lunes, 9 de mayo de 2016

Leído, "Providence", por Alan Moore y Jacen Burrows.

 Este cómic editado en España por Panini Cómics (en Estados Unidos por Avatar Press) es la unión de cuatro capítulos. El personaje que enlaza las cuatro partes es Robert Black, un periodista homosexual del New York Herald que, buscando material para escribir un libro, investiga por distintos lugares de Nueva Inglaterra historias extrañas sucedidas recientemente. Cada capítulo del cómic es un refrito de un relato de Lovecraft, ligeramente modificado y con la introducción del periodista; concretamente los relatos en los que Moore se inspira son: Aire frío, El horror de Red Hook, La sombra sobre Innsmouth y El horror de Dunwich.
 El formato de cómic trata de ser novedoso: alterna la narración clásica en viñetas con el diario del periodista y los archivos adjuntados de distinta índole. No tengo muy claro que esta forma de narrar sea positiva, ya que los diarios acaban haciéndose tediosos.
  La conclusión final a la que llego es agridulce: por un lado valoro positivamente la reinterpretación de los relatos lovecraftianos y el nuevo enfoque; por otro no dejo de pensar que todo el cómic es bastante pretencioso y que la estructura acaba siendo deslavazada. Es pretencioso como si fuera la primera obra importante de un veinteañero que quiere dejar claro cuán erudito es y cómo conoce a multitud de autores y sus obras... pero Moore es un sesentón y disfruta del éxito desde hace décadas; está deslavazado porque no llega a haber una continuidad bien desarrollada entre los distintos capítulos, únicamente el hecho de ser el mismo protagonista. Por otra parte el cómic termina sin estar rematado. Sé que hay más capítulos de Providence (concretamente, hasta donde yo sé, se han publicado ya ocho), pero tal vez hubiera sido deseable que el protagonista tuviera alguna suerte de cambio importante que pudiera ser tomado como un final. En definitiva, un cómic interesante y diferente pero con la demostrada maestría de Alan Moore podía haber tenido un resultado mucho mejor.

lunes, 2 de mayo de 2016

"Fortress of Solitude" (Refugio -fortaleza- de soledad) para todos aquellos que comprenden la belleza del aislamiento voluntario, por Grant Snider. (www.incidentalcomics.com).


Ahora leyendo: "La casa de los siete tejados", por Nathaniel Hawthorne.

 Hawthorne es, sin duda, uno de los grandes escritores e intelectuales de los Estados Unidos del siglo XIX (estilísticamente hablando, del Romanticismo literario) y, por tanto, una voz crítica y pura contra los grandes vicios de su sociedad: la hipocresía, el puritanismo falso y la desigualdad social. Si en La letra escarlata denuncia la falta de honestidad de una comunidad biempensante que para cerrar los ojos ante su propia iniquidad en la "moral sexual" culpabiliza  a Hester Prynne y la marca con una "A" roja, estigmatizándola socialmente; en La casa de los siete tejados censura la desigualdad social de la que se valen poderosas familias como los Pyncheon para postergar socialmente a los económicamente más débiles, en este caso los Maule. En todo caso, Nathaniel Hawthorne, que era creyente y moralista, hace "pasar las de Caín" (nunca mejor dicho) a todos aquellos que han cometido injusticias contra víctimas inocentes; es como si un Dios todopoderoso equilibrara la balanza y pusiera a cada uno su ración de sufrimientos y penurias, incluso en la vida terrenal, a expensas de lo que vaya a ocurrir en la vida eterna.
 Esta es una de las razones por la que no leo literatura contemporánea: porque la pléyade de escritores coetáneos que publican con regularidad y son promocionados a bombo y platillo por las editoriales (grandes corporaciones mercantilistas en realidad) son premiados por el sistema y sus miembros con puestos de renombre en las Academias nacionales, o comprados con premios comerciales (incluido el Nobel, claro está), con lo cual es poco menos que imposible que un Vargas Llosa, un Muñoz Molina, un Pérez Reverte... denuncie los defectos de una sociedad. Nada que ver con Charles Dickens o Nathaniel Hawthorne. En cualquier caso, el tiempo pone a cada uno en su sitio y, aunque yo no lo veré, lo más probable es que los nombres que he citado en primer lugar desaparezcan cuando el rodillo de los siglos los aplaste.
 Hawthorne, felizmente ha superado ampliamente ese tamiz que separa la verdadera literatura de puro entretenimiento lector que, a pesar de todo, tal vez sea la ocupación menos zafia de mucha gente, (ya se sabe: si se trata de elegir entre leer a aquellos o idiotizarse con el fútbol, la televisión o las redes sociales...).
 La prosa de Hawthorne es la típica de los escritores anglosajones del XIX (aquí no hago distingos entre los que están a uno y otro lado del Atlántico) y que tan extraordinarias muestras nos ha legado. Es lo que algunos han llamado "Romanticismo oscuro", que participa de todas las características del Romanticismo que se cultivó en toda Europa: el individualismo idealista que todo lo impregna; la idea del desengaño, amoroso o no, del protagonista; el gusto por los lugares extraños, exóticos o lejanos; los protagonistas atípicos, como mendigos, piratas, asesinos; la aparición de elementos fantásticos provenientes del sueño o de visiones...Pero con el sobrenombre "oscuro" se refuerza lo sobrenatural, lo extraño, lo incomprensible para la lógica, lo fantasmagórico y pavoroso... En definitiva, una buena dosis de medicina para unos tiempos demasiado apegados a la explicación racional. En La casa de los siete tejados, por ejemplo, se esboza la idea de la culpa atávica, algo que otros escritores contemporáneos a Hawthorne o incluso posteriores (como Lovecraft) desarrollarán en su narrativa; se trata de que los personajes purgan las culpas de los pecados cometidos siglos antes por sus antepasados, culpas que los martirizan y persiguen hasta el final de sus existencias.

