Vuelvo a la prosa lenta, florida y adjetivada del autor vienés. Un verdadero placer. Leer a Zweig es como entrar en una cafetería delicatessen y tomar lentamente, sin prisas, disfrutando del momento, el mejor café del mundo; una experiencia exquisita, deliciosa. Stefan Zweig consigue sacarme del momento en el que vivo, de las preocupaciones cotidianas, de las ansiedades existenciales, para disfrutar del placer de leer a uno de los escritores más talentosos de su generación. El argumento es, en realidad, secundario, pues la forma lo ocupa todo, sublima el tema, lo eleva... Lo que ahora leo es una novela breve, casi un relato, éste:
Los milagros de la vida está ambientada en Amberes, bajo dominio español. Hay en ella características típicas de Zweig: la relación hombre-mujer, con sus ambigüedades, muy tradicional para la estúpida época que nos ha tocado vivir, pero que, por mi experiencia personal sigue siendo (y lo será siempre, se quiera o no) dominante, relación en la que la mujer seduce y el hombre, creyéndose seductor, cae en la trampa, la trampa de su orgullo, principalmente; por otro lado la difícil relación entre el catolicismo y el judaísmo, relación compleja sobre todo en el propio escritor. Desarrollaré un poco más esto: Stefan Zweig era de origen judío, ya se sabe. Tan sólo de origen, pues ni era creyente ni siquiera mantenía las tradiciones, ahora bien, se sabía judío, o, mejor dicho, le habían hecho judío (a él y a millones más de personas en toda Europa que, casi de la noche a la mañana, estaban excluidos de iure y de facto de poder participar libremente en la vida social, política y económica de sus países por el hecho mero de ser judíos); sin embargo, Zweig no prestó mayor interés a su judaísmo que el meramente cultural. Por otro lado, Austria-Hungría (esa Criatura de Frankenstein hecha con retazos de varias naciones, lenguas y religiones) era, nominalmente, católica. Zweig, que al igual que Joseph Roth, se sentía profundamente afecto al viejo Imperio, respetaba este catolicismo como una forma de ser austriaco, como su religiosidad más perfecta, cabe decir. Así, en esta breve novela, la lucha y el amor entre el judaísmo y el catolicismo son, en verdad, los sentimientos que albergaba el corazón de Zweig, relaciones casi siempre complicadas, cuando no abiertamente contradictorias.
Toda esas relaciones entre judaísmo y catolicismo lo personifica Zweig en la modelo judía que habrá de ser la Virgen María para el pintor, fervoroso católico. En esta relación aparentemente profesional, ambos, como dicen los de Acantilado, se malinterpretan. El pintor cree que la joven judía siente el don de la fe al interpretar a la Virgen, cuando ella siente a los cristianos como bárbaros agresores, pues su padre y hermanas murieron, se insinúa en la novela, a manos de una furibunda turba antisemita. La joven judía también se equivoca, pues nace en ella el instinto maternal hacia el niño con el que posa, instinto maternal posesivo, celoso y ultraprotector, hacia un niño que no es suyo ni nunca lo podrá ser. En fin, la novela tiene un argumento muy bien traído, perfectamente verosímil en casi cualquier época de la historia europea, pero, como ya decía antes, destaco más la forma, la textura fina y suave, cual seda de la prosa de Zweig.