miércoles, 8 de noviembre de 2023

Job 14, 1-22

 1 El hombre, nacido de mujer, | corto de días y harto de inquietudes,
2 como flor se abre y se marchita, | huye como la sombra sin parar.
3 ¿Y en uno así clavas los ojos | y lo llevas a juicio contigo?
4 ¿Quién sacará lo puro de lo impuro? | ¡Nadie!
5 Si sus días están determinados | y sabes el número de sus meses; | si le has puesto un límite infranqueable,
6 aparta de él tu vista y que descanse, | hasta que acabe sus días de jornalero*.
7 Un árbol tiene la esperanza | de retoñar, aunque sea talado, | de que no fallarán sus renuevos.
8 Aunque envejezcan sus raíces en la tierra | y su tocón agonice en el polvo,
9 cuando siente el agua reverdece | y echa brotes como una planta joven.
10 Pero el hombre, al morir, desaparece; | cuando expira el mortal, ¿dónde está?
11 Como agua que se evapora en un lago, | como río que se seca y aridece,
12 el hombre se acuesta y no se levanta; | se acabarán los cielos y no despertará, | nadie lo espabilará de su sueño.
13 ¡Ojalá me escondieras en el Abismo, | me ocultaras hasta que pasase tu cólera | y fijaras una fecha para acordarte de mí!
14 Si un hombre muere, ¿puede revivir? | ¡Esperaría todo el tiempo de mi milicia, | hasta ver si llegaba mi relevo!
15 Tú llamarías y yo respondería, | añorarías la obra de tus manos.
16 Contarías sin duda mis pasos, | pero no vigilarías mis errores;
17 cerrarías mis delitos en un saco, | cubrirías con cal mis culpas.
18 Como monte que se hunde y se erosiona, | como riscos desplazados de su sitio,
19 como agua que desgasta las rocas | y avenida que arrastra la tierra, | así destruyes la esperanza del hombre.
20 Lo destrozas para siempre y se va, | lo desfiguras y lo haces desaparecer.
21 Si medran sus hijos, él no lo sabe; | si se hunden en la miseria, él no se entera.
22 Solo siente su propio dolor, | se lamenta solo por su vida».

sábado, 4 de noviembre de 2023

Inciso musical: Concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Dvorak y Clyne.

  Tercer concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL, esta vez dirigida por George Jackson y con Jess Gillam como solista para la obra de Anna Clyne. Como se puede apreciar en los escaneos del programa de mano que adjunto, la Sinfonía Nº7 de Dvorak se había representado ya en cinco ocasiones, mientras que "Domov muj" (Mi país) se tocaba por primera vez por la OSCyL; la obra de Anna Clyne era, sin embargo, representada por primera vez en España
 ¿Qué decir de Antonin Dvorak que no haya sido dicho antes? Pues lo obvio: el más grande compositor checo de todos los tiempos junto con Bedrich Smetana, padres ambos del llamado "nacionalismo musical checo", tan caro a los últimos coletazos del Romanticismo, que buscaba integrar en las melodías de música culta otras de música popular de la tierra. Ahora que lo pienso, el poema sinfónico El Moldava de Smetana debe ser una de las primeras obras clásicas que escuché a mis escasos doce o trece años de edad (curioso dato, que me llegara la pubertad a la vez que la afición por la gran música) y que me convirtió en melómano de por vida. Bien, "Domov muj" no alcanza la maestría de la obra anterior, aunque participa de muchas de sus características, principalmente la de hacer honor a la identidad cultural checa que, en aquella época, estaba disuelta en ese maremágnum del Imperio Austrohúngaro. La obra está estructurada en forma de sonata, con una introducción lenta que incluye una melodía que fue considerada como himno oficioso de ese país centroeuropeo.
 En medio del concierto, a modo de bocadillo, como ya he comentado en otras ocasiones, la OSCyL nos propone a una joven compositora británica, Anna Clyne, de poco más de cuarenta años. Para ser tan joven, Clyne tiene una producción enorme, tanto de música sinfónica y de cámara, como coral e incluso bandas sonoras para películas. La pieza que nos proponen hoy es "Grasslands" (Praderas), que está inspirada en el mundo mitológico irlandés; tiene tres movimientos muy contrastantes entre sí que exprimen al máximo las posibilidades de una orquesta sinfónica. En todo caso, lo más destacable fue el espectacular desempeño de la saxofonista solista, Jess Gillam, capaz de arrancar aplausos interminables por su virtuosismo, aunque la obra en cuestión tuviera momentos un tanto incómodos.
 Y, ya después del descanso, como plato fuerte, la Sinfonía Nº7 de Dvorak. Siempre que se piensa en sinfonías del autor checo se acaba llegando a la Sinfonía Nº9, la Sinfonía del Nuevo Mundo, para mí una de las obras cumbre de toda época. La 7ª no es tan redonda como la 9ª, pero tiene un tema principal del movimiento Allegro maestoso que es de una genialidad sobresaliente y que, según el propio compositor, fue concebido en la estación de tren de Praga en 1884, mientras presenciaba la llegada de un convoy que había partido desde Budapest con cientos de húngaros y checos-húngaros para asistir a una intervención política. Así que, una vez más, el nacionalismo vuelve a estar en el centro del corazón compositivo de Antonin Dvorak. Luego, el segundo movimiento, Poco Adagio, tiene un perfil más lírico, más dulce y luminoso, no deja un poso tan ominoso como el primer movimiento. Por último llega el Scherzo, con su melodía bailable aunque también contrastante.
 En fin, otro concierto de la OSCyL en el que se busca rendir pleitesía a los grandes compositores de toda época, pero con un primer plato novedoso y rompedor.

