo!
de boquilla se jugó,
y me ganó diez mil más
¿Te haces cargo, di, amor mío?
¿Te haces cargo de mis males?
¿Ves ya por qué no sonrío?
¿Comprendes por qué este río
brota de mis labrimales?

miércoles, 27 de octubre de 2021

"Tres sombreros de copa", de Miguel Mihura.

  De repente, el otro día, una sensación vino a mi cabeza... no, no era el trombo arterial que me produzca el ictus, de momento no... La sensación fue que, siendo un servidor nacido en la "piel de toro", leo demasiados autores anglosajones... y demasiada narrativa. Y, con un brinco patriótico pensé: ¡caramba, no hay autores españoles de calidad sobrada para que siempre acabe leyendo aquellos de la "pérfida Albión"! Cuando estaba a punto de salir al balcón a gritar a pleno pulmón aquello de ¡Gibraltar, español! Pude contenerme una miaja y hacer memoria de autores españoles que no supiesen hablar inglés, fueran morenos de ojos oscuros y preferentemente bajitos. Y claro, la lista se hizo interminable. Así que, dejando de lado los gloriosos rasgos físicos de nuestra imperial raza (inclusive la hipermetropía de ambos pies), empecé a buscar autores teatrales y poéticos (los cursis los llaman dramaturgos y poetas) españoles que me hicieran olvidar a los pesados del verbo "to be". Ojeando las desbordadas librerías de mi humilde morada me encontré con un tipo con nombre de toro con "h" incorporada, y recordé las lecturas escolares que tanto me subyugaban en una época en la que algunos dedicaron a explotar granos y otros a descubrirse la entrepierna (que el lector decida a que grupo pertenecía... con honradez, ¡eh!, que luego no queremos pertenecer a ninguno...), pues eso, en aquellas profundidades adolescentes nos hicieron leer a un tal Mihura (ya digo como los cornúpetas pero con "h") y su Tres sombreros de copa, y por aquello de recordar viejos tiempos y poner a prueba mi cascada memoria, resolví releerlo.
 Y los recuerdos son muy crudos... pero muy crudos, ¡eh! Porque empecé a recordar todas esas lecturas que, por obligatorias, se me atragantaban de principio a fin. Un servidor, humilde y bien educado hasta la náusea, hoy diríamos "tonto de los c*jones", leía de pe a pa el texto, comprendía más o menos, hacía el correspondiente comentario de texto o similar, y, mal que bien, aprobaba la asignatura. Pero, eso sí, lo leía a la fuerza y lo aborrecía de corazón. ¡Qué pena! Y pensar que, por ejemplo, me costó Dios y ayuda leer Crimen y castigo de Dosto, novela que luego releí varias veces y que hoy considero paradigma de la calidad literaria y modelo a seguir en las descripciones psicológicas de los personajes... Pues eso mismo me pasó con Tres sombreros de copa, obra teatral que tuve que leer en no sé que curso de lo que entonces se llamaba B.U.P. (acrónimo, por cierto, de "Bachillerato Unificado Polivalente", aunque tal como lo dieron en aquel colegio debía ser monovalente y disperso en varios); entendí a mis quince o dieciséis años los chistes absurdos de Mihura, la mayoría de los cuales son muy evidentes, pero no entendí (y me temo que haya mucha gente que siga sin entender) que más que una comedia, Tres sombreros de copa es una tragicomedia.
 Tres sombreros de copa es una tragicomedia porque pone en negro sobre blanco la lucha del hombre por huir del redil para seguir los dictados de su corazón (esto es, casarse con su fea novia en lugar de largarse por el mundo con Paula), cosa, la primera, que finalmente acaba ocurriendo. Es posible que el propio Mihura sintiera esta fractura interior, la que nos lleva a buscar el aplauso de nuestros iguales y, a la vez, romper con todas las convenciones. Pues eso, que lo del "humor del absurdo" está bien traído porque los chistes son, evidentemente, absurdos, pero que sepan los sesudos académicos (tanto sus mohosos sillones como sus casposas cabezas) que lo de Mihura era una tragicomedia, especialmente trágica por la asombrosa semejanza con la vida real.
 Hay mil ejemplos en la obra que corroboran su aspecto trágico y el sarcasmo que usa el autor madrileño sobre las convenciones sociales, aquí van unas cuantas: En el acto primero, don Rosario, un "venerable anciano de blanca barba" le muestra las luces de las farolas del puerto que supuestamente se ven desde el balcón de la habitación, y cuando Dionisio le pregunta si él las ve, responde que nunca las vio por su mala vista, pero que "me lo había dicho mi papá. Al morir mi papá me dijo: Oye, niño, ven. Desde el balcón de la alcoba rosa se ven tres lucecitas blancas...". Así, la convención social consiste precisamente en eso, en repetir lo que uno escuchó a sus padres y antecesores sin ponerlo en duda ni un solo momento. En el segundo acto, por ejemplo, dialogando Paula y Dionisio, se contrapone la vida del espectáculo (hacia la que estaba llamado el propio Mihura) con sus alegrías y escasez de dineros, y la vida convencional con sus aburrimientos pero que renta para vivir. Ya en el tercer acto, se ridiculiza a don Sacramento, futuro suegro de Dionisio, que cree que éste es un bohemio porque se fue a pasear de noche (excusa que le dio el joven para no haber cogido el teléfono a su hija). Don Sacramento es paradigma del convencionalismo, todo organizado, todo cuadriculado, todo regulado hasta el más nimio detalle.
 No me extraña lo más mínimo que Tres sombreros de copa tardara veinte años en poder ser representada, de hecho, me sorprende que tuviera tanto éxito ya en los años cincuenta. Temo que la mayor parte de los espectadores se quedaran con el humor absurdo, que sí, que lo tiene, y no llegaran a entender plenamente el sentido dramático de la obra.

