lunes, 5 de diciembre de 2022

"La mejor oferta", de Giuseppe Tornatore.

  Un guion cinematográfico no es una novela. Lo sé, como también sé que un guionista no es un novelista, al menos, no necesariamente. Así, cuando leí la supuesta novela que dio lugar a la excelente película La mejor oferta sólo conseguí decepcionarme al leer un relato a medio camino entre un guion y una novela. Y es que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, porque ya me pasó exactamente eso con El tercer hombre. Recordando ésta, la famosísima película El tercer hombre es una extraordinaria cinta dirigida por Carol Reed en 1949, protagonizada por Joseph Cotten, Orson Welles, Alida Valli y Trevor Howard, todos ellos excelentes actores, secundados por no menos capaces actores alemanes y austriacos como Erich Ponto, Ernst Deutsch, Paul Hörbiger o Siegfried Breuer. El guion de El tercer hombre estaba firmado nada más y nada menos que por Graham Greene, autor de incontables novelas negras y policíacas, varias de las cuales fueron llevadas al cine. Pero ya al leer el prólogo del propio autor americano me di cuenta de que me había equivocado: Greene no consideraba ese texto como una verdadera novela sino como un guion un poco ampliado para que pudiera ser entendido por legos en técnicas cinematográficas. Vamos, que el peliculón dirigido por Carol Reed tuvo tal éxito, que las pérfidas editoriales aprovecharon su tirón para publicar el guion tan solo ligeramente ampliado. Bueno, pues me acaba de volver a pasar con La mejor oferta.
 La mejor oferta es conocida como una gran película escrita y dirigida en 2013 por Giuseppe Tornatore, protagonizada por el fantástico Geoffrey Rush, así como Jim Sturgess, Sylvia Hoeks y Donald Sutherland. La banda sonora está firmada nada menos que por Ennio Morricone. La novela homónima (ya digo, guion ampliado) fue publicada el mismo año en italiano y en inglés, y en español en 2014 por Anagrama, versión que un servidor ha leído.
 El argumento es el siguiente: un experto y subastador de arte sesentón, Virgil Oldman (en la película, interpretado por Rush), es requerido para catalogar y subastar todo el contenido mobiliario y artístico de un palacete situado en Roma por su propietaria, una enigmática joven que no se deja ver en varias de las citas con el subastador. Oldman es un tipo exquisito y, a la vez, raro hasta el extremo, pues nunca toca nada (ni cosas ni personas) sin guantes, teniendo una enorme colección de estos accesorios; a la vez, el subastador está en contacto con un falsificador que le ayuda a conseguir a precio ventajoso retratos de mujeres, de distintas épocas y estilos, que va acumulando en una peculiar colección. La joven que subasta el contenido de su palacete es una mujer agorafóbica que nunca sale de su casa, residiendo en unas habitaciones ocultas por un mural trampantojo. La extraña relación, con sus tira y afloja, entre el maniático subastador y la neurótica propietaria acaba por devenir en un enamoramiento platónico. Simultáneamente, el subastador es asesorado en materia de amores por un joven artesano y anticuario, que repara todo tipo de antigüedades mecánicas. Es, por tanto, una historia de amor, pero que se da entre dos seres marginales en el ámbito social aunque no en el económico, entre un empedernido solterón rodeado de exquisito arte y una desequilibrada joven propietaria de una jugosa herencia... aparentemente... Aparentemente, porque el pobre de Virgil Oldman, misántropo confeso acabará cayendo en el más burdo engaño, producto de la confianza ciega que el amor infunde en todo enamorado.
 Bueno, el guion de la película, en mi opinión, es bastante bueno, aunque su adaptación es mejorable en algunos momentos, sobre todo al final, cuando la resolución es demasiado sutil. En todo caso, la actuación de Geoffrey Rush es tan excepcional que sublima la cinta hasta un nivel que por sí sola no alcanzaría; el autor australiano resulta ser el idóneo para el papel de ese tipo extraño, exquisito pero a la vez mezquino, erudito en arte pero inexperto en el amor, desconfiado por naturaleza pero que acaba perdiéndolo todo por candidez... Sí, no me cabe duda, la película de Tornatore me sedujo por Rush, uno de los animales cinematográficos más dotados de los últimos tiempos.
 Y, ya lo dije en otra ocasión, aprovechando esa prolífica relación entre el cine y la literatura, busqué el autor del guion, descubriendo que el propio Tornatore lo había firmado, y que incluso había sido publicado en forma de novela breve. Y eso me perdió. De ahí a buscar (y encontrar) la novelita de marras en mi biblioteca pública habitual sólo hubo un paso... y de ahí a la decepción, otro...
 Porque, al igual que antes decía de Graham Greene y El tercer hombre, en la edición de Anagrama de La mejor oferta, el propio Tornatore recuerda que lo que el lector tiene entre manos es la ampliación de un guion cinematográfico de apenas treinta páginas (ciertamente, lo amplió poco, pues acaba en ochenta y seis). Y, como antes explicaba, ni un guion es una novela, ni un guionista es un novelista. El texto que en nuestro país publicó Anagrama es eso, una ampliación de guion, no hay apenas diálogos, todo está narrado sucintamente, como si se dieran instrucciones a los actores (como un guion, ¡caramba!). Vamos, que acaba uno leyendo en unas pocas horas lo que, si tuviera acotaciones, ya no quedaría duda de lo que es. Y uno, en su afán de disfrutar de la literatura se pregunta: ¿qué hubiera sido de este guion si lo hubiera cogido un creador tan minucioso como Stefan Zweig? Pues que hoy estaríamos hablando de una de las grandes novelas de los últimos tiempos. La elección de Zweig no es baladí, el autor austriaco habría pergeñado de forma extraordinaria los caracteres anómalos pero atractivos del subastador y su clienta, habría delineado con primor los toma y daca de su relación amorosa, y habría pintado como nadie la terrible desilusión del pobre Oldman al sentirse engañado. Sí, Stefan Zweig habría creado una obra de arte con este guion, pero Tornatore, gran director, por otro lado, sólo publicó este apaño de novela breve.