sábado, 16 de julio de 2016

Ahora leyendo: "La hoguera de las vanidades".

 Otro "victoriano": William Makepeace Thackeray. Con ese nombre tan pacifista parece impropio de un país que, por aquel entonces, imponía su civilización ("la más elevada del planeta") a sangre y fuego por medio mundo. Los paralelismos entre Thackeray y Dickens son imposibles de obviar: mismo país, misma época, misma forma de publicar (a la fuerza ahorcan) por entregas en revistas semanales, mismo gusto por burlarse sarcásticamente de su sociedad... Thackeray puede ser menos conocido para los no lectores o lectores de bazofia moderna (el 99,9 % de la sociedad), pero en su momento fue admirado por masas enfervorecidas (principalmente de damas) que le permitieron llevar una vida, económicamente hablando, de potentado.
  La versión de Penguin Random House que estoy leyendo (véase la imagen escaneada anterior) está traducida por Alfonso Nadal. Según parece, el tal Nadal (1888-1943) sigue siendo hoy considerado como traductor canónico de los escritores "victorianos", así como de Dostoievsky, pero no deja de llamarme la atención ciertas expresiones que hoy no son políticamente correctas y que un traductor moderno modificaría sin dudarlo (incurriendo así probablemente en grave falta -traduttore, traditore-), son estas las referidas a razas de sirvientes e indios. No cabe duda de que Thackeray (nacido en Calcuta y, por tanto, perteneciente a familias de aquellos británicos que gobernaron -algunos dirán explotaron- la joya de la corona para disfrute de su majestad) utilizó esos términos hoy peyorativos y en desuso que, en buena medida, servían para mantener el injusto orden social de la época (¿y de hoy?).  Porque (y no pretendo hacer aquí apología de la corrección política, sino mostrar mi opinión) aquellos términos claramente insultantes ("negro", "zambo", "indígena"...) servían para crear una frontera invisible pero insalvable entre los que siempre se han sentido superiores y los que no tenían otra que dejarse dominar. Aclaro esto porque La hoguera de vanidades es, como antes dije, una burla sarcástica de la hipócrita sociedad victoriana, pero parece ser que el bueno de Thackeray (como también Dickens y otros) no llegan a hacer sangre en otros brutales defectos de aquella sociedad (¿y la de ahora?).
  El argumento, en fin, se centra en la eterna lucha de sexos, con todos las diferencias de carácter que las hacen tan intensa y de la que todos hemos probado con mayor o menor fortuna. Dos caracteres antagónicos, los de Becky Sharp (obsérvese la poco sutil insinuación del autor "sharp", afilado) pobre pero inteligente y ambiciosa, y la de Amelia Sedley, tímida y sensible pero rica, se pelearán por los favores de Joseph Sedley, hermano de Amelia, y George Osborne, vecino de los Sedley, y se mezclarán en esa aparentemente eterna lucha de sexos que mantiene el mundo girando. Las características propias de la publicación por entregas lleva a la estructura en cortos capítulos que, ¡sorpresa!, tienen un repunte de interés justo al final para que el lector comprase la revista a la semana siguiente. Esto es tolerable para mí, pero me incomoda mucho cuando se nota al leer que la novela ha sido alargada artificiosamente porque tenía éxito y el autor quería exprimirlo... En fin, veremos que tal.