domingo, 2 de julio de 2017

Bartleby o la defensa de la pasividad.

 Recientemente antihéroes literarios como Bartleby u Oblómov han sufrido una reinterpretación muy diferente de la que sus creadores quisieron darles. Melville y Goncharov respectivamente querían hacer burla de arquetipos humanos pasivos, incluso patéticos. Bartleby es una rareza en la creación literaria de Hermann Melville, quien construyó siempre personajes heroicos, voluntariosos, tesoneros, casi indestructibles. Los protagonistas de Moby Dick o Benito Cereno son aventureros clásicos al estilo de los de Julio Verne; Bartleby, por el contrario, es la abulia personificada, un tipo que se abandona hasta la muerte con su famoso "preferiría no hacerlo". ¿Qué duda cabe de que Melville se estaba burlando de ese carácter?
 Goncharov también denuncia en su orondo y apático Oblómov a esa nobleza baja rusa que en las postrimerías del zarismo dejaba sus tierras improductivas y q los que sus pocos siervos robaban y manipulaban. Denunciaba el ruso el antipatriotismo de estos pequeños terratenientes que mantenían a la Gran Rusia en un atraso sin solución; solo los rusos de etnia alemana (alemanes del Volga) salen bien parados en la novela, por su laboriosidad y diligencia son el contrapunto del ocioso Oblómov.
 Pero el personaje literario que más ha sufrido evolución en la interpretación de sus lectores es, sin duda, Don Quijote. Ya nadie pone en tela de juicio la voluntad de Cervantes de hacer burla de un tipo de nobleza baja castellana que vivía de honores ya pasados, de glorias mohosas y anticuadas y que se alienaba las ya por aquel tiempo obsoletas novelas de  caballería. Cervantes ideó un libro burlesco, cómico, para puro divertimento del lector... y con el paso de los siglos consiguió lo contrario: un antihéroe entrañable, humano, de una profunda inteligencia emocional, una honradez a prueba de bombas y una torpeza social apabullante. Alonso Quijano era, en verdad, un auténtico "antisistema" de su época, mientras que aquéllos que hacían burla de él (venteros, prostitutas, curas, bachiller...) todos ellos eran el sistema socioeconómico imperante, apegado a la putrefacta realidad, viendo molinos donde en realidad había gigantes (la realidad del corazón y la mente), o rebaños de ovejas donde había ejércitos invasores. No meto a Sancho entre estos individuos "prosistema" porque su humildad extrema y el hecho de anteponer su buen corazón a la lógica aplastante de los hechos le llevaba a estar mucho más cerca de Quijote (a comprenderlo, perdonarlo y quererlo) que a sus coetáneos.
 Quedamos, pues, que esos tres personajes literarios (Bartleby, Oblómov y Don Quijote) eran, en realidad, "antisistemas" que, si bien no ejercían fuerza contra el sistema socioeconómico de sus respectivas épocas, al  menos no colaboraban con él. La pasividad (ese gran defecto que ha sido denostado por todos los prhombre -y hoy también por las "promujeres"- desde la antigüedad) ha puesto palos en las ruedas de la injustos sistemas sociales (ya fueran del siglo XVII, XIX, XX o XXI) que provocan que los hombres se maten entre sí, que promueven las desigualdades, que nos convierten en animales de producción.
 No solo en el ámbito literario han existido este tipo de antisistemas pasivos. No hay duda de que Gandhi, hoy mundialmente reconocido como un icono de la paz, con sus gloriosas sentadas que imitaron miles de sus compatriotas paralizó la maquinaria del otrora invencible Imperio Británico y provocó que se tambaleara y acabara por abandonar el subcontinente indio a sus legítimos propietarios. Otros personajes como Tolstoi, Kropotkin o Bakunin también rompieron con las mecánicas del sistema dominante, si bien no tuvieron tantos seguidores ni éxitos como Gandhi. ¿Cuál fue el arma del líder indio? La resistencia pasiva, la no colaboración... ¡ésa es la respuesta!
 Hoy, 2017, el sistema socioeconómico se manifiesta con una virulencia sin límites: a las guerras por meros intereses económicos (hoy Siria, Irak, pero también Europa y América) se suma la muerte de cientos de miles de migrantes que solo buscan un futuro mejor para sus hijos para acabar ahogándose en el Mediterráneo o desapareciendo en el Desierto de Sonora; ya en los "países ricos" la desigualdad social aumenta cada día, introduciendo a los niños en ciclos productivos (preparándolos para ser soldados del sistema en todos los colegios e institutos) y precarizando la vida de aquellos que acabarían matando (o lo que es lo mismo haciendo lo que su jefe y la sociedad ordene) por un mísero pedazo de pan. Aquéllos que, mezquinamente, luchan por el sistema con sus trabajos (cuanto mejor pagado y más prestigioso mejor), sus casas (cuanto más grandes y lujosas mjor), sus coches (cuanto más contaminantes mejor), sus títulos (cuanto más elevados mejor)... se horrorizan ante aquellos que bajan los brazos y prometen no trabajar por el sistema. No se trata de poner bombas o asesinar, simplemente con bajar los brazos y no trabajar por el sistema vale. Pasaremos nuestras vidas leyendo como Don Quijote, sentados ante la maquinaria como Gandhi o con audaces desaires como Bartlebly. Lo digo yo: "preferiría no hacerlo".