lunes, 31 de agosto de 2020

Conclusiones tras leer "La bendición de la tierra", de Knut Hamsun.

  A veces se confunde uno cuando lee a un autor. Las referencias a las que se acude no son siempre las mejores; frecuentemente las editoriales han tergiversado todo, especialmente si el autor ha pasado a mejor vida hace décadas y, por alguna razón, es o ha sido controvertido. Esto me pasó con Hamsun, y lo siento....

Knut Hamsun. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 El caso es que empecé leyendo Pan, concretamente en julio de 2013. Esta novela, aun siendo de una temática bastante semejante a la que acabo de leer no acabó de penetrar en mí. Tal vez no estaba en el estado anímico apropiado o no supe interpretarla, no lo recuerdo. Después leí Hambre, en enero de 2014. De ésta sí guardo claro recuerdo. Me trajo a la memoria las inquietantes novelas kafkianas, sobre todo El castillo o El proceso, en la de Hamsun, el personaje está abocado a la pobreza más extrema sin que haga lo más mínimo por evitarlo, tomando siempre decisiones equivocadas y dañinas para su vida. Ya en septiembre del año pasado leí El círculo se ha cerrado, que, claramente, tiene que ver con las experiencias del propio autor en América, pero que también tiene una relación clara con Kafka o con el Bartleby de Melville, sobre todo por la atonía general del protagonista. En noviembre de 2019 leí Misterios, otra novela muy kafkiana (si no fuera porque la escribió cuando Franz Kafka todavía era un niño y no había escrito nada) que me atrajo pero a la vez me dejó un poso de desasosiego. Y ahora acabo de leer La bendición de la tierra, y lo tengo claro... con diferencia la mejor novela del noruego.
 La bendición de la tierra es un canto a la tierra, a la tradición rural y al esfuerzo diario que acaba llenando una vida completa. Los personajes que se pliegan a la exigencia del cultivo de la tierra son retratados como verdaderos gigantes capaces de crear un país y una cultura, mientras que aquellos que rehuyen del llamado del terruño y apuestan por el comercio y la vida moderna, son tratados como veleidosos y débiles, incapaces de generar otra cosa que no sean vaivenes anímicos y desastres económicos. La naturalidad con la que se narran cerca de setenta años de una población septentrional de Noruega, desde que llega el primer colono como se suele decir "con una mano delante y otra detrás", hasta que se forma una pequeña pero próspera ciudad son contados por Hamsun de una forma que uno lo vive plenamente; su sencilla y humilde genialidad es equivalente a esos esforzados hombres que sin alharacas ni altisonancias, pero acaban por pergeñar un retrato de una fuerza inigualable.
 Si en las otras cuatro novelas no era capaz de comprender plenamente el carácter de Hamsun, en esta última sí que se transparenta como el cristal. Todo, incluidas las declaraciones más controvertidas del Premio Nobel de 1920. De ellas, la más sonada fue la que le llevó a sentir cierta sintonía con el régimen nazi y abominaba de la cultura estadounidense que, poco a poco, inundaba toda Europa. El propio Hamsun vivió en su juventud en América y sabía de lo que hablaba. Probablemente lo que quería transmitir era su profundo rechazo al mundo del comercio internacional, de la compra-venta por millones (de lo que sea, dólares, coronas noruegas, ahora euros...) de empresas, terrenos o almas humanas y de la aculturización de su país como del resto; la defensa era de la tradición, ligada a lo rural, del esfuerzo agotador cotidiano que apenas rinde beneficio a corto plazo pero que crea sociedades firmes y estables en el largo término; defensa cerrada de la cultura nacional frente a la internacionalización que lamina las diferencias entre territorios. Todo, tal vez, demasiado ingenuo, nos pueda parecer hoy, pero hemos de recordar que esta novela se publicó en 1917, y ¡anda que no ha cambiado el mundo en cien años! 
 En un momento de la narración, el autor equivale el comercio (que es presentado como un mundo inestable y traicionero) con el mundo "del yanqui y del judío". Hoy esa afirmación hubiera bastado para evitar la publicación de la novela y su autor hubiera sido enviado al ostracismo más absoluto. Pero Hamsun está haciendo un canto a lo tradicional, al cultivo de la tierra, al trabajo diario sin aspiraciones grandilocuentes que se lleva produciendo desde el Neolítico; frente a eso está el dinero fácil y rápido de las grandes inversiones internacionales, que igual que llega rápido se va rápido, dejando vidas arruinadas y alejadas de la cultura tradicional.
 Probablemente, en la mente de Hamsun (y de otros muchos millones de individuos del centro y norte de Europa), el ascenso del nacionalsocialismo fue visto como una defensa cerrada de la cultura europea, especialmente de esas regiones, frente a la imparable fuerza de lo americano, de la cultura de usar y tirar, del desprecio a las tradiciones nacionales; una suerte de espiritualismo germánico frente a mercantilismo judio-americano. En fin, ya sabemos cómo acabó todo. Hoy juzgaríamos al noruego como poco como ingenuo e ignorante, más que como mal intencionado, o, al menos, creeríamos que su juicio era superficial y equivocado.
 Esto es lo maravilloso de la literatura: la apertura mental que permite, que nos aleja del juicio superficial (del prejuicio, en verdad). Sería interesante saber qué hubiera pensado Hamsun si hubiera podido leer a los Bashevis Singer, judíos orgullosos de serlo, escritores en judeo-alemán que, precisamente, defendían la tradición nacional frente a la internacionalización americana (aunque vivían en Estados Unidos), eso sí, la tradición askenazí que se había forjado durante siglos en el centro y este de Europa. Me apuesto una peseta a que se hubiera establecido una extraordinaria relación de amistad entre el noruego y los judíos... ¡Vivir para leer!