lunes, 28 de marzo de 2022

"El libro de las tierras vírgenes", de Rudyard Kipling.

  Paradigma de la llamada "literatura juvenil de aventuras". Uno de los autores (junto con Verne, Salgari, Stevenson o Conrad) con la que varias generaciones de niños nos aficionamos a la lectura (y supongo que a la evasión intelectual, habida cuenta de que lo leíamos niños europeos de ciudad y, en su mayoría, son relatos y novelas ambientados en lugares exóticos y lejanos). ¡Qué decir de Kipling! Autor universalmente admirado, cuyas obras más famosas son La litera fantástica, El hombre que pudo reinar, Kim o El libro de la selva. Este último es el contenido en El libro de las tierras vírgenes, junto con otros relatos ambientados en otros parajes lejanos. No tengo muy claro por qué compré este libro cuando lo vi en el anaquel de la librería; supongo que por recuerdo de mi adolescencia (no creo poder decir añoranza), pero lo cierto es que aquí está. 
 El libro de la selva tuvo un éxito tremendo para varias generaciones, ya se sabe. La película de dibujos animados de la factoría Disney facilitó su llegada a los más pequeños que, andando el tiempo, podían leer la fuente original. Porque la prosa de Kipling es sencilla, rápida y sin complicaciones; los personajes están muy estereotipados, son héroes llenos de virtudes o antihéroes preñados de defectos; los protagonistas (por excelencia, Mowgli) son jóvenes en formación de sus caracteres; las relaciones que establecen son muy autoritarias, aunque se promueve la lealtad, la amistad y el sacrificio en aras de la comunidad; muchos personajes son animales que están revestidos de atributos humanos (piensan y hablan)... vamos que es la lectura ideal para un adolescente... Sin embargo, se puede hacer un análisis un poco más profundo de Kipling que evidencia una misantropía feroz: las sociedades animales tienen las virtudes de las que carecen las humanas, si se habla de éstas es con finalidad despectiva, y en algunos casos se explicita verbalmente, como cuando en La foca blanca (relato ambientado en Alaska y del cual son protagonistas focas, morsas y otros mamíferos marinos) dice: "Luchaban sobre los rompientes, luchaban en la arena y hasta sobre las desgastadas rocas de basalto donde tenían sus viveros: eran tan estúpidos y poco complacientes como si fueran hombres". Cabría preguntarse qué dañinas experiencias habría tenido Rudyard Kipling para abominar así de su propia especie.
 En otros relatos se aprecia una espiritualidad orientalizante, la propia de un occidental deslumbrado por la religiosidad de la India, algo no infrecuente en otros autores de la época, por ejemplo en Hermann Hesse. Esto es especialmente notable en El milagro de Purun Baghat, que narra la vida de un santón hindú, ejemplo de humildad y desapego terrenal.
 Todos los relatos son precedidos y seguidos por poemas un tanto anacrónicos e incluso simplones, si se me permite descalificarlos así, relacionados con el tema del texto. Me atrevo a decir que son simplones tanto en la forma, poemas regulares con rima consonante, como en el tema, un tanto infantiles. Claro está que la traducción (en mi opinión no existe, no puede existir, la buena traducción en poesía) puede tener mucho que ver. Por cierto, a cuenta de la traducción: la versión que Alianza editorial ha reeditado lleva la traducción del famoso Ramón Domènech Perés i Perés, ínclito traductor al castellano de las obras de Kipling y otros de los autores que citaba al comenzar esta entrada. El tal Perés, escritor catalán nacido en Cuba cuando la isla era española, es responsable de traducciones que todos tomaríamos hoy por canónicas más que nada porque con ellas hemos echado los dientes, pero en la actualidad no pueden ser más anacrónicas. En este sentido, leer constantemente los verbos pronominales en la forma antigua ("oyole", "despertose", "desperezose"...) acaba por agotar y dar sensación de estar leyendo un incunable.
 En fin, lectura juvenil sin duda, pero llena de eso que ahora se dice "valores" como la amistad sin fisuras y la colaboración desinteresadas; eso sí, como antes decía, pergeña un mundo jerarquizado e incluso autoritario, por lo que no es de extrañar que Kipling fuera autor de culto del Movimiento scout, que aunaba esa jerarquización cuasi militar con la admiración embelesada de la naturaleza.