Llevo varios días visionando películas del gran actor alemán Conrad Veidt. Tanto es así, que pensaba dedicar esta entrada al inmortal actor de El gabinete del doctor Caligari o Casablanca. Resultaría incompleto hablar del cine expresionista alemán, que dominó el séptimo arte de aquel país (e influyó en todo el mundo durante décadas) sin hablar de Conrad Veidt. Parece que incluso su físico hubiera sido construido para ese cine angustioso y deformante que trataba de mostrar los sentimientos sobre la descripción objetiva: exageradamente alto para la época, muy delgado, con un rostro anguloso, mirada atormentada... era el perfecto malvado, el genio enloquecido, pero también con un sentido del gusto, de la caballerosidad que concitaba un extraño sentimiento de admiración por parte del público.
Conrad Veidt. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
Conrad Veidt fue el protagonista fundamental de El gabinete del doctor Caligari, de hecho la película de Robert Wiene habría quedado desleída con otro actor; pero hubiera sido imposible rodar El hombre que ríe (Paul Leni, 1928), adaptación de la novela homónima de Víctor Hugo que narra la terrible existencia de una criatura que fue amputada quirúrgicamente para parecer que sonreía siempre (y que incluye otra leyenda popular, la de los "comprachicos" -en español en el original-, malvados que compraban niños a familias pobres para maltratarlos, matarlos o, como en la novela, deformarlos) sin el protagonismo del alemán. El hombre que ríe es la quintaesencia del cine expresionista, una verdadera joya. Pero con el paso del tiempo, Veidt no se quedó anquilosado en esos papeles tan estrambóticos, sino que evolucionó hacia papeles de secundario en los que su extraordinario físico, unido al poso que daban los años y el leve acento alemán al hablar en inglés le permitían ser el malvado encantador, el infame cultivado, el perverso cortés. Así sería el elegante pero perverso mayor nazi Heinrich Strasser en Casablanca; en esa misma línea está el papel del cautivador asesino Torsten Barring en la película que hoy reseño.
Imagen tomada de la web filmaffinity.com
De nuevo, Veidt será papel secundario, dejando el protagonismo a Joan Crawford y Melvyn Douglas. De ellos, Crawford tiene una actuación notable, representando el papel de mujer marcada físicamente, lo que la lleva al resentimiento y la maldad; Douglas es el doctor que, con manos cuasi milagrosas, devuelve la belleza a la anterior. Son personajes bien pergeñados y bien interpretados por sus actores, pero, de nuevo, el papel de Conrad Veidt, un ambicioso heredero que no parará mientes en asesinar a su sobrino, un niño de cuatro años, para convertirse en heredero universal será el que destaque. Porque como decía antes, Veidt roza la perfección al jugar el papel de embaucador adorable, que seduce a la pobre Crawford, mujer necesitada de afecto y cariño, para que sea ella quien asesine al niño. Claro, el final edulcorado se hace inevitable, y el niño se salva, el asesino en potencia muere, y la pareja se enamora... Con todo, el endulzamiento comercial del final no quita mérito a la película, un poco como el final de Casablanca, que no evita que sea una de las mejores películas de la historia de la cinematografía. A Woman's Face no alcanza a la película de Michael Curtiz, pero tiene una brillantez memorable, sobre todo por la participación de Veidt.
Imagen tomada de la página web IMdB.com
En fin, ya digo, prometo una entrada sobre la obra de Conrad Veidt, excelente actor que vio truncada su apasionante carrera al morir prematuramente con tan solo cincuenta años de edad.