miércoles, 25 de febrero de 2015

Danzas de la muerte

 Las Danzas de la muerte o Danzas macabras son una expresión artística medieval características de toda Europa (de toda la Europa cristiana, no hubo, se cree, en Al-Andalus).
  Como representación teatral consistía en la caracterización de actores como muerte, rey, autoridad eclesiástica y campesino; el actor disfrazado de muerte (usualmente como un esqueleto, la representación de la muerte con un hábito y una guadaña será más tardía) baila con los otros tres, llevándoselos y haciéndolos desaparecer. En definitiva, era una alegoría de la muerte que a todos alcanza, la universalidad de la muerte y su poder igualatorio. Según parece, la Danza de la muerte se representaba a las afueras de las iglesias o incluso en el atrio de las mismas.
  Los estudiosos creen que probablemente se originara en lo que hoy es Francia y, por el Camino de Santiago, llegara a los reinos cristianos peninsulares; lo cierto es que tales representaciones dramatúrgicas llamadas Danse macabre se conocieron en Cataluña con el nombre de Dansa de la mort, en Castilla Danza de la muerte, y en Galicia (perteneciente entonces al reino de León) como Dança macabra. En todas partes se representó, en Castilla hasta bien entrado el siglo XV. En la nación en la que se hablaba nuestra lengua tuvo también forma literaria, las famosas Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique, que también recogen el atemporal tema de la muerte que a todos nos aguarda y que reduce a polvo las vanidades humanas.
  También hay represenaciones pictóricas y escultóricas en iglesias francesas e italianas que tenían como se sabe función didáctica y apologética.
 Todo esto se incluye en el famoso principio medieval del Contemptus mundi (menosprecio del mundo) que llevaba al hombre medieval, enfangado en una corta vida de miseria y enfermedad, a buscar antes la vida del Más allá que la terrenal. En nuestra época, cegados como estamos con el capitalismo consumista, no llegamos a entender cuán cerca puede estar la temida parca de nuestra sombra; los hombres y mujeres medievales se nos antojan demasiado primitivos y tétricos, pero puede que tuviesen una visión más acertada de la sobrevalorada existencia.