lunes, 23 de diciembre de 2019

"Es mi alma", Juan Ramón Jiménez.

Juan Ramón y Zenobia, el día de su boda. Imagen tomada de wikipedia.org
No sois vosotras, ricas aguas
de oro, las que corréis
por el helecho, es mi alma.

No sois vosotras, frescas alas
libres, las que os abrís
al iris verde, es mi alma.

No sois vosotras, dulces ramas
rojas, las que os mecéis
al viento lento, es mi alma.

No sois vosotras, claras, altas
voces, las que os pasáis
del sol que cae, es mi alma.

sábado, 21 de diciembre de 2019

"El misterio de Salem's Lot", de Stephen King.

 Otra más del autor más exitoso que ha tenido nunca el Estado de Maine. Una de las primeras, en verdad. Al menos de las que publicó, la primera fue Carrie, en 1973; después ésta que comienzo ahora; continuó con El resplandor y luego ya fue un éxito tras otro hasta convertirse en el mito que es en la actualidad. Y con el éxito y las superventas llegaron las envidias. "Que si era un escritor mediocre", "que si todas sus novelas se parecían demasiado", "que si sólo sabía escribir novelas de suspense y terror"... Lo cierto es que King ha llevado al summum el concepto del escritor exitoso que parece un verdadero Rey Midas de la literatura. Hace décadas que es un mito no porque todas sus novelas sean éxitos de ventas y críticas (al menos de los críticos que no son resentidos escritores fracasados), tampoco porque muchas obras suyas se hayan llevado con mayor o menor éxito a la gran pantalla (algunas sí que han conseguido llegar a ser obras de referencia en la cinematografía de la época), Stephen King es un mito porque ha creado un estilo literario que imitan o incluso plagian centenares de escritores por todo el mundo. Su estilo es rápido, directo, quizás incluso periodístico, pero no es narración pura, sus descripciones (tanto físicas como psicológicas) son extraordinarias; por otro lado, su forma de estructurar las novelas es excelente para mantener el suspense, explotando de golpe toda la trama en el tercio final. Eso es lo que lo convierte en un maestro.
 La mayoría de la literatura de terror que he leído pertenecían a la época dorada del subgénero: la llamada "Narrativa gótica". Así, relatos y novelas de Bram Stoker, Mary Shelley, Edgar Allan Poe, Henry James, Arthur Machen, incluso algo del mismo Dickens han plagado mis sueños con sus miedos (que en realidad no son sino los miedos que todo animal tiene a ser depredado y que le pone en alerta para poder sobrevivir), con sus formas literarias un tanto anacrónicas y pretéritas. Otros más modernos pero que escribían con un estilo atávico, principalmente Howard Phillips Lovecraft, continuaron abundando en cantidad y calidad de este subgénero. Stephen King no es en absoluto anticuado. Su prosa es la típica de finales del siglo XX; sus ambientes, muy frecuentemente el Maine rural, son contemporáneos; las criaturas que atemorizan bien pueden provenir del pasado remoto, pero son, en sentido estricto, muy del presente; los personajes y las relaciones que establecen entre ellos son tan actuales que se podría decir que las novelas tienen un trasfondo de estudio sociológico de ese Estados Unidos de pequeñas ciudades que parecen haber caído en el olvido del imparable progreso tecnológico dominante en otras partes de ese país.
 El misterio de Salem's Lot continúa con el tema del vampirismo, tan en boga en el siglo XXI (pero con películas y novelas de una calidad ínfima), traído a los tiempos actuales y un país moderno. Parece ser que el propio King contó en una entrevista que siempre fantaseo con escribir una novela sobre la llegada de Drácula a Estados Unidos en la actualidad, y bromeaba afirmando que acabaría siendo atropellado por un taxi. Lo cierto es que la manera en la que el autor crea un suspense hace que nada sea previsible hasta bien entrada la lectura, algo en lo que también era maestro Lovecraft, aunque, eso sí, con estilos prosísticos totalmente diferentes.
 En esta época vacacional, para mí con largos viajes en avión, necesito autores que no sean muy exigentes, novelas que se lean fácil, que enganchen sin esfuerzo y me alejen del tedio de los aeropuertos y demás...

miércoles, 18 de diciembre de 2019

¿Por qué no releer?

