jueves, 6 de julio de 2017

¡Qué fantásticos son los relatos fantásticos!

 ¡Y qué diferentes son entre sí! En la antología de Valdemar titulada Malos sueños hay tal variedad, lógica si tenemos en cuenta que el primer relato, La iglesia de los jesuitas de G..., fue escrito por E.T.A. Hoffmann a principios del XIX y el último, Anfiteatro, fue escrito por Pilar Pedraza hace unos pocos años. Doscientos años de diferencia temporal, amén de los cambios culturales y geográficos explican la variedad que no hace sino enriquecer la selección. Por eso son tan interesantes este tipo de antologías, porque permite apreciar los cambios estilísticos que van produciéndose a lo largo de los siglos.
 En otro orden de cosas, también se percibe las diferencias tremendas de calidad entre unos y otros. Tal vez más que calidad es distinto enfoque, pero lo cierto es que unos relatos han envejecido mejor que otros, o puede que unos encajen mejor en el gusto actual. Lo cierto es que en la antología hay ciertos relatos que están compuestos de manera sublime en el aspecto formal, no tienen tacha alguna... y, sin embargo, les falta muchísimo "mordiente". Los ejemplos más claros son los de Emilia Pardo Bazán (La resucitada) y Leopoldo Alas Clarín (Mi entierro); ambos son formalmente impecables, pero desde que lees el título sabes cuál será el desenlace, queda todo dicho desde las primeras palabras.
Vernon Lee pintada por John Singer Sargent. Imagen tomada de Commons Wikimedia.
  Todo esto es especialmente manifiesto en Vernon Lee, escritora británica cuyo nombre real fue Violet Page y que, como buena británica, nació en Francia y murió en Italia. El relato de esta autora, Un fantasma enamorado, es, de nuevo, perfecto en su prosa, pero desde los primeros párrafos ya está todo destripado, a medida que se lee se anticipa el fin. Una verdadera pena.
 Por eso los grandes revolucionarios del relato de terror como Lovecraft consiguen masas de seguidores, porque es un maestro de los giros argumentales que te dejan con el corazón en vilo. Son relatos cortos aparentemente anodinos pero que a pocos párrafos del final cambian tan bruscamente que te corta la respiración y deseas leerlo de nuevo. Quizá ahí esté la diferencia entre los grandes escritores y los genios.