domingo, 1 de mayo de 2016

"Providence", escrito por Alan Moore y dibujado por Jacen Burrows.

 Probablemente sea Howard Philips Lovecraft el autor contemporáneo (más o menos contemporáneo) que está disfrutando (o sufriendo, según se mire) de un mayor número de reinterpretaciones y modificaciones de su obra. Tal vez esto no sea injusto, el propio Lovecraft creó ese grupo de amigos que intercambiaban historias y relatos y que más tarde sería conocido como "círculo de Lovecraft"; por otra parte, "el solitario de Providence" no dejó hijos, sobrinos ni casi amigos, con lo cual a nadie puede importar que se aprovechen de su narrativa. Admito tener sentimientos encontrados: por un lado, siendo yo mismo alguien que, a duras penas, consigue poner en negro sobre blanco sus propias ideas, me repugna la idea de que unos espabilados se lucren con las ideas de otros; on the other hand, disfruto como el que más con refritos "lovecraftianos" y, de hecho, Alan Moore es uno de los escritores más capacitados para llevarlos adelante... En cualquier caso, compré el cómic, aquí está:
  Alan Moore es un tío especial: capaz de lo mejor y lo peor; es un revitalizador del cómic, renacido como "novela gráfica", dando al subgénero un impulso que, al menos en Europa, es notable y diferenciador de todo lo anterior; pero también fue el continuador de la saga ultraconservadora de los superhéroes de Marvel, grandes esbirros del sistema que a todos nos oprime (esto mismo, con otras palabras, claro, lo admitía el propio Moore).
 Providence es, pues, una revisión de los relatos de Lovecraft, yo diría que hecha de memoria, con elementos absolutamente inconfundibles del americano, pero con el desparpajo y la provocación propios del inglés. Así, por ejemplo, en el cómic hay referencias más sexuales que eróticas muy explícitas, algo impensable en el asexuado Lovecraft. Providence se presenta como la continuación de otro cómic "lovecraftiano" firmado por Moore, Neonomicon (juego de palabras obvio entre el libro prohibido "Necronomicón" y el "nuevo cómic" -neo comic-), ambos publicados en España por Panini Comics.
  La ilustración corre a cargo de Jacen Burrows, un clásico del cómic americano a pesar de su juventud, que publica siempre en Avatar Press. Su estilo realista y barroco es perfecto para estas historias "lovecraftianas". En definitiva, un buen método de revivir algo que no puede morir pues with strange aeons even death may die y olvidarse de purismos con alguien, el solitario de Lovecraft, que fue todo menos purista.

viernes, 22 de abril de 2016

Ahora leyendo: "¿Dónde estabas, Adán?", por Heinrich Böll.