domingo, 29 de octubre de 2023

"Historias de Terramar", de Ursula K. Le Guin.

  Creo haberlo dicho alguna vez: cuando uno lee narrativa de ciencia ficción o de fantasía, se corre el riesgo de bajar la exigencia hasta encontrarse con cosas que, en mi humilde opinión, no debían haberse publicado nunca. Habrá quien diga que esto ocurre en todos los subgéneros, no sólo en los citados, pero en ciencia ficción y en fantasía se encuentra uno con cuentos y novelas que son verdaderamente para esos "jóvenes lectores"; esto quiere decir, en muchos casos, que las tramas son mucho más sencillas, los personajes más superficiales y la prosa más ramplona. Porque, por otro lado, hay enormes escritores que indagaron en esos subgéneros con una calidad altísima, el propio Dickens (y otros escritores victorianos) incursionaron en esos temas dejando textos egregios. Pero, claro, luego uno sigue bajando el nivel... y se encuentra con gente como Ursula K. Le Guin.
Ursula K. Le Guin. Imagen tomada de wikimedia commons.
 No quiero ser injusto, la existencia de estos escritores permiten a muchos chicos envenenados por el fútbol, las redes sociales o la simple estupidez social llenar sus horas de ocio con literatura, aunque sea de baja calidad; quizá en un futuro esos mismos chicos desarrollen espíritu crítico suficiente para discernir la alta literatura de la mediocre y opten por la primera, abandonando sus pésimos vicios.
 En todo caso, sería interesante que los editores intentaran dejar de ganar dinero a toda costa y advirtieran de que tal o cual autor escriben "literatura juvenil".
 Bueno, lo cierto es que había leído alguna reseña de esta autora norteamericana, fallecida recientemente, y me decidí a leer su obra más conocida: Cuentos de Terramar.
 Cuentos, Historias o Libros de Terramar ha sido traducido a nuestra lengua. Se trata de cuentos de una longitud mediana en la que se describe la vida de un personaje principal, Ged o Gavilán, mago de un archipiélago llamado Terramar. El tal Gavilán recorre buena parte de ese archipiélago, corriendo todo tipo de aventuras fantásticas. El volumen que tengo en las manos contiene los tres relatos más conocidos: Un mago de Terramar, Las tumbas de Atuan y La costa más lejana. Reconozco que no he sido capaz de leerme ni siquiera el primero, me ha parecido muy ramplón, con muchos lugares comunes, superficial, de prosa apresurada... vamos, lo que habitualmente llaman los editores "literatura para jóvenes lectores". En todo caso, se trata de una bildungsroman, esto es, una novela de aprendizaje, en la que el protagonista principal, ese joven mago llamado Ged, se forma como tal hechicero a base de correr peripecias. Quizá no sea tan mala lectura, pero no, evidentemente, para mí.

martes, 24 de octubre de 2023

"Keyle la pelirroja", de Isaac Bashevis Singer.

