viernes, 29 de julio de 2022

"La otra isla del doctor Moreau", de Brian Aldiss.

  Después de haber leído esta novela de Aldiss me debato entre el rechazo por plagio irrelevante y la aceptación de la misma como homenaje a H.G. Wells. Lo cierto es que en literatura no es frecuente, pero en el cine sí; ¡cuántas veces hemos visto adaptaciones o nuevas versiones de películas clásicas, que, a veces, mejoran el original! Bueno, tal vez era esto lo que pretendía Brian Aldiss, aunque no creo que lo haya conseguido.
 La otra isla del doctor Moreau es, evidentemente, una adaptación a tiempos más recientes de la inmortal obra de Wells; no es una continuación, ni siquiera un intento de mejora, es, simplemente, una recreación sobre la misma. Por eso digo que, siendo benevolente, se puede considerar que Aldiss homenajea al inmortal autor de La guerra de los mundos, La máquina del tiempo o El hombre invisible. Siendo malpensado no puedo sino opinar que esto no es más que un refrito, y, lo que es peor, de inferior calidad que el original.
 Creo innecesario recordar el argumento de La isla del doctor Moreau de Wells, así que describo brevemente la versión de Aldiss para compararlas: la acción se desarrolla en los años 90 del pasado siglo, una tercera guerra mundial entre Estados Unidos y sus aliados, por un lado, y la Unión Soviética y China, por otro, lleva, una vez más, al planeta al borde del colapso. En ese contexto, la Luna está habitada y es utilizada como lugar de espionaje para las distintas potencias. El protagonista, Calvert Roberts, subsecretario de Estado americano, viaja del satélite a la Tierra cuando su nave es derribada, cayendo en medio del Océano Pacífico, cerca de una isla tropical. Esta isla resulta ser la misma que describiera Wells en su novela original, con las mismas criaturas mitad humanas, mitad animales (que, en realidad, son descendientes naturales de las creadas por el genio malvado de la novela original) y por otro doctor Moreau nuevo, un tal Mortimer Dart que, al igual que el genio primero, experimenta con las criaturas. Y, tal vez, aquí está el único cambio novedoso de la novela de Aldiss: el tal Dart es un tipo aquejado de focomelia por uso de Talidomida (ya se sabe, aquel antivertiginoso que se administró a embarazadas a principios de los años 60 para combatir las nauseas en el primer trimestre del embarazo y que, desgraciadamente, provocó gravísimas alteraciones en los recién nacidos, careciendo muchos de ellos de los huesos largos de las extremidades). Bien, el tal Dart, puro rencor contra el mundo, trata de crear una raza humana que substituya a la actual cuando la guerra mundial acabe. Y poco más... el resto es un desenlace poco efectivo que degenera en violencia total.
 En fin, comparando la novela de Wells y la de Aldiss, la original gana por goleada. Pero eso sin tener en cuenta el valor que la originalidad aporta en la creación literaria... Ya lo decía al principio, es como una adaptación del clásico, pero, mientras que algunas adaptaciones cinematográficas mejoran al original, esta nueva versión es, desde luego, muchísimo peor que la obra de Wells.
 Es una pena, pero creo que Aldiss se equivó (o lo equivocaron, si es que su novela fue producto de la presión editorial para que sacara algo al mercado... presión contractual, quiero decir) al versionar a Wells, porque, indefectiblemente, uno tiende a comparar original y copia, saliendo muy mal parados la copia y su creador.
 Sigo pensando que Brian Aldiss fue un buen escritor de ciencia ficción. Su trilogía Heliconia fue un extraordinario hito en este tipo de narrativa, pero otras partes de su obra (como la novela que nos ocupa) es francamente olvidable.

miércoles, 27 de julio de 2022

"How to Write a Poem", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

 

Image taken from the web incidentalcomics.com

"El ángel caído", de Per Olov Enquist.