 Comienzo otro autor galardonado con el Premio Nobel (este en 1972) y del que ya he leído más de una novela: Heinrich Böll.
Imagen extraída de Commons Wikimedia.
   Heinrich Böll, máximo representante junto con Günther Grass de la llamada "Literatura de escombros", es decir, de la literatura de posguerra en Alemania que psicoanalizaba en profundidad la maltrecha consciencia alemana, su identidad colectiva, sus barbaridades del pasado... en fin, una puesta a punto hasta la esencia de la "alemanidad" (perdón por el palabro). Esa es, probablemente, una de las mayores virtudes sociales que tiene la literatura: la capacidad de entenderse a uno mismo (sea el uno individual o el uno colectivo) o al menos de tratar de conseguirlo. Es una actitud imprescindible para cualquier sociedad que quiera seguir adelante tratando de asumir un pasado tan horrible como el que tuvo que asumir Alemania a partir de 1945 (militarismo, racismo, genocidio...). Por tanto, Böll y Grass entre otros ayudaron a que Alemania sea lo que es hoy: un país moderno, sano y libre de fantasmas (todo ello hasta cierto punto, claro).
  En ¿Dónde estabas, Adán? la trama sucede en un lugar muy frecuente en Böll: la guerra, pero que nadie se equivoque, el lado de la guerra de Böll no tiene nada que ver con heroicidades ni banderas al viento, no. La guerra de las novelas de Böll es la de la derrota total, con la miseria moral campeando por sus fueros, cuando ya todo el mundo se plantea si tiene sentido seguir en su puesto o simplemente huir en desbandada (de nuevo aquí, la imagen estereotipada del perdedor es mucho más interesante y poliédrica que la del vencedor, mucho más predecible y plana). El protagonista de la novela (Feinhals) es un soldado alemán destacado en Hungría cuando el Ejército Rojo está ganando kilómetro tras kilómetro y los nazis se retiran con el honor magullado; en ese contexto de inesperada derrota, el hombre pierde gran parte de su fanatismo y soberbia (todos, nazis incluidos) y comienza a preguntarse por su proceder... ¡Ay si en nuestra "pacífica" sociedad actual los "grandes prohombres" hicieran examen de conciencia con frecuencia! Sea como fuere, la novela deja clara que la derrota militar (léase en nuestras vidas, derrota social o personal), entendida como una piedra de toque de la vida, facilita la introspección reflexiva y por tanto la capacidad de cambio y mejora.

miércoles, 20 de abril de 2016

Conclusiones tras leer "El mago de Lublin", de Isaac Bashevis Singer.

 Me siento obligado a escribir alguna conclusión sobre El mago de Lublin de Singer, pues tras leer mi anterior entrada, creo haber sido algo injusto. El mago de Lublin es mucho más que una novela costumbrista sobre la cultura askenazí en la Polonia de principios del siglo XX, en realidad es una excelente narración sobre las tribulaciones de un individuo (en este caso un judío, pero podría pertenecer a cualquier confesión) por los sentimientos de culpa que surgen al vivir, al alejarse de principios morales (independientemente de los dogmas o liturgias de una u otra religión) y que le llevan a vivir de forma libertina, dañando irremediablemente un puñado de vidas, pequeñas como la suya propia, pero que merecen tanto respeto como la de cualquiera.
 La prosa de Isaac Bashevis Singer es limpia, cristalina diría, pero a la vez no carente de complejidad. La evolución psicológica del protagonista no desmerece en absoluto aquella que se tiene como canónica, estoy pensando en el Raskólnikov del Crimen y castigo de Dostoyevski. Del libertino indiferente al dolor ajeno que solo se aprovecha de los demás (especialmente de las mujeres) al titubeo entre la moralidad judía que despreciaba y su vida anterior, y, por último, al rechazo al mundo y el aislamiento en busca de la pureza espiritual.
  Es una gran novela, no hay duda, y su autor se muestra como un perfecto conocedor del alma humana, de sus tribulaciones y alegrías. 
 En la entrada anterior dije que Singer no era merecedor del Premio Nobel, ahora, francamente, tengo mis serias dudas. Sigo pensando que otros muchos autores lo merecieron también, pero es posible que este en concreto lo merezca suficientemente como para que lo recibiera con justicia en 1978.

lunes, 18 de abril de 2016

Ahora leyendo: "El mago de Lublin", por Isaac Bashevis Singer.

