domingo, 9 de agosto de 2015

Otro inciso cinematográfico: "Kongen av Bastøy" ("La isla de los olvidados"), dirigida por Marius Holst.

 Esta película no tiene absolutamente nada que ver con la anteriormente descrita. Pero nada, nada. Y eso es lo bueno del cine (y la literatura) que abarca todas las experiencias humanas, tanto individuales como sociales, tanto físicas como espirituales. Es por ello por lo que muchos hemos cedido buena parte de nuestra vida para la contemplación arrobada (me parece cursi decir estudio) de películas, novelas o poemas (en mi caso, orden invertido).
 Kongen av Bastøy es una película realista, extremadamente dura, basada en la ruda vida de los chicos internados en una suerte de reformatorio en la isla de Bastøy, a pocas millas de la costa noruega. La acción, ambientada a principios del siglo XX, nos muestra la distintas reacciones naturales de chicos de entre diez y quince años ante la bárbara jerarquización y autoritarismo de aquella prisión: unos tratan de dejar pasar el tiempo y no destacar por nada; otros se deprimen y acaban suicidándose; algunos buscan el conflicto y el liderazgo... Los adultos allí presentes son los celadores y gestores del reformatorio, cuando menos brutales por su indiferencia ante el sufrimiento de los chicos, cuando no pederastas o auténticos psicópatas.
 La excelente fotografía es uno de los grandes hitos de esta película: unos paisajes apabullantemente hermosos, pero también insensibles al sufrimiento humano. Tonos grises azulados (como el del cartel publicitario) que refuerzan esa idea de abandono de los chicos, de falta de afecto se enseñorean de principio a fin de la película. El elenco actoral es destacable, teniendo en cuenta la juventud de sus protagonistas; solo destaca el actor escandinavo por excelencia (sueco, para más señas) que no puede faltar en ningún film salido de aquellos lares que tenga vocación de distribución internacional: Stellan Skarsgård, además del villano principal, el pedófilo, interpretado por Kristoffer Joner.
  El ritmo de la película es lento, como el que se intenta imponer en las complicadas vidas de los jóvenes, una lentitud de máquina burocrática gigantesca que va destruyendo sistemáticamente las existencias de los internos. 
 Frente a la violencia del sistema solo cabe una respuesta final: la violencia física contra todo y contra todos, era de esperar. En eso, el argumento podría ser tristemente profético a la vez que recordatorio del pasado; la violencia física (una revolución en realidad) es forzada por el propio sistema que, de forma autista, es incapaz de autoprotegerse creando una sociedad más justa (aunque sea dentro de una prisión). Es profético porque en el conjunto de la humanidad, de sus miles de millones de individuos, el reparto injusto de las riquezas, el autoritarismo y la jerarquización extrema llevan siempre, siglo tras siglo, a sangrientas revoluciones que, en vez de arreglar nada, invierten el orden social en el que se encontraban los individuos.
  Una excelente película, pues. Para recapacitar sobre la sociedad en la que queremos criar a nuestros hijos: una sociedad igualitaria y tolerante, o, como parece que estamos haciendo, otra injusta y autoritaria.