domingo, 15 de diciembre de 2024

"Mario y el mago" y otros relatos, de Thomas Mann.

  Cuentos del autor de las excelentes novelas La montaña mágica, Los Buddenbrook o La muerte en Venecia. Son relatos, pero con leer unos pocos párrafos le llega a uno la prosa cocinada a fuego lenta del escritor de Lübeck. Y no sólo es la lentitud de su narrativa, plena de oraciones subordinadas, sustantivos adjetivados dos o tres veces, descripciones minuciosas hasta la farragosidad; también son los argumentos y temas de siempre: el crecimiento personal, la sensación de extrañamiento, la condición de artista inserto en la sociedad, tal vez los sentimientos homosexuales; y también son frecuentes las mismas localizaciones: sanatorios, balnearios, hoteles... Los tres relatos son muy semejantes, pues, y de hecho alguno parece un esbozo de las famosas novelas que he citado antes. Veámoslo uno a uno.
 El primer relato contenido en este volumen es Tristán, que hace referencia sin lugar a dudas al mito medieval Tristán e Isolda y a su adaptación operística por Richard Wagner. En esencia es el amor imposible, que sólo puede acabar con la muerte de los enamorados. Al igual que en La montaña mágica, la ambientación es en un sanatorio para tuberculosos al pie de los Alpes. Allí se encontrarán la señora Klöterjahn, casada con un hombre de negocios más preocupado por el dinero que por la salud de su esposa, con el señor Spinell, un escritor huraño y misantrópico que, aparentemente, se recluye en el sanatorio para huir del mundo. El tal Spinell tiene toda la pinta de ser un alter ego de Mann, no sólo coincidiendo en la profesión, sino también en su aparente rechazo del mundo, así como en el enamoramiento platónico de la belleza, comportamiento propio del poeta. Al igual que en La montaña mágica, algunos internos de este sanatorio, entre ellos la señora Klöterjahn se engañan a sí mismos disminuyendo la gravedad de su enfermedad, hasta que los síntomas inequívocos de la tuberculosis se manifiestan con toda su crueldad. La imposibilidad del enamoramiento no sólo está en la condición de casada de ella, también en la aparente tara de ser poeta en mundo de negociantes (esto también es típico de Mann). La localización en la montaña, referente de pureza inmaculada, choca frontalmente con la industriosa ciudad de la que proviene Klöterjahn y en la que su marido obtiene pingües beneficios económicos; en este caso, la contraposición es clara: montaña como pureza, ciudad como corrupción.
 El segundo relato es Tonio Kröger, el más largo de los tres. Narra la vida de ese personaje, mezcla (de nuevo) de lo pasional y artístico (reflejado en su madre meridional -se insinúa, italiana-, en su nombre de pila y en sus ojos oscuros) con lo racional y mercantil (reflejado en su padre alemán, negociante y su apellido). La breve novela es lo que los alemanes llaman "bildungsroman" o novela de aprendizaje, en la que se narran los profundos cambios psicológicos  que se dan en el personaje protagonista desde su infancia hasta la adultez, también otra constante en la obra de Mann. El caso es que el tal Kröger nace en una familia burguesa de una ciudad costera del Báltico, pero con madre meridional que desemboca en el alma inconformista del poeta. En todo momento se pone de manifiesto esta disyunción en el personaje, que lleva al sentimiento de extrañamiento al que antes hacía alusión: Tonio Kröger (y, por ende, Thomas Mann) se siente diferente a los demás y, a la vez, quiere ser como los demás, es un poeta que anhela la soledad pero también quiere formar parte de la sociedad.
Thomas Mann. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 Por último está el relato que da título al volumen, Mario y el mago, situado en una localidad turística a orillas del mar Tirreno. Esta vez está narrado en primera persona, omnisciente, a diferencia de lo que es habitual en Mann, que siempre narra en tercera personal. El protagonista está con su familia (mujer e hijos pequeños, aunque ninguno es nombrado ni tiene relevancia) en un hotel repleto de locales (que son pintados como ruidosos y dicharacheros, pero también patrioteros y nacionalistas) que  organiza veladas para entretenimiento de los residentes. Entre esas veladas está la actuación de un mago, el caballero Cipolla, que es en realidad un hipnotizador. Se trata de un personaje estrambótico que maltrata y ridiculiza a los voluntarios que saca al escenarios para que sean objeto de sus trucos de hipnosis. Entre ellos está Mario, un camarero del hotel al que deja en situación grotesca delante de todos los clientes. Tras el mal trago en público, Mario saca una pistola y asesina a Cipolla. Este cuento ha sido interpretado de muchas formas: el ambiente patriotero y ultranacionalista que describe es asociado al Fascismo, pues fue escrito por Mann en una estancia en la Liguria allá por el año 30 del pasado siglo, cuando Mussolini ya había llegado al poder; otros interpretan que es una reflexión sobre el libre albedrío, siendo el hipnotizador el elemento limitante del mismo, pero también la pusilanimidad del protagonista, que queriendo huir de aquel hotel no se decide a hacerlo.
 Son tres relatos muy típicos de Mann. No llegan a la calidad de La montaña mágica, pero al tener tantos elementos en común son muy gratos para alguien que haya encontrado en Thomas Mann una de las voces más interesantes de la intelectualidad europea de la primera mitad del siglo XX.

