Chesterton es inconfundible. Es un autor que está a medio camino de la llamada Literatura victoriana y la contemporánea, en buena medida como corresponde a haber vivido entre 1874 y 1936, pero también por su formación y su manera de ser. Así, trata de representar la naturaleza (del mundo que lo rodea o de sus personajes) con un realismo absoluto, sin dejar nada a la idealización, predominando la razón sobre lo romántico; al mismo tiempo tiene una moralización de las actitudes y los personajes, penalizando a los negativos y premiando a los positivos; y, por supuesto, el estilo cuidado, con frases largas, abundancia de frases subordinadas y muy rica adjetivación. Todo lo anterior se podría aplicar sin problemas a la narrativa de Dickens, Henry James, Tackeray, Wilkie Collins y demás autores victorianos, y también a Chesterton. Pero Chesterton es de otra generación, con lo que los temas son tratados más livianamente, con mucho más humor y despreocupación, con otro estilo, mucho más contemporáneo. Pero lo que define a Chesterton (y precisamente en está pequeña novela es muy evidente) es la paradoja, un juego intelectual, con el que el autor presenta de una forma clara a los personajes y sus relaciones, para darle luego la vuelta como a un calcetín, invirtiendo por completo aquellas relaciones y la idea que el lector se hace de los personajes. Es un recurso que han utilizado otros autores famosos como Kafka o Borges, pero en el que Chesterton destaca sobremanera, haciendo que la lectura sea fresca y sorprendente. Por otro lado, la cuestión moral y religiosa es fundamental en Chesterton, debió ser un hombre de profundas preocupaciones espirituales, lo cual lo llevó de un agnosticismo militante, imbuido por su familia y por el industrialismo y materialismo que predominó en la Revolución industrial, al anglicanismo y, por último, al catolicismo. Así, los personajes encarnan frecuentemente las virtudes evangélicas: la humildad, la misericordia o la bondad, despreciando los valores humanos y sociales que han predominado en toda época.
El club de los incomprendidos se explicita mejor con su subtítulo, Cuatro granujas sin tacha, pues presenta a cuatro individuos que son precisamente lo más deplorable de la sociedad, pero que al final (ejemplo de la paradoja de la que hablaba antes) pasan a ser verdaderos dechados de virtudes. Así, un ladrón, un charlatán, un asesino y un traidor se transforman en ejemplos a seguir, cuando su verdadera condición es expuesta y se comprueba que no son sino lo mejor de la sociedad, aunque como no buscan honores humanos son repudiados por la misma. Cada uno de los cuatro personajes son presentados en respectivos relatos, que conforman la unidad de la novela. El asesino moderado está ambientado en el Egipto bajo administración británica, donde el gobernador Tallboys ha sido tiroteado. Su agresor, un tal Hume (quizá remedo del filósofo escocés David Hume que postulaba que el conocimiento humano derivaba exclusivamente de la experiencia), se presenta como un "asesino moderado", ese oxímoron, en un principio incomprensible se explicita al final cuando se comprueba que el pistolero había herido superficialmente al gobernador para que éste no fuera asesinado, como se preveía lo iba a ser, poco después; así, ese tal Hume mantenía el poder establecido en Egipto como buen moderado que era. El segundo incomprendido es El charlatán honrado, descrito en un relato detectivesco en el que un médico se ve obligado a inventarse una enfermedad mental para incapacitar e ingresar en un psiquiátrico a un conocido que va a ser acusado falsamente de asesinato. Haciendo eso éste quedará eximido de culpa, con lo que se demuestra que toda la charlatanería falsa del galeno tenía un fin honrado. En El ladrón absorto se narra a un estrambótico personaje, hijo de una familia adinerada que hizo fortuna de formas poco honorables. El tipo, Alan, pasa por ser la oveja negra de la familia, pues no siguió con los negocios familiares y fue enviado a Australia. Allí vio la luz y volvió a Inglaterra con un extraño propósito: enmendar los desmanes familiares. Pero lo hace sin aparentarlo, convirtiéndose en un aparente ladrón, pero que en lugar de quitar dinero a sus víctimas, éstas quedan con más dinero del que tenían. Así trataba de compensar todo el latrocinio que su familia cometió en el pasado. El traidor leal está ambientado en los Balcanes, allí un supuesto revolucionario urde un plan con personajes ficticios para forzar al gobierno a que tenga mejor trato hacia sus súbditos.
En fin, en todos los relatos está presente la paradoja a la que hacía antes referencia: se presentan una situación y unos personajes concretos de forma clara y meridiana, pero al final es exactamente lo contrario, los malvados son bienhechores y viceversa. En todo, como decía antes, está presente ese huir de las falsas apariencias de la sociedad, buscar la verdadera naturaleza de las cosas y de las personas, siempre bajo una óptica cristiana.