domingo, 5 de abril de 2020

"La embriaguez de la metamorfosis", por Stefan Zweig.

 La calidad literaria de Zweig empalidece a la inmensa mayoría de escritores que publican asiduamente estos días. Leer La embriaguez de la metamorfosis, ahora que estamos confinados sin remisión, es un ejercicio de relajamiento que no se alcanza con ninguna técnica de yoga. Según la edición de Acantilado, al parecer la primera en español, la novela fue publicada, por supuesto de manera póstuma, en 1976 por Atrium Press Limited, y la traducción al castellano (ignoro si de su lengua nativa, el alemán, o del inglés) fue en 2000 por un tal Adan Kovacsics Meszaros. Cuento todo este rollo de las fechas para dejar claro que la novela está totalmente fuera de su época. Me explico: leyendo esta novela queda claro que fue escrita con el estilo prosístico dominante a finales del XIX; una suerte de realismo en lo temático y una técnica descriptiva preñada de frases subordinadas, adjetivación rebuscada y abundante, descripción que predomina sobre la narración... vamos como se escribía hace más de cien años. Sin embargo, según también la edición de Acantilado, la novela fue escrita en torno a los años 30 del pasado siglo; en esa época la novela europea no tenía ya nada que ver con la del pasado siglo, había adelgazado notablemente para convertirse en algo más ligero, más rápido, más periodístico. Probablemente, Stefan Zweig ya estaba totalmente fuera de las modas de la época, en su huida de lo que había sido su país e incluso su continente, pero, eso sí, anhelando profundamente aquel pasado.
 La novela se centra en la vida de Christine Hoflehner, una modesta empleada de Correos en una oficina postal de segunda clase de un pequeño municipio a más de cuarenta minutos en tren de Viena. Su vida inicial está marcada por la rutina laboral y la pobreza impuesta a todo el país tras la derrota del Imperio en la Guerra del 14. Tal panorama, sin embargo, cambia completamente cuando es poco menos que adoptada por unos tíos ricos que emigraron a Estados Unidos décadas atrás y que se compadecen de su extrema austeridad, de su juventud desperdiciada y de su falta de expectativas. Ella, avasallada por el lujo de sus parientes, asiste con estupor a los cuidados que le ofrece su tía; finalmente se deja hacer y, de ahí el título de la novela, se transforma con todo su esplendor, pasando de ser el patito feo a un hermoso cisne. 
 La obra tiene dos partes, la segunda (a la que todavía no he llegado) supone la vuelta a la situación inicial con un desenlace, según parece, muy cercano a aquel de su autor.
 En todo caso, el desenlace e incluso el argumento es, en mi opinión, de menor importancia si se compara con la forma. Como apunté al principio, Zweig es un maestro de la composición prosística, de la descripción tanto de paisajes o situaciones como de la evolución psicológica de los personajes. Esto último consigue que el lector se acabe identificando con Christine, al estar tan bien pergeñada, con sus miedos y desconfianzas iniciales, con su progresiva adaptación a la nueva situación... El autor crea personajes tan redondos que son tan reales como los de carne y hueso.

 Es un placer leer a Zweig, especialmente en situaciones sociales tan absurdas como la que nos tiene encerrados. Le hace a uno evadirse (algo que siempre busqué en la lectura) e imaginar mundos nuevos (o viejos), lejanos (o cercanos), pero mundos libres de miedos y autoritarismos. Al menos se ha cumplido una de los más íntimos deseos que siempre tuve: que el apocalipsis me pillara leyendo...