martes, 13 de octubre de 2020

Inciso cinematográfico: "Neverwas", dirigida en 2005 por Joshua Michael Stern.

  Ahora que ya los cines van a sufrir una segunda (o tercera, no sé) puntilla que acabe por cerrarlos, esta vez por el montaje político-mediático, los repositorios de internet ofrecen un refugio que, para todos aquellos de nosotros que vivimos la era dorada de los cines, época en los que unos jóvenes de veinte años no encontraban muchas cosas mejor que hacer un fin de semana que ir al cine, permite revivir viejos impulsos y ocultar vergonzantemente las canas. En esos repositorios de internet encontré Neverwas, dirigida por Joshua Michael Stern; con un estelar elenco encabezado por Ian Mckellen, Nick Nolte, Aaron Eckhart, Brittany Murphy, William Hurt y Jessica Lange; con una banda sonora apabullante firmada por Philip Glass; y una fotografía muy cuidada que acompaña el tono melancólico y nostálgico de la película. Un descubrimiento para mí, vaya.
 Neverwas, por cierto, fue traducida, al parecer, como El libro mágico, bueno, no es mala traducción... dentro de lo que cabe... El argumento es sencillo pero tiene su dosis de intriga que se revela, como debe ocurrir en las buenas tramas, al final. Un famoso psiquiatra (Aaron Eckhart) deja su importante trabajo en una prestigiosa universidad para entrar en una institución psiquiátrica en horas bajas. El director (William Hurt) rechaza contratarlo en un principio por la diferencia entre la escasa calidad del puesto ofrecido y la alta capacitación del interesado; con todo, ante la insistencia de éste, aquél acaba por contratarlo. En el inicio del film, se descubre que la verdadera razón por la que el psiquiatra quiere trabajar en Millwood (nombre de la institución) es porque allí estuvo recluido su padre, acuciado toda su vida por una depresión severa que acabó por llevarlo al suicidio. El padre fue autor de éxito de una novela juvenil, Neverwas, que, aparentemente no influyó mucho al hijo. Entre los pacientes psiquiátricos destaca un esquizofrénico, Gabriel (Ian Mckellen) que desde el principio parece tener una relación especial con la novela y el padre del protagonista. La esquizofrenia de Gabriel va, precisamente, en el sentido de creer ser personaje de Neverwas. Y ahí está el quid de la cuestión, que realmente el supuesto enfermo conoció al escritor y éste creó un mundo paralelo para aquél. Vamos que el loco no está tan loco y que habían creado un mundo ficticio pero con lugares reales, un castillo hecho de materiales de deshecho, un reino, en definitiva, que requería de un rey.
Imagen tomada del sitio www.alchetron.com
 En fin, no sé si he dejado muy claro el argumento de la película, pero prefiero no aclararlo más por si alguien leyera esto y quisiera verla; así, además se preserva la intriga que, como antes decía, debe existir hasta el final. Es, en definitiva, una loa a la imaginación y la fantasía frente a lo previsible y la aburrida normalidad; es un recordatorio de que todos debemos mantener la ilusión infantil so pena de acabar siendo un miserable hombre (o, cada vez más, mujer) gris que todo lo pesa en función del rendimiento económico y el prestigio social. Es, también, una reivindicación de esa imaginación desbordante, de ese negarse a verlo todo plano y simple, incluso cuando la depresión marca nuestras vidas; diría más: es la aceptación de una depresión que viene de una sensibilidad extrema que a algunos nos hace sufrir más todos los reveses de la vida, pero que también nos capacita para ver mucho más profundo donde la mayoría solo ve la capa superficial. ¡Buf! Igual se me ha ido la pinza un poco y lo he interpretado demasiado bajo mi propio prisma. En todo caso, para eso están las diferencias personales, creo yo, por eso cada lector o espectador sacará unas conclusiones e interpretaciones únicas y diferentes que dan valor en sí mismo a la unicidad de cada persona. Esto tan enrevesado es importante recordarlo con frecuencia, pues siempre ha existido, existe y existirá un afán uniformador de las clases gobernantes, especialmente aplicable al pensamiento, pero que suele tener manifestaciones externas (ropa, peinado, ¡mascarillas!...).
 El argumento es, en mi opinión, imaginativo e interesante, pero el resto de los componentes de la película no se quedan atrás. El reparto, ya lo dije, es excelente, sobre todo por actorazos de la talla de Ian Mckellen, que se basta para llenar la pantalla con su voz de barítono, su rostro avejentado y dulce, sus gestos de filósofo gentil... Otro que no le va a la zaga es William Hurt, aunque su papel aquí es muy secundario, al igual que Nick Nolte o Jessica Lange.
 Mención aparte requiere la banda sonora firmada por Philip Glass. ¡Otra maravilla! Las sencillas (minimalísticas) melodías de Glass engarzan con las imágenes de una forma que pocos compositores consiguen. Según yo la veo, la película tiene un halo nostálgico y melancólico, y la banda sonora, que esta vez es menos rítmica de lo que Glass suele ser, acompaña de forma suave, apasionada o triunfal cada una de las etapas de la cinta.
Imagen tomada del sitio reelfilm.com
 También la fotografía ahonda en ese ambiente nostálgico del anciano que recuerda su niñez, con unas localizaciones en los suburbios de Vancouver en plena época otoñal, con los árboles de hoja caduca en plena explosión de rojos, naranjas y amarillos.
 En definitiva: una hermosa película para ver con los ojos del corazón de todos aquellos que tenemos la inmensa fortuna de disfrutar de una sensibilidad privilegiada. Resto de la humanidad, absténgase.