  Ocurre que gran parte de los novelistas no obtienen suficientes ingresos de las ventas de sus novelas; siendo la pluma su herramienta de trabajo, acaban por ponerla al servicio de los medios de comunicación, esto es, acaban ejerciendo de periodistas. Es difícil para mí ocultar una cierta animadversión hacia esa profesión, no tanto por ella en sí misma, sino por la borreguez extrema de los ciudadanos que piensan, sienten y obran como los medios de comunicación les dictan. En todo caso, los novelistas que recurren a ese medio inferior de "ganarse la vida" suelen hacerlo en un ámbito más inocuo que el de los "periodistas de raza" (verdaderos manipuladores sin escrúpulos); los novelistas se limitan a la periferia del periodismo, a novelar hechos de la actualidad, dándoles un toque más literario, menos prosaico que el del resto del periódico. Bien, este es el caso de la breve novelita de Per Olov Enquist, El ángel caído.
 Sí, El ángel caído es una suerte de ensayo novelado, pero sin las características estructurales del ensayo. Dicho de otro modo, esta novela es una disertación personal a la que le ha dado la forma de novela. Esto la convierte, no lo voy a negar, en una lectura muy fácil a la vez que interesante, pues toca el tema suficientemente en profundidad sin tener la pesadez académica del ensayo. Quizá esto sea el éxito del periodismo, la liviandad con la que toca todos los temas. En fin, dejemos el noble arte del periodismo que, en mi humilde opinión, ha sido pervertido con finalidad práctica y manipuladora de masas quizá desde su misma fundación, y centrémonos en la novela de Enquist.
 El ángel caído es una reflexión sobre la maldad y, sobre todo, su origen. No se hace de forma explícita, pero se llega a insinuar que, quizás en muchos casos, la maldad viene dada por una predisposición física combinada con un rechazo social y cierta falta de afecto. Así, Enquist narra brevemente las vidas de pobre gente como Pasqual Pinon, un mexicano que sufría de "craniopagus parasiticus", esto es, un gemelo parásito, vaya, que el pobre hombre tenía una segunda cabeza sobre la propia, la de una hermana gemela que no llegó a desarrollarse en su estado embrionario; también cuenta la vida de Juliana Pastrana, una "mujer-lobo", es decir, una persona que sufría de hipertricosis, lo cual la cubría de pelo de arriba a abajo. Estos dos personajes, honrados y honestos por lo demás, se ganaron la vida trabajando en circos y divirtiendo a curiosos sin escrúpulos, también se vieron seducidos por un tipo estrafalario llamado Anton LaVey, fundador de la "Iglesia de Satán", iniciador de un culto satánico para el cual atrajo a todos los "monstruos físicos", a todos aquellos que se sentían diferentes y por ello no habrían sido creados a imagen y semejanza de Dios, sino del diablo. También se introducen en la novela temas personales del escritor (muy frecuente en Enquist) con una pareja de amigos, él director de un centro psiquiátrico, que se apiadan de un joven chico, interno del psiquiátrico, que asesinó a una niña sin razón aparente; al franquearle la entrada a su familia, el chico vuelve a matar, esta vez a la hija de la pareja.
 Lo bueno de la narrativa de Per Olov Enquist es que lo hace con una naturalidad sorprendente, diría periodística, mira tú. Esboza los distintos casos y, luego, los va entrelazando lentamente hasta que al final forman parte de un todo que es esa consideración sobre la maldad, sobre desarraigados, sobre "monstruos", sobre ángeles caídos.
 Una lectura, como casi todas las de Enquist, dulce, tranquila y suave, en este caso, además, breve. Si tenemos en cuenta el crudo tema que trata, lo hace con una llaneza y sencillez que no ofende, mucho menos que busca el morbo o nada por el estilo. Una simple reflexión personal sobre la maldad sin motivo.

martes, 26 de julio de 2022

"Guía del autoestopista galáctico", de Douglas Adams.

