viernes, 21 de febrero de 2020

Inciso cinematográfico: "Soylent Green", dirigida en 1973 por Richard Fleischer.

 Esas sutiles pero firmes relaciones entre la literatura, la música y el cine son para mí una delicia que enlaza, en realidad, a todas las artes entre sí. Las ligazones más obvias son las adaptaciones cinematográficas de novelas, ésas, frecuentemente, no suelen ser satisfactorias, pues en la película han de eliminarse matices argumentales o de personajes que restan verosimilitud y calidad a la historia. Pero otros vínculos interesantes son las novelas que salen o están parcialmente inspiradas en novelas y viceversa, o la música inspiradora que añade calidad a una película formando parte de su banda sonora. El otro día hablaba de la maravillosa Sexta Sinfonía de Beethoven; la estuve escuchando, claro. Y como por arte de magia me vino al recuerdo una película que en absoluto es optimista ni amable sino todo lo contrario, pero que usan la Pastoral de Beethoven en un momento que buscan crear una imagen nostálgica, melancólica en un personaje principal. Se trata de Soylent Green, que en España fue presentada con el pretencioso título de Cuando el destino nos alcance.
Imagen tomada del sitio behance.net
 La película es catastrofista. En un futuro distópico (pero hoy en día demasiado cercano), Nueva York, 2022, la población humana se ha disparado, contando esa megalópolis con más de cuarenta millones de habitantes, la pobreza campa por sus respetos, la mayor parte de la ciudad está desempleada y subsiste a base de trapicheos y comiendo unas pastillas de soja (aparentemente); la violencia, claro está, domina la situación. En ese ambiente, dos personajes tratan de sobrevivir con una cierta ventaja sobre los demás: Robert Thorn (Charlton Heston), un policía, y  Solomon Roth (Edward G. Robinson), ayudante en la obtención de información de archivos del policía. El asesinato de un "ricachón" da lugar a una investigación que llevará a la más terrible revelación: en realidad, las famosas pastillas de soja de las que vive la gente están hechas con los cadáveres de los ancianitos que son eliminados mediante eutanasia (que se promueve activamente con el eufemismo de "volver a casa"). En fin, espantoso. Y, a todo esto, ¿qué diablos tiene que ver la Pastoral de Beethoven con esta película? Pues precisamente que en la eutanasia con la que "vuelven a casa" les ponen unas hermosas imágenes de aquello que ya han perdido en esa sociedad: la naturaleza, los bellos paisajes montañosos y costeros que en esa Nueva York de 2022 son impensables; pues bien, la música que acompaña tan espectaculares imágenes es el primer movimiento de la Sexta Sinfonía de Beethoven.
Imagen tomada del sitio corbella.de
 La pieza musical no podía estar mejor elegida. Ese primer movimiento de la Pastoral evoca la bondad de la naturaleza, la vida sin problemas, es optimismo puro, alegría de vivir. Combinado con las imágenes de montañas, paisajes costeros, puestas de sol... el efecto no puede ser más emotivo. 
 Desde el punto de vista técnico, la película no es gran cosa. El argumento es efectista, llamativo, pero como todas las películas apocalípticas, excesivo. El elenco actoral es más que aceptable, Heston tiene un papel muy Heston, es decir, muy físico, poco intelectual; por el contrario Robinson está enorme, como en él era habitual (por cierto, durante el rodaje ya estaba gravemente enfermo y moriría meses después de un cáncer de vejiga). La fotografía es pasable aunque tiene fallos evidentes, en todo caso, hay que entender que la cinta es de 1973.
 En fin, vuelvo al principio, las asociaciones mentales que hacemos entre literatura, cine, música y otras formas artísticas son francamente enriquecedoras, van trufando nuestras vidas hasta el punto de confundirse con ellas mismas.

jueves, 20 de febrero de 2020

Loas eternas sean dadas a Ludwig van Beethoven por su Sexta Sinfonía.

