lunes, 17 de febrero de 2014

Ahora leyendo: "Tess, la de los d'Uberville" de Thomas Hardy

 Leer la llamada "Literatura victoriana" es un bálsamo para estos atribulados ojos, cerebro y corazón. Es como volver al hogar primordial, a "la casa"; después de pasar por tipos como Handke se hace más evidente, si este y casi todos los modernos tienen esa prosa rápida, sin apenas detalles, que lleva a una lectura apresurada y sin reposo, aquellos nos regalan su pomposa (entiéndase en el buen sentido) lentitud como un regalo de los dioses. Y es que leyendo a Dickens, las hermanas Brönte o Thomas Hardy entiendes lo que era el reposado acto de la lectura de aquellos tiempos, no era algo con lo que matar el tiempo sobrante (véase los que leen en el autobús o el metro) o rellenar los huecos que nuestro atareado calendario nos permite, no, leer era una actividad reposada a la vez que apasionante, concienzuda a la par que entretenida y formativa al  tiempo que ociosa. Era, en definitiva, un modo de vida.
  Las novelas de Thomas Hardy entran plenamente en este estilo victoriano del que Dickens es el indiscutible campeón. Uno se los imagina graves, circunspectos, aplicados a su tarea de escribir magnas obras... hasta que los lee (ese es el problema, la cantidad de gente, me refiero a los que leen de verdad, no los que lo dicen, a los que les intimida el tamaño de las novelas y la fama de "ladrillos") y cuando los lee se da uno cuenta de la profunda humanidad que se escondía tras el severo semblante de estos prohombres (y "promujeres" cabría decir). Dickens, Hardy, las Brönte, incluso mi muy odiada George Eliot son escritores que investigan en la cualidad humana por encima de todo, que pintan un fresco con las luchas sociales emprendidas contra viento y marea por los desheredados de su ya finiquitada sociedad.
   Tess la de los d'Uberville es, precisamente, un relato de esos desheredados, en este caso nunca mejor dicho, pues se trata de una familia noble venida a menos que ha de luchar contra lo opuesto, las familias humildes de mercaderes que, enriquecidas, compraban títulos nobiliarios para engrandecer su baja cuna. Una sociedad, en definitiva, despiadada, en la que aquel país, Inglaterra, se convirtió en el mayor imperio del momento, gracias no solo a la explotación de los hombres en sus colonias (esclavitud) sino también en la metrópoli con una inmensa masa de marginados que gastaban sus cortas vidas en enaltecer a Su Graciosa Majestad .