  Mencionar este ya de por sí descacharrante título lleva a la admiración de un grupo de lectores relativamente pequeño pero muy fiel. Porque Douglas Adams es eso que llaman un "autor de culto", un escritor que no es leído por las masas pero que concita el entusiasmo de unos cuantos cientos de miles de lectores en todo el planeta, aunque, claro está, más abundantes en el ámbito anglosajón. Además, de las obras de Adams, ésta es, con diferencia, la más idolatrada por esa pequeña masa de lectores. Es el fenómeno fan, que tiene un origen muy juvenil (más adolescente que otra cosa) por la devoción infantil que profesan sus adeptos, y que, por supuesto, es interesantísimo en este caso para las editoriales, que no sólo venden libros sino que se aprestan a vender la llamada "merchandising", es decir, recuerdos, frecuentemente de escasísimo valor que hace referencia directa a la novela o al autor. Ya se sabe, todo es vendible... Es también algo que a mí me cuesta comprender plenamente (al menos, con la vehemencia con la que se demuestra): la pertenencia a un grupo. En este siglo XXI que acaba de empezar pero que ya, como el pasado, y el pasado, y el pasado... cuenta con su pandemia mundial, su guerra y sus miserias, la pertenencia de todo individuo a una identidad colectiva parece más viva que nunca; hoy, igual que ayer, hay que demostrar de forma rápida y evidente que somos parte de un grupo, que compartimos aficiones, gustos, manías, dejes... que formamos parte de un rebaño, ¡vaya! A mis cincuenta y un años, y siendo como soy un perro verde asocial se comprenderá que todos estos movimientos sociales me den una pereza brutal, pero, a pesar de ello, saqué esta novela del tal Adams y traté de leerla con cierta imparcialidad.
 La forma de la novela es muy apresurada, casi todo son diálogos, hay mucha narración pero escasa descripción. Esto es comprensible si tenemos en cuenta que antes que ser novela, la Guía del autoestopista galáctico fue una narración radiofónica para la BBC, y, con el gran éxito adquirido, su autor se vio impelido a ponerlo "negro sobre blanco".
 El tipo de humor es muy británico, en un sentido estereotípico, es decir: humor negro, sarcasmo e ironía por doquier. Un servidor es afecto a este tipo de humor, sobre todo en sus grandes cultivadores, como Chesterton, Bernard Shaw o el propio Terry Pratchett, pero he de reconocer que el humor de Adams es menos inteligente, menos agudo, más ramplón y vulgar que los de los tres anteriores. Con todo, he de convenir en que hay momentos que, de puro delirantes, son francamente espléndidos.
 El estrafalario argumento es el siguiente: un inglés de clase media, Arthur Dent, ve como su pequeña casa de los suburbios va a ser demolida para permitir la construcción de una autopista; para ayudarle aparece su amigo Ford Prefect, un alienígena de Betelgeuse con forma humana (hago aquí un inciso: el nombre no ha sido traducido, con lo que se pierde un tanto la broma: Ford Prefect es el nombre de un coche inglés muy frecuente en los años 60 y 70 del pasado siglo que se caracterizaba por ser anodino y corriente, de hecho, el alienígena lo eligió para pasar desapercibido; en nuestro país se hubiera comprendido mejor la broma si se hubiera traducido a un nombre como "Seat Ibiza", por ejemplo). Bien, lo cierto es que el tal Ford Prefect sabe que lo que está sufriendo su amigo lo va a sufrir la Tierra al completo, pues ésta va a ser demolida por naves espaciales vogonas (una civilización de un lejano planeta) para crear una vía de comunicación entre galaxias. Pero, hete aquí, que, gracias a un manual electrónico llamado precisamente "Guía del autoestopista galáctico" pueden dar un salto espacial y entrar como polizones en esas mismas naves espaciales antes de que destruyan el planeta. De esa nave pasarán a otra (como buenos autoestopistas) comandada por un tal Zaphod Beeblebrox que fue presidente de la galaxia y que, como todos los políticos, es un delincuente. De ahí pasarán a un planeta, Magrathea, donde viven aquellos que, como remedo cómico de un dios, crean planetas por encargo, y se enteran de que el planeta Tierra fue creado a petición de ratones, especie suprema que ha utilizado a los humanos como meros conejillos de indias (valga la inversión de términos y roles). 
 En fin, delirante de principio a fin. Ese es, grosso modo, el argumento principal, pero las salidas surrealistas, los personajes inverosímiles (como, por ejemplo, Marvin, un robot depresivo, todo melancolía, nada racionalidad), la ironía en la comparación con la realidad... son lo más destacado de esta novela. Podría decir que Adams es un aprendiz aventajado de esos que cité al principio, pero también hay que reconocer que, teniendo en cuenta que esta, su primera obra, es considerada su obra maestra, y que, lamentablemente, falleció a la temprana edad de cuarenta y nueve años, temo que ese talento haya quedado desaprovechado.

jueves, 21 de julio de 2022

"Trilogía del vagabundo", por Knut Hamsun.