  En este momento, si tuviera que decir que autores he disfrutado más en los últimos años, Isaac Bashevis Singer sería uno de ellos sin dudarlo. El Nobel de 1978 tiene una capacidad de pergeñar argumentos y personajes que es verdaderamente apasionante. Esta última novela (no es que sea muy larga, unas trescientas cincuenta páginas en letra estándar) la he leído en poco más de dos días; he disfrutado como un enano con las aventuras de este grupo de desharrapados y marginales de la sociedad. Los de Acantilado equiparan a Singer con Dickens y Dostoievski, y estoy totalmente de acuerdo. Puede que el inglés y el ruso hayan gozado ya de los casi dos siglos de maduración (dos siglos tras sus respectivos nacimientos, claro) para ser los grandes maestros de la narrativa de todos los tiempos, y al polaco-americano le falte aún unas décadas, pero no me queda duda de que en cuanto a la creación novelesca no tiene parangón en la actualidad. Incluso en el hecho de haber publicado sus novelas por entregas en publicaciones semanales Singer recuerda a Dickens.
 De "reprochar" algo a Singer sería su exclusiva atención al ambiente judío askenazí, tanto en Europa (principalmente en Polonia) como en América (sobre todo en Nueva York). Esto puede echar atrás a muchos lectores, que no acaban de sentirse identificados con sus personajes y no acaben de "engancharse a su lectura". Cabe apuntar, no obstante, que lo mismo podría atribuirse a los personajes británicos o rusos de los otros dos grandes; pero, además, aunque Singer es un autor "muy judío" en el sentido de las descripciones de ritos y modos de vida hebreos, los sentimientos que reseña (pasión, idealismo, vergüenza, lujuria, amor platónico...) son propios del común de la humanidad y, claro está, atemporales.
 Porque si no fuera atribuible a su portentosa imaginación, cabría suponer que Singer habría vivido mil vidas, eso sí, casi todas comenzando en la calle Krochmalna de Varsovia, localización del gueto judío de Varsovia que aparece más o menos desarrollado en casi todas sus novelas. 
 Esta vez los personajes son pertenecientes a la clase social más baja del ya por sí depauperado gueto. Keyle es una prostituta enamoradiza, de enorme corazón que busca su contraparte, pero que pierde los papeles en cuanto prueba el alcohol, convirtiéndose en una fiera lujuriosa. Dejó la calle para enamorarse de Yarme, proxeneta alcoholizado que ha probado todos los pequeños delitos posibles y conocido varias cárceles. A este par de absolutos perdedores se une otro de su calaña: Max, que "ha hecho las Américas" como tratante de blancas. Es un triángulo amoroso-erótico perfecto, pues tanto Yarme como Max han tenido experiencias homosexuales con anterioridad.
 Max siempre tiene negocios en mente, y quiere incluir a Yarme y a Keyle en ellos, aunque todavía no sabe muy bien el papel que representará cada uno. Keyle, sin embargo, habiendo degustado los más sórdidos trago que una vida en el arroyo pueda traer, sigue siendo una idealista que busca un amor platónico, único y de por vida. Este amor platónico se convertirá en carne y hueso en la persona de Búnem, el joven hijo de un rabino, pura ingenuidad que se enamora de la esquinera con una mezcla imposible de lujuria y amor honesto. Ambos huirán del gueto, de Varsovia, de sus familias, de sus vidas y de sí mismos embarcándose hacia Nueva York.
 En la ciudad del Hudson tampoco lo tendrán fácil. Tendrán que vivir a salto de mata, con empleos precarios, al borde siempre del desahucio del mísero cuchitril que habitan, pero lo que más temen es que en las oleadas de miles de inmigrantes que llegan a la ciudad desde medio mundo (muchos de ellos, judíos de Polonia) lleguen antiguos conocidos que les recuerden sus vidas anteriores. Temor que se materializará con la llegada de Max y Yarme.
 En fin, una historia marginal como pocas, pero Singer no la narra de forma lacrimógena ni comprometida socialmente, de hecho diría que hay una alegría de vivir, sea la que sea la vida que toca vivir. Los personajes del autor judío exprimen su existencia con un tesón verdaderamente encomiable: hacen planes, se aman, se follan apasionan, fracasan siempre, pero vuelven a empezar. ¡Diablos, qué pedazo de escritor es este Singer!

viernes, 20 de octubre de 2023

"Othello", de William Shakespeare.