 Cumplidas ya las cuatro décadas de lector empedernido, se comienza a hacer inmenso el acopio de lecturas (unas retenidas, la biblioteca, y otras perdidas pero presentes en la memoria), y uno recuerda de muy distinta forma dichas lecturas. Por supuesto, los recuerdos son subjetivos y están ligados a distintas épocas de nuestras vidas, a eventos positivos y otros negativos (o, mejor dicho, que juzgamos positivos o negativos); así, esos juicios son, como siempre, excesivos y nos llevan a error.
 Todo este rollo seudofilosófico lo suelto porque estoy releyendo a Verne. Ya conté en otra entrada que Verne formaba junto con Kipling, Salgari, Stevenson, Conrad y algún otro más el parnaso de escritores que nos enganchó a miles (millones, más bien) de jóvenes lectores europeos y occidentales y consiguieron, indirectamente, que la lectura habitual formara parte de nuestras vidas, forjara nuestros caracteres y, en definitiva, nos marcara de forma indeleble. Así, ligados a esos recuerdos, los nombres antes citados son como dioses todopoderosos a los cuales uno casi no se atreve ni a mirar de soslayo. Pero claro, lo bueno de la lectura (la buena lectura, la reflexiva y con critero propio) es que nos convierte a todos en iconoclastas furibundos, dispuestos a destruir lo más sagrado. Así que... vamos allá...
Imagen tomada del sitio wikipedia.org
 A Julio Verne lo leí con doce o trece años. ¿Quién era aquel chico? Probablemente un chaval bienintencionado, corajudo, optimista y esforzado que no sabía que habría de darse todas y cada una de las hostias que un ser humano puede darse en esta vida. Bien, ahora tengo casi cincuenta años, tristemente, el coraje, el optimismo y las ganas han sido sustituidas por el cansancio, el hartazgo y la suspicacia... Escribo esto para ser honesto (de las poquitas virtudes que me esfuerzo por mantener) y así dejar claro que el juicio que hago ahora sobre Verne puede ser tan inválido como el que hice a los trece años. Bien, lo cierto es que al leer La isla misteriosa me he cansado decenas de veces de lo insensatamente pueril que es la novela, de la sociedad ñoña pero, a la vez, autoritaria e injusta que el autor parece preconizar. De nuevo otro aviso que mi mente me dicta: cuidado, estoy juzgando a un escritor del siglo XIX bajo criterios morales del XXI, eso es injusto (valga la redundancia) y simplista. Sí, lo que hago es injusto y simplista, pero no puedo y no voy a dejar de hacerlo. En la otra entrada hablé de racismo en el texto de Verne. Bueno, pues a medida que avanza la novela, esto ya clama al cielo. El negro de la novela, Nab, es comparado abiertamente no ya con el perro, Top, sino con un orangután amaestrado, llamado Jup. Esto es hecho de forma explícita, me sorprende (y, por otro lado, no me sorprende en absoluto) que no me haya dado cuenta cuando leí a Verne en mi adolescencia. El tratamiento a Nab es, verdaderamente, perturbador; uno tiene que recordarse una y otra vez que está leyendo un texto escrito a mediados del siglo XIX y que la sociedad ha cambiado tanto que lo canónico se ha convertido en inaceptable y viceversa. Pero, por otro lado, la jerarquización extrema de esa pequeña sociedad formada por cinco hombres demuestra también un sistema social opresor en el que, según el autor, el eslabón más bajo tiene que sentirse agradecido y sumiso al  superior como si fuera un demiurgo omnipotente que permite la vida del inferior... ¡Buff, qué difícil me está siendo escribir esto!
 En fin, no quiero terminar sin reconocer a los autores que antes cité como los grandes promotores de la lectura en adolescentes y jóvenes desde aquel mediado siglo XIX hasta finales del siglo XX, pero, las cosas cambian (uno mismo cambia) y la relectura duele. Duele más que nada porque uno se percibe distinto al releer, no mejor ni peor, distinto, muestra evidente del paso del tiempo que acabará finalmente por laminarnos a todos.

lunes, 9 de diciembre de 2019

"La isla misteriosa", de Julio Verne.