domingo, 24 de octubre de 2021

"Las alas de la paloma", de Henry James.

  Todo tiene su lado negativo. Que un autor sea elevado al más elevado parnaso mundial hace que todos nos fijemos obnubilados en su extraordinaria capacidad de descripción, su maravillosa forma de narrar, las delicadas presentaciones psicológicas de sus personajes, la sibilina forma de pergeñar argumentos que deslumbran o su técnica de enganchar al lector con temas secundarios que acabarán por enlazar con el principal. Eso es, claro está, aplicable a Henry James. De nuevo, como con tantos "escritores victorianos" es uno de mis dilectos placeres, leerlos con parsimonia y dedicación. Pero una vez que ya has caído en las redes de un prosista como James uno puede perder de vista muchas cosas. Por hacer una analogía pictórica, sería como admirar la sensibilidad impresionista de Van Gogh, con esa luz maravillosa que todo lo inunda, con tonalidades cálidas que necesitan ese trazo tosco y brusco que anticipaba el impresionismo, pero no llegar a ver la denuncia social de su Los comedores de patatas, no percibir la búsqueda de la perfección divina en todos sus cuadros de campos de cereal a la luz del mediodía, o la angustia desesperada de su Anciano triste. Pongo esos tres ejemplos para recordarlos.
Los comedores de patatas. Yo sigo viendo denuncia social, aspecto que estuvo presente, según cuentan sus estudiosos, en el joven Vincent Van Gogh. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
Trigal con cuervos. Van Gogh tuvo una fuerte espiritualidad toda su vida, intentando acceder al sacerdocio en su mocedad. Sigo viendo esa búsqueda de Dios en el tortuoso camino sobre el que se cierne la tormenta. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
Anciano triste. Representación paradigmática de la depresión y la angustia. Imagen tomada del sitio historia-arte.com
 En fin, sirvan esos tres Van Gogh para ilustrar cómo podemos quedarnos con la belleza artística y olvidar el tema oculto. Vuelvo a Henry James. Las descripciones sociales que hace el anglo-estadounidense son tan complejas que uno puede perderse fácilmente en ellas o elegir unas para olvidar otras. Lo cierto es que no me queda claro si se hace denuncia de injusticias sociales o se disfruta de una clase adinerada y acomodada sin mirar fuera de la urna repleta de algodón en la que se vive. Digo esto porque no puedo dejar de comparar a Dickens con James (craso error por mi parte, esto de comparar...). En Dickens es evidente la denuncia social que  se hacía en el país más poderoso del planeta en su época; el inglés trata con mimo a la clase obrera ("working class" dicen ellos actualmente) poniendo en solfa las estúpidas pretensiones de una clase noble atontada con gustos ridículamente caros. Pero James, perteneciente a esa clase acomodada por herencia familiar (estuvo libre de tener que "ganarse la vida" gracias a la fortuna que amasó su abuelo) describe con minuciosidad el día a día de los ricachones sin siquiera mencionar la multitud de personas que se desviven sirviéndoles para que esos pocos puedan vivir a todo tren (supongo que, en aquella época, un diez por ciento de nobles y adláteres, y un noventa por ciento de gente que vivía al día en condiciones insalubres). Eso es lo que siento al leer Las alas de la paloma.
 Inmensa virtud esta de la lectura, en la que uno no sólo asume lo que el escritor le muestra, sino que puede "leer entrelíneas" para sacar sus propias conclusiones, sean apropiadas o no. Porque, para qué engañarse, leer es interpretar, más aún, leer es pensar, opinar según tu criterio. Es por ello por lo que diferencio entre leer cual borrego lo que la industria editorial promociona a golpe de millones de euros y leer aquello que perdura en el tiempo tras la pérdida de interés económico. 
