martes, 22 de enero de 2013

Sociedad de hombres, sociedad de insectos

  Secularmente nos hemos creído superiores al resto de animales, tocados por la supremacía que supone que un Dios nos hubiera creado a Su imagen y semejanza. Sin embargo, son muchas las características que compartimos con ellos, y no solo con nuestros parientes cercanos los primates; nuestra organización social se puede asemejar a la de ciertos insectos, los llamados himenópteros sociales -hormigas, abejas, avispas...- en el grado de jerarquización y en el de subyugación de la identidad individual por la colectiva. En un hormiguero o una colmena no importan las identidades individuales, aunque estas existan, pues tenemos a la reina, los soldados, las obreras... sin embargo, todas ellas -incluida la reina- sacrificarán su existencia en aras de la comunidad; la muerte del individuo no es relevante, todo está supeditado al grupo.
En las sociedades humanas, nuestro mayor desarrollo encefálico nos lleva a una mayor complejidad social, no obstante existen identidades individuales en continuo conflicto con las grupales. En sociedades autoritarias (bien mirado, quizás todas las sociedades humanas sean autoritarias) la identidad individual de la mayoría de la población es insignificante, solo las de los líderes tienen importancia. Cuando se promueven actitudes como la del "sacrificio por la patria" se está pidiendo a un ser humano que se comporte como un insecto, que anule su "yo" para convertirlo en un "nosotros", esto es, que descienda todos los peldaños evolutivos que existen entre los hombres y las hormigas. En las autodenominadas sociedades democráticas encontramos un mayor desarrollo de las identidades individuales, pero todavía estas se supeditan a las colectivas en determinados momentos. Se tiende a pensar, incluso se defiende sin sonrojo alguno, que los individuos están al servicio de la sociedad y no al revés... Así se justifican las guerras, asesinatos, hambrunas y todo tipo de maltrato ejercido por un ser humano sobre otro.
  Yo defiendo que en toda sociedad humana la colectividad esté al servicio del individuo, de todos los individuos, no solo de los líderes, así conseguiremos desarrollar las identidades individuales en detrimento de las colectivas (nacionalidades, razas, confesiones religiosas) que son causa de las mayores aberraciones humanas a lo largo de la historia (nacionalismos, racismos, fanatismos religiosos...). En definitiva, hemos de superar los peldaños que nos alejan de los himenópteros sociales para situarnos, de una vez por todas, en la verdadera cúspide del reino animal.

Inciso cinematográfico: Antonio Vico

  Otro pequeño inciso cinematográfico para uno de los grandes... Antonio Vico.
   Para alguien no apercibido de la historia cinematográfica de este país, Antonio Vico sería un actor secundario más, una de esas caras familiares que desfilaban por películas de medio pelo en los años 50 y 60... Pues se equivocan, Antonio Vico es mucho más.
  Perteneciente a una dinastía de actores (bisnieto, nieto, hijo, padre y abuelo de reconocidos actores), Antonio Vico se dedicó, principalmente, al teatro; partidario de lo que en tiempos pasados se llamaba el "naturalismo en escena" que sería una verdadera revolución, necesaria para el cine y la televisión, que dejaba atrás un cierto aspecto engolado del teatro de siglos anteriores.
   Inolvidable secundario de películas como Marcelino Pan y Vino, El malvado Carabel, Suspenso en comunismo, Novio a la vista; paseó su frágil figura, su voz delicada, su apariencia pusilánime por decenas de películas españolas, algunas muy buenas, otras perfectamente olvidables. La imagen anterior es de Mi tío Jacinto, con Pablito Calvo, dirigida por Ladislao Vajda; la cinta es buena, ligeramente ñoña, pero con un Antonio Vico inmenso, que desborda humanidad en una época, 1956, en que nuestro país se debatía entre el hambre, la emigración y la picaresca.

"El guardador de rebaños" de Alberto Caeiro (F. Pessoa)

Mi mirar es tan nítido como un girasol.
Tengo costumbre de andar por los caminos
mirando a la derecha y a la izquierda,
y, de vez en cuando, mirando hacia atrás...
Y así, lo que veo a cada instante
es lo que antes nunca había visto,
y que yo sé advertir muy bien...
Sé asombrarme respecto de mí mismo,
como lo haría un niño si, al nacer,
realmente supiese que ha nacido...
Siento que voy naciendo a cada instante
para la eterna novedad del mundo...

Creo en el mundo como en una margarita,
porque lo veo. Mas no pienso en él
porque pensar es no comprender...
No se hizo el mundo para pensar en él
(pensar es estar enfermo de los ojos)
sino para mirarlo y aprobarlo.

No tengo filosofía: yo tengo sentidos...
Si hablo de la Naturaleza no es porque sepa lo que es,
sino porque la amo, y la amo por eso,
porque quien ama nunca sabe lo que ama
ni sabe por qué ama, ni lo que es amar...

El amar es inocencia eterna,
y la única inocencia es no pensar...

                            Alberto Caeiro