 Creo que ya lo puse en este blog: lo que más me atrae de la llamada literatura en yidis es la semblanza que nos trae de una sociedad europea más que fue barrida a sangre y fuego en unos de los episodios  más tristes del pasado siglo XX. Era una sociedad marginal (más bien, marginada), minoritaria, pero europea al fin. Me refiero, obviamente a la sociedad judía askenazí que poblaba lo que hoy es Polonia, Lituania, Ucrania, Bielorrusia y Rusia entre otros países.
  En ese sentido, Isaac Bashevis Singer es el representante por excelencia de la literatura escrita en yidis, él y su hermano Israel Yehoshua representan, con el permiso Sholem Aleijem y unos pocos más una lengua que agoniza lentamente, sostenida más en ámbito familiar que otra cosa, una lengua europea que hemos dejado morir y otros han matado a tiro limpio (nazis, zaristas, estalinistas y demás morralla). 
 El mago de Lublin cuenta la historia de Yasha Mazur, un judío de principios del siglo XX de aquella ciudad polaca que se gana la vida como mago, ilusionista y acróbata, y que tiene en las mujeres (tanto la propia como las ajenas) su gran debilidad. Es posible que otra de las grandes virtudes de esta literatura en yidis sea que sus novelas y obras teatrales están ambientadas en una época convulsa por los cambios sociopolíticos y económicos que llevarán a la Gran Guerra a este apesadumbrado continente; esto facilita crear personajes verosímiles y redondos narrando los distintos movimientos ideológicos a los que se someten.
Imagen tomada de Commons Wikimedia.
  Singer fue, como se aprecia en el escaneado del libro que adjunto, premio Nobel en 1978. Esto de los premios en general y en concreto los Nobel es siempre controvertido. En mi humilde opinión, este gran escritor no merece tan insigne premio, o, mejor dicho: si lo merece él lo merecen otros cuantos que ni por asomo entraron jamás en las "quinielas" de posibles seleccionados. Pero ya se sabe, todos los premios, ya sean los comerciales entregados por editoriales como los públicos otorgados por instituciones nacionales, se deben a criterios económicos y políticos, y cuando tales criterios pesan en literatura... poco más se puede hacer. En todo caso, es un placer leer a Isaac Bashevis Singer, recoger esas perlas de sabiduría de aquella cultura que tan brutalmente fue exterminada en el siglo pasado.

viernes, 15 de abril de 2016

Conclusiones tras leer "Cuentos del arco largo", de Chesterton.

 Me reafirmo en lo dicho: Gilbert Keith Chesterton fue un gran escritor que medró en el conservadurismo (tal vez más en el cultural que en el sociopolítico) y que nos ha dejado verdaderas perlas de esa literatura que, peyorativamente y con cierto afecto, llamo "literatura de té y pastas".
Imagen tomada de "commons wikimedia"
  Cuentos del arco largo es una lectura agradable, sin sobresaltos, para leer en una sobremesa con el estómago ahito, la cabeza ligeramente embotada por un buen vino, reposando nuestro cansado cuerpo en un mullido sillón orejero, al calor de una buena lumbre, mientras vemos por la ventana como diluvia a mares... tal vez un poco exagerado, pero no se me ocurre mejor situación para leer a Chesterton... sí, con un disco de música barroca a un volumen más bajo de lo normal... 
 La imagen  que ilustra esta disquisición no puede ser más esclarecedora: el bueno de Gilbert escribiendo al más viejo estilo: con su taza de té (imaginamos que la más británica de las infusiones sería de su agrado), con los quevedos calados (que conste que en su época ya había gafas con patillas),  escribiendo con pluma y tintero... ¡con pluma y tintero, por Dios bendito! ¡Pero si este tío murió en 1936, antes de ayer como quien dice, y el muy anticuado sigue usando pluma y tintero a principios del siglo XX!
 Con todo, leer a Chesterton es un gustazo. Un gustazo conservador, pero un gustazo al fin y al cabo. Representa como pocos el lado más tradicionalista de la lectura que, admitámoslo abiertamente, no es la más revolucionaria de las actividades humanas, pero que aleja al hombre de su condición más animalesca, aquella que solo promueve la supervivencia física del individuo.