jueves, 20 de enero de 2022

"Los hermanos corsos", de Alejandro Dumas.

  Novela menor de Alejandro Dumas padre; no es, evidentemente, El conde de Montecristo ni Los tres mosqueteros, tanto por extensión como por calidad literaria. Pero sí sigue el estilo que hizo mundialmente famoso al francés: es una "novela histórica de aventuras", y contiene los clichés más conocidos: exotismo, personajes de comportamiento desaforado, arcaísmo en esos caracteres... Lo que pasa es que en 1844 Córcega podía ser tan exótica para un parisino como lo es hoy el planeta Marte. Dumas se recrea en esa isla francesa haciendo un retrato de sus paisanos que hoy, probablemente, sería tildado de abusivo y estereotipado. Sí, igual que Georges Bizet creó su ópera Carmen con personajes españoles estereotipados (gitanas, bandoleros, toreros...), Alejandro Dumas, tirando de nuevo del manido tópico del sur salvaje y romántico, crea corsos desbordados por los sentimientos, que sólo piensan en enamorarse y en vengarse los unos de los otros, como si fueran animales incapaces de razonar. Esos instintos animales mantendrían enfangada la isla, aunque Dumas no tiene ningún afán moralizante, sino que lo muestra con esa sorpresa no carente de agrado ante lo primitivo. Es una novela narrada en primera persona, en parte como si de un libro de viajes se tratara.
 El argumento es el siguiente: el autor (nunca es nombrado, por cierto) viaja a la isla de Córcega, a una comarca rural, lejos de Ajaccio, la capital, donde las costumbres francesas ya se hacen notar. En esa Córcega rural, plagada de italianismos tanto en toponimia, antroponimia y costumbres populares (algo real, si recordamos la cercanía geográfica a la península Itálica y la pertenencia de la isla, durante siglos, a la República de Génova), los hábitos más animalescos perduran siempre, entre ellos la famosa vendetta (ya se sabe, terrible tradición por la que una familia agraviada tenía derecho a cobrarse en sangre el agravio) y la presencia de las almas de los fallecidos que servían de una suerte de recuerdo y mensajeros para los vivos. En esa tesitura en la que las leyes modernas no tenían lugar, el autor conoce a la familia de Franchi, compuesta por una madre viuda y dos hermanos gemelos; éstos nacieron unidos por el costado al nacer y fueron separados quirúrgicamente; uno de ellos, Lucien, vive en la isla y el otro, Louis, estudia Derecho en París. El autor conoce por esta familia la costumbre de la vendetta y que el vínculo entre los gemelos es más estrecho de lo habitual, llegando a sentir el uno dolor cuando el otro es herido. A pesar de lo brutal de su existencia, estos de Franchi son de lo más "potable" de esa Córcega rural, de hecho, el tal Lucien llega a ejercer de árbitro para detener una vendetta entre dos familias que se había cobrado ya nueve vidas, todo por una afrenta con una gallina de por medio. En fin, tras empaparse de toda esta barbarie atávica, el autor vuelve a París, allí conoce al otro hermano gemelo, Louis, que, a pesar de su vida parisina, ya se ha enfangado en esas supuestas luchas de honor, pues siente que ha de batirse en duelo con un tal Château-Renaud porque éste sedujo a la mujer de un amigo del corso que había quedado a su custodia. Con esa otra creencia corsa según la cual los muertos se aparecían a los vivos para hacer premoniciones, el padre de los de Franchi se aparece a Louis, el parisino, para decirle que morirá en ese duelo al día siguiente. Por no hacer sufrir a su anciana madre y, sobre todo, por no empezar una vendetta familiar decide escribir a Córcega para confesar a su madre que muere de una "fiebre cerebral"; así se conjura la estúpida revancha que acabaría en un baño de sangre. Dicho y hecho, el tal Louis de Franchi muere en el duelo. Pero toda su prevención de escribir a la familia corsa mintiendo al asegurar que moría de enfermedad se viene abajo cuando su propio fantasma se aparece a su hermano contando todo lo sucedido. ¿Consecuencia? Lucien de Franchi se planta en París y desafía a duelo a Château-Renaud. Claro, el de Franchi mata al asesino de su hermano, vengando así su muerte, y vuelve a su primitiva isla.

 En fin, costumbres primitivas y bárbaras contadas con ese deslumbramiento por lo exótico y cuasi medieval que había en ese periodo literario que los críticos llamaron Romanticismo. Que Dumas padre pertenece al Romanticismo literario es evidente, pero no he podido recordar a cada página que leía de Los hermanos corsos otra novela, ésta escrita a mediados del siglo XX que narra la misma costumbre anacrónica según la cual alguien agraviado tenía derecho a cobrarse en sangre el agravio. Estoy hablando de Abril quebrado, de Ismael Kadaré, que novela una costumbre semejante en la Albania rural y que, según el autor, permaneció más o menos en vigor hasta hace pocas décadas. Claro, ahora pienso en la llamada "ley gitana" que, más o menos, tiene las mismas brutales consecuencias y que presume, sorprendentemente, de no someterse a la ley civil del país en cuestión. En todo caso, el bueno de Dumas no entra a juzgar la bondad o maldad de dichas costumbres, actúa como un turista ocioso que, todo lo más, expresa sorpresa por lo que ve.
 Sí me ha sorprendido la ligereza de la prosa de Dumas. Creo haber leído El conde de Montecristo allá por mis catorce o quince años (eones hace, pues) y creo recordar la típica prosa decimonónica: florida, adjetivada, lenta... Pues en Los hermanos corsos ésta no es así, sino que es una prosa rápida, más narrativa que descriptiva, con muy poca adjetivación, sin apenas frases subordinadas... Y, desde luego, me ha parecido estar leyendo en todo momento una novela juvenil (subgénero, por cierto, cultivado por Dumas, aunque Los hermanos corsos no pertenecería a él), sobre todo por la sencillez del argumento, la evidente categoría de bueno o malo de cada personaje, la falta de evolución en ellos... Parece, en efecto, una novela destinada a ser leída con quince años, tal vez así se puede valorar otros aspectos que a mí me hayan podido pasar inadvertidos.