domingo, 7 de junio de 2015

"Ötzi. Por un puñado de ámbar", por Mikel Begoña e Iñaket.

 Novela gráfica editada por Norma, es una interesante recreación de los últimos momentos de la vida de Ötzi, aquella momia encontrada en los Alpes; escrita por Mikel Begoña e ilustrada por Iñaket.
  Es una muestra de lo útil que puede ser el cómic en el desarrollo de historias que en narrativa podrían quedar un poco cortas. Mikel Begoña imagina una trama verosímil y brillante que nos retrotrae al período calcolítico, hace 5.000 años, los albores de la humanidad. Iñaket se encarga de las ilustraciones que son sencillas, muy coloristas que a mí, particularmente, me han recordado mucho a las viñetas de Joann Sfar.
  El cómic, como antes decía, se presenta como herramienta sencilla pero eficaz para idear esos mundos tan lejanos en el tiempo. En este, Begoña consigue crear un personaje redondo, que no es solo la archiconocida momia sino que tiene un pasado que es ligeramente esbozado en el argumento. Las ilustraciones son sobrias pero impactantes, con esos contrastes de color que recalcan la "ferocidad" de los últimos días de Ötzi.

La primera poesía que recuerdo.

  Los de mi generación fuimos suficientemente jóvenes para salvarnos de aprendernos de memoria la "Canción del pirata" de Espronceda, aquella del Con cien cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela, un velero bergantín... Éramos, sin embargo, mayores para aprendernos algo de Gloria Fuertes: En Aravaca encontré una vaca, en Cercedilla encontré una ardilla, en Navalcarnero encontré un cordero... Y, por último, éramos impúberes, no iniciados en el amor gentil, con lo que Bécquer nos quedaba un poco lejos: Asomaba a sus ojos una lágrima y a mi labio una frase de perdón; habló el orgullo y se enjugó su llanto, y la frase en mis labios expiró... Pensándolo bien, la primera poesía que recuerdo haber leído en el colegio, no creo que con más de cinco años de edad, fue la titulada "Apuntes" de Machado, al menos este fragmento:

 Sobre el olivar,
se vio la lechuza
volar y volar.
Campo, campo, campo.
Entre los olivos,
los cortijos blancos.
Y la encina negra,
a medio camino
de Úbeda a Baeza.

Por un ventanal,
entró la lechuza
en la catedral.
San Cristobalón
la quiso espantar,
al ver que bebía
del velón de aceite
de Santa María.
La Virgen habló:
Déjala que beba,
San Cristobalón.

 Recuerdo especialmente la ilustración de aquel libro infantil: todo muy naif, con líneas claras y colores pastel... ¡Quién me iba a decir que cuarenta años después seguiría enamorado de la genial sencillez de Antonio Machado.