 Pues eso, leyendo bien, o sea, interpretando, interpreto que la sociedad acomodada en la que se movía el escritor anglo-estadounidense tenía todos los defectos y vicios de la clase trabajadora. Puede que no estuvieran manchados de hollín, que comieran caviar hasta estar ahítos en su vajilla de fina porcelana con su cubertería de plata, o que no tuvieran que preocuparse por las angustias financieras del mañana, pero las relaciones infames no faltaban. En Las alas de la paloma, el grotesco personaje tiránico de la Tía Maud, anciana rica que imponía el modo de vida a toda la familia que necesitaba su ayuda económica, tendría su homólogo "dickensiano" en los usureros Scrooge de Cuento de Navidad o Fagin en Oliver Twist; puede que la tía Maud no sea representada como un "judío repulsivo" (como lo representaba Dickens, el tema del antisemitismo es otro "temazo" a tener en cuenta...) pero en su "saber estar" de señorona amarga la vida de sus coetáneos como los antihéroes de Dickens.
 Otro tema que se ha despertado en mi no siempre lúcida cabeza ha sido la sexualidad de Henry James.  Claro, en un mundo tan prejuicioso y simplista como el nuestro (mucho más hace ciento treinta años, cuando se publica esta novela) el mero hecho de vivir toda una vida (setenta y dos años en el caso de James) sin, no ya matrimonio, sino siquiera relación romántica o platónica conocida, da pie a todo tipo de especulaciones. Pero yo no especulo porque el bueno de Henry se mantuviera célibe, sino por el estilo literario, más bien por su forma de describir sentimientos y pensamientos. Aquí, una vez más, me ciño a manidos estereotipos que, supuestamente, explica como piensa, actúa o escribe un heterosexual o un homosexual. Pero aun así, asumiéndolos como estereotipos o clichés, no he podido dejar de acordarme la forma de describir sentimientos de Marcel Proust, otro presunto homosexual escondido por obligaciones sociales. Lo cierto es que Henry James escribe en Las alas de la paloma desde un punto de vista femenino aun cuando hay algún personaje masculino importante (en realidad, sólo uno). Sus aproximaciones (¡ojo! James escribe en tercera persona como escritor omnisciente, o sea, la forma más frecuente de escribir) son las de Kate Croy o Milly Theale, incluso de la propia tía Maud o la acompañante de la americana, la señora Stringham. Tal vez sea la genialidad del escritor en cuestión, pero puedo asegurar, por mis propios pinitos juntando letras, que es francamente difícil escribir cambiando la sexualidad (que, por mucho que digan ciertos individuos políticos de la actualidad, no es un "constructo social" sino una realidad biológica insoslayable) de uno por la del otro sexo. De nuevo estereotípicamente, siempre se dijo que los mejores escritores varones que se posicionaban como mujeres eran los homosexuales declarados. Sí, ya sé que es un "topicazo" de tomo y lomo el que atribuye una sensibilidad desbordante (y, a menudo, desbordada) a las féminas, y una sensibilidad roma (y, a menudo, inexistente) para los hombres, pero lo cierto es que he creído estar leyendo a George Eliot (ya se sabe, "nom de plume" de Mary Ann Evans), a Jane Austen o a Charlotte Brontë... y, por qué no decirlo, a Marcel Proust.
 Una de las novelas que más frustración me generó, precisamente, fue Middlemarch de George Eliot, no por su interminable extensión, sino por su ensimismamiento en esa clase adinerada que vivía de espaldas al mundo, emborrachados con el mejor champán francés traído del otro lado del océano, servido en finas copas de cristal de Bohemia. Ese mundo anacrónico e indiferente a todo y a todos está perfectamente reflejado en esta novela de Henry James, con sus personajes enredados en minucias románticas y sociales que para ellos, criaturas sin verdaderos problemas, son maremotos emocionales.