  Con Hamsun, Premio Nobel de literatura de 1920, he tenido altibajos: he leído con regular aceptación novelas como Misterios, Pan, Hambre o El círculo se ha cerrado. Me gustaron más o menos pero no me parecieron grandes novelas, no, desde luego, para merecer el Premio Nobel. Sin embargo caí rendido a su capacidad narrativa cuando leí La bendición de la tierra, una de las mejores novelas que recuerdo haber leído desde joven; como ya dije en la entrada, ésta es una narración cuasi veterotestamentaria, pues los personajes son tan arquetípicos que bien podrían haber pertenecido a la saga de los patriarcas bíblicos. La bendición de la tierra muestra a un Hamsun profundamente conocedor del alma humana, capaz de crear una epopeya sin igual, ya digo, sería bíblica si no fuera porque en lugar de estar ambientada en Tierra Santa lo está en Noruega. En fin, que esa novela me enamoró del autor escandinavo. Así que cuando leí en la contraportada de la trilogía que estoy reseñando: "Un hombre de mirada lúcida huye de la ciudad para vagar por los bosques y las montañas de Noruega, ganándose la vida como puede mientras observa la asombrosa naturaleza y las costumbres humanas de quienes se cruzan en su camino....", no pude menos que comprar el libro (editado, además, como a mí me gusta, en edición de bolsillo) y comenzar a devorarlo en pocos días.
 Pero, ¿hacía honor al argumento principal esa pequeña recensión de Penguin Random House? ¡Hombre, pues sí y no! Como suele pasar con las reseñas de las contraportadas no son sino anzuelos con cebo que han de atrapar a un ávido lector. Dicho así suena francamente mal, pero no es injusto, me explico: la obligación de la editorial no es sino la de vender libros, claro está; sin embargo, algunos ingenuos seguimos pensando que, teniendo este fin en la mente, la editorial debe ser fiel al autor y a su obra, no falsear ésta ni mentir sobre aquél. ¡Dios, qué ingenuo soy! En todo caso, la editorial Penguin Random House ha hecho algo intermedio que, en realidad, no está mal: urde una recensión llamativa y atractiva (diría que ineludible para un lector de Hamsun), y, a la vez, esboza el comienzo de la primera novela, ¡sólo de la primera novela!
 La primera de las novelas, Bajo las estrellas de otoño, empieza, efectivamente, con un hombre de mediana edad que vuelve su mirada hacia la esplendorosa naturaleza noruega, harto de la compañía de sus iguales; se busca trabajos precarios y temporales que lo mantengan vagabundeando por zonas rurales de aquel país. Pero la continuación de esta primera novela supone el abandono de la soledad y la vuelta al redil social, concretamente en la granja de un tal capitán Falkenberg y su mujer.
 La segunda novela, Un vagabundo toca con sordina, no es más que una crónica social, pues abunda en la relación conyugal antes mencionada con un toque de novela rosa que se me atragantó de principio a fin. ¡Vamos, que parecía estar leyendo a Corín Tellado!
 Pero, hete aquí, que la tercera novela, La última alegría, es, afortunadamente, la vuelta del autor a esa vida retirada, preñada de reflexión y huera de socialización que tanto ansiaba un servidor. Tanto es así, que, sobre todo en los primeros capítulos, esta novela me ha recordado sobremanera a Walden, la obra cumbre de Henry David Thoreau.
 Así que la temática de la trilogía fluctúa un tanto entre esa reflexión solitaria y la crónica social del momento, algo que, tal vez, configuró la vida del propio autor.
 Con respecto a la forma, se trata de una prosa relativamente ligera, aunque no hasta el punto de ser periodística; rápida sin llegar a ser apresurada; y poco adjetivada sin llegar a ser desnuda o plana.
 Otra obra de Hamsun, uno de los grandes de la narrativa escandinava y europea en general, aunque haya caído en el olvido impuesto por la corrección política debido a sus (probablemente mal expresadas) convicciones en esa misma materia.

lunes, 18 de julio de 2022

Inciso musical: Jan Sibelius.

  Ahora que la canícula aprieta, un servidor vuelve sus cansados ojos al norte de Europa, a Finlandia concretamente, con la estúpida intención de que la evocadora música me transporte de la meseta castellana a los bosques y lagos fineses. En fin, gracias a mi imaginación y, sobre todo, a la genialidad de Sibelius consigo, al menos durante hora y media, quitarme del calor aplastante. Aquí mi pequeño homenaje a este tipo:
Jan Sibelius. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 La música de Sibelius se engloba en el final del Romanticismo musical, pero muy influenciado por las vanguardias, especialmente por compositores como Franz Listz o Erik Satie, éste último un monstruo que nos ha seducido a millones con sus gymnopedies (tengo que hacer otro pequeño homenaje al músico francés, por cierto).
 Sibelius tuvo gran éxito con óperas como Karelia, Pelléas y Melisandre o La tempestad, pero también de poemas sinfónicos (tipiquísimo del Romanticismo). También típico del Romanticismo es la incorporación de melodías de música popular propias de su tierra, de ahí que también se llamara "Nacionalismo musical" (el único nacionalismo potable, en verdad).
 Cumpliendo características de todo lo anterior, lo más impactante de Sibelius es Finlandia, un poema sinfónico compuesto en 1899 que se convirtió en el himno oficioso de su país.
Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 Digo que Finlandia fue un himno oficioso del país porque el público entendía que era un alegato contra la opresión rusa que pretendía sustituir el suomi por el idioma ruso (¡tremendo, han pasado ciento veinte años y sus vecinos del Este siguen achuchándolos!). En fin, desde el punto de vista formal, el poema sinfónico está dividido en dos partes claramente diferenciadas (Andante sostenuto  y Allegro moderato). Se inicia con dominio de los instrumentos de viento-metal para dar paso a la cuerda que llevará la melodía principal, y acabar con el viento-madera como si fuera una suerte de himno.
 En conclusión, Finlandia es uno de esos poemas sinfónicos rotundos que se escucha en pocos minutos (poco más de veinte) y que condensa toda una idea, que concita a toda la orquesta sinfónica apelando a los sentimientos del espectador. Son tremendos los poemas sinfónicos, mientras estoy escribiendo esto no puedo dejar de recordar mis primeras experiencias musicales (no tendría más de doce años) con el Preludio a la siesta de un fauno de Debussy... Creo que esas piezas me convirtieron en melómano de por vida...