  Tragedia en cinco actos, escrita por el genial bardo de Avon en torno a 1603, que explora los sentimientos de celos, resentimiento e ira. Son obras tan emblemáticas las de Shakespeare que sus personajes no son sino iconos, símbolos por antonomasia que sirven para explicar conductas o individuos. Así, "un Othello" es un ejemplo de celos incontrolados, como "un Yago" es un perfecto ejemplo de manipulador e intrigante. En nuestra cultura podremos decir lo mismo de "un quijote" en el sentido de anteponer los principios morales a nuestra conveniencia, "un sancho" para hablar de una persona llana y honrada o "una celestina" para alguien que promueve la unión de dos personas.
 Por su calidad y por la atemporalidad de los sentimientos y personajes las obras de Shakespeare son inmortales, siempre rabiosamente actuales, siempre clásicas. Es siempre bueno, por tanto, releer a Shakespeare para poder entender un poco mejor los desvaríos del ser humano.
 El drama, explicado por actos viene a tener el siguiente argumento:
 Acto I: Inicialmente en Venecia, Yago (al servicio de Othello, que a su vez está al servicio del Dux de Venecia) quería ser lugarteniente del Moro, pero su lugar es ocupado por Cassio. El resentimiento lo corroe y planea vengarse de este último. Habla con Roderigo, otro hombre resentido, esta vez por amor, enamorado de Desdémona, mujer de Othello. Yago planea vengarse de Othello despertando a Brabantio (noble veneciano y padre de Desdémona), anunciándole que su hija ha sido mancillada por un infiel ("el ovejuno negro monta a tu blanca cordera", frase genial).
 Por supuesto, Yago, símbolo del traidor manipulador e intrigante, juega con dos barajas, pues a la vez que avisa a Brabantio contra Othello, previene a éste de aquél. Lo que busca es el enfrentamiento y la caída en desgracia del Moro.
 En el palacio del Dux se habla de la probable llegada de una flota turca que invada Chipre, territorio veneciano en aquel entonces. El Dux envía a Othello al mando de la expedición que ha de proteger la isla. Desdémona decide no quedarse en Venecia sino viajar a la isla mediterránea, para ello será puesta bajo la protección de Cassio. En ese momento Yago pergeña su venganza: fingirá un amorío entre ambos para que sea descubierto por Othello.
 Acto II: Ya en Chipre, donde se ambienta el resto de la obra, se confirma que la invasión turca ha fracasado por el terrible estado de la mar. Llegan todos, en distintos barcos a Chipre. Yago sigue conspirando y hace beber en demasía a Cassio, a la vez que malmete a Roderigo contra Cassio al insinuar que tienen una aventura con Desdémona. Estos dos se pelearán tumultuosamente como buen par de borrachos, momento en que Yago avisa a Montano (gobernador de Chipre) para que los detenga y entregue a su amo, Othello. Cuando éste llega recibe la pésima noticia de que su lugarteniente causa escándalo, por lo cual lo destituye del cargo. Cassio, avergonzado se confiesa al que cree su amigo, Yago, que le aconseja buscar el perdón de Othello a través de Desdémona, quien puede interceder por él.
 Acto III: Escena central de la tragedia, no sólo en sentido numérico, también por el desarrollo de la acción. Yago comienza a introducir los celos en Othello, insinuando que Cassio y Desdémona se entienden. Lo hace de forma tan eficiente que a la vez que sugiere el adulterio lo niega para que sea el Moro quien lo afirme rotundamente.
 Por otro lado, Desdémona deja caer descuidadamente un pañuelo bordado, regalo primero de Othello. Emilia (esposa de Yago y dama de compañía de Desdémona) lo recoge y entrega a Yago.
 Othello, ya enfebrecido por los celos, le pide pruebas a Yago. Éste le dice que escuchó a Cassio soñar con Desdémona y que, además, tiene su pañuelo, aquel que fuera regalo nupcial.
  Desdémona y Othello hablan. Éste, desquiciado, le pide a aquélla el pañuelo en cuestión. Desdémona, ignorante de los celos de su marido, sólo sabe hablarle en defensa de Cassio, para que recobre su puesto.
 Bianca (cortesana enamorada de Cassio) se encuentra con el antiguo lugarteniente de Othello. Cassio le pide que le copie el pañuelo que ha encontrado entre sus cosas (donde Yago lo puso con anterioridad, claro).
 Acto IV: Siguen los tejemanejes de Yago: convence a Othello para que se esconda mientras él sonsaca a Cassio su relación con Desdémona. Cuando se produce esta conversación, Yago está preguntando a Cassio por Bianca, la cortesana, no por Desdémona, como cree Othello. Cassio le dice que es una vulgar prostituta que le declara su amor a diario. Este equívoco es también fundamental en la creencia de Othello en la infidelidad de su esposa.
 Othello ya está plenamente persuadido de la deslealtad de Desdémona. Enfurecido la golpea en presencia de Lodovico, noble veneciano consejero del Dux. Así, con sus intrigas, Yago está haciendo caer en desgracia al Moro además de a Cassio.
 En privado, Othello trata de prostituta a Desdémona y de celestina a Emilia.
 Por otro lado, Roderigo empieza a desconfiar de Yago, pero éste lo cita para matar a Cassio cuando salga de cenar con Bianca.
 Acto V: Desenlace final. Por una parte, Roderigo trata de matar a Cassio. Yago, en realidad, confía en que ambos se maten entre sí, pero esto no ocurre, ya que Cassio sobrevive herido levemente. Yago remata a Roderigo, pero cuando va a hacer lo mismo con Cassio aparecen los nobles venecianos Lodovico y Gratiano.
 En la última escena de la obra, Othello acusa a Desdémona y, finalmente, la estrangula. Emilia (mujer de Yago y compañía de Desdémona) descubre a su marido, todas sus intrigas y manipulaciones contra Cassio, Desdémona y Othello.
 Al fin, Othello comprende su error cuando le dicen que el pañuelo lo cogió Emilia y no Cassio y que Yago lo había puesto entre las pertenencias de Cassio. Othello hiere a Yago, pero no mortalmente. Los nobles venecianos lo retienen para juzgarlo en Venecia. Othello, horrorizado por su estupidez que llevó al asesinato de Desdémona, se suicida.
 Tragedia cumplida, pues. Los celos infundados, promovidos por un intrigante han llevado al asesinato. ¡Cuántas veces se habrá producido esto a lo largo de la historia de la humanidad! Ya lo decía antes: atemporal.
 De todos los personajes, el más interesante es Yago, claro. Es un verdadero canalla, alguien sin el más mínimo escrúpulo, capaz de la mayor villanía para obtener pequeño beneficio. Es el personaje al que Shakespeare mejor delinea, mejor que al propio Othello, simple marioneta en sus manos. Othello es, como se dice habitualmente en las obras de Shakespeare, no tanto un antihéroe sino un héroe trágico, que evoca pena y conmiseración en el espectador/lector. Desdémona, por otro lado es la víctima inocente, también usada por otros (Cassio) para sus propósitos, que ignora en todo momento las intrigas palaciegas.

