martes, 2 de abril de 2019

Inciso cinematográfico: "The Left Hand of God" (1955).

 Hay actores que son buenos, otros son malos, pero todos pasan inevitablemente por modas, epocas que las que son admirados o queridos y otras en las que son poco menos que olvidados. Humphrey Bogart ha sufrido estos vaivenes. Allá por los 40 y 50 del pasado siglo, con el mundo occidental en ruinas materiales y morales tras la Segunda Guerra Mundial, este tipo bajito, malencarado, con más arrugas que frente y una actitud que es la de aquel que está harto de todo casaba muy bien con la posguerra. Probablemente, en los 60, 70 y 80 era una especie de personajillo mohoso que no tenía nada que ver con las vidas (o mejor, con las aspiraciones vitales) de los hombres de aquel tiempo y al que las mujeres, evidentemente, no veían el magnetismo, el atractivo del perdedor que habían visto en él sus madres. Bien, Humphrey Bogart lleva más de sesenta años muerto, ahora podemos recordarlos sin las futilidades de la moda. Hoy su estela como actor perdura con un estilo que supera su apariencia física. En el "Star system" de Hollywood que promocionaba actores cuya única baza era medir metro noventa, tener un cuerpo de nadador olímpico, una sonrisa perfecta y una mandíbula con la que se podían partir nueces, Bogart era una rareza, y, sin embargo... un ídolo sexual para muchas mujeres.
Imagen tomada del sitio filmaffinity.com
  Con todo, siguen subsistiendo algunos estereotipos que convierten a los personajes de Bogart en chulos de taberna... en algunos países más que en otros. Una de las mayores dificultades para que una película guste en otro país es la traducción. Muchísimos gags, situaciones o dobles sentidos se pierden en la traducción; es la famosa expresión anglosajona lost in translation; el doblaje muchas veces destruye más que nada. Tradicionalmente se ha afirmado sin rubor que los doblajes en España eran buenísimos... esto lo decían, claro está, quienes los llevaban a cabo. El actor de doblaje de Humphrey Bogart ( no sé quién fue ni lo quiero saber, aunque hoy en día, internet mediante, es bien fácil) estuvo mal elegido. Léase lo anterior bien: "estuvo mal elegido", no digo que fuera un mal actor de doblaje ni mucho menos. Es lo que se llama "casting de actores", una función importantísima en cualquier película. Ese "casting" de actores de doblaje puso a Bogart uno que tenía (o ponía, no sé) vozde duro, un barítono con dejes de chulo de taberna... y Bogart no hablaba así. Su voz era muy nasal, muy poco inteligible (entre los rumores que le afectan está el que dice que como combatiente en la Primera Guerra Mundial sufrió una herida por metralla en la boca que le impidió vocalizar con fluidez, vaya usted a saber si es verdad), no tenía el punto de insolente arrogancia que tiene la del doblaje en español. La voz en español desvirtuó por completo al actor, éste tenía sus papeles principales como el perdedor de vuelta de todo, con una sonrisa cínica, pero que, en el fondo, tenía buen corazón y era noble.
Imagen tomada de Wikimedia Commons.
  En cuanto a la película, The Left Hand of God, parece escrita para él: un cura católico llega a una misión olvidada en el centro de China acabada la Segunda Guerra Mundial. Es un tipo que tiene una actitud impropia de un cura, sus ademanes, sus frases, su pistola... alguno incluso duda de que lo sea. Finalmente, en una charla con un igual (un pastor protestante de una misión cercana) se revela como quien verdaderamente es: un antiguo piloto de guerra que fue derribado y que encontró su supervivencia siendo el segundo ("machaca" los llaman algunos) de un señor de la guerra local que extorsiona a las localidades vecinas. Un asesinato casual  de un cura católico permite al criminal James Carmody convertirse en el Padre O'Shea, toma sus ropas y huye de su vida de violencia convirtiéndose en un farsante. Finalmente, el señor de la guerra al que sirvió ataca la misión católica y todo se descubre, pero el padre O'Shea consigue librarlos a todo de la muerte y la extorsión antes de huir de allí para empezar otra nueva vida. Es una buena película, no es Casablanca, pero mantiene la emoción hasta el final, no es previsible ni ñoña y, por encima de todo, el actor principal, Humphrey Bogart, está a un altísimo nivel.