Al terminar de leer esta excelente novela me han venido dos cosas a la cabeza: una, la injusticia que supone que un familiar cercano eclipse el talento de otro, en este caso el de su hermano, el premio Nobel, Thomas Mann; otra, la desgracia que supone que extraordinarios autores como Heinrich Mann pasen al olvido, así, mientras sus obras quedan descatalogadas y son casi imposible de encontrar la industria editorial sigue pujante y publicando basura a troche y moche. En realidad, las dos ideas están relacionadas, pues de Thomas Mann podemos encontrar en las librerías casi toda su obra, al menos lo más señero; tal vez venda poco, pero se lo puede leer. Por el contrario, Heinrich Mann ha pasado al olvido y muchas de sus novelas no serán vueltas a publicar jamás, al menos en otras lenguas diferentes del alemán. Es lamentable porque no hay un salto cualitativo tan grande entre ambos hermanos. Creo haber expresado por activa y por pasiva mi admiración hacia Thomas Mann, su prosa lenta que describe con minuciosidad personajes y ambientes, como un verdadero notario de la sociedad de su época, anticipando los conflictos sociales que acaecerían pocos decenios después. Pero, leyendo a Heinrich se encuentra uno con todo eso y en la misma calidad; se podría, incluso, asemejar su obra tanto que si no se hiciese caso a los diferentes nombres, podría pasar por obra de un solo autor. Eso me lleva a ese viejo pensamiento mío según el cual, o estos grandes premios, el Nobel por excelencia, son merecidos por muchos más o es muy injusto su reparto.
Bien, sea como sea, he conseguido una copia de En el país de jauja, cuyo título original es "Im Schlaraffenland", que se traduciría literalmente como "En la tierra de la leche y la miel", es decir, "En la tierra de la abundancia". El título finalmente elegido hace honor perfectamente a lo que Mann quería decir, pero quizá es muy coyuntural. Hoy en día, pocos jóvenes utilizarían esa expresión popular tan común generaciones atrás de "esto es jauja", con lo que quizá haya quedado un tanto pasada de moda. Se entiende en todo caso y transmite esa sensación de una vida de plenitud y abundancia, de lujo y desenfreno en la que temporalmente vive el protagonista principal.
El argumento de esta novela es, grosso modo, el siguiente: un joven renano, Andreas Zumsee, llega a Berlín con la ambición de llegar a ser escritor de éxito, para lo cual buscará un puesto de redactor en un periódico local. Esa pretensión choca con la cruda realidad al encontrarse con mil puertas cerradas, multitud de jóvenes aspirantes en su misma situación y el desprecio de los directores de esos periódicos, hartos de tanto joven ingenuo que viene de provincias con grandes anhelos y nula capacidad. Así, pues, Andreas es rechazado y expulsado de ese mundo profesional. Sin embargo, alguien le recomienda la influencia que podría proporcionarle un banquero, muy activo en el ámbito social, llamado Türkheimer, de evidente origen judío, por cierto. Andreas, ni corto ni perezoso, buscando cumplir aquel refrán que reza algo así como "quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija", se presenta con su facha de joven pobre y voluntarioso en casa del banquero. Y a partir de ahí, todo cambia...
El joven Andreas Zumsee cae en gracia a los Türkheimer, mejor dicho, a ella, a Adelheid, quien tiene por costumbre buscar jóvenes a los que proteger y promover a cambio de que la sigan haciendo creer que ella es joven y apetecible, vamos, que lo convierte en su amante. Así, la cuarentona Adelheid Türkheimer toma como favorito a Andreas, lo saca del arroyo, lo viste lujosamente, le pone en contacto con la mejor sociedad berlinesa, le proporciona un lujoso piso en la mejor zona de la ciudad y lo promociona como autor teatral. Así, Andreas llega a tocar el cielo con sus manos. No solamente es escritor de éxito, sino que llega a escribir obras teatrales que serán representadas con gran éxito de público y de crítica en los más importantes teatros del país. Obviamente, los Türkheimer están detrás de todo ello. Detrás de las finanzas de Zumsee también está el banquero, quien aconseja su entrada en bolsa con los mejores consejos de quien está acostumbrado a ganar siempre. De ese modo, Andreas Zumsee vive en el país de jauja, todo le sonríe, éxito personal, profesional, es envidado por todos... Pero, claro, todo tiene un fin.
Y el fin viene de las veleidades del joven Zumsee, que, siendo el protegido de los Tükheimer, no entiende que no ha de morder la mano del que lo alimenta. El banquero, al igual que su mujer, también tiene su "amiguita", una joven humilde a la que "pone" una lujosa villa y regala vestidos y caprichos sin fin. Pues bien, esta chica y Andreas cometen el gravísimo error de convertirse en amantes, peor aún, lo hacen a la vista de todos, dejando en ridículo a los Türkheimer. Y esto no puede quedar así. Toda la sociedad sabe que los Türkheimer tienen sus respectivos "protegidos", pero hasta ahora se había mantenido en secreto y con discreción, ahora la evidencia lo ha convertido en escándalo. La influencia del banquero herido en su dignidad hace que Andreas Zumsee sea desposeído de todo: de la noche a la mañana la alta sociedad berlinesa no acepta más al joven advenedizo, las acciones de bolsa no hacen más que perder, sus obras de teatro no vuelven a ser representadas... Cae de nuevo al arroyo. Algo semejante ocurre con ella, con la joven amante del banquero, es desposeída de su villa, debido a las grandes deudas que contraía sin control alguno, y es expulsada de la "buena sociedad". El castigo que les impone Türkheimer será, al final, semejante al de Sísifo, pues les condena a llevar vidas rutinarias de trabajo y precariedad, la vida que les habría tocado en suerte si no hubiera sido por ellos: Andreas y la pequeña Matzke (la ex-amante del banquero) se casarán entre sí, él obtendrá un humilde empleo de redactor en un periódico local y ella se convertirá en ama de casa.
Heinrich Mann. Imagen tomada de Wikimedia Commons
El argumento es, pues, interesante y tiene mordiente social más que de sobra, pero lo mejor es la genialidad narrativa de Heinrich Mann, cómo muestra la llegada del chico a la gran capital, sus primeras desilusiones, el trato con los grandes de esa sociedad, su imparable ascenso social, el éxito absoluto, y la caída de nuevo al punto de partida. En apenas poco más de trescientas páginas, Mann hace un retrato fidedigno de la sociedad de su momento, con sus miserias, sus hipocresías, sus falsedades y su oropel. Esta novela no desmerece en nada a las grandes narraciones de su hermano Thomas, tiene tan excelente descripción psicológica de los personajes como La montaña mágica o La muerte en Venecia. Como decía antes, es lamentable que autores tan excelentes como Heinrich Mann hayan quedado arrumbados por éxitos fraternos y por la desidia editorial que prefiere publicar novelas sin interés.