lunes, 16 de octubre de 2023

"Tres vidas de santos", de Eduardo Mendoza.

  Tres relatos del Premio Cervantes de 2016 (y Premio Planeta de 2010, lo pongo entre paréntesis por el menor valor que otorgo a los premios comerciales). Mendoza saltó a la escena literaria con su famosa novela La verdad sobre el caso Savolta, que también fue su primera obra publicada. No alcanzaría tanta fama como con aquella primera novela, aunque ha publicado casi una veintena más, amén de relatos, ensayos y colaboraciones en algún diario. 
 La verdad es que no estoy seguro siquiera de haber leído su más famosa novela. Reconozco tener prejuicios hacia los escritores más comerciales, especialmente los que han sido lanzados al estrellato a golpe de premios que la editorial más grande del país otorga, como una medida más de mercadotecnia. Por otro lado, prefiero leer a autores que ya han pasado a mejor vida, aquellos que ya no tienen tanto interés para las editoriales, por aquello de que "el tiempo pone a cada uno en su lugar".
 Y sin embargo, contradicciones que uno tiene, aquí estoy leyendo a un autor vivo de perfil muy comercial. En fin, quien me entienda...
 La prosa de Mendoza es rápida, frases cortas, poco adjetivadas, lo que se dice "escritura periodística", pero se mantiene una calidad literaria más que aceptable. Los relatos son amenos y entretenidos, no están al nivel que debiera tener un Premio Cervantes, pero nos ha tocado vivir la época que nos ha tocado vivir.
 El autor prologa el volumen explicando su título como una referencia a las hagiografías que tanto éxito tuvieron hasta mitad del siglo XX en nuestro país, los compara con sus personajes diciendo: "son santos en la medida que consagran su vida a una lucha agónica entre lo humano y lo divino". Es decir, sus personajes son santos porque tienen visiones personales y apasionadas de la existencia y se entregan a ellas como quien no espera un mañana. Bueno, es un razonamiento. Da la impresión de que está sujeto con pinzas para explicar un título que tiene más de reclamo comercial que de otra cosa, pero, bueno, "aceptamos pulpo".
 La ballena es el primer relato y el más extenso. También es el mejor en mi opinión. Narra la experiencia de una familia barcelonesa de mitad de siglo XX que recibe la estancia en su casa de un obispo centroamericano. Éste no puede volver a su país y, con el tiempo, acaba por darse a la mala vida y olvida su estiramiento eclesiástico. Finalmente, tras todo tipo de vivencias marginales, el antiguo obispo puede volver a su país, no sin antes robar a sus antiguos anfitriones. Es un relato entretenido y bien pergeñado, con puntos de humor sutil que se agradecen sobremanera.
 Los otros dos relatos, El final de Dubslav y El malentendido son mucho más vulgares y anodinos. Es curioso, porque el propio Mendoza informa en su prólogo de la juventud con la que escribió La ballena y la madurez (vital y creativa) de los otros dos. Parece ser que no sólo en novela, también en relato el autor barcelonés haya perdido calidad con el tiempo.
 En fin, siento si ofendo al tal Mendoza o a quien esto lea, pero me corroboro en mi idea de no leer nada contemporáneo que haya sido lanzado por grandes editoriales. Hay mucha literatura de altísima calidad de otros siglos para perder el tiempo con esta gente.

domingo, 15 de octubre de 2023

"Liftoff", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

 

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

Inciso musical. Concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Boyle, Dutilleux, Wagner y Debussy.