martes, 19 de octubre de 2021

Libros proféticos del Antiguo Testamento. Profetas menores.

  Tras los cuatro profetas mayores, ahora les toca el turno a los menores; ya dije que, aparentemente, la división entre unos y otros radica más en la extensión de sus textos que en la importancia de sus revelaciones, ¡extraño! Son: Lamentaciones, Baruc, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahún, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías.
  Lamentaciones: Más que un libro profético son poemas, concretamente elegías. Son llantos por la destrucción de Jerusalén a manos de los babilonios. Lo cierto es que dejan muy a las claras la forma del pensamiento judío que, lamentablemente, se ha trasladado al cristiano: el sentimiento de culpa que impregna todo. Aquí, queda claro que Dios ha abandonado a Jerusalén para que fuera destruida por los pecados de los judíos que se han alejado supuestamente de la Torá. Además, se incide una vez más en la estupidez de "ciudad santa" frente al resto de ciudades humanas; parece como si un montón de piedras, ladrillos y tejas tuvieran un valor muy superior a otro montón de piedras, ladrillos y tejas, todo, claro está, porque Dios puso Su diestra sobre ella. Esto, es obvio, lleva a un concepto racista evidente: "nosotros somos el pueblo elegido, nuestras vidas valen más que las de los otros", ahora sustituya la expresión "pueblo elegido" por "raza aria" y compare fanatismos...
 Baruc: Baruc fue compañero y secretario del profeta Jeremías, pero, según los exégetas bíblicos, hay muchas dudas de que este texto fuera suyo, se duda incluso del nombre... En la temática sigue ahondando en la culpa colectiva del pueblo de Israel en la destrucción de Jerusalén.
 Oseas: Libro veterotestamentario donde los haya, en el sentido peyorativo de la expresión. Según este texto, un dios cruel e inmisericorde impone a Oseas vergüenzas públicas: que tome como mujer a una prostituta y que nombre a sus tres hijos con nombres "antijudíos" (Yezrad, "no complacido" y "no-mi-pueblo"). Luego muestra a ese mismo dios cruel cómo castiga a Israel hasta tenerlo de rodillas. Difícil comprensión de este libro para alguien que crea en el Dios del Nuevo Testamento.
 Joel: Otro libro infumable que no debería estar en un canon religioso cristiano. De nuevo se culpabiliza a los creyentes de la destrucción de Jerusalén y de todas las desgracias que les ocurren en el desierto; es especialmente duro con una plaga de langosta (fenómeno natural, absolutamente explicable por la ciencia) que el tal Joel atribuye a la infidelidad de los judíos hacia Dios. Parece ser que el tal Joel era sacerdote, es decir, era parte interesada... le interesa introducir sentimientos de culpa en sus fieles para que obedezcan y aumenten las ofrendas (¡$$$!). Lo mismo de siempre...
 Amós: Textos poéticos, tal vez bellos en origen, rotos por las traducciones sucesivas. Tema coyuntural, muy coyuntural, pero con posibilidad de encajarlo en cualquier época. Amós era un ganadero (y profeta) que vivió en tiempos de paz. En su país, Judá, había prosperidad económica, no había amenazas de pueblos cercanos (sobre todo, los asirios). ¿Consecuencias del crecimiento económico y la paz? Terribles desigualdades sociales, una clase noble y rica que prospera a costa de explotar a los pobres y prestar dinero con usura. Así, Amós se convierte en un denunciante de esa desigualdad; le da, obviamente, un enfoque religioso, argumentando que Dios no quiere más injusticias en el reino de Judá. Análogamente, en el Evangelio, por supuesto, con clara relevancia en el Sermón de la Montaña, pero en todo el Evangelio en general donde se arguye a favor de la solidaridad material entre los hijos de Dios; de aquí se construye la llamada "política social de la Iglesia", que, desgraciadamente, no pasa por su mejor momento.
