martes, 24 de noviembre de 2020

"El bandido", por Robert Walser.

  Ya he comentado anteriormente lo complicado que es leer a Walser, no porque sus temas sean eruditos o complejos sino por la estructura, a veces deslavazada, y, sobre todo, porque sus personajes frecuentemente muestran un grado de autohumillación y pusilanimidad rayanos en la autoaniquilación. Pero claro, esto se combina con un dominio de la lengua extraordinario. Walser es un Miguel Ángel Buonarroti de la narrativa, un Leonardo da Vinci de la prosa, alguien capaz de pergeñar los textos más hermosos con una prosa compleja pero brillante, imaginativa pero gramaticalmente impecable. Por todo esto tengo sentimientos contrapuestos con el autor suizo: cuando me topo con una de sus novelas ansío sumergirme en ese estilo intrincado y minucioso, pero, a la vez, recuerdo haber abandonado con verdadero desaliento Jakob von Gunten, novela claramente autobiográfica (como, aparentemente, todas las de este autor) en la que no es que se roce, es que se penetra ampliamente en la indignidad, tratándose a sí mismo un auténtico despojo desprovisto de la más mínima autoestima. La preponderancia de este sentimiento no es baladí: todos los días se suicidan cientos de personas a lo ancho y largo del mundo, acosados por esa falta de autoestima necesaria para seguir alentando; en el mayor de los casos, sin verdadera justificación (en realidad, nunca está justificada la falta de autoestima), con lo que ahondar en ese pozo sin fondo que es la depresión no sólo es inaceptable sino que cabría pensar que debería impedirse. Sin embargo, también leí de Walser pequeñas maravillas como El paseo o El pequeño zoológico, ambas pequeñas grandes obras que mantienen esa altísima calidad literaria pero que, al carecer de elementos autobiográficos, no entran en esa espiral autodestructora. Estos dos pequeños libros son apuntes a vuelapluma (a vuelapluma de alguien que escribe con una calidad como la gran mayoría escribe, comprueba, reescribe y recomprueba...) tomados durante sus queridos paseos, por la simple contemplación de la belleza natural o humana por parte de un alma sensible. Una verdadera delicia. Bueno, pues, para bien o para mal, me decidí por la lectura de otra novela de Walser, ésta:
  ¿Y en qué grupo de anteriores se encontraría El bandido? Pues, probablemente, en una categoría intermedia: es clarísimamente autobiográfica, pero, aunque en algunos casos, como luego citaré, llega a ser dañina para el propio personaje, no es tan autolesiva como las principales, y mantiene un cierto tono optimista que ha sido maravilloso encontrar en Walser.
 Parece ser que esta novela fue escrita, como tantas por el autor suizo, sin afán alguno de publicarla, lo cual, tal vez, permitiera mayor libertad creativa. Lo cierto es que los estudiosos de Walser lo incluyen en eso que llamaron "microgramas", es decir, centenares de hojas escritas a lápiz, con una letra minúscula, plagada de abreviaturas y vocablos absolutamente  ininteligibles. Estos microgramas han sido estudiados desde una doble vertiente: la meramente literaria y la psiquiátrica. Porque, es algo de todos conocido, el propio Walser tenía serias preocupaciones por su salud mental, hasta el punto de que pasó sus últimas décadas de vida internado en un sanatorio psiquiátrico, en el que ingresó por petición propia. El bandido es un ejemplo claro de comportamiento de lo que algún especialista no dudaría en incluir dentro de conducta esquizofrénica: creación de varios personajes, todos ellos álter ego del propio autor, que desarrollan su personalidad de una forma psicótica; comportamientos autolesivos y de desprecio de sí mismo (mucho más frecuente, ya lo dije, en novelas como Jakob von Gunten); descripción de voces y diálogos interiores que abruman al individuo; hablar de sí mismo en tercera persona... En realidad todos estos son síntomas que los psiquiatras engloban dentro del entorno esquizofrénico, pero que, no nos engañemos, son muy frecuentes entre muchos escritores, probablemente una profesión que, por el exceso de trabajo intelectual, tiene una cierta propensión a la enfermedad mental.

 Sea como fuere, me ha costado mucho menos leer esta novela de Walser. Sí, ha habido momentos que he estado apunto de dejarlo, pero, en todo caso, los vicios de la prosa del suizo estaban menos acentuadas en ella que en otras novela. Además, Robert Walser es un genio en la creación de frases impactantes, verdaderas perlas de sabiduría popular que uno lee, asombrado de tanta clarividencia en unas pocas palabras. Dejaré algunas aquí transcritas con la recomendación final de ir a la fuente original, al autor, a su novela, para disfrutar verdaderamente de ellas.
  Nos fastidiamos los unos a los otros porque siempre hay algo que nos tiene fastidiados. Nos vengamos menos por maldad que a causa de algún mal, y estamos hechos de tal pasta que nadie de nosotros está libre de ningún mal.
  A menudo la arrogancia es nuestro último refugio, aunque es un refugio al que no deberíamos huir. Tendríamos que salir de nuestra arrogancia, que no es más que una jaula, y hablar con los más modestos y así redimirnos.
  Los escritores suelen hacer gala de un reverente desprecio por sus editores, de una mezcla de sentimientos que es reconocida en todas partes.
  Los tímidos se esconden con suma facilidad detrás de la impertinencia. Si uno molesta a estas naturalezas apacibles en sus sueños, en sus caprichos, responden con cualquier insolencia.
  No todos los hombres han sido llamados a ser útiles. Tú eres una excepción.