  Estando abonado a los conciertos que la Orquesta Sinfónica de Castilla y León da por temporada en el Auditorio Miguel Delibes he desarrollado una costumbre que, francamente, me parece interesante: con antelación al concierto (una o dos semanas, habitualmente) busco todas las versiones posibles de las obras que habré de escuchar días después, distintas orquestas, distintos directores... A mis cincuenta y pocos años ya tengo una discoteca clásica bastante amplia, con lo que, las obras más señeras, las tengo en interpretaciones de la Filarmónica de Berlín, la Sinfónica de Londres, la Concertgebouw de Ámsterdam, la Filarmónica de Viena... o dirigidas por Von Karajan, Leonard Bernstein, Claudio Abbado, Furtwängler o Barenboim; pero, milagros de la era moderna, también se puede encontrar interpretaciones decentes (otra cosa es la calidad de la grabación, claro) en YouTube. En fin, no es lo mismo escuchar una buena copia en un equipo de alta fidelidad que escucharlo en un ordenador en algo subido a Internet, pero qué se le va a hacer. En cualquier caso, con esta costumbre mía, voy escuchando los días previos al concierto esas obras y llego al concierto mucho más ávido de valorar la interpretación que hace la OSCYL, la dirección de Thierry Fischer o los solistas en cuestión. Bien, evidentemente había escuchado hasta la saciedad a Wagner y a Debussy (especialmente a este último, uno de mis predilectos de la música Romántica), pero no conocía a Boyle ni a Dutilleux (buena cosa por otro lado, ya he aprendido algo).
 De la compositora irlandesa Ina Boyle (1889-1967) no pude encontrar la obra que se representó ayer, no tenía yo nada, no encontré nada en la Biblioteca de Castilla y León (que tiene, por cierto, un más que aceptable fondo), ni siquiera en la mencionada YouTube. En esta página de Internet sí hay varias obras suyas con una calidad sonora entre regular y mala, pero que servía para hacerse una idea del estilo de la compositora en cuestión. Pude escuchar obras de un clarísimo tono romántico, con un lirismo en las melodías que recuerda a Edward Elgar. La obra elegida ayer, "A Sea Poem (Un poema marítimo)" es ejemplo claro de lo anterior, con una deuda evidente de los llamados "Poemas sinfónicos" de los cuales, Debussy o Smetana fueron grandes maestros. Es, en todo caso, una obra amable, con frases musicales fácilmente reconocibles y efectivas, que recuerdan los vaivenes del mar, que consigue materializar sonoramente con eficiencia.
 Porque, a continuación, mis queridos amigos, tocaba una obra de Henri Dutilleux. De este autor no tengo nada en mi discoteca particular... Y no voy a tener en un futuro. Bien, Dutilleux pasa por ser discípulo aventajado del maravilloso Claude Debussy. Eso sí, no se quedó en el estilo de su maestro (cosa que quizá sí se podría achacar a Boyle). Dutilleux siguió evolucionando como evolucionó la música culta en el siglo XX en Europa, con la atonalidad por bandera. No llegará a los niveles de Arnold Schönberg, pero... Ayer la OSCYL dirigida por Fischer y con el violonchelista canadiense Jean-Guihen Queyras como solista interpretó "Tout un monde lointain...(Todo un mundo lejano...)", un concierto para violonchelo y orquesta, y qué puedo decir... Pues, hombre, puedo decir que es una obra extraordinaria para el lucimiento del violonchelo solista, capaz de sacar del instrumento sonidos que uno no tenía muy claro que lo podía sacar un ser humano a un pedazo de madera y cuerdas, al menos en las condiciones de gravedad y atmósfera del planeta Tierra. ¡Vamos, que no me gustó Dutilleux! Creo haberlo escrito con anterioridad: no tengo claro que la expresión "música atonal" no sea un oxímoron, la tonalidad es necesaria para, junto con el ritmo, crear esa melodía reconocible que puede hacernos experimentar mil y un sentimiento que nos eleve de nuestra existencia anodina. Pues eso, no me gusta la música atonal y, a juzgar por la intensidad de los aplausos, tampoco al conjunto del auditorio. Eso sí, el solista tuvo a bien  regalarnos una Sarabande de Bach que nos reconcilió con ese bellísimo instrumento, capaz de expresar las más elevadas emociones que es el violonchelo.
 Después del descanso, nada menos que la Entrada de los dioses al Valhalla de El oro del Rin, de Richard Wagner. Obra que todo el mundo ha escuchado centenares de veces, aunque sea en películas. Aquí he de hacer una consideración que creo haber hecho notar en alguna ocasión: el efecto perjudicial que tiene escuchar las excelentes versiones de la Deutsche Grammophon, Decca, EMI u otros sellos discográficos, en buenos reproductores de alta fidelidad y, habitualmente, con buenos auriculares. ¿Por qué? ¿Qué pasa? Pues, hombre, pasa, que si yo estoy acostumbrado a escuchar El oro del Rin  en casa con un más que aceptable equipo de alta fidelidad, con buenos auriculares, interpretado, por ejemplo, por la Filarmónica de Berlín, dirigida por Von Karajan, y sobre todo, con una espectacular ecualización de la obra, voy a sentir que los dioses nórdicos me acompañan al Valhalla, voy a ser uno de ellos, las melodías espectaculares del viento-metal me van a envolver, voy a sentir los golpes de percusión como si fueran mis latidos... En definitiva, que con esa ecualización tan envolvente y con esa buena reproducción voy a sentir la música como una inmersión brutal. Eso y, claro está, mi sensibilidad musical, va a hacer de esa audición una experiencia abrumadora. ¿Y ayer en el auditorio? Hombre, la OSCYL y Thierry Fischer dieron el cien por cien de su capacidad, no me cabe duda, pero comparando no salen muy bien parados. Esa es mi queja, un tanto estúpida, lo sé, pero  estamos tan acostumbrado(los melómanos, quiero decir, no los quinceañeros que usan como reproductor un teléfono móvil) a esas grabaciones ecualizadas de una forma tan espectacular, que luego, en la interpretación en vivo, todo parece mucho más plano, menos impactante.
 En fin, para terminar el concierto de ayer se eligió El mar, de Claude Debussy, un poema sinfónico extraordinario que, supongo, todo el mundo ha escuchado también hasta el hartazgo. No sé si la programación de la OSCYL quiso abrir y cerrar el concierto con referencias románticas al mar, pero si fue así fue un pleno acierto. La obra de Debussy es de un poder evocador impresionante. Viviendo a más de doscientos kilómetros del líquido elemento uno se sintió como vapuleado en un pequeño bote por la fuerza y majestuosidad del océano. Eso echo en cara a la música atonal: que no transmite nada, no evoca ni recuerda nada... Afortunadamente siempre nos quedará Claude Debussy...