 Abdías: Texto cortísimo (afortunadamente, mejor sería que ni existiera). Ultranacionalismo jingoísta judío. Se puede leer, literalmente: "¡muerte a Edón! ¡Dios quiere la guerra!". Estupideces como ésta ha tenido enfangada a la humanidad desde sus orígenes. Una vez más, sólo el pacifismo liberador del Evangelio puede alumbrar.
 Jonás: Es un libro profético porque predica la destrucción de Nínive. Aparte de eso, el Libro de Jonás es una hermosísima historia corta que todo niño cristiano conoce desde su más tierna infancia. En el Medievo fue motivo de representación en centenares de representaciones artísticas, sobre todo paleocristianas y románicas. Mensaje: aquel que confía en Dios será salvado incluso en las situaciones más extremas (haber sido engullido por un monstruo marino, por ejemplo).
 Miqueas: Como Amós, vive en época de prosperidad económica de Israel y Judá, de nuevo surgen injusticias sociales, que el profeta denuesta como antinaturales para el pueblo elegido. También se profetiza que el Mesías nacerá en Belén, la ciudad más pequeña del reino, símbolo de humildad.
 Nahún: Brevísimo texto poético que sólo contiene profecías de la destrucción de Nínive, capital asiria, gran opresora de Israel y Judá. Es, por tanto, un pequeño libro ultranacionalista y jingoísta (uno más).
 Habacuc: Justificación de la conquista militar de Judá por parte de los babilonios porque el pueblo de Dios ha pecado. Una vez más, todo lo malo es culpa nuestra...
 Sofonías: Otro texto poético y breve. Profetiza la destrucción de Jerusalén y la conversión de los paganos. Narra el Día del Señor como un día de ira y destrucción divina.
 Ageo: Texto en prosa, muy breve. Babilonia es un imperio. Semblanza del rey Ciro, de carácter liberal, no opresor. Permite reconstruir el Templo de Salomón en Jerusalén.
 Zacarías: Penúltimo libro del Antiguo Testamento. Profecías sobre la venida del Mesías y la reconstrucción de Jerusalén.
 Malaquías: De nuevo un profeta ultranacionalista. Arrambla con los vicios de los judíos, a saber: opresión de los fuertes, malas prácticas en el templo (ofrendas defectuosas) y, sobre todo, matrimonios mixtos entre judíos y gentiles.
 Conclusión: Salvo el bello Libro de Jonás, todos los textos de profetas menores no aportan nada a la vida del cristiano, no ya del siglo XXI, sino de ninguna época. Tienen un valor histórico indudable, pero poco más... o tal vez sí... pueden ser ejemplo... mal ejemplo de una religiosidad equivocada, pueden servir para compararlo con el Evangelio para diferenciar una religiosidad anacrónica, castrante y envilecedora, de otra, la de Jesús de Nazaret, moderna, liberadora y perfeccionadora .

lunes, 18 de octubre de 2021

"Know Thyself", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

 

Image taken from the site www.incidentalcomics.com

Relatos "modernos" de horror y películas de "Serie B".