 Una lectura que me retrotae a mi ya lejana primera juventud. Como generaciones enteras de chicos (primordialmente varones) tuvimos a famosos autores decimonónicos de las llamadas "novelas de aventuras" como inicio del hábito lector que nos ha de abandonar cuando exhalemos nuestro último aliento. Aparte de Julio Verne, estoy pensando en Emilio Salgari, Rudyard Kipling, Robert Louis Stevenson, Joseph Conrad... Raro será el que no haya sido raptado en la adolescencia por su prosa sencilla pero cuidadosa (que más quisieran la mayoría de los escritores contemporáneos que tener su calidad), sus temas de aventuras que hacían volar la imaginación de un chico de quince años en su tediosa rutina familiar y escolar... De todos los anteriormente citados, fue Verne el que más me enganchó. De hecho, todavía hoy guardo como oro en paño una pequeña colección que mis padres me compraron en torno a esa edad, entre los títulos: El faro del fin del mundo, Norte contra sur, De la Tierra a la Luna, 20.000 leguas de viaje submarino, Héctor Servadac, Ante la bandera, La vuelta al mundo en 80 días o Miguel Strogof. Puede ser que la nostalgia senil comience a rondarme en el inicio de mi quinto decenio de vida, porque lo cierto es que decidí volver a Verne, aunque, para evitar males mayores, no hacerlo sobre esta colección leída y releída cien veces, sino "aventurarme" con un título todavía no disfrutado.
  Como era previsible, los recuerdos fluyen en mi cabeza; algunos buenos, otros no tanto. Volví a entender porque un chico de quince años podía enamorarse de Julio Verne, de esa forma de narrar y describir de forma somera pero intrigante, fácil de seguir pero cuidada, y, por encima de todo, unos temas que ahora no me interesan tanto pero en su momento eran una promesa de aventura, de ensoñadora acción. Sí, no puedo dejar de pensar que es una excelente lectura para un adolescente. Una suerte de aprendizaje de vida para quien está comenzando a vivir.
 La isla misteriosa es, como bien dicen los de Alianza, una "actualización y a la vez refutación del mito de Robinson Crusoe". Cinco individuos que huyen de las tropas sudistas (en la Guerra de Secesión Americana, claro) roban un globo aerostático y, de forma francamente inverosímil, atraviesan todos los Estados Unidos (desde Virginia en la Costa Este hasta salir por California) y continúan hacia el sureste, acabando por caer en una isla aislada (valga la redundancia) en mitad del Océano Pacífico. Ahí comienza la aventura: explorando la isla, consiguiendo refugio y comida, trazando planes para ser rescatados... en definitiva, sobreviviendo contra viento y marea. Los cinco tipos son un ingeniero (el protagonista principal, Cyrus Smith), un periodista, un marinero, un chico de quince años, un negro y, por añadidura, un perro. Releo la última frase y parece racista a más no poder... pero no falto ni un ápice a la verdad de la novela... ahora me explico.
  La isla misteriosa fue escrita a mediados del XIX. Esto, como todo, influye para bien y para mal en su naturaleza. Yo, humildemente, incluiría a Julio Verne entre las pocas personas que he conocido que tuvo una visión fuertemente moralizada de la existencia. Moral seguramente proviniente del cristianismo que a su vez deriva de una moral natural de respeto a todo ser humano. Pero Julio Verne era un tipo del XIX, sí, inteligente, culto y bienintencionado, de esos que creían firmemente en el progreso de la Humanidad sin dejarse a nadie atrás, pero también con lo malo de aquel siglo. Así pues, el francés trata de una forma muy diferente a sus personajes: el protagonista principal, el ingeniero, es una suerte de "hombre para todo" capaz de sobrevivir a un huracán en el mar, como de proveer alimento y refugio para sus compañeros, así como, por supuesto, no amilanarse jamás ante las más terribles dificultades; el periodista y el marinero son tratados de forma semejante: son entusiastas y sufridos, sin llegar jamás a la habilidad del ingeniero, pero tienen sus respectivas cualidades que facilitan la supervivencia del grupo; luego está el chico de quince años, todo ilusión ante la adversidad y ganas de aprender, quizás el protagonista con el que el lector se tiene que identificar; y luego están (perdón si esto suena racista, pero a continuación lo justifico) el negro y el perro. ¡Pero qué dice este tío! Lo siento, pero es así, tanto el "afroamericano", Nab, como el perro, Top, tienen las mismas cualidades: lealtad, obediencia y capacidad de trabajo. No quiero decir que Julio Verne fuera racista, ni mucho menos, pero sí que la visión decimonónica de otras razas los trataba (aunque teóricamente nadie dudara de su humanidad, y menos que nadie el propio Verne) como una suerte de seres inferiores sólo aptos para lo mismo que es apto un buen perro. Quien no me crea que lea o relea La isla misteriosa, se dará cuenta de que no exagero ni un ápice.
 En fin, todos somos hijos, queramos o no, de nuestro tiempo, con sus virtudes y defectos. Los que tropezamos por el siglo XX y XXI seremos juzgados con igual severidad por nuestros descendientes de siglos posteriores (y los que no lo seamos, que nadie se engañe, será porque no llegaremos a ser ni una milésima parte de importantes o recordados que el propio Verne).