jueves, 12 de octubre de 2023

"El tragaluz", de Antonio Buero Vallejo.

  Junto con Historia de una escalera es la obra más célebre de Buero Vallejo, y también está hoy en el currículo de Lengua y literatura española para Bachillerato. Si hay que poner etiquetas, yo la definiría como un drama existencial, en el que se explora la razón última de la existencia, la mayor o menor importancia de los hechos, el pasado y el futuro...
 Buero la escribió en 1967, después de haber pasado mil sinsabores desde la Guerra Civil (comenzando por el fusilamiento de su padre, su propio encarcelamiento y condena a muerte -que sería conmutada por condena perpetua y finalmente amnistiado-, y mil y una censuras) y la posguerra. Es una obra amarga y oscura (como Historia de una escalera), aunque yo no he visto razones políticas sino meramente humanas y sociales para esta amargura.
 En la presentación de la obra, Buero rescata una presentación teatral típica de Pirandello, la de unos introductores que rompen la cuarta pared, entrando a escena por el proscenio e interactuando con el público. Estos "investigadores" provienen de un futuro lejano y presentan la obra como un "experimento" de un tiempo pasado, el siglo XX, y ocurrido en una antigua ciudad, Madrid, "capital que fue de una antigua nación llamada España". Una familia, con hijos adultos, uno de ellos ya independiente, Vicente, que tiene una editorial literaria, y su hermano menor, Mario, que vive con sus padres ya ancianos, el padre ya con la mente perdida. Para Vicente trabaja Encarna, con la que mantiene una relación carnal no exenta de sordidez dada la relación jefe-empleada, pero la propia Encarna tiene sentimientos amorosos hacia Mario.
 La relación entre los hermanos es pésima. Vicente actúa con condescendencia hacia Mario, que lo rechaza y pretende mantenerse en la indiferencia social y laboral. La situación de enajenación mental del padre, que cree ver un tren en el tragaluz que tiene el semisótano que habitan dificulta más aún la relación. El tren es un símbolo muy interesante, pues se refieren a él en todo momento, debido a un hecho terrible que ocurrió en la infancia de los dos hermanos. Ese hecho fue, al final de la guerra, con el país destruido hasta los cimientos, el viaje catastrófico en trenes atestados de toda la familia, incluida la niña menor, Elvirita. A ese tren sólo pudo subir el chico mayor, Vicente, llevándose consigo las pocas provisiones que tenía la familia. Como consecuencia, la pequeña falleció de hambre y debilidad. Ese hecho destruyó a la familia y creó sentimientos de culpa que perduran hasta ese presente.
 Sin embargo, aquí quiero hacer un hincapié: el propio Buero Vallejo daba importancia al tren, pero lo hacía de una forma más superficial, haciendo referencia a que era necesario "subirse al tren de la vida", seguir viviendo, algo que, aparentemente, sólo había conseguido Vicente.
 Bien, el caso es que la diferencia de visión de la vida de los dos hermanos, la diferencia en el éxito o fracaso social, y la situación amorosa con Encarna llegará a destruir el entramado familiar que sostenía a duras penas.
 Con respecto a los temas tratados, pues, destacaría el pasado no solucionado, que vuelve una y otra vez al presente; también el sentimiento de culpa, que se muestra en la confesión final de Vicente, admitiendo su mal obrar; y, por supuesto, las relaciones familiares, que de malas que son se obvian, creando un tabú que explota al final.
 Ya digo, una obra áspera y amarga, muy en la línea del autor, pero que permite, como creo que debe hacer siempre el teatro y, en general, la literatura, escarmentar en cabeza ajena. Gran drama.