 Muchos nacimos con tendencia a ver el vaso medio vacío, el lado malo, al desánimo, a la profunda tristeza, que se transformó con el paso de los decenios a una acentuada predisposición a la soledad y a la misantropía. Sin embargo, un benigno Dios todopoderoso nos dio una herramienta para sobrevivir: la sensibilidad artística de la que carecen la mayor parte de los humanos (aquellos que sólo saben disfrutar de lo prosaico y zafio). Así, los dominados por la bilis negra, como hubiera dicho Hipócrates, podemos refugiarnos en la belleza de la literatura, del arte, de la música para poder escapar del aplastante pesar de corazón.
Imagen tomada de wikimedia commons
 Desde luego, la misantropía y el retraimiento propio no nos hacía propensos hacia la admiración de los mayoritariamente admirados; dirigíamos nuestra mirada hacia los marginados, los ignorados, hacia los que sentíamos empatía y comprensión. Por ello Beethoven no estuvo entre mis gustos de joven. Su música me parecía demasiado formal, demasiado impersonal... ¡ay, pobre de mí! Afortunadamente, los años pasan, se vuelve uno menos tendente a prejuzgar y se abre el corazón y la razón a todo, incluido aquello que años atrás desdeñábamos. Y así, uno de esos días de negra tristeza, tiene uno la brillante idea (o la inspiración divina, vaya usted a saber) de escuchar la Sexta Sinfonía. Entonces las apacibles melodías comienzan a acariciar el maltratado corazón, el ánimo se revierte, los nubarrones se dispersan, se siente la belleza de la música y se extiende a la belleza de la naturaleza, del arte, incluso a la alegría de vivir. La Sexta Sinfonía (la Pastoral) me reconcilia con la vida, incluso con el propio ser humano al que tanto detesto, me ofrece un camino de salvación que me libera de la negritud dominante en mi existencia.
Imagen tomada de wikimedia commons
 Así que no me queda más que dar las gracias al bueno de Ludwig van Beethoven por haber donado a la Humanidad una de las obras más hermosas, más bellas y optimistas de la creación musical de todos los tiempos, la Pastoral. Por supuesto, doy gracias a Dios por haberme dado la sensibilidad suficiente para entender la Sinfonía Nº 6 en fa mayor, opus 68 y otras muchas piezas musicales (amén de literatura y el arte en general) sin las que un servidor difícilmente podría seguir adelante.

martes, 18 de febrero de 2020

"Hombres de armas", por Terry Pratchett.

 Decimoquinta entrega de la saga del Mundodisco: la gigantesca tortuga cósmica A'Tuin continúa su vagar sin aparente rumbo por el Multiverso; sobre ella, cuatro gigantescos elefantes, sobre cuyos lomos descansa el Mundodisco.
 Esta entrega se centra en la cómica guardia urbana de la pútrida ciudad de Ankh-Morkpork. Al capitán Vimes, que está a punto de jubilarse al casarse con la multimillonaria amante de los dragones Lady Ramkin; al cabo Noddy, un tipo con la capacidad de sobrevivir de un cubito de hielo en un desierto (eso sí, un cubito de hielo muy pertinaz); el cabo Zanahoria, enano (adoptado) de dos metros de altura, se juntan tres nuevos agentes: un troll (Detritus), un enano (verdadero, Cuddy) y una mujer (Angua). Juntos han de hacer frente al crimen organizado de Ankh-Morkpork (pero organizado de verdad, con gremios y todo eso) y a una extraña nostalgia monárquica que empieza a cundir en el territorio.

 De nuevo, Pratchett hace un retrato tan distorsionado de la realidad que no puede ser más verosímil. Pero es más aún: Pratchett crea arquetipos humanos encarnados en trolls, enanos, magos y demás criaturas fantásticas. Tomemos, por ejemplo, el perfecto meapilas (encarnado aquí en el cabo Zanahoria) que es más papista que el Papa, escrupuloso cumplidor de toda norma social, ñoño y aburrido hasta la náusea... todos recordamos a alguien así, yo, al menos, tengo varios conocidos y familiares cortados por este patrón; luego está el tonto incapaz de entender nada, buena persona (en la novela, buen troll) con una creatividad bajo cero, alguien que sólo sabe repetir las vidas de sus antepasados, ¿suena a alguien? a mí sí; también está la fémina que se cree objeto de todo tipo de discriminación y opresión por el mero hecho de ser mujer, ¿suena?; y luego el tipo de mediada edad avanzada, de vuelta de todo, harto de todo, que sólo quiere largarse y que le dejen en paz. En fin, la maestría narrativa de Pratchett deja claro que fue un gran conocedor del alma humana y todos sus recovecos. En estas novelas del Mundodisco se hace mofa de todo, empezando por uno mismo, algo que es muy sano y permite seguir tropezando, quiero decir, adelante en esta tortuosa existencia.

miércoles, 12 de febrero de 2020

Julio Cortázar. Fallecido hace hoy 36 años. Inmortal.

Imagen tomada de Wikimedia Commons
  "Los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo."

lunes, 10 de febrero de 2020

"The Book Fair", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

Imagen tomada del sitio www.incidentalcomics.com

"Mil millones de años hasta el fin del mundo", por Arkadi y Borís Strugatski.