jueves, 7 de julio de 2022

"Apuntes de la casa muerta", de Fiódor Dostoyevski.

  Esta novela es tenida por obra menor del gigante ruso, nada que ver, por ejemplo, con Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov, Los endemoniados o El idiota. De hecho, es anterior a todas esas que he citado (aunque ya había publicado grandes novelas como Pobres gentes  o Humillados y ofendidos; pero, sobre todo, se da tras un hecho fundamental en la vida de Dostoyevski (y en la vida de cualquiera, ¡caramba!) como fue la prisión en Siberia entre 1850 y 1854, acusado de traición a la patria y actividades antigubernamentales. Fiódor Dostoyevski ha pasado a la historia de la literatura universal como uno de los mejores autores a la hora de describir la psicología humana, como un experto taxidermista de las emociones, los sentimientos y los pensamientos de los hombres. Es difícil crear personajes tan redondos como los creaba Dostoyevski, pues, a base de describir hasta el más mínimo rasgo del carácter, llega uno a conocer plenamente al individuo; además, la evolución que imprime en su pensamiento, en su psique, hace que que sean plenamente verosímiles y que tengan esa redondez envidiable. Se pone como ejemplo al inmortal Raskolnikoff de Crimen y castigo, pero, en verdad, toda novela del autor ruso tiene personajes impagables.
 En esa contraposición (un tanto forzada, la verdad) entre descripción y narración, Dostoyevski se centra totalmente en la primera, hasta el punto de que la narración no es apenas notable. Todo el argumento se "reduce" a la descripción del penal de Omsk en el que cumple condena, así como de los compañeros de presidio. Es interesante pensar que para Dostoyevski esta supuesta obra menor no fue sino un aprendizaje (como la propia estancia en Siberia) para la creación de las grandes obras inmortales que he nombrado al inicio de este texto.
 Como curiosidad cabe recalcar que, aunque no cabe duda de que la obra es autobiográfica, el propio Dostoyevski la presenta como un texto encontrado y escrito por un tal Alexander Petróvich Goriánchikov, esto no deja de ser un recurso literario relativamente para la época.
 En la descripción de las relaciones entre individuos no pude dejar de recordar la novela de Piotr Kropotkin Ayuda mutua, inicio de las sus consideraciones sobre el anarco-colectivismo, basado en la extrema solidaridad que se daba entre los campesinos más pobres de Siberia; análogamente, Dostoyevski narra esa solidaridad en uno de los ambientes más brutales que pudo existir a mitad del XIX.
  Especialmente doloroso, por realistas y detallados, son los capítulos del hospital, que une a las miserias de la prisión las de la enfermedad y la muerte. En muchos casos llegaban al hospital por los brutales castigos que les infligían los carceleros, llevándolos incluso a la muerte. En ese sentido es tristemente simpático una nota del autor para dulcificar la tortura y el asesinato legales con las siguientes palabras: "Todo cuanto aquí describo acerca de los castigos y de las ejecuciones corresponde a mis tiempos de presidiario. He oído decir que ahora todo ha cambiado o va cambiando".

 En fin, una obra menor pero que siendo de Dostoyevski es una novela tremenda de principio a fin ("tremenda" en el sentido positivo, claro). Un terrible recordatorio de lo que es la sociedad humana en última instancia, pues, al fin, toda sociedad humana no deja de ser un presidio en el que malgastamos nuestras cortas vidas.