  La labor de la Editorial Valdemar es encomiable. Gracias a esas recopilaciones de relatos y novelas breves, uno conoce a autores de segunda fila comercial pero, a veces, de primer orden en cuanto a la calidad literaria; además, las portadas de sus libros (algunas veces en extremo escabrosas) le presentan a uno dibujantes e ilustradores de gran valía artística que apenas son conocidos para el gran público... Y, ya en concreto con el volumen de Terrorvisión, las notas a modo de prefacio que el compilador, Jesús Palacios, prepara de cada relato especifica que películas se vieron influenciadas, poco o mucho, por cada uno de ellos. Eso, unido a los inacabables repositorios internáuticos, permiten hacer esa visión conjunta, tan interesante, de relato y su correspondiente adaptación cinematográfica.
 Y es en este punto donde un servidor se reivindica más como lector que como cinéfilo. Soy ambas cosas, claro está, pero disfruto mucho más con lo que mi cabeza imagina al leer que con lo que unos actores dirigidos por un grupo de técnicos interpreta de ese texto literario. En el caso que nos ocupa es especialmente notable: los relatos contenidos en ese tomo de Valdemar son francamente aceptables, algunos incluso geniales (para mí en particular, los de Poe, Campbell y Lovecraft) pero, en cualquier caso, no hay ninguno que me parezca rechazable. Pero, eso sí, son textos que rezuman violencia extrema: asesinatos, decapitaciones, evisceraciones, sexo morboso y explícito... y, sin embargo, me parecen tolerables o, al menos, no rechazables, tal vez porque entiendo que es ficción fantástica, que ningún alienígena de morfología "pulpoide" va a devorar a una ciudad completa más que en esas páginas. O tal vez es que en mi imaginación esa criatura es verosímil y bien proporcionada.
 ¿Y en las películas? Claro, en las películas es otra cosa. Sobre todo porque la mayoría de esas llamadas "películas de Serie B" son de finales de los años setenta y principios de los ochenta, cuando los efectos especiales estaban empezando. Así, esa criatura "pulpoide" hecha de cartón-piedra, con los tentáculos movidos por hilos no siempre bien disimulados, que devora humanos rociados con litros y litros de salsa de tomate... pues, hombre, ya no me parece muy creíble... Hay que hacer notar, no obstante, que esas películas de "Serie B" tienen millones de seguidores hoy en día, especialmente las más antiguas, también debido a que esos espectadores, hoy adultos de mediana edad, eran niños o jóvenes cuando las vieron por primera vez, con lo cual se han convertido en las llamadas "películas de culto". En fin, yo fui niño y adolescente en aquellos finales años setenta y primeros ochenta y, la verdad sea dicha, nunca me gustaron esas películas. Las deficiencias técnicas me rompen la concentración hasta hacerlas cómicas, cosa que, según parece, no importa a sus seguidores, que son perfectamente conscientes de las mismas.
 Con todo, alguno de estos relatos sí tienen adaptaciones cinematográficas que los mejoran. En mi opinión, uno de ellos es ¿Quién anda ahí?, de John W. Campbell, relato un tanto anodino, que fue superado ampliamente en calidad por su adaptación La cosa, dirigida por John Carpenter en 1982. Quizá porque la película no abusa al mostrar al alienígena parásito en cuestión, quizá por el buen hacer del elenco actoral o de los técnicos, lo cierto es que la película ha quedado como un clásico merecedor de toda loa mientras que el relato ha caído en el olvido.

sábado, 16 de octubre de 2021

"Terrorvisión. Relatos que inspiraron el cine de horror moderno".

