martes, 18 de enero de 2022

"Tormento", de Benito Pérez Galdós.

  Otra deliciosa novela costumbrista de Galdós. Probablemente los sesudos críticos no lleguen a tildarla de "costumbrista", pero, en mi opinión, habiendo sido escrita hace ciento cuarenta años, los hechos narrados, la descripción de paisaje y paisanaje, las costumbres o hábitos de los mismos permiten incluir esta novela breve en esa categoría. En todo caso, Galdós es una categoría en sí mismo, con su dominio del habla popular, su minuciosa descripción psicológica de los personajes, su estilo directo que tanto facilita la lectura... Es muy fácil reconocer al escritor canario leyendo apenas un párrafo del texto. Digo "canario" por nacimiento y crianza, pero, literariamente hablando, Galdós se consagró, bien es sabido, retratando con una exactitud asombrosa a los madrileños y lo madrileño. Así, los personajes de Fortunata y Jacinta, por ejemplo, parecen salirse del texto hablando con ese acento cheli que, en parte, nos avergüenza un poco a todos los que nacimos a orillas del Manzanares. Pues Tormento (novela menor comparada con la antes mencionada) sigue transmitiendo esos ambientes castizos, eso y el comportamiento general de los individuos, sin ningún tipo de idealización, fotografiando fielmente a la sociedad del momento. Realismo en grado sumo, vaya.
 El argumento, grosso modo, es el siguiente: En el Madrid de fines del XIX, lleno de desigualdades sociales y relaciones sociales corruptas, viven Amparo Sánchez Emperador y su hermana Refugio, ambas huérfanas de padre y madre, padre boticario, por cierto. En una sociedad machista en la que la mujer ha de ser sólo madre y esposa, o meterse a monja, Amparo ha de vivir en una práctica mendicidad. Su mendicidad (y humildad) es aprovechada por la familia Bringas, con don Francisco a la cabeza (nominalmente, al menos) y Rosalía (la verdadera mandamás de la familia, exponente de la decencia a su propio creer), así como sus dos hijos ya creciditos. Rosalía representa la otra cara femenina de la novela: es dueña y señora de su casa y de los que por allí pasan; haciéndose la benefactora, explota y humilla a Amparo como a una criada a la que no paga sino con sobras de comida y ropa. Por casa de los Bringas pasa habitualmente Agustín Caballero, primo de Francisco e indiano que volvió de México con un poderoso caudal del que se aprovecha Rosalía. Naturalmente, el tal Caballero es una perita en dulce para la depauperada sociedad matritense del momento. Rosalía, en su afán controlador quiere su riqueza americana para sí, al menos para su hija, que lamenta sea demasiado joven para casar con su tío. Pero hete aquí que Caballero se ha fijado en la modesta joven que es maltratada a diario en esa casa, en Amparo, una mosquita muerta que aparenta tener todas las virtudes que el indiano, ya cerca de la cincuentena, anhela en una esposa. Hasta ahí todo bien, claro, pero Galdós complica el cuadro (y explica así el título de la novela) con una insinuada relación ilícita previa entre la tal Amparo y un sacerdote díscolo, Pedro Polo, a medio camino de colgar los hábitos o abandonar el país y centrarse de nuevo en la vida religiosa. La insinuada relación fue en el pasado lejano y supone una gran vergüenza para Amparo, un secreto ignominioso que pone en peligro la relación entre Amparo y Agustín. El nombre de "tormento", al parecer, se lo dio el propio Polo como nombre a una relación imposible. Bueno, hoy en día todos estos problemas parecen remilgos de novicia, pero en aquel siglo XIX, la reputación de una mujer era el tesoro más preciado, algo que con una simple habladuría se echaba a perder y arruinaba para siempre la vida de la fémina. Y precisamente eso, las habladurías y las insinuaciones son lo que abundan en esa pacata sociedad: la hermana de Pedro Polo, mujer maledicente que aparenta virtud, extorsiona a Amparo con la tenencia de dos supuestas cartas manuscritas dirigidas a su hermano que pondrían en "negro sobre blanco" la vergonzante relación. Rosalía, claro está, aprovecha esta circunstancia para amenazar a Amparo con tirar de la manta y arruinar la boda con Caballero que tanto odia ella. En fin, una novela que retrata con extraordinaria verosimilitud esas relaciones pequeñas, mezquinas y miserables que han tenido enfangado al ser humano in sécula seculórum.

 Galdós, quizás anticipando el siglo XX (o quizás adelantándose a su tiempo, vaya usted a saber), opta por dar salida al amor de Amparo y Agustín olvidando el qué dirán, haciéndoles vivir finalmente con oídos sordos a las insinuaciones y rumores de los enanos morales que los rodean.
 Así que: novela costumbrista por completo; tal vez los protagonistas no vayan con traje regional o sean toreros y taberneras, pero el relato de las costumbres, de los hábitos sociales es tan minucioso que esa etiqueta está totalmente justificada. Además, la representación de ese Madrid miserable, sucio y pedigüeño que sobrevive malamente a base de agua y mendrugos de pan duro lleva a la capital del país a ser otro personaje más. Análogamente a lo que se dice de muchas novelas de Dickens, en las que Londres es otro personaje en sí mismo, aquí Madrid es otro protagonista, la descripción de su callejero (calle del Pez, calle Beatas, plaza de Santo Domingo, calle Leganitos...) convierte a la martirizada ciudad que me vio nacer en otro atribulado personaje más, otra Amparo maltratada y vilipendiada, esta vez por sus propios habitantes.
 Ya en un plano personal, la lectura de estos ambientes galdosianos me provoca sentimientos encontrados: la cercanía geográfica genera en mí recuerdos de personas cercanas que ya no están y que, precisamente, sus vidas de circunscribieron a esas zonas aledañas a Gran Vía, y, por otro lado, las pequeñeces de la cotidianeidad, preñada de miserias, rencores y resentimientos que emponzoña nuestras vidas, me provoca un rechazo visceral que apenas puedo soportar; tal vez por eso lea tanta literatura anglosajona.