lunes, 4 de junio de 2018

"Bajo el volcán", de Malcolm Lowry.

 Novela complicada donde las haya. Narra el naufragio en alcohol del cónsul británico en Cuernavaca, Geoffrey Firmin, que, entre trago y trago rememora el pasado reciente con su retornada mujer, Yvonne, y su hermano Hugh. Es, por tanto, un triángulo amoroso pero que se diferencia de todos los demás por haber sido contado con total indiferencia por uno de sus componentes. La indiferencia con la que el cónsul recibe de nuevo a la mujer de la que se había divorciado es la misma indiferencia con la que observa cómo se acerca de nuevo a su hermano. Todo ello con una verborrea inacabable provocada por el marasmo alcohólico en el que se encuentra el protagonista principal. Novela difícil, muy difícil.

  Novela difícil por el aura de irrealidad que provoca el alcoholismo evidente del personaje que le lleva a discurrir en círculos sin tomar decisión alguna, siendo un espectador más de su propia autodestrucción que, indolentemente, asiste a su naufragio entre vaso y vaso de mezcal. Así, es una novela amarga, dura, aunque exenta de crueldad, es evidente que se trata de un suicidio a largo plazo. Hace más duro el texto saber que el autor murió alcoholizado a la edad de cuarenta y siete años (casualmente la edad actual de quien esto escribe) y que había vivido años en Cuernavaca, donde tuvo una relación tempestuosa con su primera mujer. Vamos, que es parcialmente autobiográfica, que el tal Geoffrey Firmin es el alter ego del autor.
 Sin embargo, Bajo el volcán ha sido considerada "una de las grandes novelas del siglo XX", algo tal vez exagerado (la típica exageración comercial del editor), pero tiene un valor notable que no reside en el argumento sino en la forma. Estuviera Lowry alcoholizado o no, lo cierto es que su prosa es francamente brillante, impropia, incluso, de la primera mitad del siglo XX. En efecto, las frases largas, con multitud de oraciones subordinadas, adjetivación muy abundante y ritmo lento en general (que, dicho sea de paso, no parece muy propio de un alcohólico) situaría la novela de forma más apropiada en el siglo XIX, especialmente salida de la pluma de un ruso, de Dostoievsky o de Tolstoi, por ejemplo.
  Esa es la verdadera virtud de la novela, la calidad de la prosa, tan inusual en nuestros días. En todo caso, y a pesar de que no parece lógico que un borracho razone tan brillantemente, aunque en círculos, como lo hace el cónsul, la prosa tan lenta y florida ahonda en la sensación de irrealidad provocada por el consumo abusivo de alcohol, dejando una sensación de desazón y desaliento.