  Otra compilación de la editorial Valdemar de relatos de terror. Esta vez, no obstante, creo que el título no es muy apropiado. En primer lugar porque hace referencia a una película dirigida en 1986 por Ted Nicolaou, Terror Vision, lo cual puede considerarse fuera de lugar, ya que no está entre los dieciséis relatos incluidos aquel que dio lugar a esta película; por otro lado, el subtítulo, "relatos que inspiraron el cine de horror moderno" está mal redactado, debiera decir "relatos que inspiraron el cine moderno de horror", el orden de palabras importa, ya que cambia el sentido. Porque los dieciséis relatos aquí incluidos inspiraron películas modernas, recientes, las más antiguas de finales de los años setenta del pasado siglo; sí es verdad que el tipo de horror tiene que ver con las llamadas "películas de serie B", también conocidas como "gore", vamos, esas con mucha sangre y vísceras.
 No hay nadie en este país, y probablemente tampoco en ninguno de habla castellana, que tenga tanto mérito como la Editorial Valdemar a la hora de publicar narrativa de terror. Desde luego, tienen en mí a un rendido admirador (y comprador, además de lector, ignoro cuántos tomos de esta editorial tengo, pero seguro que pasan de las cinco o seis decenas), por lo cual no voy a gastar muchas líneas en adularlos; pero estos textos son muy diferentes de otras grandes obras literarias (grandes de verdad) que dieron lugar a adaptaciones cinematográficas con mayor o menor éxito. Estoy pensando, claro está, en Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley; Drácula, de Bram Stoker; o la pléyade de relatos de fantasmas de la literatura victoriana, esos sí que son "alta literatura", lo de este volumen es otra cosa.
 "Lo de este volumen es otra cosa", decía, y puedo haber incurrido en una injusticia. Pues, aunque lo aquí publicado no es Mary Shelley, Stoker o Dickens, tampoco es carente de calidad, ni mucho menos. Con todo, hay altibajos (como en toda recopilación) en la calidad de los mismos, eso sí, todos ellos dieron lugar a guiones de películas fantásticas, con litros de salsa de tomate y vísceras a tutiplén, ya digo, las llamadas "películas de serie B", películas que, a un servidor, no le gustan mucho, aunque hoy tienen legiones de seguidores e imitadores por todo el planeta.
 Bueno, en todo caso, para abrir boca, el recopilador y prologuista, el experto Jesús Palacios, ha elegido nada más y nada menos que El gato negro de Poe, un autor que ha sido descrito (además de como genio, claro está) como un adelantado a su tiempo, pues a fecha de su muerte, 1849, había dejado un tesoro literario que sería leído por centenares de millones e imitado por varios cientos de miles. Luego hay pequeñas obras maestras como La pata de mono, de Jacobs, relato fantástico que entronca con los temas orientales (llegados a Europa a través del Imperio Británico y sus colonias), de los cuales fue genio, por ejemplo, Rudyard Kipling. Luego hay relatos un tanto perturbadores que, en realidad, tienen más de real que de fantástico (quizá de ahí lo perturbador), como El hombre elefante de Treves o La oruga de Edogawa Rampo; muestra de la crueldad social del hombre la primera, y de la brutalidad destructora de la guerra la segunda. Pero el autor que más pesa en este volumen es sin lugar a dudas Howard Phillips Lovecraft, no sólo porque dos de los dieciséis relatos sean suyos, sino porque inspira a otros autores como Ashton Smith, John W. Campbell o Robert Bloch.
 Por cierto, de John W. Campbell se incluye ¿Quién anda ahí?, relato que sería llevado a la pantalla en 1982 por John Carpenter bajo el título de La cosa, aquella excelente película de alienígenas parásitos que infestaban una base estadounidense en la Antártida. En fin, puede que Valdemar haya buscado un pretexto en esto del cine moderno de horror para editar dieciséis relatos (la mayor parte de los cuales ya los había editado en otros volúmenes), pero vamos, por lo que a mí respecta... ¡bendita excusa!