sábado, 28 de septiembre de 2024

"Composition Book", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

"Victoria", de Knut Hamsun.

  No es una de sus primeras obras (de hecho, siempre se tomó por la primera Hambre, un relato difícil de digerir), no, Victoria fue publicada en 1898, cuando el autor noruego ya había publicado varias obras de gran éxito, pero, en mi opinión, esta novela breve adolece de superficialidad y simpleza, algo que no había observado en otras novelas de Hamsun. Nada que ver con otras obras como La bendición de la tierra (1917), Misterios (1892), El círculo se ha cerrado (1936) o Pan (1894) en la que la maestría narrativa del Nobel de 1920 lo deja a uno con la boca abierta. He citado esas cuatro novelas por el orden que yo considero de excelencia; sí la primera es una de las mejores novelas que he leído, una obra primordial que retrata al ser humano desenvolviéndose en su medio con una sencillez y una genialidad como el Génesis narra la creación del mundo. 
 Con todo, en Victoria se aprecian las características estilísticas, argumentales y temáticas que elevaron al parnaso literario al noruego. Tales son la prioridad de los sentimientos de los personajes, cómo éstos son tratados como protagonistas en sí mismos; el monólogo interior del personaje principal, que dota de redondez al mismo, al notar el lector que el personaje va evolucionando en su pensamiento con el paso del tiempo, tal como ocurre en la realidad; también el dominio de lo tempestuoso en las relaciones personales, con altibajos bruscos (estereotípicamente impropios de los escandinavos). La forma es bastante plana, sin ampulosidades ni pedanterías, una prosa sencilla, poco adjetivada, más narrativa que descriptiva.
 He de hacer un inciso en cuanto a la traducción. La edición que he leído es del Círculo de Lectores (Plaza & Janés) de 1958, la traducción de Berta Curiel. Ignoro con que antelación a esa fecha fue traducido el texto, pero se hizo de un modo que hoy parece anacrónico y ridículo. Entiendo que, igual que otras profesiones, la traducción también se ve sometida a modas que cambian más o menos rápido, de modo que lo que hoy se considera canónico era inapropiado hace tiempo y viceversa, pero he de reconocer que me ha sorprendido leer todavía los verbos reflexivos con el pronombre incluido en el verbo: "púsose", "oyole", "presentose"... También hay expresiones arcaicas como "venía en derechura hacia él", en lugar de "venía derecha hacia él", o llamar "castellana" a la hija del señor del castillo; por no hablar de la traducción de los nombres propios, algo que no se hace desde vaya usted a saber cuantos decenios, así, el protagonista principal, Johannes, se convierte sin más ni más en Juan. Ciertamente no es importante, pero a veces lo saca a uno de la concentración necesaria para la lectura.
 El tema principal de Victoria es el amor imposible entre dos jóvenes. Imposible por la diferencia de clase social, terrateniente ella, molinero él, a pesar del rendido enamoramiento que se profesan. A esta situación se suma el hecho de que la familia noble, aun poderosa, está arruinada y planea salir de las deudas casando a la joven Victoria con el heredero de una adinerada familia local. Ella, responsable ante la desgracia familiar, rechaza al bueno de Johannes (Juan en la versión castiza del Círculo de Lectores) e incluso le presenta a una amiga, Camila, para que sea su sustituta. El rico heredero, Otto (aquí no hubo bemoles de traducirlo por "Otón"), morirá en batalla, dejando a Victoria sola y triste. Tan sola y tan triste que enfermará y morirá en pocos años. Todo esto, claro, narrado como lo narra Hamsun, con multitud de idas y venidas, de dimes y diretes, de altibajos, de correspondencias, de gestos, de encuentros, de desencuentros... En fin, un dramón esto del desamor.
Knut Hamsun en 1944. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 Vamos que si no fuera por la calidad literaria de Hamsun (aunque, ya dije, esta novela no llega a su media habitual) podría pasar por una novela de Corín Tellado, de esas que devoraban orondas matronas españolas en la segunda mitad del siglo pasado. Francamente, lo que menos me ha gustado de, por otro lado, mi admirado escritor noruego.

