sábado, 1 de abril de 2017

Ahora leyendo: "Nazarín", de Benito Pérez Galdós.

 Habiendo tanta "literatura de consumo" como hay hoy en día, volver a Pérez Galdós es como volver al hogar. La prosa reposada, cercana (sobre todo, al menos para mí, en la ambientación espacial), con una descripción psicológica de los personajes que los llega a hacer entrañables, su coloquialismo que hace rabiosamente moderna una novela como esta escrita hace más de ciento veinte años... Aunque pueda parecer  ridículo, me enorgullezco de pertenecer a la misma cultura que este tipo; me humedece los ojos reconocer en la charla coloquial madrileña de algunos personajes de Nazarín la forma de hablar de mis abuelos Alfonso y Manolita, fallecidos hace más de veinte años... Sí, leer a Galdós es como volver a casa.
  Cuentan los críticos literarios que Valle-Inclán (buen amigo de Galdós) se mofaba con buen tono del canario llamándole "Benito el garbancero", por el notable dominio que tenía del habla popular (principalmente madrileña, léase para ejemplo Fortunata y Jacinta) y el abundante uso que hacía de ella en su obra. En efecto, Pérez Galdós es un maestro de la prosa sin afectación academicista, sin grandilocuencias ridículas tanto en las formas como en el fondo.
 El tema, la pureza religiosa y espiritual de un sacerdote católico, Nazario Zaharín, que se aleja de las corruptelas materialistas tan frecuentes en la práctica totalidad de aquellos que han optado por la "carrera religiosa", y que se centra en la humildad y sencillez como herramientas para alcanzar la salvación, es un tema típicamente tolstoyano. De hecho, algún que otro sesudo crítico literario recuerda que Galdós, como tantos otros escritores e intelectuales de la época, quedó muy impresionado por el discurso espiritual del "ruso inmortal". Nazarín es una novela muy madrileña en su ambientación, pero universal en el tema tratado, y el tipo de espiritualidad (la humildad por encima de todo, la búsqueda de la igualdad de todos los seres humanos, la pobreza voluntaria...) es característica de Lev Nikolaievich.
 Es, pues, una mezcla notable de ese casticismo galdosiano que, al menos a mí que nací y me crié en los "Madroñales del Oso", se hace muy entrañable, y la universalidad del estoicismo cristiano, algo que, por desgracia está de capa caída en esta sociedad tan superficial y materialista. Me voy a administrar una cura galdosiana frente a tales miserias humanas...