martes, 10 de octubre de 2023

"San Manuel Bueno, mártir", de Miguel de Unamuno.

  Leí este relato ("nivola" en vocabulario del autor vasco) a mis quince años, exigencias del entonces llamado B.U.P. (Bachillerato unificado polivalente, ¡ahí es nada la estupidez del nombre!), hoy, lo releo después de que lo haya leído mi hijo, también por exigencias del Bachillerato. El ciclo de la vida, que se va cerrando. Y fue precisamente a esos quince años míos cuando degusté por primera vez a la Generación del 98. Los Unamuno, Azorín, Baroja, Valle-Inclán y Machado calaron profundamente en aquella mente juvenil; su modo de ver el mundo, con un sentimiento trágico, un pesimismo existencial que se adecuaba bien al carácter un tanto pusilánime y apocado de aquel chaval al que todo le parecía duro e inabarcable, todo salvo la lectura, que era un reducto cómodo y amable.
 Y sí, recordaba bien tanto el argumento como, mucho más importante, los temas puramente unamunianos que ocupan el relato. Entre estos últimos están la fe, una fe enfrentada a la razón, débil, balbuciente, incluso en un cura que ha de ser bastión del cristianismo; la concepción trágica de la vida, el "valle de lágrimas", el pecado de todos los hombres no es otro que el de haber nacido; y también, como otros noventayochistas, el realce de la España interior, especialmente la rural (aunque se cambian nombres, la acción se da en San Martín de Castañeda, junto al Lago de Sanabria), de esa España que parecía (y hoy también lo sigue pareciendo) olvidada, pero que contenía la esencia de ese hispanismo sufriente y ensimismado.
 El argumento, por su parte, es sencillo: Ángela Carballino, habitante del ficticio pueblo de Valverde de Lucerna, transcribe sus recuerdos del cura párroco don Manuel Bueno, asceta donde los haya pero que, aparentemente, sufría crisis de fe en grado sumo. Su hermano Lázaro vuelve de América convertido a los nuevos tiempos, abjurando del Viejo Mundo, de sus tradiciones pacatas y zafias, pero al conocer a don Manuel cambia por completo; en largos paseos, Manuel y Lázaro intercambian pareceres, llevando la voz cantante el cura, que convence al indiano de la necesidad de mantener en la fe más plana a la población, no por conseguir nada de ellos sino para evitar que sufran, para que se mantengan en una bendita ignorancia que les de una esperanza con el que sobrellevar su mísera vida. Por supuesto, queda claro que Manuel ha perdido la fe, pero aún así quiere evitar ese sufrimiento a los aldeanos. Tan fuerte es la decisión del cura que el pueblo entero se revitaliza en esa fe tradicional y superficial y, tras la muerte del párroco, éste será tenido en cuenta para un proceso de beatificación.
 Por otro lado, Unamuno elige los nombres de sus personajes al azar. Manuel, que proviene del nombre Emmanuel, significa, ya se sabe, "Dios con nosotros"; es, probablemente, una pequeña burla del escritor vasco, pues precisamente lo que le falta al cura es que Dios esté con él, un Dios en el que ni siquiera cree. Ángela, mejor en masculino, Ángel significa mensajero; efectivamente, Ángela Carballino será la mensajera que nos muestre al cura y sus crisis existenciales, pues es ella quien escribe sus memorias. De Lázaro hay menos dudas aún, es Lázaro el resucitado, el convertido, alguien que venía del ateísmo militante pero que acaba viendo la conveniencia de que los sencillos pueblerinos crean en la fe de sus padres con la misma falta de profundidad que sus antepasados.
 Es, claro, una obra característica de Unamuno y de la Generación del 98. Su cortedad y sencillez facilitan la lectura a chicos estudiantes de Bachillerato, de hoy y de hace cuarenta años. Me alegro de que su lectura siga en el currículo de Lengua y literatura española.