 Segunda novela que leo de estos gloriosos frikis soviéticos. La anterior fue su obra más conocida y, posteriormente, llevada al cine por Tarkovsky, Stalker. Picnic extraterrestre. Esta novela breve es, probablemente como toda la obra de los Strugatski, inclasificable. Lo más fácil es encuadrarla en la ciencia ficción, pero la influencia de Kafka (por lo opresivo de la situación) es evidente; por otro lado es un texto típicamente soviético por la descripción de los personajes y por la ambientación; no es, sin embargo, estereotípicamente rusa. Ladies and gentlemen: The Strugatski Brothers!
 Publicada en 1976, Mil millones de años hasta el fin del mundo narra las pesadillescas  experiencias de un astrofísico soviético, Dmitri Maliánov, que, a punto de terminar sus estudios sobre un trabajo que podría conseguirle el Premio Nobel, envía a su mujer y a su hijo a casa de su suegra en Odessa. Así él puede permanecer en Leningrado para dar el golpe de gracia a su trabajo. Sin embargo, parece que la mala suerte se ceba con él, pues un montón de distracciones (llamadas telefónicas, un siniestro detective que amenaza con enchironarle por quince años, una amiga de su mujer que pasa allí una noche...) le impiden continuar su labor. A punto de desquiciarse, trata con otros amigos, científicos como él, que han pasado por los mismos avatares cuando estaban en la fase final de sus estudios. Elucubrando qué diablos puede estar pasando llegan a la conclusión de que una extraña ley cósmica que trata de limitar el conocimiento humano.
 Decía antes que no es esta novela muy rusa; lo digo en el sentido tolstoyano o dostoyevskano de la expresión, es una prosa mucho más rápida, menos adjetivada, orientada más hacia la narración que la descripción. Si no fuera por los ambientes ciudadanos y el comportamiento de los personajes se diría que parecen novelas más americanas que rusas.
 Sin embargo, es muy soviética. Es muy soviética por el cientifismo exagerado de la trama, por las relaciones excesivamente jerarquizadas y autoritarias de los personajes, por el miedo (en todo momento presente) inmaterial a un futuro ominoso de detenciones arbitrarias... Por otro lado, son abundantísimas las citas directas e indirectas a otros escritores  y obras de arte: predominan, claro, los rusos(Tolstoi, Dostoievsky o Pushkin), pero también se cita a H.G. Wells, Apollinaire, Kipling, Nietzsche o Graham Greene, tan abundantemente que, a veces, parece metaliteratura pura.
 El ambiente opresivo y de amenaza siempre presente es, ya lo dije, muy kafkiano, aunque leído desde nuestra época es inevitable recordar la falta de libertad individual de la Unión Soviética. Esto añade un valor histórico al texto, algo que quizá puedan entender mejor los que fueron ciudadanos de aquel macroestado. Al margen de estas consideraciones la novela es amena, de lectura rápida y con una originalidad verdaderamente inusual en nuestro tiempo.

jueves, 6 de febrero de 2020

Inciso cinematográfico: "The Windermere Children", dirigida por Michael Samuels.

 En Enero pasado se cumplió el setenta y cinco aniversario de la liberación del Campo de exterminio de Auschwitz. Con fin de rememorar para que nunca se repita un horror semejante (en realidad, cualquiera en la que un grupo de seres humanos se considere superior a otro y decida exterminarlo) se han repuesto multitud de películas sobre el Holocausto (la Shoah, según los judíos), algunas mejores que otras, con muy diferentes presupuestos y distintos enfoques; también se han estrenado algunas cintas. Uno de estos enfoques no muy manidos es la de la solidaridad de aquellos ciudadanos de bien que, horrorizados ante la masacre, trataron de dar una segunda vida a aquellos que habían tenido la fuerza y fortuna de sobrevivir a la barbarie. The Windermere Children narra una historia real sobre setecientos chicos que fueron refugiados en el Distrito de los Lagos de Inglaterra, en un paisaje paradisíaco (teniendo en cuenta el clima predominante en la "pérfida Albión"), la amistad que surgió entre ellos y, en última instancia, la capacidad del ser humano para superar traumas aparentemente insuperables.
Imagen tomada del sitio www.base.com
 La cinta narra de forma eficiente el drama de los chicos (adolescentes en su mayoría) sin caer en sensiblería alguna. La fotografía es excepcional, dados los maravillosos paisajes circundantes; el elenco actoral es más que aceptable, con pocos actores consagrados (Iain Glen, Thomas Kretschmann o Tim McInnerny) y un verosimil grupo de jóvenes promesas de la interpretación polacas y alemanas. 
 Aunque no hay sensiblerías, es una película dura, como no podía ser de otra forma, los chicos sufren en sus sueños todo tipo de pesadillas que los acosan sin piedad; sin piedad también los acosan otros chicos del pueblo, locales que no aprueban el trato deferente que se da a los supervivientes; y los adultos (judíos o no) que les recuerdan que no tendrán trato de favor alguno por haber sido torturados en campos de exterminio nazis o por haber perdido a toda su familia a tan temprana edad. En este último papel está el actor Iain Glen (el sólido Jorah Mormont de Juego de tronos), como el del entrenador de fútbol que descubre un chico con futuro deportivo.
Imagen tomada del sitio www.newstatesman.com
 En definitiva, una aproximación diferente y original, pero no marginal, al tema del Holocausto; como decía antes, un recordatorio de hasta dónde puede llegar la maldad humana y, por otro lado, la capacidad de regeneración y resiliencia del mismo ser humano.

