domingo, 25 de junio de 2023

"Los hermanos Tanner", de Robert Walser.

  Walser, ese autor que me genera por igual admiración y rechazo. Admiración por su prosa cristalina, limpia, rica, lenta, adjetivada y magistral; rechazo por sus personajes neuróticos, acomplejados y abyectos, que llevan vidas indignas, sometidos a designios autoimpuestos que los humillan y hunden en la pusilanimidad. 
 Se dice que gran parte de la obra de los narradores es autobiográfica. Supongo que esto variará mucho, pero es verdad que, hoy que tenemos tanta información sobre el pasado reciente, es frecuente repasar la biografía del escritor y ver como ésta se refleja en sus novelas, que muchos protagonistas son álter ego de sus creadores. Quizá esto sea más notable en las primeras novelas de cada autor, como la que nos ocupa, escrita a los veintinueve años de Walser. En el caso de Los hermanos Tanner, además, es especialmente evidente, toda vez que narra la existencia de esos hermanos: Simon, el sosias de Walser; Klaus, hermano mayor que ejerce autoridad moral sobre el resto; Kaspar, pintor bohemio al igual que su hermano real Karl; y Hedwig, la hermana con un enorme parecido a la real Lisa, ambas maestras.
 Pero no acaban ahí las semejanzas. En el caso del protagonista, Simon, ejerce varios oficios (dependiente de librería, amanuense, campesino, criado...) sin llegar a encontrar plena satisfacción en ninguno de ellos (algo que le ocurrió a Walser) hasta que decide borrarse del mundo (en el sentido de borrarse de la sociedad), algo que llega a verbalizar en el capítulo séptimo cuando dice "se sentía a gusto haciendo cualquier cosa allí sentado, y entregándose a la idea de ser un hombre olvidado". Sí, Simon Tanner se siente alienado, extraño, fuera de lugar, tanto como su creador, que decidió pasar sus últimos veintitrés años recluido voluntariamente en un sanatorio psiquiátrico. 
 En el capítulo decimoquinto, por cierto, Simon tiene una relación afectiva e íntima, aunque no se llega a explicitar si física, con otro hombre. De nuevo lo cuenta como algo extraño, anómalo, no le disgusta, pero no lo comprende. Y un servidor se pregunta: ¿no sería posible tal vez que el propio Robert Walser, al que, dicho sea de paso, nunca se conoció relación sentimental con mujer alguna, fuera homosexual y no se aceptara plenamente? Lo digo porque esta circunstancia, a principios del siglo XX, podría ser suficiente para generar en un individuo una reacción de rechazo a sí mismo que lo llevara a conductas autolesivas y de autohumillación. Hoy, felizmente, la orientación sexual minoritaria es aceptada con normalidad gozosa y no es fuente de traumas y complejos, pero, ¿y en aquellos tiempos?
 Parece ser que Franz Kafka dejó por escrito su predilección por el autor suizo, y es muy probable que le marcara en su diseño de personajes alienados, extrañados y autolesivos... En verdad, cabría pensar que tanto Kafka como Walser podrían haberse introducido de rondón como personaje en las novelas del otro. Dudo que pudieran haber llegado a tener una amistad estable, pues eran emocionalmente demasiado inestables como para mantener relaciones duraderas, pero quizá podrían haberse nutrido literariamente el uno del otro; de hecho, es seguro que pasara de Walser a Kafka, pero muy improbable al revés, ya que, aunque Walser murió en 1956, cuando ya se habían publicado las obras del checo, probablemente no leyese ya nada en sus últimos veintitrés años de psiquiátrico.
 La calidad narrativa de Robert Walser está fuera de toda duda, pero yo me pregunto: ¿sería tan admirado hoy si no supiéramos de su enfermedad mental, de su comportamiento anómalo y de su hermosa soledad? Me viene a la memoria un pésimo libro de un gran cantautor, Leonard Cohen, titulado Beautiful Losers, que fue traducida aquí como "Los hermosos vencidos". En realidad, Robert Walser tiene el atractivo de esos hermosos perdedores, gentes que llevaron vidas desgraciadas, segregados de sus semejantes (en algunos casos, voluntariamente), incomprendidos, solitarios, pero a la vez geniales y extraordinarios. ¿Qué hubiera pasado si Robert Walser hubiera sido aclamado por crítica y público, recibido grandes honores literarios? ¿Qué hubiera pasado si el bueno de Walser hubiera sido un tipo sonriente y extrovertido, amigo de sus amigos, casado felizmente y con hijos? Tal vez en esas situaciones las novelas de Walser no tendrían la atracción morbosa que tienen hoy en día...