lunes, 10 de diciembre de 2012

Lecturas de juventud: la Generación del 98

  Poco después de leer a Delibes, a Cela o a Martín-Santos, retomé la narrativa de la Generación del 98, que muy probablemente podría citarse como la más importante influencia de los antes nombrados; tendría yo dieciocho o diecinueve años.
   El aire "decadentista" y pesimista de esta generación siempre enlazó bien con mi carácter; su renovado afecto por la olvidada Castilla (la idea romántica de esa región) también lo compartía, quizá anticipando que acabaría viviendo en ella; la separación ideológica de la "españolidad oficial" de la época, casi buscando una voluntaria marginalidad...
   Unamuno, quizás más espiritual que el resto, fue la punta de lanza, recuerdo que en el colegio me"habían hecho leer" Niebla, me dejó un regusto muy positivo, por su originalidad, continué por La tía Tula, Abel Sánchez o Del sentimiento trágico de la vida. De Valle-Inclán, al que muchos lo sitúan entre el Modernismo y la Generación del 98, leí Tirano Banderas, Luces de Bohemia (quedé rendidamente enamorado de la gloriosa miseria de Max Estrella) o El ruedo ibérico.
   Azorín me entusiasmó con sus cuadros costumbristas de la trilogía de Antonio Azorín, recuerdo inundarme de una paz interior de siglos... Era como si todos estos autores conectaran con algo dentro de mí, que generaba esa tranquilidad, como la voz antigua de la familia...
   Casi todo lo que leía en aquella época era narrativa, ya fue más adelante, superados los 25 años cuando volví a leer poesía, de nuevo otro noventayochista (aunque también a caballo del Modernismo), Antonio Machado, sencillez, honradez y una hondura humana tan grande como su calidad poética.