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Inciso cinematográfico: "Now, Voyager", dirigida en 1942 por Irving Rapper.

 Esta película, traducida en España como La extraña pasajera, es una obra menor de la época. Menor incluso para la estrella protagonista, Bette Davis, y para los actores secundarios, Paul Henreid y Claude Rains; sobre todo menor porque en esa década se dan obras maestras como Casablanca (1942, también con Rains y Henreid), El halcón maltés, Rebeca, Ciudadano Kane, El tercer hombre, El ladrón de bicicletas, Arsénico, por compasión, Historias de Filadelfia, ¡Qué bello es vivir! y tantas otras (¡caray, vaya producción cinematográfica en una década con una guerra mundial de por medio!). En todo caso, Bette Davis está enorme; en un papel típico de esta mujer pequeña, de ojos saltones y párpados caídos que no podía, evidentemente, representar adecuadamente los papeles de mujer de bandera que podía hacer, por ejemplo, Marilyn Monroe. No, el papel de la Davis es el de una mujer con problemas psicológicos graves, atormentada, maltratada por una madre posesiva y destructiva, que trata de vivir su propia vida contra viento y marea. El otro tipo de papel típico de esta actriz, por cierto, es el de mujer malvada, fría y calculadora. En ambos roles fue siempre extraordinaria.
Imagen tomada del sitio criterion.com
  El resto del elenco actoral es también destacable, especialmente Claude Rains (el inolvidable Capitán Renault en Casablanca) y Paul Henreid (Victor Laszlo en esa misma película) y, no puede pasarse por alto, Gladys Cooper (la malvadísima madre posesiva y destructora).
 El argumento es, ya lo esbocé, la lucha de la protagonista, que vive recluida en la mansión familiar bajo una supuesta depresión, para marcar el rumbo de su existencia. Tras una estancia liberadora en la residencia psiquiátrica dirigida por el doctor Jaquith (Rains), Charlotte Vale (Davis) comienza a respirar, a valorarse y pensar que su vida puede tener un sentido. Por consejo del psicólogo, inicia un crucero (de ahí el título) que facilita que conozca al que será el gran amor de su vida (Henreid) y que subirá su autoestima a cotas que le permitirán mirar con optimismo esa broma macabra que llamamos vida.
 Y hasta ahí la película. Ya digo, no es una obra maestra, es una película correcta en la que destaca el trabajo excelente de una gran actriz. Pero a mí, la verdad, me ha llegado más hondo el tema del maltrato familiar que otra cosa. Me he sentido dolorosamente reflejado en el personaje principal, víctima de abuso de esa madre posesiva y castrante. Una madre que inocula un sentimiento de culpa que anula al hijo (hija, en la película) y que nunca acaba hasta la muerte de esa persona que a la vez que dio la vida al hijo, también lo hunde en esa misma vida.
Imagen tomada de mubi.com
 Ya se sabe que la relación progenitores-hijos es una de las más difíciles y que más traumas provocan. En Now, Voyager el sentimiento de culpa, la anulación del hijo está extraordinariamente representada en la relación entre los personajes de Gladys Cooper y Bette Davis. Empezando por considerarse hija no deseada, continuando por un sentimiento de fracaso permanente (casi siempre infundado) y una sensación de inutilidad y bajísima autoestima que acompaña por siempre al maltratado. En fin, qué voy a contar que no hayamos visto en nosotros mismos o en gente cercana. 
 Ésta es otra gran virtud del cine y de la literatura: la capacidad de describir vidas que pueden tocarnos muy cerca, no sé si para poder cambiar algo en algún sentido, pero sí al menos para no sentirnos tan solos.