Primer concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León.

  Otra temporada más en el Auditorio Miguel Delibes, otro desafío más de seguir fomentando la música culta en un territorio tan poco prono a ella como Valladolid o Castilla y León, otro año más retando a la zafiedad dominante en la sociedad, otro año más...
 El concierto de hoy ha sido dedicado a la violinista Mónika Piszczelok, recientemente fallecida. Aparte de tan sensible pérdida, la OSCyL sigue siendo básicamente la misma, dirigida por el suizo Thierry Fischer. Para comenzar la temporada se ha elegido música muy española: Falla, Bizet (sí, ya sé, francés, pero con obras como Carmen o L'Arlésienne, muy influenciado por el sur de su país y el nuestro), además de Sarasate y Gabriela Ortiz. Se salió del programa, sin embargo, Joaquín Rodrigo, cuyo Concierto de Aranjuez iba a ser interpretado por el virtuoso guitarrista Pepe Romero. Una emergencia médica familiar ha imposibilitó su presencia ayer en Valladolid, con lo que fue sustituido por la violinista Leticia Moreno y Rodrigo por Sarasate y su Fantasía sobre temas de la ópera Carmen.
 No creo que haya nadie, ni siquiera los que detestan la música clásica, que no haya escuchado alguna vez los primeros acordes de la Suite L'Arlésienne de Bizet. Es con mucho su obra más conocida, y, aunque los primeros acordes presumen su talante enérgico y brioso, luego contiene frases musicales de una dulzura y una melosidad que sólo los compositores del Romanticismo supieron crear. En concreto, el solo de saxofón alto no tiene precio, es de una afabilidad que acaricia el corazón, una belleza sin par colocado en un pentagrama. También típico del Romanticismo es incluir melodías populares, puesto que de las clases populares están extraídos los personajes narrados. La obra musical, ya se sabe, se inspira en el relato homónimo de Alphonse Daudet, incluido en su archiconocido Cartas de mi molino. Trata de amores y desamores de dos jóvenes campesinos de la meridional región francesa. La música de Bizet encaja perfectamente con los sentimientos arrebatados de los protagonistas, que oscilan entre el enamoramiento romántico más meloso, el apasionamiento animal y la desesperanza más absoluta que aboca al suicidio.
 Cambia la obra (pero no el tema) con Sarasate, pues se interpreta la Fantasía sobre temas de la ópera Carmen, del compositor francés. El navarro, bien es sabido, además de compositor fue violinista, decantando su predilección por el más pequeño de la familia de las cuerdas, con lo que no es extraño que esta obra orientara hacia el lucimiento de dicho instrumento. Leticia Moreno es la encargada de desgranar las virguerías que Sarasate compuso.
 Después del descanso, para despertar a la gente (o para reconducirla al concierto, porque el respetable estuvo ayer especialmente propenso a la charla de reencuentro con otros espectadores), Kauyumari, de la compositora mexicana Gabriela Ortiz, pieza de una extraordinaria fuerza, que despliega toda la intensidad de la percusión y el viento metal llevando a la sala a un clímax musical.
 Pero, al menos en mi opinión, el plato fuerte es la última obra, El sombrero de tres picos, de Falla. Lo mismo que dije de L'Arléssienne se puede decir ahora: contraste sublime entre melodías enérgicas y otras suaves, inclusión de frases musicales sacadas de canciones populares... Falla descollaría de entre los compositores del Romanticismo en eso que fue llamado el "nacionalismo musical" (dicho sea de paso, el único nacionalismo no agresivo ni jingoísta) que añadía tonadas populares en sus obras, elevando así aquéllas a la categoría de música culta. En El sombrero de tres picos, Falla incluye un fandango, unas seguidillas, y varias danzas, entre ellas la famosísima jota de la segunda suite, con la que acaba la obra, que deja un sabor extraordinario en los espectadores.