lunes, 10 de junio de 2013

Fragmento del sexto capítulo de mi novela: "Dulce et decorum est pro patria mori"

 
VI   JANET  BROWN

  • ¡Venga circulen! No hay nada que ver... ¡Circulen! Y tú, vete de aquí o te llevo detenida ahora mismo.
  • ¡Vamos, agente! ¿Es que no puedo pasear tranquilamente?
  • ¡Que te largues te digo!
  • Que sí, hombre, que sí... no sé para qué sirve la policía...
  • ¡Descarada, fuera de aquí!
La mayor parte de las actuaciones de la policía londinense en el Soho allá por los años 40 eran, además de esclarecer pequeños hurtos, restablecer el orden público que alteraban las jóvenes prostitutas que lo abarrotaban a todas horas. Entre ellas estaba Janet Brown, que se había ganado a pulso, o más bien a base de tirones de pelo, una buena esquina en Carlisle Street, muy cerca de Soho Square.
<< ¡El muy cerdo! ¿Pues no quería proponerme un ménage à trois con su mujer? ¡Qué asco de vida! Siempre rodeado de babosos y de pervertidos.>>
  • Miranda, me voy a casa, ya estoy harta de cerdos.
  • ¿Tan pronto? ¿Ya has hecho dinero?
  • ¡Qué voy a hacer!
  • ¿Y qué le vas a contar a Joe
  • Bah, ya le contaré una milonga...
  • Si no le da por sacudirte...
  • Ya me sé defender solita... y si no tengo a William para que le deje las cosas claras...
  • ¿Tu William? No me hagas reír...
  • Ríete si quieres...
Pero en realidad, Janet sabía que su novio, William Martin, no sería oposición alguna a los maltratos de su chulo, Joe Clegg; era demasiado fino y débil de carácter comparado con la brutalidad descarnada de Clegg.
  • Lo dicho, me voy a casa.
  • Tú misma...
Janet Brown no era una remilgada en ningún sentido, por supuesto menos en el sexual, poco éxito tendría como meretriz si no, pero no soportaba las relaciones homosexuales, que otras compañeras aceptaban sin problemas. Pasó su infancia de hospicio en hospicio, y en uno de ellos, ya siendo mocita, una cuidadora había intentado propasarse metiéndole la mano entre las piernas mientras la besaba el cuello cuando la acorraló en su cama una noche. La respuesta de Janet, abofeteándola y lanzando al suelo a la cuidadora mientras montaba un escándalo supuso su expulsión inmediata; poco le importó, no era la primera vez. Desde entonces la mera insinuación de una relación homosexual le repugnaba hasta llegar a dudar de una simple amistad entre dos mujeres o dos hombres.
Aquel día, Janet se enteró del despido de William, el enésimo. Desde que le conoció había tenido más de cinco o seis oficios, todos mal pagados y mal considerados que apenas el habían durado más de un mes cada uno. Siendo ella una “chica de la calle” no estaba en disposición de exigir gran cosa a “su hombre”, pero al menos esperaba no ser la única que ingresara dinero. Cuando llegó a casa se encontró con William, cómo no, leyendo.