martes, 3 de diciembre de 2019

"Reader's Block", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

Imagen tomada del sitio www.incidentalcomics.com

Citas de "Walden", de Henry David Thoreau.

 La mayoría de los hombres lleva vidas de tranquila desesperación. Lo que se llama resignación es desesperación confirmada.

 En la práctica, los viejos no tienen consejos muy importantes que dar a los jóvenes, pues su experiencia ha sido tan parcial y sus vidas han sido fracasos tan miserables...

 La mayoría de los lujos, y muchas de las llamadas comodidades de la vida, no sólo no son indispensables, sino que resultan verdaderos obstáculos para la elevación de la humanidad.

 ¿Por qué debemos vivir con tal prisa y gasto de vida? Estamos resueltos a pasar hambre antes de estar hambrientos.

 Que cada uno se ocupe de lo suyo y trate de ser como ha sido creado.

domingo, 1 de diciembre de 2019

"Lores y damas. Una aventura del Mundodisco", por Terry Pratchett.

 Decimocuarta entrega de la genial saga del Mundodisco. La gigantesca tortuga espacial Gran A'Tuin sigue navegando por el multiverso, portando en su concha cuatro inmensos elefantes sobre cuyos lomos descansa el mundodisco. Ahora toca el turno a las brujas. Las tres conocidas en tres novelas anteriores (Ritos iguales, Brujerías y Brujas de viaje), Yaya Ceravieja, Tata Ogg y Magrat Ajostiernos, siguen haciendo que el mundodisco siga funcionando de forma medianamente engrasada... todo lo engrasado que pueda estar un mundo constituido por tal cantidad de enloquecidos personajes. Ahora Magrat se ha retirado. En Brujas de viaje se había enamorado de Verence, antiguo bufón reconvertido en rey (obsérvase el mordaz humor del inglés), lo cual la convierte en reina... más o menos... En todo caso, las dos brujas más viejas siguen velando por el orden cósmico, al menos el orden tal y como lo entienden ellas.
  Pero, además, las viejas brujas ahora tienen competencia: unas jovencitas de diecisiete años han empezado a jugar con cosas ocultas, a vestirse de negro, pintarse de negro las uñas y comenzar e invocar a seres extraños... y lo malo es que lo hacen tan bien como las "brujas oficiales". Esto, claramente, no puede ser. Yaya Ceravieja y Tata Ogg no pueden permitir unas niñatas que no tiene ni idea de la vida les pisen el terreno... sobre todo porque tiene toda la pinta de que saben ya casi tanto como ellas... El caso es que, encima, han dejado abierta una puerta que comunica con ese más allá y por el cual amenazan con colarse esos seres de cuento tan angelicales llamados elfos y que, en verdad, son criaturas brutales capaces de las mayores atrocidades.
  Y, como siempre, al final lo menos importante es el argumento. Lo de más es la capacidad de sátira que glorifica a Pratchett. Con un poco de honestidad (virtud distribuida en dos o quizás tres personas desde que el mundo existe) nos veremos reflejados en los vicios de los personajes, en sus pequeñeces y miserias. Es como ponernos a todos ante un espejo y quitarnos las vendas de los prejuicios y vanidades. Un ejercicio de reconciliación con nuestra naturaleza humana.