"Antología española de literatura fantástica", seleccionada por Alejo Martínez Martín, editada por Valdemar.

 Reconozco cargar las tintas en demasía contra los editores: que si son meros mercaderes de libros sin sensibilidad alguna, que si explotan a los escritores como si fueran vacas lecheras, que si son como los señores feudales de la literatura... Alguno dirá que, aunque tal vez excesivas, esas quejas no son del todo infundadas y que, aunque parezca pueril, es la única defensa (la del pataleo) de los lectores y escritores. Sin embargo, y aun a riesgo de parecer antediluviano, trato de comportarme en este valle de lágrimas de acuerdo a una serie de principios morales que denuestan con fiereza la mentira y la falsedad; por ello he de afirmar dos cosas, una obvia y la otra no tanto. La primera es que no habría libros sin editores (esto lo firmaría Perogrullo), cosa que se nos olvida con frecuencia y que, me atreveré a afirmar, puede que haya editores capaces de leer con asiduidad; el segundo aspecto en defensa de dicho gremio es aquél que asegura que hay editores que realizan una loable misión transmisora de conocimiento y de promoción de la literatura. Aun a riesgo de caer en la más abyecta adulación, diré que los de la Editorial Valdemar entran en este último supuesto.
 Porque los años pasan y las ediciones se agotan y descatalogan, haciendo imposible la obtención de ciertos textos (algunos egregios) como no sea en alguna remota librería de viejo. Esa es una función fundamental de un buen editor: recuperar novelas, poemarios, ensayos, dramas... que por mor de los cambios en el gusto de los lectores han caído en el olvido; aquí Valdemar, reeditando ciertos clásicos, ha cumplido más que de sobra. Esta tarea se puede facilitar con las antologías que, bien pergeñadas, son auténticos diamantes que todo buen lector atesora en su biblioteca. Bien es sabido que Valdemar se dedica principalmente a la literatura fantástica y de terror (desgraciadamente desprestigiada y, a veces incluso, ninguneada) de todos los tiempos; pues esto es lo que tengo en las manos ahora mismo, una espléndida selección de textos fantásticos españoles compilada por Alejo Martínez Martín.
 Como el propio Martínez afirma en el prólogo: "no ha sido la literatura española a lo largo de los siglos pródiga en fabulaciones fantásticas", pero, pienso yo, quizás más por la inmensa calidad de la narrativa de corte realista que ha sido la preponderante. En todo caso, la selección incluye cincuenta relatos de estos tipos (quizás al lector le suene alguno): Alfonso X el sabio, Don Juan Manuel, Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Torres Villarroel, Bécquer, Pérez Galdós, Pardo Bazán, Clarín, Rubén Darío, Valle Inclán, Unamuno, Baroja, Gómez de la Serna, Pedro Salinas, Rosa Chacel, Max Aub o Torrente Ballester.
 Vamos, que si fuera un equipo de fútbol serían campeones del mundo sin discusión. Pues sí, así es la antología, canela fina. El mero hecho de editar este volumen es, a mi entender, una labor cultural sin parangón. La edición tendrá el éxito que tenga con las reediciones que sean necesarias (el ejemplar que tengo en mi poder es la cuarta edición), pero dar al gran público una selección tan exquisita de tan insignes autores de nuestra lengua es, en sí misma, una magna tarea. Valga este desagravio de mi parte para todos los editores y muy en particular para los de Valdemar.

martes, 4 de febrero de 2020

George Steiner (1929-2020).

 "Ningún lugar es aburrido si me dan una mesa, buen café y unos libros. Eso es una patria."

                                       George Steiner (lingüista y crítico literario)