Sexto concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Dvorak y Stravinski.

  Anoche la OSCyL estuvo dirigida por la batuta hongkonesa Elim Chan, directora asociada a esta orquesta desde la temporada 23-24. El programa no pudo ser más contrastante (en realidad, meter a Stravinski en cualquier programa ya contrasta con todo lo demás), por las suaves melodías románticas de Dvorak, a veces suaves, a veces enérgicas pero siempre concordantes, con la disonancia forzada e impactante de La consagración de la primavera  de Stravinski. Pero vayamos por partes: Todos hemos escuchado con arrobo y delectación la Sinfonía del Nuevo Mundo, una obra optimista y alegre como pocas, reflejo, según parece, de la excelente acogida que recibió el compositor checo en Estados Unidos. Bien, el Concierto para violonchelo en sí menor que la OSCyL y el violonchelista ruso Ivan Skanavi interpretaron anoche sigue esas líneas optimistas de su obra más aclamada. Cuentan los musicólogos que, al igual que con la Sinfonía nº9 (del Nuevo Mundo), con esta también se puede trazar el estado anímico en el que estaba Dvorak, tras conocer el fallecimiento de una cuñada, de la cual se encontraba enamorado. Lo cierto es que sus tres movimientos: Allegro, Adagio, ma non troppo y Finale, Allegro moderato fueron compuestos también en Estados Unidos, aunque incluyen melodías folclóricas checas, algo habitual en el llamado "nacionalismo musical" que inundó el Romanticismo. El virtuosismo de Skanavi levantó a los espectadores, especialmente con el bis, una obra del chelista siciliano Giovanni Sollima.
  Pero después del descanso vendría la obra rompedora, la que no deja indiferente a nadie (ayer tampoco, ahora lo cuento), La consagración de la primavera de Igor Stravinski, esa obra que provocó un escándalo en su estreno en el Teatro de los Campos Elíseos de París. Bien, ayer no provocó un escándalo porque desde su estreno en 1913 se ha representado tantas veces que la mayor parte del público está curado de espanto. Con todo, entre las dos grandes secciones (no se puede decir propiamente, movimientos) un tipo cerca de mi localidad, en la platea par, salió con aire enfurruñado y, al franquear la puerta de salida más próxima, le dijo al empleado de turno en un tono audible más de la cuenta "me sangran los oídos", así como lo cuento ocurrió. Bueno, al margen de ese fulano que probablemente no sabía dónde estaba, La consagración de la primavera es una obra escénica, ideada para ser representada junto con un ballet, ballet con movimientos bruscos y espasmódicos en los que se describen los primitivos rituales de primavera de las tribus precristianas rusas que acaban con un sacrificio humano. Sin tener ni idea de música, sin saber quién era Stravinski, sin tener siquiera un poco de curiosidad pero con el ballet se entiende perfectamente la música discordante, explosiva y violenta que compuso Stravinski. Y es que la música escénica debe siempre interpretarse junto con la danza o la actuación correspondiente para que, en esta obra, muestre cómo compiten los jóvenes entre sí, cómo bailan las adolescentes, cómo se enfrentan con otras tribus rivales, cómo evocan a los ancestros y cómo acaban sacrificando a una joven virgen. Algunas obras escénicas se entienden mejor o peor sólo con la música, pero es más fácil entender la Cabalgata de las Valkirias, por ejemplo, con la correspondiente escenificación que sin ella, aun cuando la propia melodía wagneriana ya es suficientemente explícita. Esto no ocurre con La consagración de la primavera, si no se ha leído sobre ella, si no se ha visto el ballet, si nadie le ha contado a uno nada al respecto es fácil que espere una primavera como la concebía Vivaldi, y claro, nada que ver... En todo caso, incluso sin la escenificación, La consagración de la primavera es una obra impactante, eso no se puede dudar, poderosa e inolvidable. Es, por otro lado, un verdadero espectáculo ver la orquesta sinfónica al completo, con sus más de cien componentes, con las secciones de viento-metal y de percusión a tope, ejerciendo todo su potencial.
 En fin, otro concierto memorable, otra pequeña "pica en Flandes" que supone la representación de grandes obras de música culta con músicos de primera categoría en una ciudad y una sociedad que no parecen especialmente dispuestos a cultivarse voluntariamente. Quien tenga entendimiento que entienda.